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Venezuela: El Golpe

13 de mayo del 2002

La historia del golpe de Estado y la retoma del poder (I)

"Soy un Presidente prisionero"

Luis Cañón y Alexander Montilla, Diario Panorama

Rodríguez Chacín y Rangel le dicen a Chávez: tenemos nuestra vida para ofrecerle. Vete por favor, vieja, que las cosas se complican, le pide el Presidente a su mamá.

Es la una y treinta minutos de la madrugada del viernes 12 de abril. Venezuela está despierta. Con sus ojos asombrados mira a través de la televisión hacia el Palacio de Miraflores, donde se decide a esa hora la suerte de la Nación. Adentro, el presidente Hugo Chávez Frías comprende que sus opositores lo han puesto contra las cuerdas.
Una cascada de anuncios de altos oficiales de la Fuerza Armada Nacional, señalando que retiran su respaldo al Mandatario, apuntillada por el peso del general Efraín Vásquez Velasco, comandante del Ejército, le da el batazo final a la difícil situación del Jefe del Estado. Son en total 58 generales, de las cuatro fuerzas quienes se declaran en rebelión.
Sólo hay dos alternativas. La primera pasar de la batalla mediática, controlada a esa hora por los oficiales alzados, quienes lanzan sus proclamas a través de la televisión, a un choque real, enfrentándolos con las fuerzas leales. La otra posibilidad es la de iniciar una negociación con los rebeldes.
Chávez cuenta, de momento, con los dos mil hombres de la Guardia de Honor y la Casa Militar, armados de fusiles livianos FAL 762 y subametralladoras UZI, junto a seis tanquetas que protegen las afueras de Miraflores, donde las hojas húmedas de los chaguaramos se mueven inquietas.
El Presidente viste uniforme camuflado, boina roja de paracaidista y lleva una pistola. Su traje es una señal de combate, ya acordada, para la Brigada 42 de Palo Negro en Maracay. Sus compañeros de armas quedan advertidos de la obligación de rescatar a su jefe. Al mando de esa guarnición está el general Raúl Baduel, su amigo y compañero de viaje. Hay más respaldos posibles: el del general de división, Julio García Montoya. "Presidente, estamos aquí para vivir o morir, dígame en que momento lo hacemos", le ha dicho el alto oficial en medio de la tormenta. Así mismo le han confirmado su apoyo comandantes de batallones de tanques de caballería y de infantería, de Caracas, Zulia y otras regiones.
Pero el Jefe del Estado comprende que, pese al arsenal y el número de hombres con que cuenta, la FAN está dividida. Lanzarse a ese combate significaría partir en dos al país. Incendiarlo, como quien rasga una tela con una tijera y luego le prende fuego. Lo que se puede desencadenar es un conflicto de impredecibles consecuencias.
Es la hora de agachar la cabeza, de evitar un baño de sangre.
Su guardia pretoriana lo acompaña en el palacio de arquitectura barroca. Chávez ha estado rodeado desde tempranas horas, entre otros, por José Vicente Rangel, Adina Bastidas, Ramón Rodríguez Chacín, Aristóbulo Istúriz.
Hay más gente del gobierno, rondando por los corredores del Palacio. Hasta allí han llegado también sus padres: Hugo de los Reyes, maestro y antiguo copeyano y Elena, mestiza como su heredero.
-Vieja, por favor vete, que las cosas se están complicando, le dice el Presidente.
-No hijo, yo muero contigo, le responde doña Elena.
Desde la noche del jueves se discuten alternativas en el gobierno. Rangel, en medio del debate, plantea la posibilidad de atrincherarse en la base militar de Maracay, donde el Gobierno cuenta con la lealtad del general Baduel y sus hombres. Descartan ese movimiento: sería abandonar Miraflores, el símbolo del poder.
Se decide buscar comunicación con los oficiales rebeldes. El general Lucas Rincón, jefe de la FAN, quien ha estado junto con Chávez, marcha a Fuerte Tiuna a meter la mano en la candela.
-Ni usted ni yo sabemos, Presidente, qué está pasando allá.
-Vaya y me llama, le responde Chávez.
-Ya estoy aquí, en una oficina aparte. Están en el salón de sesiones debatiendo, hay mucha discusión. Están llegando civiles, le dice Lucas Rincón a Chávez en una comunicación telefónica.
Pronto los oficiales alzados descubren sus cartas: le envían al Presidente por fax su carta de renuncia, para que la firme.
"Yo les respondo con una serie de condiciones. Incluso hablo de lo que dice la Constitución. Nosotros lo hemos estado evaluando. Hemos analizado la renuncia, el abandono o la revocatoria popular del mandato, que contempla la Constitución", recordará después Chávez. Otra de las condiciones es que le garanticen la salida del país, junto a sus familiares.
El Mandatario llama a William Lara, presidente de la Asamblea Nacional. Intenta abrirle campo a una salida constitucional. El parlamentario llega a Palacio.
-William, a mí me gusta la idea del abandono del cargo por presión, en lugar de la renuncia porque tiene que ser ratificado por la Asamblea Nacional, le dice Chávez al jefe del parlamento.
Yo estoy dispuesto a irme, pero sin romper el hilo constitucional, insiste Chávez. Se trata de ganar tiempo. Sabe bien que sus fuerzas están dispersas, necesita tomar un respiro.
-Presidente, le dice Lucas Rincón en una nueva llamada, ¿cuál es su respuesta?. Acá están esperando su renuncia.
-Yo acepto abandonar el cargo, pero si se cumplen las condiciones que estoy exigiendo. Primero el respeto a los derechos humanos y la integridad de los que me acompañan en el Gobierno y de los oficiales que me apoyan, igual las mismas garantías para mí. Segundo, que se respete la Constitución que el pueblo se ha dado. Estoy dispuesto a abandonar el cargo ante la contundencia de los hechos, para evitar sucesos más graves y sangrientos. De nuevo plantea su posible salida del país.
-Bueno Presidente, si usted abandona el cargo, el alto mando también está dispuesto a renunciar, le responde Lucas.
Chávez se despide de sus ministros, uno a uno con un abrazo. Es un momento muy emotivo. Hay palabras de lealtad. "Nuestra vida es lo que tenemos para ofrecer", le han dicho Rangel y Rodríguez Chacín. "No hermanos, vayan, evitemos un desastre". Los ministros salen de Palacio por una puerta trasera. La Policía Metropolitana ya tiene rodeada la casa presidencial.
No hay nada qué hacer, la situación nos es adversa, les dice Chávez a sus amigos.
-Estamos dispuestos a morir aquí, Comandante, no se vaya, le han dicho jefes y soldados de su Guardia de Honor.
-No hijos, las armas apuntando al piso. No vamos a disparar, responde él.
Hay lágrimas, cánticos y abrazos.
El primer lugar a donde es conducido el Presidente es a la oficina del Cufan, en el propio palacio de Miraflores. Allí el general Manuel Antonio Rosendo, el tercera base de los juegos de béisbol en los años jóvenes de la Academia Militar y el menudo general Eliézer Hurtado Soucre, intentan convencer a Chávez de que renuncie, él se muestra dispuesto a hacerlo siempre y cuando le garanticen su salida del país, junto con sus familiares, lo mismo que el respeto a todo su gabinete y militares afectos y un retiro constitucional. Al final entrega su pistola a Hurtado y acepta ir a Fuerte Tiuna, cuando Vásquez Velasco se comunica con Hurtado y le avisa que está dispuesto a lanzar una ofensiva con tanques sobre Miraflores.
Chávez llama a monseñor Baltazar Porras, le explica su situación de prisionero y le pide que lo acompañe como garante de su vida. "Temo que se presente un baño de sangre, que no se respete la vida de mis ministros", le dice.
Un rato después, el país ve en la televisión a Lucas Rincón, quien asegura que el Presidente ha renunciado y pone su propio cargo a disposición del nuevo Gobierno. Son las tres y 25 minutos de la mañana. El país se estremece.
Chávez se dirige, en calidad de detenido a bordo de un automóvil blindado. Va en el puesto de atrás. A lado y lado están los generales Manuel Antonio Rosendo y Eliézer Hurtado Soucre. En el asiento delantero, junto al conductor, viaja el mayor Chourio, su más leal escolta. De aspecto de boxeador peso pesado, él lleva una ametralladora. Van a Fuerte Tiuna. Más atrás marcha el jefe de la Casa Militar, José Aquiles Vietry.
En el recorrido de quince minutos avanzan por la ciudad solitaria y asustada. La caravana que transporta al Jefe del Estado detenido toma la avenida Baralt, la misma a donde doce horas atrás se acercaron algunos de los integrantes de la gigantesca manifestación, convocada por Fedecámaras y la CTV, para protestar en contra del Presidente y pedir en coro su renuncia. Ahora reina el silencio en ese escenario donde en la tarde se escuchó el fuego de francotiradores contra la multitud indefensa.
Los disparos asesinos, que comprometen a seguidores del Gobierno y, tal vez, a algún sector de los opositores, que se valieron de hombres armados, cegaron la vida de varias personas y fueron el detonante que aceleró la crisis. Una crisis estimulada por los adversarios de Chávez, que no aguantaron su paquete de leyes habilitantes que toca demasiados intereses, su tono de desafío permanente a sus contradictores, su acercamiento a Cuba, su relación estratégica con los árabes, sus críticas al modelo neoliberal y su atrevida franqueza para cuestionar a Estados Unidos. La comisión de la verdad, que reclaman distintas fuerzas sociales, deberá decir que pasó, quiénes son los responsables de las muertes ocurridas en Caracas. El propio Chávez a su regreso del periplo de 47 horas por cuarteles y guarniciones militares, prometió que no habrá impunidad.
El grupo de adversarios lo integran, entre otros, empresarios caraqueños, asociados a Fedecámaras, los dueños de los medios de comunicación de la capital que cerraron filas en contra del Mandatario, el Gobierno de Estados Unidos que sabía de lo que podía ocurrir, los dirigentes de la CTV, cuya elección fue desconocida por el Gobierno, y sectores militares adversos a Chávez. Junto a ellos, una masa importante de clase alta y media, molesta con el estilo presidencial, que aprendió a expresarse a punta de cacerolazos y decidió rodear a los gerentes de Pdvsa, despedidos -está raspao- en una equivocada jornada de Aló Presidente, tal como terminó por reconocerlo el Jefe del Estado al volver de su forzada ausencia.
Hubo más de una reunión de los opositores, en las que no participó la embajada de EE UU., aunque se mantenía al tanto de lo que ocurría. A esos convites asistían Pedro Carmona, de Fedecámaras, su tutor Isaac Pérez Recao, de 32 años de edad, protagonista de primera línea en esta historia y heredero, junto a su hermano, de Venoco, un poderoso complejo petroquímico. También participan Daniel Romero, el antiguo secretario privado de Carlos Andrés Pérez, quien desde Miami sostenía comunicación permanente con Carmona, con Romero y algunas veces con Ortega. Junto a ellos personajes nacionales como Rafael Poleo, Alberto Paúl y otros que, como Pérez Recao, hacían de enlaces entre los oficiales dispuestos a cuestionar la autoridad de Chávez y el grupo de adversarios del Presidente.
Allí se planeó la seguidilla de declaraciones militares en contra de Chávez, el paro y la huelga general, idea que en principio no cuenta con el apoyo de Ortega. La oposición creía que podía forzar la renuncia del Presidente, amparados en el artículo 350 de la Constitución, que habla de la posibilidad que tiene "el pueblo de desconocer cualquier regimen o autoridad que contrarie los valores, principios y garantías democráticas". Pero su aventura termina mal.
Regresemos a donde está Chávez, quien es conducido en la madrugada del viernes a Fuerte Tiuna, en un evidente atropello. De inmediato lo trasladan al edificio de la Comandancia del Ejército. Ingresan por el sótano y lo llevan al quinto piso donde funciona la Inspectoría del Ejército. Ahí está el general Enrique Medina Gómez, rodeado de varios agentes de inteligencia militar, otros oficiales y monseñor Porras.
-Monseñor, perdone las ofensas. Se trata de diferencias ideológicas, no de asuntos personales, le dice el Jefe del Estado.
Chávez mira por un ventanal hacia abajo. Ve el patio de Honor, por donde pasó detenido el cuatro de febrero de 1992, tras fracasar en el intento de derrocar a Carlos Andrés Pérez. Allí lo llevaron a despojarlo de su uniforme militar, antes de conducirlo a la prisión de San Carlos.
De nuevo le colocan sobre la mesa la carta de renuncia.
La principal condición de Chávez, junto a la exigencia de que no se rompa el hilo constitucional, es que le garanticen la salida del país, junto a su familia, según lo acordado con Rosendo y Hurtado. Pero sus interlocutores no lo oyen y dicen que debe ser juzgado en el país.
-No firmo nada les dice Chávez. Ni siquiera mira el papel. "Soy un presidente prisionero", les advierte.
A esa hora, al país ya le han mentido a través de la televisión, mostrando un supuesto decreto mediante el cual Chávez anuncia la remoción de su gobierno y su propia renuncia.