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La vieja Europa

14 de julio del 2002

Una declaración de Independencia del Ciberespacio

John Barlow
Traducido para Rebelión por Germán Leyens revisado por Tatiana de la O

Oigan, gobiernos del mundo industrial, ustedes, exhaustos gigantes de carne y acero, vengo de Ciberespacio, del nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, les pido, entes del pasado, que nos dejen tranquilos. No los queremos. Ustedes no tienen soberanía sobre los sitios en los que nos reunimos.
No tenemos un gobierno elegido, ni es probable que lo tengamos, así que me dirijo a ustedes sin más autoridad que aquella con la que siempre habla la libertad. Declaro que el espacio social global que estamos construyendo es naturalmente independiente de las tiranías que ustedes tratan de imponernos. No tienen el derecho moral de gobernarnos ni poseen ningún método de imposición que tengamos alguna razón real de temer.
Los gobiernos derivan sus justos poderes del consenso de los gobernados. Ustedes no nos han solicitado el nuestro, ni lo han recibido. No los hemos invitado. Ustedes no nos conocen, ni conocen nuestro mundo. El ciberespacio no se encuentra dentro de sus fronteras. No piensen que pueden construirlo como si fuera un proyecto de construcción pública. No pueden. Es un acto de la naturaleza y crece sólo a través de nuestras acciones colectivas.
Ustedes no han participado en nuestra grande y creciente conversación, ni han creado la riqueza de nuestros mercados. No conocen nuestra cultura, nuestra ética, ni los códigos no escritos que ya suministran a nuestra sociedad más orden del que se podría obtener a través de alguna de sus imposiciones.
Argumentan que hay problemas entre nosotros que ustedes tienen que resolver. Utilizan esa afirmación como una excusa para invadir nuestros territorios. Muchos de esos problemas no existen. Donde haya verdaderos conflictos, donde haya errores, los identificaremos y los confrontaremos con nuestros propios medios. Estamos formando nuestro propio Contrato Social. Estos preceptos se impondrán según las condiciones de nuestro mundo, no del suyo. Nuestro mundo es diferente.
El Ciberespacio consiste en transacciones, relaciones, y pensamiento en sí, desplegados como una enhiesta oleada en la red de sus comunicaciones. El nuestro es un mundo que está por todas partes y en ninguna, pero no donde residen los cuerpos.
Estamos creando un mundo al que todos puedan entrar sin privilegios o prejuicios por raza, poder económico, fuerza militar o lugar de nacimiento.
Estamos creando un mundo donde cualquiera, en cualquier sitio, pueda expresar sus creencias, sin importar cuán singulares sean, sin temor de ser coaccionado para que guarde silencio o muestre conformidad.
Sus conceptos legales de propiedad, afirmación, identidad, movimiento, y contexto no nos tocan. Se basan en la materia. Aquí no hay materia.
Nuestras identidades no tienen cuerpos, así que a diferencia de ustedes no podemos imponer el orden mediante la fuerza. Creemos que nuestros preceptos emergerán de la ética, de un interés personal progresista, del bien de la comunidad. Nuestras identidades pueden distribuirse por muchas de sus jurisdicciones. La única ley que nuestras culturas constituyentes reconocería en general es la Regla de Oro. Esperamos poder construir nuestras propias soluciones sobre esa base, pero no podemos aceptar las soluciones que ustedes tratan de imponer.
En EE.UU., ustedes han creado hoy una ley, la Ley de Reforma de las Telecomunicaciones, que repudia su propia Constitución e insulta los sueños de Jefferson, Washington, Mill, Madison, DeToqueville, y Brandeis. Debemos llegar a hacer renacer esos sueños.
Están aterrados por sus propios descendientes, porque son nativos de un mundo en el que siempre serán inmigrantes. Porque les temen, confían las responsabilidades paternas a sus burocracias; son demasiado cobardes para confrontarlas ustedes mismos. En nuestro mundo, todos los sentimientos y expresiones de humanidad, desde las degradantes a las angelicales, forman parte de un todo perfecto, la conversación global de los bits. No podemos separar el aire que asfixia del aire sobre el que se despliegan nuestras alas.
En China, Alemania, Francia, Rusia, Singapur, Italia y EE.UU., están tratando de aislar el virus de la libertad erigiendo puestos de guardia en las fronteras del Ciberespacio. Podrán servir para aislar el contagio durante un tiempo, pero no funcionarán en un mundo que pronto será envuelto por medios que transportan bits.
Sus industrias de la información, cada vez más anticuadas, se perpetuarían si pudieran proponiendo leyes, en EE.UU. y en otras partes, que tratan de poseer la palabra misma en todo el mundo. Esas leyes declararían que las ideas son otro producto industrial menos noble que los lingotes de hierro. En nuestro mundo, lo que la mente humana pueda crear puede ser reproducido y distribuido infinitamente sin costo alguno. La transmisión global del pensamiento ya no precisa sus fábricas.
Esas medidas crecientemente hostiles y coloniales nos colocan en la misma posición que aquellos amantes de la libertad y de la autodeterminación del pasado que tuvieron que rechazar las autoridades de poderes distantes, uniformados. Debemos declarar que nuestras personalidades virtuales son inmunes a su soberanía, incluso si continuamos consintiendo que controlen nuestros cuerpos. Nos extenderemos por el planeta de manera que nadie pueda arrestar nuestros pensamientos.
Crearemos una civilización de la Mente en Ciberespacio, que sea más humana y justa que el mundo que sus gobiernos han hecho hasta ahora.
Davos, Suiza
8 de febrero de 1996.
John Perry Barlow