VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La vieja Europa

22 de diciembre de 2002

La nueva Europa

Alberto Piris*
Estrella Digital

Tres cuestiones de confusa actualidad Aunque es sólo una quinta parte del territorio total del continente euroasiático, Europa estaba claramente definida por los geógrafos hasta hace poco. Los montes Urales, el río Ural, parte del mar Caspio, el Cáucaso y el mar Negro la separaban de Asia. Hasta el poeta Espronceda tenía una idea clara de esto, pues, al atravesar los Dardanelos, su capitán pirata veía "Asia a un lado, al otro Europa / y allá a su frente Estambul".

Las cosas no van a estar tan claras después del 2004, cuando Turquía acabe formando parte de la Unión Europea, como parece muy probable. Y menos claras lo estarán aún si para delimitar Europa se siguen criterios no geográficos, como los que pretenden establecer el cristianismo como la esencia básica de la europeidad, ignorando que la primera civilización propiamente europea fue la de Grecia, aseguida por la grecorromana, no menos pagana que la anterior. La Cibeles madrileña tendría algo que decir al respecto.

De todos modos, todo esto son elucubraciones culturales en una Europa en la que, a la hora de discutir, se ve que el dinero y la economía son las verdaderas esencias básicas. Cuando se pregunta a los dirigentes europeos qué se gana con convertir lo que fue un pequeño Mercado Común en un enorme conglomerado político que abarca desde el Atlántico a Asia, responden diciendo que ha llegado el momento de debatir francamente sobre tal cuestión. Y hasta crean una comisión para redactar una Constitución Europea. Con lo que revelan que, por el momento, no tienen la menor idea del asunto. Como ocurre con la mayoría de los ciudadanos de los 25 países que en breve compondrán la nueva Europa de más de 450 millones de habitantes y 21 lenguas oficiales.

ĦQue vuelve la viruela!

Quizá para renovar la sensación de terror que produjeron los atentados del 11-S e impedir que el pueblo norteamericano recupere pronto su flema habitual, y con ella reaparezca su tradicional sentido crítico, Bush ha decidido agitar el fantasma de la viruela como el nuevo enemigo que se cierne sobre EEUU. Enfermedad erradicada ya del planeta hace más de 20 años y de la que sólo EEUU y Rusia conservan oficialmente reservas de virus.

Ha ordenado preparar planes para iniciar una campaña de vacunación que abarcará a miembros de las Fuerzas Armadas y funcionarios de la Administración. Quizá avergonzado por su desaparición de la escena el día de los atentados, proclamó de este modo su renacida valentía: "Como comandante en jefe pienso que no puedo pedir a los demás que acepten un riesgo [el de la vacunación] si yo no hago lo mismo. Así que me vacunaré junto con nuestros soldados". ĦBravo!

Añadió que no había "riesgo inminente" de ataque con el citado virus, pero que podía utilizase como una arma más del terror. Estremece pensar qué podría ocurrir si algún servicio de inteligencia señalase la inminencia de tal riesgo. Nadie sabe por qué hay que vacunarse contra la viruela y no contra otras posibles enfermedades tan malignas como ella. Por otro lado, aseguran los científicos que si se vacunara toda la población de EEUU, estadísticamente podrían darse ya por muertas unas 200 personas, por efecto de la vacuna. Parece un modo algo cruel de anticiparse a las intenciones de los terroristas.

Mendigando el favor de la Casa Blanca

A la hora de atacar a Irak, quizá algunos pueblos musulmanes muestren su repulsa, pero es poco probable que los principales gobernantes les secunden. El presidente egipcio, por ejemplo, es consciente de que su país ha recibido una ayuda norteamericana de más de 25.000 millones de dólares desde 1975, y no le conviene cerrar tan generoso grifo. Desde que ocupó el poder hace 21 años, visita anualmente la Casa Blanca y capitaliza políticamente tal acontecimiento. Un corresponsal británico en Oriente Próximo afirmaba que una llamada telefónica del presidente o del secretario de Estado de EEUU constituye la noticia principal en la prensa del día siguiente, en la mayoría de las capitales de la región.

Un analista político egipcio comentaba así el hecho: "En las relaciones internacionales hay una cosa que se llama prestigio. Importa mucho que los gobernantes de Egipto o Arabia Saudí parezca que son escuchados con interés en EEUU, aunque luego en Washington hagan lo que les venga en gana". También en las cortes absolutistas del pasado asistir de lejos a la comida del monarca o recibir una mirada aprobatoria de éste al pasar a su lado llenaban de orgullo a los nobles provincianos que acudían de cuando en cuando a la Corte. No parecen haber cambiado mucho las cosas.

El verano pasado, toda la prensa de Arabia reprodujo una fotografía del embajador en Washington, príncipe Bandar bin Sultan, sentado familiarmente en el brazo de un sofá con el presidente Bush en su rancho tejano. Se trataba de mostrar que, aunque la mayoría de los terroristas del 11-S eran de nacionalidad saudí, eso no enfriaba las relaciones entre los dirigentes de ambos países. Se ignora qué no hubiera dado el embajador por poder colocar los pies encima de la misma mesa que su anfitrión, lo que le hubiera instalado en el verdadero círculo íntimo del nuevo emperador.

* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)