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La vieja Europa

Mentiras de guerra en Kosovo

Robert Fisk

Traducción para Rebelión de Beatriz Morales Bastos
Durante el conflicto de Kosovo se demostró que los media no sabían resistir a la nueva propaganda de guerra.

POCO DESPUÉS DE LA LLEGADA de las tropas de la OTAN a Prístina en junio, Kathy Sheridan, del Irish Times, fue en coche a Vucitrn, una siniestra y pequeña ciudad en manos de las fuerzas de seguridad serbias. Una vez allí, vio un cadáver aislado tirado en una calle y a muchos policías del ministerio del interior serbio, más conocidos por el acrónimo MUP. Tras volver a Prístina a toda velocidad, declaró a un periodista de la radio BBC que había visto un cadáver en Vucitrn, pero que aquello estaba "lleno de policías serbios". Unos minutos después la BBC difundió un reportaje según el cual una enviada especial irlandesa había descubierto Vucitrn "alfombrado de cadáveres".
Una hora después me encontré con Keith Graves, de la cadena SkyTV, a las puertas del Gran Hotel de Prístina, preguntando a un oficial británico cómo podía hacer, según él, para enviar un equipo de TV a Vucitrn para grabar todos esos muertos. Empezaba a anochecer y Keith Graves, periodista lleno de recursos y realista, prefirió dejar el viaje para el día siguiente. Fue entonces cuando se enteró de la verdad: la BBC, simplemente, había amañado las declaraciones de Kathy Sheridan. La periodista irlandesa obtuvo de la radio británica la promesa de que podría explicar a la audiencia lo que realmente había visto. Cuál no sería su sorpresa y su ira cuando constató que la emisión había sido finalmente anulada. Comentario de Keith Graves: "el verdadero problema, a partir de ahora, es que el público sólo quiere historias de atrocidades". Y de hecho eso es lo que los periodistas le han ofrecido durante días y días.
No era difícil encontrar osarios. Incluso antes de que las fuerzas de la OTAN hubieran penetrado en los pueblos al norte de Pec, en la principal carretera que llevaba a Prístina -llena de restos de camiones, de animales muertos y de casas en llamas- me crucé con personas deseosas de enseñarme los cadáveres de los suyos. Su pueblo se llamaba Coska y cuando entramos en esa aldea en ruinas, los relámpagos iluminaban un cielo sombrío. Más de treinta hombres habían sido ejecutados por la policía especial serbia, nos dijeron. También estaban deseosos de enseñarnos fragmentos de esqueletos carbonizados, columnas vertebrales, dedos, una alianza. Incluso encontramos a la viuda del dueño de este anillo. Este hombre y otros albaneses separados de sus mujeres habían sido fusilados y quemados dentro de tres casas vacías por los serbios.
Yo sabía cómo se iba a contar esa historia. En su horrible persecución de la población albanesa de Kosovo, los serbios han cometido actos horribles -lo cual es completamente exacto. A lo largo de todo el enfrentamiento, la OTAN no había dejado de afirmar que ellos masacraban a estas pobres gentes y ahora todo el mundo podía ver las pruebas de ello. Y de esta manera -también esta vez yo había adivinado la lógica subyacente- se veían justificados el bombardeo aéreo de Yugoslavia y, de forma más general, la cruel guerra iniciada en marzo por la OTAN. La Alianza había "liberado" Kosovo al final de una guerra "en defensa de los valores" -utilizo adrede las expresiones de Tony Blair. Y maldito sea cualquiera que sugiera que nunca había tenido lugar ese conflicto insensato.
DESDE EL PRINCIPIO, la mayoría de nuestros colegas periodistas actuaron en manada durante las ruedas de prensa cotidianas de la OTAN. Ni siquiera se atrevieron a preguntar al portavoz, Jamie Shea, acerca de la supuesta destrucción del III ejército yugoslavo; acerca del nombramiento como comandante en jefe del ejército de liberación de Kosovo (UCK) de Agim Cecu, uno de los responsables de la "depuración étnica" de Krajina por parte del ejército croata; por el hecho de que las condiciones finalmente aceptadas por la OTAN para "acabar" con la guerra eran claramente menos duras que los términos de la paz que la OTAN había querido imponer a Serbia en Rambouillet. Aun cuando se reveló que en la extraordinaria victoria sobre el ejército yugoslavo, éste sólo había perdido trece de sus blindados y se había retirado de Kosovo con su equipamiento casi intacto, en la sede de la OTAN los periodistas permanecieron callados como corderitos.
¿ERA RELAMENTE necesario que fuera así? ¿Estaban obligados los enviados especiales de la prensa escrita, de la radio y de la televisión a comportarse como loros de repetición de los generales de la OTAN y de los secretarios de Estado? Hacia el final de los bombardeos -nótese de paso que la mayoría de los periodistas utilizaron la expresión "campaña aérea", como si los Mig serbios se precipitaran cada día a combatir en los cielos los aviones de la OTAN-, el Sr. Shea se permitió afirmar que el hospital de Sudurlica había servido de objetivo porque, de hecho, se trataba de un cuartel. Esta declaración era absolutamente falsa. Visitamos el sanatorio y vimos los lamentables restos de los muertos, uno de los cuales era una joven poetisa de diecinueve años: ni uno sólo de mis colegas preguntó a la OTAN sobre esta mentira.
Asimismo, muy pocos periodistas protestaron desde un punto de vista moral por el bombardeo de la sede de la televisión serbia en Belgrado. Unos dos días antes del bombardeo, en el cuartel general de la CNN en Atlanta se había avisado a sus empleados que el inmueble iba a convertirse en objetivo. Se les dio la orden de retirar sus equipos y lo hicieron. Fue entonces cuando el ministro serbio de información, Aleksandar Vucic, persona próxima a Milosevic y, por lo tanto, un objetivo selecto para la OTAN, fue invitado a la sede para participar temprano por la mañana en la emisión del famoso presentador de la CNN, Larry King -incluso se le pidió que llegara una hora antes para ser maquillado. Vucic dice que llegó tarde. La CNN asegura que doce horas antes había anulado la cita. De haberse mantenido, hubiera estado allí en el momento de los bombardeos que, entre otras personas, mataron a la maquilladora. Para la CNN no es más que una coincidencia. Esperemos que sea así.
En cambio, no es fruto del azar la negativa de los media de investigar acerca de las condiciones de paz sometidas por la OTAN a la firma de los serbios en París a mediados de marzo. Según los términos del acuerdo, conocido como de Rambouillet, Belgrado tenía que aceptar que las fuerzas de la OTAN pudieran desplazarse por toda Yugoslavia, incluida la capital, y que los kosovares (el 90% de los cuales son albaneses) tuvieran la posibilidad de decidir acerca de su futuro al cabo de tres años. Lo cual, en materia de paz, para los serbios venía a ser más bien una especie de rendición: no sólo se pisoteaba la soberanía yugoslava sino que se corporizaba la futura independencia de Kosovo.
LOS YUGOSLAVOS SE NEGARON A FIRMAR. Y la OTAN desencadenó la guerra. Entonces los serbios emprendieron una brutal "depuración" étnica respecto a la mitad al menos de la población albanesa de la provincia. Cuando al cabo de cinco o seis semanas los bombardeos empezaron a eternizarse, muchos colegas se pusieron a insistir en la línea de la OTAN: la Alianza luchaba "para que los refugiados pudieran volver a sus hogares". Ni un periodista señaló que la mayoría de estos se encontraba precisamente en sus hogares cuando estalló la guerra y que los serbios habían advertido (la fórmula es del general Nebojsa Pavkovic) que "arreglarían cuentas" con los albaneses si la OTAN atacaba Yugoslavia. Además, el general Wesley Clark, comandante supremo de la OTAN, reconoció que la tragedia épica de los refugiados era "totalmente previsible" -pero ni un periodista le preguntó por qué no había compartido en aquel momento esa información con nosotros.
Llegó el momento en que los serbios firmaron la paz con la OTAN, la Unión Europea y los rusos. Entonces se cayó en la cuenta de que las fuerzas de la Alianza sólo intervendrían en Kosovo -no se beneficiarían, pues, de ninguna libertad de movimientos en el resto de Serbia- y que el "mecanismo" que permitiría a los albaneses acceder a la independencia tres años más tarde había desaparecido misteriosamente. Otros tantos elementos importantes, fundamentales, que la prensa, la radio y la televisión ignoraban de nuevo.
Otro hecho significativo: con mucho, norteamericanos y británicos estaban menos inclinados a discutir la autoridad -lo cual es el deber de un periodista de un país democrático en tiempo de guerra- que los franceses. Mientras que las "Noticias del guiñol" del Canal + francés se dedicaba a hacer una sátira virulenta de las conferencias de prensa de Jamie Shea -dos días consecutivos, la marioneta que lo representaba se excusó de que un misil hubiera alcanzado un autobús y después expresó vibrantes excusas por que hubiera sido abatido un Mig 29- los anglosajones mantuvieron hasta el final su aspecto afectado. Cuando acudí a Bruselas para plantear, en uno de esos puntos de prensa cotidianos, una pregunta sobre el uso de municiones de uranio empobrecido, aparentemente responsables de numerosos cánceres en Iraq, un general admitió que la OTAN las había utilizado -reconocimiento transmitido en directo. Pero cuando la CNN preparó la cinta para una futura emisión, tanto mi pregunta como la respuesta del general habían sido cortadas misteriosamente.
Hace poco, el encargado de prensa de Blair, Alstair Campbell, hablaba enfáticamente ante el Royal United Services Institute de Londres acerca de la manera como los periodistas habían sido arrastrados por la "máquina de mentiras de los serbios" -ignorando, desde luego, a sus dóciles colegas que se arremolinaban en las "misas" de la OTAN. Y volvía a hablar sobre el viejo tema, manido a fuerza de haberlo utilizado a lo largo de toda la guerra: si la OTAN mataba inocentes, era por accidente, mientras que los serbios los mataban voluntariamente.
Este argumento infantil plantea dos cuestiones. En primer lugar, el ataque aliado contra Yugoslavia se volvió tan inmoral que al final era casi imposible creer que una aviación que había bombardeado constantemente hospitales, puentes, un tren, dos autobuses, el puente de un pueblo en un día de mercado y numerosas casas al mismo tiempo que cuarteles y refinerías, no apuntaba deliberadamente a los civiles con la intención de poner a Serbia de rodillas.
Pero también existe la mentira por la cual los serbios habrían cometido atrocidades voluntarias aunque la OTAN no hubiera entrado en guerra. En resumen, el compromiso total a favor de la OTAN representaba el deber patriótico de todo periodista. Es cierto que los serbios son culpables de violaciones, de ejecuciones en masa y de crueldades contra los civiles kosovares. Pero la naturaleza de la paz que ha cerrado esta guerra sugiere que esta última hubiera podido no haber tenido lugar. Esta guerra debería haber sido evitada.
¿HACE SU MUERTE MENOS DOLOROSA, más aceptable, el que las víctimas serbias hayan muerto accidentalmente?¿existe mucha diferencia entre ser decapitado por una bomba de fragmentación de la OTAN o por una granada serbia autopropulsada? Es cierto que sobre la conciencia de los serbios pesan crímenes horribles - verdaderamente horribles a juzgar por lo que yo vi en Coska- mientras que la OTAN no pretendía (debemos, cuanto menos, esperarlo) matar civiles. Pero si esta guerra no era indispensable, entonces los muertos de los que la OTAN es responsable tienen un peso enorme. Y los periodistas que trabajan desde Yugoslavia, lejos de ser los instrumentos de una "máquina de mentiras" cualquiera, han proporcionado un doloroso pero necesario informe de lo que nosotros -nosotros: la OTAN, nuestra civilización occidental- hicimos sufrir a los serbios.
El último ataque a los periodistas que no se doblegaron vino de algunos reporteros. En el The Irish Times una colega independiente me acusó de crear una "paridad entre las víctimas" -una expresión pueril, aunque peligrosa- porque a principios de junio predije, a justo título, que "Kosovo había sido `limpiado étnicamente´ primero por los serbios. Y en unos días -a más tardar, dos semanas-, los serbios serán a su vez `limpiados étnicamente´ por los aliados albaneses de la OTAN". Esta cita no sólo estaba fuera de contexto sino que, sobre todo, mi verdadero pecado era tener razón.
Después, la mayoría de la población serbia de Kosovo huyó de la región, así como cerca de la mitad de los gitanos. Los civiles serbios a los que yo vi amontonados en sus coches o apretados, con lágrimas en los ojos, sobre los tractores de sus granjas eran tan inocentes como los albaneses odiosamente expulsados de su patria dos meses antes. Pero el mero hecho de que estos nuevos refugiados fueran serbios bastaba para hacer que se olvidara su estatuto de víctimas. Pensaba en los alemanes de los Sudetes y de los territorios orientales de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. En ese momento no nos preocupamos de ellos. "Sólo tienen lo que se merecen", pensábamos. Y ahora permitimos que se "demonice" a todo un pueblo, los serbios, a causa de los crímenes de su gobierno y de sus detestables paramilitares.
¿Y por qué nos comportamos así? En su célebre novela Scoop, la escritora británica Evelyn Waugh se entrega a una magnífica parodia de los corresponsales extranjeros que todo periodista, tanto francés como británico, debería leer: "Por lo que se refiere a la política, dijo Lord Cooper del Daily Beast [La Bestia Salvaje Cotidiana] lo que la opinión británica quiere al principio, al final y todo el tiempo son novedades. Recuerde que los patriotas tienen razón y que van a ganar. Pero deben lograrlo rápidamente. Los británicos no se interesan por guerras que se eternizan sin acabar. Algunas victorias fulgurantes, algunos soberbios actos de valentía personal por parte de los patriotas y una entrada pintoresca en la capital: esa es la política del Beast en materia de guerra".
Las tropas británicas entraron en Prístina el sábado 12 de Junio de 1999. Scoop fue escrito en 1938.
Robert Fisk es periodista de The Independent, Londres.
Traducción del francés por Beatriz Morales Bastos a partir del artículo "Mesonges de guerre au Kosovo", publicado en la revista Manière de Voir, nº63 Mai-Juin 2002 de Le Monde Diplomatique, sobre el tema: L'Empire des medias.