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La vieja Europa

11 de septiembre del 2002

La sorpresa de octubre y el mundo que produjo

Habla, memoria
Chris Floyd
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Mientras el mundo se apresta a marcar el aniversario de uno de los grandes momentos cruciales de la historia, sería negligente no sumar nuestra contribución a las tristes conmemoraciones. Y por lo tanto, acongojados, volvemos al aciago momento en el que las fuerzas del violento extremismo cometieron un golpe cobarde y engañoso contra la causa de la libertad.
Nos referimos, por supuesto, al fin de semana del 18 al 19 de octubre de 1980, cuando un antiguo y un futuro jefe de la CIA se reunieron en París con representantes de un régimen terrorista para urdir la cínica manipulación de una elección presidencial de EE.UU.
Es un acto de traición que ciudadanos privados estadounidenses negocien acuerdos políticos con gobiernos extranjeros sin autorización oficial. Pero eso no impidió que George Herbert Walker Bush y William Casey se sentaran con los mullahs del Ayatola Jomeini a discutir un tema de mutuo interés: asegurar que los 52 rehenes estadounidenses que estaban en Irán siguieran encerrados hasta después de la elección de noviembre entre el Presidente Jimmy Carter y el candidato republicano Ronald Reagan.
Los republicanos estaban aterrorizados ante la perspectiva de una "sorpresa de octubre" –una acción del gobierno Carter para liberar a los rehenes antes de la elección. Por lo tanto el ex jefe de la CIA Bush –que era el candidato a vicepresidente de Reagan- y Casey fueron despachados a París para ofrecer a los iranios un acuerdo clandestino que mantuviera bajo cerrojo a los estadounidenses hasta que la elección de Reagan estuviera asegurada. żLa compensación propuesta? Una administración Reagan-Bush recién elegida suministraría secretamente armas estadounidenses a los militares de Jomeini.
El acuerdo provocó un furioso debate en Teherán. Los revolucionarios seculares que habían ayudado a derribar la tiranía del Shah respaldada por EE.UU., querían librarse de los rehenes, que habían sido capturados por los fanáticos de Jomeini. Pero a los extremistas religiosos que tenían el poder en última instancia les gustó la idea de ese negocio con Reagan-Bush.
żY por qué no? Los mullahs tenían mucho en común con los archi-conservadores estadounidenses. Los dos grupos odiaban la modernidad occidental en casi todas sus formas (excepto la tecnología –especialmente la tecnología militar, que abrazaban con fervor). Despreciaban las libertades personales de la modernidad, su agitación social, su liberalidad sexual, su puesta en duda de la autoridad tradicional, y sus numerosas blasfemias contra el dios-en-el-cielo que ambos grupos idolatraban ciegamente.
El ayatola se unió a Reagan y Bush. Mantuvo a los estadounidenses cautivos hasta el minuto mismo en que Reagan –victorioso sobre el desventurado Carter, que había sido ridiculizado por "no haber liberado a los rehenes" –fue investido de Presidente. La CIA –atada de pies y manos por las reformas de Carter y su intermitente compromiso con los derechos humanos –podía volver a las suyas. Tenían a su muchacho Bush en la Casa Blanca de Reagan, su viejo compinche Casey era el nuevo jefe de la CIA.
Irán también recibió su soborno: armas altamente desarrolladas de EE.UU. fueron encaminadas al régimen extremista, utilizando a menudo a los servicios de inteligencia de Israel como intermediarios. El conducto resultó muy valioso años más tarde, cuando la Casa Blanca de Reagan y Bush aprovechó los beneficios de las ventas secretas de armas a Irán para financiar sus operaciones de tráfico de drogas y los campos terroristas en América Latina: el infame chanchullo de Irán-Contra.
Pero los mullahs iranios fueron embaucados, igual que el pueblo de EE.UU. Mientras embarcaban armas a Teherán, Reagan y Bush abrazaban silenciosamente al enemigo mortal de los mullahs, Sadam Hussein. Le dieron armas, apoyaron su invasión de Irán, y suministraron inteligencia militar para guiarlo mientras pulverizaba a los soldados iranios y a inocentes civiles con gases tóxicos. Cuando Bush ascendió al Despacho Oval, transfirió toneladas de tecnología de doble uso a Irak, permitiendo a Hussein que expandiera su capacidad de producción de armas bioquímicas y nucleares. Si –y es un si bien grande- Irak representa actualmente alguna amenaza nuclear o bioquímica, es en parte porque George Bush y sus amigotes amañaron la elección de 1980 y endilgaron al pueblo de EE.UU., y al mundo, un "gobierno fantasma" dedicado a la guerra encubierta y al traicionero comercio con la muerte.
Unos pocos indicios de estas tenebrosas verdades aparecieron durante los últimos días de la desganada investigación parlamentaria de Irán-Contra. La traicionera intervención republicana con los mullahs fue confirmada por varias fuentes creíbles, extranjeras e internas, incluyendo a dos dirigentes nacionales: Abolhassan Bani-Sadr, quien como presidente de Irán en 1980 tuvo pleno conocimiento de las negociaciones; y el futuro Primer Ministro de Rusia Sergei Stepashin. Cuando ocurrió la investigación, Stepashin era jefe del Comité de Temas de Defensa y Seguridad del Soviet Supremo. A pedido de los investigadores, realizó una exhaustiva revisión de los archivos de la inteligencia soviética y envió al Congreso un informe extraordinariamente detallado sobre la conexión Reagan-Jomeini.
Varios testigos (y el informe de Stepashin) pusieron a Bush en escena durante por lo menos un día de las sesiones de París. Aunque Bush había desaparecido incomprensiblemente de la campaña en la fecha en cuestión, declaró ante el Congreso que "se había tomado un día libre" –en la acelerada final de una disputada campaña presidencial- para visitar a dos amigos de la familia. Sin embargo, una amiga –la viuda de un juez de la Corte Suprema- dijo que la pretendida visita nunca tuvo lugar. Bush se negó categóricamente a identificar al segundo amigo –a menos que el Congreso se comprometiera "a no entrevistarlos en absoluto".
Dócilmente, el Congreso aceptó. No hubo citaciones, ni jurados de acusación, no soltaron a guerreros Stark para que diseccionaran las afirmaciones de Bush: sólo un silencioso acuerdo de la elite de no tocarse. El informe de Stepashin fue descartado; incluso el conocimiento directo de Bani-Sadr fue ridiculizado como un "informe de segunda mano". Los testimonios fueron enterrados en oscuros archivos hasta que el reportero investigativo Robert Parry los atrapó y los publicó en su inapreciable publicación, http://consortiumnews.com.
Por lo tanto, sí, claro, el 11-S recordemos a las víctimas del violento extremismo, y a los héroes que murieron luchando por salvarlos. Pero recordemos también a octubre de 1980, y a los cínicos mangoneadores que ayudaron a crear un mundo en el que una semejante demencia puede llegar a tener lugar.
9 de septiembre de 2002
Chris Floyd es columnista de Moscow Times y escribe regularmente en CounterPunch. Su correo es: cfloyd72@hotmail.com