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Venezuela: El Golpe

19 de abril del 2002

Hugo Chávez y el guión cambiado

Augusto Zamora R.
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En alguna parte cambiaron el guión. Ahora Venezuela debería estar bajo un régimen militar empresarial, con el ex presidente Chávez preso o en el exilio, sus seguidores bajo persecución o capturados y el señor Carmona pontificando sobre democracia, derechos humanos y libertades. Todo ello bajo la mirada satisfecha y complaciente del imperio, el establishment y los gobiernos americanos y europeos, que se apresuraron, con ansiedad mal disimulada, a alabar el golpe de Estado y a denostar más si cabía la figura de Hugo Chávez.
No hubo tal. La secuencia, tantas veces repetida en Latinoamérica, de golpes de Estado triunfantes e hipocresía internacional se vio interrumpida de forma imprevista. Al contrario de lo que esperaban los actores internos y externos, las calles de Caracas no rebosaron de gente aplaudiendo el derrocamiento del presidente venezolano y la imposición de un Gobierno de facto. Fue al revés. Decenas de miles de seguidores de Hugo Chávez (y puede que miles de no seguidores), desafiando el miedo, salieron a la calle a expresar su repudio al golpe. Las instituciones democráticas se repusieron rápidamente designando un presidente interino y reclamando el respeto al Estado de Derecho. Una decena de muertos, disturbios en las calles y la sublevación de una importante guarnición militar, sumada a las advertencias de otras, demostraron a los confabulados que el guión no prosperaba. El presidente Carmona fue obligado a renunciar, los golpistas se rindieron y el presidente constitucional (aunque le duela a tantos inciertos demócratas) fue restituido en su cargo.
Por más que las fuerzas derechistas venezolanas y externas presentaran el golpe militar como casual e improvisado, como reacción a la muerte de manifestantes antichavistas, el derrocamiento apestaba a conspiración. Se estaba ante un guión repetidamente puesto en escena en el área que sólo podía engañar a quienes ignoraran todo de Latinoamérica o a quienes, sumidos en su furia anti-chavista (y antidemocrática), optaron por la ceguera voluntaria y presentaron el golpe como medida profiláctica para salvar el sistema democrático rescatándolo de los delirios de un caudillo iluminado que llevaba el país al desastre. Juego propagandístico harto conocido que sigue revelándose eficaz.
Poderosos medios de comunicación en Venezuela y en el exterior habían mantenido una campaña sistemática de descrédito contra Chávez. La embajadora de EEUU en Caracas, Donna Hrinak, lanzaba durísimos ataques contra el presidente, hecho que siempre ha significado en la región la señal para el comienzo de la cacería.
La primera vez que se usó tal método fue contra el coronel Juan Jacobo Arbenz, en Guatemala. Electo en 1950, Arbenz puso en marcha importantes reformas que chocaron con la United Fruit Company.EEUU lanzó una campaña feroz de desinformación, boicoteo de la economía e infiltración del Ejército, apoyado por la oligarquía guatemalteca, la compañía frutera y las dictaduras regionales.En medio de la saturación informativa, Arbenz fue derrocado en 1954 en una operación de la CIA.
El siguiente episodio (fracasada la invasión de Cuba) tuvo como escenario República Dominicana. El reformista Juan Bosch, electo en 1964, afrontó una implacable campaña de intoxicación informativa y graves disturbios internos alentados por EEUU y la clase empresarial que desembocaron en un golpe de Estado. La reacción de un amplio sector del Ejército, que se proclamó fiel al sistema democrático, desembocó en combates en las calles con decenas de muertos. Esta situación sirvió a EEUU de pretexto para invadir el país en 1965, derrotar a las fuerzas constitucionalistas e imponer un régimen reaccionario.
Sin embargo, el gran laboratorio fue el Chile de Salvador Allende.Nunca en la región un Gobierno democrático había soportado una campaña tan sofisticada como cruel destinada a derrocarle. Dentro de esa campaña, hubo dos elementos centrales en las operaciones de la CIA. Uno, la economía, buscando reventar el país por medio de un boicot general. Dos, las Fuerzas Armadas, hasta entonces las más respetuosas con el sistema democrático de la región.En la guerra sucia contra la economía jugó un papel conspicuo la huelga de camioneros. Por su geografía, Chile dependía de éstos para mantener abastecida a la población y funcionando el país. La desestabilización de la economía implicaba también la evasión de capitales, hundir el precio del cobre («el salario de Chile») y bloquear créditos internacionales, amén de asesinatos, disturbios y estridencia propagandística. En este ámbito destacó el diario El Mercurio, columna vertebral de la campaña desestabilizadora.
La guerra contra el Gobierno sandinista tuvo otros derroteros por la fortaleza de la revolución, pero mantuvo ciertas estrategias reconocidas. Una de ellas, aparecida en un manual de la CIA capturado a la Contra, recomendaba asesinar a dirigentes civiles y achacar el crimen al Gobierno sandinista para disponer de mártires. La invasión de Panamá en diciembre de 1989 también estuvo precedida de intoxicación informativa, manifestaciones violentas, disturbios, boicoteo económico y, en el momento oportuno, muertos y heridos.
Los acontecimientos de la semana pasada en Caracas no se apartaban del guión. La huelga de Petróleos de Venezuela (que controla el salario del país) era similar, mutatis mutandis, a la de los camioneros en Chile décadas atrás. La manifestación contra Chávez, desviada oportunamente de la ruta autorizada para plantarla frente al palacio de Miraflores, tenía marca de fábrica. Los muertos eran elemento central, pues sin ellos hubiera sido más descarado el golpe. Hoy se sabe que había francotiradores de la policía de Caracas que cobran de una Alcaldía en manos de enemigos acérrimos de Chávez y que, según parece, fueron quienes provocaron el mayor número de víctimas.
Los sucesos siguientes se ajustaron a lo previsto por el guión tradicional. Hasta el sábado, cuando fue roto por una reacción inesperada para pasmo de los autores materiales e intelectuales del pucherazo.
La ruptura de guión ha sido inédita y espectacular. Uno de los elementos que ayudaría a explicarla es que los golpistas se creyeron su propia campaña de intoxicación informativa. Es decir, que Chávez era, efectivamente, como difundían sus medios, una figura desacreditada y débil, odiada por una población que apoyaría jubilosa el golpe militar. Así se explicaría el autoengaño de los socios extranjeros del antichavismo, que saludaron con gozo su caída mostrando su visión reducida y represiva de la democracia.
Un segundo error, vinculado al anterior, fue confundir las movilizaciones contra Chávez promovidas por el establishment con un descontento general hacia su proyecto político, al tiempo que despreciaban las manifestaciones a favor de Chávez, que igualaban o superaban las opositoras. De ello habrían colegido que podían romper, sin resistencia, el orden democrático. Puede que también hayan querido insertar su intentona como una más de las movilizaciones políticas que se vienen sucediendo en Latinoamérica en los últimos años forzando la renuncia de seis presidentes, el último en Argentina.Si acaso lo pensaron, los golpistas no habrían entendido que su tren marchaba en dirección contraria. Los presidentes depuestos por sus pueblos procedían del establishment caduco que mantiene a los países postrados y eran movilizaciones antiestablishment.Los golpistas venezolanos, por el contrario, intentaban restablecer en el poder a los dirigentes derrotados por Hugo Chávez.
Los golpistas, en fin, habrían presumido que la luz verde encendida por Washington intimidaría lo suficiente a los inconformes, sobre todo en el Ejército, al punto que éstos huirían o se recluirían en catacumbas políticas. En tal certeza, Estados Unidos se apresuró a justificar el golpe militar, imputando a Chávez la responsabilidad de su derrocamiento, en lo que fue vergonzosamente seguido por algunos gobiernos y partidos políticos europeos.
El contragolpe demostró lo errado de las apreciaciones desnudando la manipulación informativa. En primer término, probó que el fenómeno Chávez ha calado hondo en amplios sectores sociales y que tiene una base popular firme y fiel que se lanzó a las calles a demandar su liberación. En segundo lugar, que el movimiento y los partidos que ha creado y le apoyan están firmemente unidos entre sí y a su dirigente. Por tal motivo, en vez de buscar asilo en embajadas y huir, supieron reaccionar, mantener su cohesión y hacer valer el poder obtenido mediante los votos ciudadanos.También debe valorarse que no pocos se manifestaron en defensa de un sistema democrático que habría quedado gravemente quebrantado si los golpistas hubieran impuesto su voluntad.
Elemento central de este guión roto es el Ejército. Salvo la Dominicana de Bosch, los ejércitos latinoamericanos entrenados, armados y dirigidos por EEUU han respondido a los dictados del imperio. Desde principios del siglo XX, EEUU ha procurado controlar los ejércitos del área y más de 60.000 militares salieron de la tristemente célebre Escuela de las Américas, entre ellos unos 2.000 venezolanos a los que deben sumarse los salidos de otras academias militares y los entrenados en cada país. El objetivo es que los ejércitos actúen como muro de defensa de los intereses norteamericanos. No funcionó en Venezuela. Chávez salió del Ejército y con el Ejército ha desarrollado su proyecto político. Una mayoría del Ejército supo responder con lealtad a Chávez y a la Constitución bolivariana. Cabe pensar que, desaparecida la amenaza comunista y con los países en ruina, los ejércitos ya no son lo que eran y que su transformación puede estar apenas comenzando.
El continente tampoco es lo que era. En 1992 fue aprobada una reforma a la Carta de la OEA, para incluir la llamada «cláusula democrática», fortalecida después con nuevas declaraciones. Su propósito es, justamente, poner fin a los golpes militares que tanta sangre han derramado. De ahí que el Grupo de Río, que estaba reunido el día del golpe, condenara el pucherazo. De ahí que la OEA decidiera el envío de una misión urgente a Venezuela.
Entre las muchas conclusiones a mano, destaca la visión deformada que la derecha y los países ricos tienen de la democracia en los países pobres. Chávez, indudablemente, ha cometido muchos errores y pecados de verticalismo. Sin embargo, se trata de un presidente electo libremente y ningún grupo político, militar o económico puede usurpar la voluntad popular. Si los golpistas no se hubieran rendido, Venezuela podría estar hoy sumida en un baño de sangre. Algo que deberían anotar quienes apoyaron, dentro y fuera del país, el golpe de Estado.
* Augusto Zamora R. es profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Autónoma de Madrid.
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