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La vieja Europa

9 de noviembre del 2002

Turquía, del integrismo a la integración

Javier Sáenz
Agencia de Información Solidaria (AIS)

Los resultados de las elecciones turcas ya han sido asimilados. Erdogán, el padre de la nueva Turquía, se postula para ser ungido como el nuevo Kemal Ataturk, capaz de hacer del islamismo moderado el banderín de enganche a Occidente. Esas son sus pretensiones. Y el asalto a las reservas petroleras de Irak que se prepara, con la inestimable ayuda de las bases militares turcas de Diyarbakir e Incirlik, dará la oportunidad de pasar definitivamente a la Historia a este hombre.
Setenta y nueve años después de la creación de la Turquía Moderna, del estado laico engendrado por Kemal Ataturk, el padre de los turcos, su obra se desvanece. Su sueño, la república laica sin velos ni turbantes, europeizante y moderna, cayó de la noche a la mañana. Eso nos dicen. ¿Existió realmente ese Estado kemalista? ¿Trascendió e impregnó la vida cotidiana de los turcos? El estado kemalista, no menos temible que el de la Sublime Puerta, fue impuesto a la población, básicamente por la fuerza. Ahí están los datos, año a año, de las organizaciones defensoras de los derechos humanos. Ahí están, para certificarlo, las cárceles, las comisarías, los cuarteles y los cementerios turcos.
Occidente quiere ver ahora en los resultados de las elecciones turcas lo que buscaba. Los turcos han hallado, al fin, su modelo para reconciliar la herencia de Ataturk con su tradición islámica. Como tituló el diario suizo "Le Temps", Turquía va "Hacia el Islam euro- compatible". Nació el islamismo centrista a la imagen y semejanza de los partidos cristianodemócratas de la Alemania o la Italia de la postguerra. El ejemplo a seguir por el mundo árabe e islámico, tan necesitado de un aggiornamento que le aleje de Al Qaeda y le acerque a Wall Street.
La realidad es que Recep Tayyip Erdogan, el líder del AKP, el Partido de la Justicia y el Desarrollo, no es ni mucho menos un integrista. O no lo es ya. Tanto él como los que van a gestionar el gobierno de Turquía a partir de ahora, dando la cara o desde la sombra, (Abdalá Gül, Vecdi Gönül, Abdulkadir Aksu, etcétera) forman parte del grupo de hombres que, hace más de un año, se dieron la vuelta para mostrarle la espalda a los viejos integristas del Refah Partisi, el Partido del Bienestar del exprimer ministro Necmettin Erbakan. Se dieron cuenta de que con Erbakan, derrocado por orden de los militares a golpe de sentencia del Tribunal Supremo tras apenas un año de gobierno, nunca podrían disfrutar de la mieles del poder de forma continuada, y fundaron, bajo la aconsejable ley del pragmatismo, el AKP, Partido de la Justicia y el Desarrollo, capaz de ser asimilado, a la vez, por los creyentes turcos, por Washington y, consecuentemente, por Bruselas. Las reacciones a la arrolladora victoria del AKP desde los cuarteles, indican que también el viejo poder kemalista está en la pomada.
"Los resultados expresan la voluntad del pueblo y yo sólo puedo decir que la acato". Palabras claras y reveladoras del Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Hilmi Ozkok, pronunciadas significativamente en Washington, en una visita no desligada de los preparativos de la guerra petrolera de Bush en Irak. La bendición del ejército da el marchamo necesario a este islamismo moderado, pero no puede evitar que el líder del AKP, Erdogan, quede un poco en la retaguardia, por sus declaraciones enaltecedoras de un Islam guerrerista, pronunciadas sin duda para ganarse también el favor de los creyentes más tradicionalistas. Será sustituido a la cabeza del gobierno por un fiel seguidor de su doctrina.
Erdogan ha centrado su campaña, también, en la lucha contra la corrupción, aunque su hoja de servicios no está completamente limpia. Es muy popular por su buen hacer como alcalde de Estambul. Y también por su origen humilde en un barrio pobre de la vieja capital otomana, donde vendía agua y dulces para pagarse los libros de la escuela coránica. Pero sus rivales le acusan de apropiarse desde la alcaldía de 170.000 dólares y rechazan su explicación de que ese dinero le fue donado por los 6.000 asistentes a la boda de uno de sus hijos.
La llegada de los islamistas moderados al poder dará, sin duda, estabilidad política a Turquía. Después de los frágiles gobiernos de coalición, por primera vez en 15 años habrá un sólido gobierno monocolor. La victoria del AKP ya ha sido aprobada por el dinero. La bolsa de Estambul la recibió con dos subidas consecutivas del 6 y el 10 por ciento. Y los empresarios aplaudieron las declaraciones de los vencedores a favor de las directivas del Fondo Monetario y de una mayor apertura a las inversiones extranjeras. El nuevo parlamento cuenta con 77 empresarios; de ellos 62 son del AKP y los otros 15 pertenecen al Partido Republicano Popular (CHP), el único grupo de oposición que ha logrado asiento en la cámara. Ambas formaciones ya han prometido colaborar en varios terrenos, incluido el económico, en el que no mantienen discrepancias.
El embajador estadounidense en Ankara, Robert Pearson, no ha puesto ninguna pega a los propósitos de los nuevos gestores turcos. Y Erdogan, aunque ha dicho que no quiere un conflicto en Irak fuera de las vías de la ONU (lo mismo que sostenía el malogrado y aun primer ministro Bulen Ecevit), se ha apresurado a añadir que, "respetará escrupulosamente" las resoluciones de Naciones Unidas. Tampoco le ha hecho ascos a los lazos que unen al estado turco, sobre todo a sus militares y a su industria bélica, con Israel. Erdogan ha confesado que su grupo no tiene ningún prejuicio contra ese Estado. Pero los parabienes a la nueva Democracia Islámica se detienen a las puertas del Kurdistán: para los pobres kurdos (30.000 muertos en 17 años) aún no ha llegado la hora de la modernidad.
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