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La vieja Europa

20 de diciembre del 2002

Piratas en el golfo

Higinio Polo

El asalto a un buque coreano, realizado por dos barcos de guerra españoles en aguas del océano Índico, ha consumado el ridículo que el gobierno de Madrid ha escenificado ante las cancillerías mundiales, y el desenlace del peligroso acto de guerra ha mostrado, una vez más, la actuación subalterna de empleados agradecidos que los militares y el gobierno español mantienen con los Estados Unidos de América. Recordemos el incidente: Washington abriga sospechas sobre la carga que transporta un barco norcoreano, que navega por aguas internacionales, y sin ningún mandato de las Naciones Unidas y haciendo caso omiso de las leyes internacionales que regulan el tráfico marítimo, decide encargar a la Marina de guerra española que asalte el carguero para inspeccionar su carga. En un verdadero acto de guerra, realizado además contra un barco civil, los marinos españoles asaltan el buque y lo toman por la fuerza. El contralmirante español Moreno Susana hace después entrega del barco a los militares norteamericanos.
La intervención era un claro acto de piratería marítima, realizado con prepotencia y con la soberbia de la fuerza, amparados apenas los buques españoles en la solicitud -en realidad, las órdenes- de los militares norteamericanos. Ya consumado el despropósito, pocas horas después, los militares españoles convertidos en mamporreros de Estados Unidos, en piratas por encargo de Washington, quedaron en evidencia cuando los medios de comunicación norteamericanos informaron del asalto antes siquiera de que el gobierno español pudiese hacer una declaración oficial del incidente. Al ministro español de Defensa, Federico Trillo, no le quedó más opción que intentar justificar como pudo un gravísimo acto de piratería realizado en aguas internacionales. El patético ministro Trillo, en un vergonzoso acto que no vale el sueldo que le pagan, no tuvo más remedio que acogerse a peregrinas razones: balbuceó supuestos derechos de la OTAN -¡decididos unilateralmente en Praga apenas unos días atrás, y sin valor jurídico internacional!-, mencionó la lucha contra el terrorismo y pretendió acogerse a la Convención de Jamaica. Sabía que pisaba terreno pantanoso. El gobierno de Washington no tuvo piedad: dejó que el gobierno español saliera del embrollo como pudiera.
Añadiendo al delito la mentira, el gobierno español optó por endosar su propia acción al carguero coreano, afirmando oficialmente que el barco era "prácticamente pirata", aunque el gobierno norteamericano se vio forzado después a admitir que ni el barco realizaba ninguna operación ilegal, ni el transporte de armas que llevaba era ilícito. Pero la desvergüenza norteamericana -que les ha llevado a destacar en la zona del golfo Pérsico y frente al cuerno de África a una flota de guerra que pretende realizar "inspecciones amistosas" a los barcos que crea conveniente, sin ningún derecho legal para ello, aunque supuestamente con el acuerdo del barco afectado, sabiendo que en el caso de que se niegue recurrirán simplemente a la fuerza- cuenta para imponer su voluntad con el acuerdo de sus dóciles aliados, como el ministro Trillo.
En esa Operación Libertad Duradera que supuestamente combate al terrorismo, España participa ahora con la fragata Navarra y el buque de apoyo Patiño -los responsables del acto de piratería contra Corea del Norte-, pero también han permanecido en la zona cercana al golfo Pérsico otros buques, como la fragata Numancia o la fragata Santa María, que tuvo recientemente problemas por el consumo de drogas entre los militares españoles destinados en él.
Quebrantando una vez más las condiciones de la entrada de España en la OTAN, marginando al Parlamento en la toma de decisiones, ignorando a los diputados para decidir sobre la nueva doctrina de la alianza militar dirigida por los norteamericanos, el gobierno español se permite contribuir a una peligrosa política de guerra haciendo caso omiso de los deseos del pueblo español.
Cuando los quince misiles que transportaba el barco coreano fueron descargados en el puerto yemení de Hodeida, en el mar Rojo, los propios Estados Unidos habían reconocido ya -no podían hacer otra cosa- el derecho del gobierno del Yemen a comprar armamento para la defensa de su país. La postura española, calificada por muchos observadores como propia de un país lacayo, está ahora lejos de ser airosa: tanto el gobierno de Corea del Norte como el del Yemen han protestado formalmente ante Madrid, y ni siquiera está descartado que España deba pagar indemnizaciones por el acto de piratería. De modo que, tras el fiasco, ignoradas las protestas del Yemen y de Corea del Norte ante los gobiernos de España y de los Estados Unidos, constatado una vez más el desprecio norteamericano por las normas civilizadas en las relaciones internacionales, apenas cabe formularse algunas preguntas. A la primera pregunta (¿por qué razón puede España comprar misiles, pero no puede hacerlo el Yemen?) debería contestar el general Pardo de Santayana, jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra español, que apenas hace unos meses reclamaba la compra de misiles y de un sistema de defensa antimisiles para España. A la segunda, (¿es conveniente para España servir de plataforma de agresión para otros países, como ya ha ocurrido con Yugoslavia, Afganistán o Irak?) debería contestar el ministro Trillo y el presidente del gobierno Aznar. A la tercera, (¿va a continuar España ejerciendo la piratería en aguas internacionales?) se ha contestado ya con el mantenimiento de los barcos españoles en la zona próxima al golfo Pérsico.
Quedan por añadir algunas enseñanzas. Ahora, si barcos de otros países asaltan algún buque español sospechoso en aguas internacionales, ¿qué podrá alegar España? ¿Podrán apresarse a partir de ahora barcos norteamericanos sospechosos de participar en el contrabando de tabaco, de drogas o de armas? No sería la primera ocasión en que lo hacen, precisamente: recuérdese el escándalo Irán-Contra, que puso de manifiesto una trama de venta ilegal de armamento organizada por el propio gobierno norteamericano para financiar a los bandidos nicaragüenses y para obtener recursos para sus actos terroristas en Nicaragua. Recuérdese también la denuncia del Parlamento Europeo sobre el escandaloso contrabando de tabaco impulsado por compañías norteamericanas, implicadas en tratos con barcos y organizaciones piratas y narcotraficantes.
Recuérdese, por último, las complicidades financieras de bancos norteamericanos en el blanqueo de enormes cantidades de dinero procedente del tráfico de drogas.
Washington sabe lo que quiere. "Teníamos derecho a inspeccionar la carga, pero no a decomisarla", afirmó después Ari Fleischer, portavoz de la Casa Blanca, intentando justificar el acto de piratería urdido por los gobiernos de Washington y de Madrid. Fleischer, un virtuoso de la mentira, ha llegado a afirmar que los misiles Scud que transportaba el barco coreano "pueden ser cargados con material nuclear, químico o bacteriológico", y lo afirmaba sin pestañear, aunque todos los especialistas saben que Yemen, el destinatario de los misiles, está muy lejos de contar con armamento semejante. Pero la soberbia norteamericana -ayudada por la ciega obediencia de gobiernos como el español, más inclinados al halago y al servilismo ante el amigo americano que a la defensa de sus propios intereses nacionales y de su dignidad como país- revela su desprecio por el derecho internacional y su opción por el recurso a la fuerza. Las palabras de Ari Fleischer para justificar la violación de las leyes internacionales muestran de nuevo la indiferencia norteamericana ante los derechos del resto del mundo.
Porque esa Operación Libertad Duradera que supuestamente combate al terrorismo está sirviendo en realidad para ampliar el esfuerzo de guerra norteamericano, para imponer nuevas relaciones coloniales, para realizar actos de piratería, para quebrar las leyes internacionales del mar. Y todo eso lo saben los generales del ejército español:
ese honor del que alardean los militares españoles y el ministro Trillo en las salas de banderas y en los actos castrenses, deberían mostrarlo en sus actuaciones internacionales, y en el abandono de su patética relación de subordinados con Washington, aunque mucho me temo que, pese a sus proclamas, y a la vista de su ejercicio de piratas en el golfo, el gobierno de Madrid y los responsables del ejército español ignoran el valor de la dignidad.