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La vieja Europa

31 de julio del 2002

Visita del Papa a México: El primer santo indígena
Juan Diego ¿simbolo de sumisión o de resistencia?

Jesús Ramírez Cuevas
Masiosare
El culto guadalupano es un símbolo nacional de creyentes y laicos. Representa al mismo tiempo una manifestación cultural y de la religiosidad popular que se ha impuesto a pesar de la iglesia misma y del poder. Al ser tomada como estandarte por los insurgentes en la guerra de independencia, la Guadalupana se volvió en el símbolo de la nación mexicana. Ahora que el Papa convertirá en santo al indio Juan Diego no tiene sentido discutir su existencia histórica, pues se trata de un mito que sintetiza la creencia religiosa y parte de la identidad nacional

DESPUES DE 500 AÑOS, LA IGLESIA DE ROMA otorga a los indígenas un lugar que les negó por siglos. En este sentido, es importante destacar que la jerarquía católica reconoce a Juan Diego como santo indígena en un momento en que los pueblos originarios se están alejando de la iglesia y viven un proceso de diversificación religiosa. De hecho, en las zonas indígenas al sur del país (sobre todo Chiapas, Yucatán y Oaxaca) la deserción de los indios del catolicismo es un fenómeno inocultable en los últimos años.
La iglesia católica eleva a un indio, real o simbólico, a la condición de santo, en un intento por ampliar su presencia en las comunidades indígenas.
No importa si Juan Diego Cuauhtlatoatzin existió o si es sólo la imagen del indio que renunció a su cultura para abrazar la de los conquistadores, o si es la representación de un fervor popular de tal fuerza entre los indígenas que la iglesia tuvo que reconocer; el guadalupanismo y la misma existencia de Juan Diego se explican por sí mismos, por su persistencia. Algunos lo explican como un mito religioso usado por los misioneros para representar las antiguas tradiciones religiosas indígenas, que luego asumieron la forma de un sincretismo católico. Otros sostienen que la historia de las apariciones como un instrumento para lograr la evangelización de los indígenas. Otros más, explican al guadalupanismo como una invención criolla nacida en el siglo XVII para darle fuerza al naciente nacionalismo mexicano. Hay quienes cuestionan la ausencia de documentos históricos en los primeros 20 años que comprueben la existencia del hecho (después vinieron las versiones de la iglesia y los criollos). Pero hay quienes, sin negarlo, hablan del simbolismo que encierra: la representación de la conquista material y espiritual del "nuevo" mundo.
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A Juan Diego no se le puede sacar del ámbito religioso y cultural. En ese sentido, el Papa estará canonizando a un símbolo, Juan Diego, que representa al indio que vivió la conquista y la colonización, que fue producto de ellas. La evangelización de los indios de la iglesia fue la cara espiritual de la conquista.
El indio chichimeca divinizado es ejemplo del sincretismo indígena que adaptó sus creencias religiosas al nuevo culto de los europeos para sobrevivir (literalmente, en menos de un siglo fueron arrasados más de 25 millones de indígenas en México).
El significado de su canonización admite diversas lecturas. Hay una disputa por la apropiación de lo que Juan Diego representa tanto para la Iglesia como para la sociedad. Para la jerarquía católica es una ceremonia incómoda ya que pone de realce la situación en la que viven hoy los indígenas y la postura que debe asumir la iglesia hacia ellos (no hay que olvidar que el indio no evangelizado fue considerado apóstata hasta hace poco y candidato al castigo civil y eclesial).
Es indudable que hay intereses comerciales y políticos, dentro y fuera de la iglesia, que buscan utilizar la imagen de Juan Diego para sus fines: para unos representa el indio postrado, sumiso y taciturno a la espera de la misericordia gubernamental o eclesial; aquel que siendo despojado o explotado, nunca protesta ni se queja. Esta es la perspectiva racista, adornada de un paternalismo hipócrita que comparten jerarcas, políticos y empresarios (y no pocos sectores de la sociedad).
Para algunos obispos como Rául Vera, es un buen momento para destacar al indígena como actor social, sujeto con derechos y cuya dignidad comienza por el respeto a su identidad cultural y religiosa. Es la oportunidad de la iglesia para reconciliarse con los indios explotados y excluidos durante siglos. Y más aún, se hace eco de la propuesta de crear una iglesia autóctona, indígena, como la ha defendido el obispo Samuel Ruiz.
A los indígenas que profesan la fe católica y los que no la profesan pero que ven con simpatía esta reivindicación simbólica e histórica, representa el reconocimiento de su lugar en la nación, al tiempo que encarna su reclamo a favor del respeto a sus derechos y a su cultura. Demanda hoy representada en los Acuerdos de San Andrés y en la exigencia de una reforma constitucional que reconozca sus reivindicaciones territoriales, autonómicas y democráticas.
Hay quienes ven este acto de santificación del indio chichimeca como "una maniobra de mestizos y criollos" más que una reivindicación indígena. En contraste, sectores de la derecha mexicana buscan un Juan Diego más mestizo o al que le encuentran un pasado como noble indígena, como lo hallaron los criollos y mexicanistas en los siglos XVII y XVIII.
Aún hay quien ve en Juan Diego un personaje más audaz: el indígena que para salvar un culto religioso antiguo ayuda a transfigurarlo en católico (el paso de Tonantzin a Guadalupe). Su manifestación es el sincretismo religioso indígena que significa también su resistencia cultural, la combinación de imágenes cristianas y festividades indígenas, ceremonias de adoración a sus antiguos dioses ocultos detrás de los altares de las iglesias.
En la discusión actual hay quienes pintan a Juan Diego como un indio humilde y de clase baja, otros como un noble, de una casta superior en la sociedad indígena. En este debate el clasismo y el racismo se hermanan. Muchos no pueden aceptar que un indio cualquiera pudiera tener un encargo divino o el que sea.
La virgen de Guadalupe para algunos, representa a Tonantzin, la madre tierra, la madre de todos los dioses que venció simbólicamente a la virgen de los Remedios que traían los conquistadores. Hay que recordar que Cortés traía la imagen de la Virgen de Guadalupe que se venera en Extremadura, pero no es morena. Un dato curioso: en la única batalla ganada por los mexicas a las tropas españolas e indígenas dirigidas por Hernán Cortés, conocida como la "Noche triste", los europeos perdieron la imagen de la virgen de los Remedios.
Los muchos Juan Diegos
No existiendo ningún documento histórico en los años que, dice la iglesia, se le apareció la virgen de Guadalupe al indio de Cuauhtitlán (ni siquiera el testimonio de Fray Juan de Zumárraga, obispo de México en ese entonces), las autoridades eclesiásticas han retomado los testimonios escritos y orales surgidos 20 años después y más para impulsar la canonización. Por cierto, en uno de los testimonios orales recopilados incluso se dice que la tilma de Juan Diego fue pintada por un indio de nombre Marcos.
Según la iglesia católica, la Virgen de Guadalupe se le presentó a Juan Diego en 1531. El documento más antiguo al respecto, es el códice Nican Mopohua ("Aquí se narra") elaborado por el indígena Antonio Valeriano en 1556. Ahí se fecha la muerte de Juan Diego en 1548 (el mismo año que Zumárraga). Con el tiempo surgieron otros escritos y testimonios indirectos sobre la existencia del culto guadalupano. Por cierto, el original del Nican fue sustraído por el general norteamericano Winfield Scott durante la invasión a México en 1847.
Ahí se dice que el verdadero nombre del indio "elegido" es Juan Diego Cuauhtlatoatzin ("el águila que habla") y cuenta de su origen y sus encuentros con la divinidad. En el códice Nican Mopohua se dice que Juan Diego era "un indito, un pobre hombre del pueblo, un macehual".
En una biografía que difunde la iglesia católica a través del Centro de Estudios Guadalupanos se dice: "Juan Diego Cuauhtlatoatzin, indígena chichimeca nacido en Cuauhtitlán en 1474. De clase media, realizaba trabajos de alfarería. Fue de los primeros naturales evangelizados en la Nueva España".
La imagen más antigua de Juan Diego es un retrato hablado del siglo XVIII –de la colección de Lorenzo Boturini quien lo denominó "el verdadero retrato de Juan Diego"– que le fue presentado al pintor oaxaqueño Miguel Cabrera que lo retocó para españolizar su imagen. Esa pintura no se colocó en la ceremonia en que el Papa ratificó su beatificación el 6 de mayo de 1990, porque el entonces abad Guillermo Shulenburg aseguraba "que un beato y un santo no pueden estar de rodillas, sino que deberían estar de pie". Esta imagen es la que aparece en el cartel oficial de la canonización que efectuará el Papa el 31 de julio en la Basilica de Guadalupe. Por esta razón, Juan Diego sólo aparece de la cintura para arriba para que no se vea que está de rodillas frente al Papa.
Los rasgos europeos del personaje llevaron a especialistas y feligreses a cuestionar la imagen presentada, al grado de que la jerarquía admitió que no hay una imagen oficial del nuevo santo.
Si fuera Juan Diego no debería tener barba, mediría poco más de 1.60 metros, tendría pelo lacio, no ondulado, cuerpo proporcionado y más robusto de tanto caminar, ojos más rasgados y no tan redondos, y más bien lampiño que el barbado de Cabrera que se parece más a Hernán Cortés que a cualquier indígena.
El primer relato sobre las apariciones lo escribió el sacerdote Miguel Sánchez en 1648, más de 100 años después del hecho. Este escrito coincide con el esfuerzo de los criollos por forjar una historia propia y lograr una identidad que los distinguiera de España. Fue hasta el siglo XVII que se reconoció su culto.
Llama la atención entre los documentos recopilados por la iglesia, el "Testamento de una parienta de Juan Diego" (una cacique de Texcoco del siglo XVI) donde habla de la aparición de la virgen de Guadalupe, donde se consigna la expresión to axcatzin: "que la virgen es de nosotros los indios".
Hay una contradicción entre el Nican Motecpana (escrito en el siglo XVII influido por el nacionalismo criollo) y el Nican Mopohua (siglo XVI), éste último dice que Juan Diego era un macehual, un indio de la clase baja, en el primero se dice que era un noble indígena, con un cargo importante, acomodado y dueño de tierras. La solución que han encontrado los católicos de hoy ven en Juan Diego, no un indio común y corriente, sino un noble, es decir que abandonó todo por causa de la Guadalupana, volviéndose un indio pobre.
El Centro de Estudios Guadalupanos hay textos que hablan del origen noble de Juan Diego explicando que "sólo los nobles de aquellos tiempos, o los muy principales, se vestían con telas de algodón, reservándose a la gente común los tejidos de fibra de maguey o agave".
Según Roberto Robles Nieto, médico por la UNAM y doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad de Santo Tomás en Roma (difundida por los católicos de San Pedro Garza García y la jerarquía católica): El nombre de Juan Diego era Cuauhtlatoa pero se le agregó "tzin". Cuauhtlatoatzin; que indica señorío y se traduce por 'La Venerable Aguila que habla'."
En otro relato presentado por la "Academia del Beato Juan Diego", se le presenta como "un buen hombre de clase 'macehual' o baja". Del guadalupanismo dice: "Una devoción circunscrita en sus inicios a los naturales, pasó a ser la de los mestizos y los criollos, y pronto se universalizó". Más aún, en el documento se dice que "los criollos, los indígenas y las castas se unieron en la veneración de la Guadalupana, que representa a la patria criolla. Esta veneración se convirtió en factor de unidad nacional".
La carta pastoral por la canonización del beato Juan Diego Cuauhtlatoatzin, dirigida por el cardenal Norberto Rivera, habla del macehual y se congratula que "Juanito, Juan Dieguito" será el primer indígena inscrito en el Catálogo de los Santos.
En contraste, el autoproclamado "obispo de la tierra de Juan Diego", Onésimo Cepeda declaró a la prensa cuando promovía su celebración masiva, que "Juan Diego no era un indio pata rajada" sino un indígena noble al que la Virgen de Guadalupe envió como mensajero.
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En la tradición oral náhuatl todavía se escuchan los ecos de la Tonantzin que se confunden con Guadalupe: "Apareció, así lo dicen los jefes, en el cerro de Anáhuac, una señal en el mismo cielo, a donde llega la manzana del Volador: una mujer con gran importancia, más que los mismos emperadores, que a pesar de ser mujer, su poderío es tal que se para frente al sol, nuestro dador de vida, y pisa la luna, que es nuestra guía en la lucha por la luz, y se viste con las estrellas, que son las que rigen nuestra existencia y nos dicen cuándo debemos sembrar, doblar o cosechar... Nuestros mayores ofrecían corazones a Dios para que hubiera armonía en la vida. Esta mujer dice que sin arrancarlos, le pongamos los nuestros en sus manos, para que ella los presente al verdadero Dios".
Guadalupe, ¿una deidad indígena cristianizada? Y Juan Diego, ¿indio sumiso o rebelde?




Testimonio de Ricardo Robles misionero jesuita
Las teofanías indígenas en la Tarahumara
-Un día iba de viaje por los sinuosos caminos de la Sierra Tarahumara, iba fastidiado con el viaje a pesar del majestuoso paisaje. Me acompañaba un muchacho indígena rarámuri. Los vaivenes de la camioneta hacían menos pronunciados los largos silencios. De repente, a medio camino, de la nada, el joven me pregunta a bocajarro:
–Oye, ¿a ustedes lo de las flores sólo les pasó una vez?
Yo me desconcerté y le respondí que no entendía su pregunta. ¿De cuáles flores me hablas? Yo no se a qué te refieres. ¿De qué se trata?, le reviré.
El me explicó tranquilo: "De ese papel que tienes en tu mesa allá en Ba'wichiki (la comunidad donde era misionero)". Yo seguí sin entenderlo. Tras variadas referencias, por fin caí en la cuenta de que me estaba hablando de un folletito de estos populares sobre las apariciones guadalupanas.
–¡Ah! –le dije–. Eso de las flores... fue cuando bajó la Virgen de Guadalupe en sus apariciones. Bueno, no sólo nos ha sucedido una sola vez sino que fue a ustedes a los que les sucedió, porque Juan Diego era un indígena –le expliqué, convencido de haber resuelto su duda.
–Ah... –dijo y se quedó callado.
La conversación siguió después y me quedó claro que para los indígenas las manifestaciones divinas son frecuentes. Reverberaba en mi cabeza la frase "una sola vez" que el joven subrayó. Eso me recordó las muchísimas veces que he oído narraciones en las comunidades que habla de que Dios baja y se presenta a los indígenas para muchos motivos. A veces dicen que es alguien de allá arriba que lo representa para manifestarse, para comunicar designios o advertencias, augurios. Muchas veces lo había oído y me parecía estrafalario hasta que terminé por tomar en serio esos relatos.
Recordé que la forma en que los pueblos hacen las narraciones de su historia es a través de hechos ejemplares, creativos o aleccionadores. Para los rarámuris, Guadalupe formaría parte de esas narraciones, como otra serie de leyendas que hay por acá. Y cómo, entonces, el hecho Guadalupe es un abstracto simbólico donde los pueblos indios están narrando su propia historia. Son teofanías, manifestaciones de Dios al hombre, que entre los pueblos indígenas son muy cotidianas y frecuentes.
Así recuerda el Padre Ricardo Robles el momento en que reencontró a Juan Diego en la figura de los indios de su misión. Desde hace 39 años, el cura jesuita es misionero en las comunidades rarámuris de la Sierra Tarahumara. Con esa vasta experiencia de ese otro México, el padre Robles participó junto con representantes de otros pueblos indios en los diálogos de paz de San Andrés, Chiapas. A la luz de sus vivencias entre los rarámuris, Ricardo Robles reflexiona sobre la canonización del primer santo indígena de la historia:
"Los símbolos de Guadalupe son muy ricos. Yo creo que ese símbolo muestra otra cosa que un indio sumiso a la iglesia. Nos enseña a un Juan Diego de pie ante el obispo y no arrodillado. Está reclamando, exigiendo, un lugar indígena dentro de la iglesia, su espacio propio de expresión indígena. Es el que casi le arrebata al obispo su lugar y su reconocimiento. Y como así funciona el símbolo para los indígenas, ellos son los dueños actuales del mismo.
"Para los indígenas la historia de Juan Diego es la historia de los pueblos, no de un individuo maravilloso, de pueblos maravillosos. Esa es la reinterpretación cultural de los pueblos indígenas y la ponen al servicio de la colectividad. Y en este caso, siendo originalmente un mecanismo de opresión, la canonización de Juan Diego para las comunidades viene a reforzar los procesos autonómicos de los pueblos desde la fe".
"Juan Diego sigue siendo un desafío a la iglesia, de lo que le están exigiendo a las autoridades de que cumplan los Acuerdos de San Andrés, de que manden obedeciendo, de que respeten a los demás, es una petición de que la jerarquía esté al servicio de los pueblos. Al referirse a la idea de que la iglesia tiene una deuda con los pueblos indígenas y tendría que pedirles perdón. El padre Ricardo Robles sostiene:
"El perdón dentro de la ética rarámuri es una cosa seca, hueca. La única manera de reconciliación verdadera es ponerse de acuerdo las dos partes para hacer una restitución por el daño hecho. Yo no sé si como institución la iglesia será capaz de esa coherencia. Me gustaría esperarlo, pero como dicen los textos bíblicos: 'la iglesia es santa y pecadora'".
Y concluye: "Se trata de devolverles la libertad, la autonomía que la iglesia contribuyó a quitarles durante los siglos en que ha sido parte del poder occidental. Excepcionalmente se ha puesto del lado de los pueblos indígenas, sería lo mínimo para resarcir el daño moral".