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Internacional

3 de octubre del 2002

La brecha

Francisco Morote Costa

Bajo el capitalismo la ley de la desproporción rige el mundo. Enriquecimiento progresivo para una parte de la humanidad, empobrecimiento creciente para otra. Así ha ocurrido en las sucesivas fases históricas del modo de producción capitalista y así continúa sucediendo en la presente etapa de la globalización.
¿ Parecen aventuradas o excesivas las afirmaciones anteriores ? ¿ Es falso que las desigualdades sociales aumentan a escala planetaria y a veces nacional ? Al contrario, los datos económicos de los organismos internacionales, como el Informe sobre Desarrollo humano de 1998 del PNUD ( Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo ), lo confirman y respaldan. Es más, con el paso del tiempo se aprecia que el ritmo de la desproporción se acelera, que la brecha entre riqueza y pobreza se amplía. Así, si en 1820 el 20 % más rico de la humanidad sólo ganaba 3 veces más que el 20 % más pobre, en 1913, antes de cumplirse un siglo, la quinta parte más rica ganaba 11 veces más que la quinta parte más pobre. Pero luego, a lo largo del siglo XX, en 1960 ya ganaba 30 veces más, en 1990, 60 veces más y en 1997, 74 veces más. O sea, que al finalizar el siglo XX, de los 6.000 millones de seres que habitaban el mundo, mientras que los 1.200 millones más desafortunados entre los desafortunados ( la inmensa mayoría del Tercer Mundo ), tenían que sobrevivir con un dólar diario ( 180 pesetas ), los 1.200 millones más afortunados ( casi todos del Primer Mundo ) disponían de 74 dólares diarios ( 13.320 pesetas ) para su supervivencia. Estas enormes diferencias que se acentúan si manejamos otros datos recientes de las Naciones Unidas ( por ejemplo, en 1996, 358 multimillonarios tenían tanta riqueza como 2.500 millones de personas ), explican otras desproporciones flagrantes del mundo en que vivimos. Desproporciones, también, en términos de poder político y militar, que se traducen, por ejemplo, en que la ley y la lógica de los países más ricos del Norte ( Norteamérica, Europa Occidental ), se impone, como una fuerza cósmica, sobre la ley y la lógica de los países más pobres del Sur ( Asia, Africa, América Latina ).
Sin embargo, tanta desproporción constituye una patología que afecta al conjunto de la humanidad. La globalización, es decir, el triunfo absoluto de una civilización mercantil capitalista, no resuelve ( en realidad ni siquiera es su propósito ), ni resolverá el problema. Entre los 1.200 millones de seres más desafortunados se encuentran los 1.000 millones que viven sin agua potable, los 800 millones que sufren desnutrición crónica y los 1.000 millones de analfabetos, de los que 600 millones son mujeres. Entre ellos, fundamentalmente, está también, según el Informe sobre el Trabajo Humano 2001 de la OIT ( Organización Internacional del Trabajo ), casi ese tercio de la población activa mundial, cerca de 1.000 millones de personas, desempleadas, subempleadas o que ganan menos de lo necesario para mantener a sus familias por encima del umbral de la pobreza.
¿ Cómo van a salir esos 1.200 millones de desheredados del pozo de la miseria en el que viven ? Confiar en las fuerzas del mercado, en la plena liberalización del comercio mundial, o en el crecimiento económico ( y menos en los tiempos que corren ) me parece, a todas luces, insuficiente. Desprovistos, muchas veces, de medios de producción y de vida propios, y con unas posibilidades reducidas de acceder a un puesto de trabajo ( según la OIT para reducir a la mitad la actual tasa de desempleo mundial deberían crearse 500 millones de empleos de aquí al 2010 ), la gran mayoría de esa gente está condenada a seguir figurando en las filas de los empobrecidos de la tierra. Por lo tanto, si se quiere abordar el problema con seriedad hay que dejar a un lado la lógica neoliberal, orientada únicamente a la obtención del máximo beneficio, y emplear instrumentos políticos y sociales de redistribución de la riqueza. Se trata de transferir hacia los países más empobrecidos del Tercer Mundo, con las garantías pertinentes, los recursos necesarios para superar el subdesarrollo insostenible. Esos recursos existen y pueden lograrse partiendo del sentido de la responsabilidad y solidaridad de las sociedades y de los gobiernos de los países enriquecidos. Iniciativas como la condonación de la Deuda Externa, tantas veces impagable por sus costes sociales y humanos, la dedicación del 0,7 % y más del presupuesto de las naciones ricas para ayuda a las naciones pobres, el establecimiento de impuestos como la Tasa Tobin u otros de carácter más comprometido, y otras medidas posibles, irían en la dirección correcta para reducir esas desproporciones monstruosas que la pura globalización mercantil no hará sino agravar.