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La vieja Europa

10 de septiembre del 2002

¿Hay vida en otros paises?

Santiago Alba Rico
Otras Voces-León
En un aéreo edificio de Nueva York, Jeroglifo y Voluptón, capitostes del FMI y del Departamento del Tesoro, acudieron a la sala de reuniones con voluminosos informes bajo el brazo. Habían sido convocados de urgencia por George Soros, portavoz de los capitalistas "con entrañas", al que devoraba la duda moral de un gran herpes filosófico. Soros, al igual que su colega Vezenio -en paz descanse-, ex-presidente de Coca-Cola, dormía como un bebé: es decir, se despertaba cada dos horas y prorrumpía en sollozos. Y en estas quebraduras del sueño, le venían también a veces absurdos quebraderos de cabeza, rayanos a menudo en el delirio (¿a cuánto equivaldría su fortuna en sextercios romanos?, ¿Dios empezó la creación por el este o por el oeste?). Era una de estas magnas cuestiones, excogitada entre sudores dos noches antes, la que estaba a punto de exponer ahora ante sus selectos colegas, mientras contemplaba con expresión taciturna la llamarada de rascacielos de la Gran Manzana.
-¿Habrá vida en otros países, en otras clases sociales, en otras familias, aparte de en las nuestras? -descargó de pronto-. Creo que un mínimo escrúpulo moral nos exige esclarecer este dilema antes de derribar el rublo y privatizar los transportes en Hungría.
Se decidió por unanimidad, pues, llamar a ocho de los científicos en nómina para que, integrados en la correspondiente comisión, emitiesen su veredicto.
Diez días después, en el mismo escenario, el doctor Venalio Cohecho, de origen cubano, presidente de la susodicha, resumió las conclusiones:
- Después de concienzudas investigaciones hemos descubierto, en efecto, algunos rastros de vida.
La noticia conmovió profundamente a los asistentes.
- En todo caso -añadió rápidamente el dr. Cohecho- estamos hablando de organismos muy rudimentarios que demuestran un bajísimo nivel de adaptación al medio. Muchos de ellos, por ejemplo, seleccionan muy mal su alimentación, escogiendo preferiblemente sustancias poco nutrientes y dañinas para la salud (pan seco, legumbres, desperdicios); y todos ellos revelan una tendencia estructural a sucumbir a enfermedades para las que hace ya mucho tiempo que encontró remedio la civilización. Para explicarlo de manera que todos puedan entenderlo, estamos hablando de organismos vivos que nunca han comido caviar.
Volumnio y Jeroglifo respiraron aliviados, pero el riguroso Soros no estaba completamente satisfecho.
- La pregunta es: estos organismos... rudimentarios, ¿son humanos? Venalio Cohecho, desde la autoridad de que le investía su saber, explicó que la ciencia había abandonado definitivamente criterios de clasificación ya caducos (el homo sapiens, el homo ludens, el homo faber) en favor del homo emptor u hombre consumidor, cuyos rasgos definían los límites de la humanidad.
-En definitiva, estos animálculos o rudimentalios (me atrevo a legar este nombre a los futuros estudiosos) consumen poquísimo. Por lo tanto, y a la espera de encontrarles un lugar en la clasificación de Linneo, podemos concluir sin reservas que no son humanos.
Iban ya a pedir unos canapés y algunos licores fríos cuando Soros tuvo un sobresalto.
- Pero... estos rudimentalios... ¿cuántos son? - Hemos realizado, en efecto, un censo provisional y su número asciende más o menos a cuatro mil cuatrocientos millones trescientos veintisiete mil ochocientos trece.
- Son muchos -concluyó brillantemente Soros.
En los ojos de Volumnio comenzó a hervír amenazadoramente todo este bullicio de existencias irrelevantes.
- ¡Dios mío! ¿Qué vamos a hacer? El Dr. Cohecho intervino con circunspecta serenidad.
- Dadas sus dificultades de adaptación biológica, así como su escasísima aportación ontogenética (lo que llamamos en plebeyo "iniciativa privada"), cabe esperar que se extingan espontáneamente.
- Y si no sucumben a las condiciones naturales que les impondremos desde aquí -añadió Soros, completamente recuperado de su achaque filosófico- siempre podemos contar con la OTAN.
- ¡Y con el uranio empobrecido! -se frotó las manos Jeroglifo.
- ¡Y con las bombas inteligentes! -relinchó Volumnio. Y así los tres hombres, con la conciencia ya tranquila, se pusieron a globalizar (y globalizaron y globalizaron, para beneficio de toda la Humanidad, hasta que sobre un plano crepuscular sobre el que se cernían las sombras de la noche apareció la palabra: FIN).