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La vieja Europa

25 de noviembre del 2002

Acerca de algunos periodistas
Chorizo cular

Ramón Pérez Almodóvar
Rebelión

Una vez entré en un supermercado y en el expositor de embutidos me fijé en un producto: chorizo cular. Y me dije: ¡vaya, qué definición tan acertada del periodista contemporáneo! Creo que es innecesario que explique la relación entre los términos periodista y cular. Decir que los periodistas son chorizos es una generalización como otra cualquiera. Por ejemplo, afirmar que actúan con ética, contrastan sus noticias y que no escriben al dictado, como en la escuela. Al dictado de un partido político o de la empresa para la que trabajan. La desregulación del sector, sin más Ley que la de Fraga de 1966, ha hecho posible la llegada de arribistas, ha potenciado el intrusismo y ha precarizado las condiciones laborales, con una clara consecuencia: no se cumple el artículo 20 de la Constitución, el derecho de los ciudadanos a recibir una información veraz, entre otras cuestiones.
¿Y a quién carajo le importa que no se cumpla el artículo 20 de la Constitución? ¿Se cumple acaso el derecho de todo ciudadano a tener una vivienda? ¿Se cumplen acaso esas declaraciones de los derechos del hombre, del niño o de los animales, las plantas, las amebas y los minerales? Pues bien, creo que, como mínimo, el derecho a la libertad de expresión sí les debería importar a los periodistas, a las personas que trabajan en los medios de comunicación, que tienen la terrible responsabilidad de ofrecer una información veraz. ¿Y por qué no le importa a la mayoría de los periodistas? Porque es un sector plagado de escritores frustrados, de trepas, de comisarios políticos, de vasallos del poder político, económico y publicitario, cuando no de chantajistas y extorsionadores. Y en una ciudad de provincias todos estos elementos están condicionados por una frase típica de Cosa Nostra: 'aquí nos conocemos todos'. Un periódico o una televisión son empresas montadas para obtener beneficios e 'influencia política'. Y los resquicios que deja un sistema de producción basado en la división del trabajo y la acumulación de capital, unido a esa 'influencia política' de los media, son mínimos. Y cuando se acercan unas elecciones los resquicios son ridículos. Hay que poner a todo el mundo firme y a la orden.
No es extraño pues –más bien es habitual- que los partidos políticos nombres a los redactores jefes de los medios o veten la llegada de otros periodistas no afines, que se supriman de las parrillas de televisión los programas donde se intenta hacer un periodismo honesto, con la exposición al público de casos estudiados e investigados, aunque pueda sonar pretencioso, o que se censuren informaciones en los periódicos. Los mecanismos son tan perversos que casi se ha conseguido que no haya censura, dado que muchos periodistas asumen el papel de ser sus propios inquisidores. En los media, prolifera la autocensura, es decir, no buscarse problemas inútilmente porque, por la desregulación del sector –el primer convenio colectivo nacional se aprobó el año pasado, aunque no todos los medios lo han asumido-, la puerta de entrada al paro está muy cerca, más que la pecera donde conspiran los redactores jefes.
Por poner un caso concreto, en las islas Canarias, región ultraperiférica de la Unión Europea, casi no hay espacio para la crítica. Y cuando se ejerce, es con ciertas condiciones, o, simplemente, porque se ha convertido en un hecho habitual que, a cambio de cerrar un programa o sustituir la crítica por apoyo, se reciba una compensación económica del político –o del partido al que pertenece- que estaba en el punto de mira. Y entonces el político generaliza y cree que todos somos iguales. Y, por eso, cuando algún periodista se niega a aceptar un soborno, hay que enmudecerlo, silenciarlo. En una palabra: reprimirlo. Así funciona la Democracia. Y en una Comunidad autónoma bananera se añade otro problema: la relativa escasez de medios implica que se puedan cerrar todas las puertas a los periodistas críticos.
Imagino que los visitantes y lectores habituales de rebelión.org están familiarizados con las generalidades descritas sobre el funcionamiento de los medios de comunicación. Ni siquiera que quien lo suscriba sea un periodista da al texto una especial relevancia. No obstante, podría contarles algunas experiencias que he vivido, para que las generalidades dejen de serlo. Sólo un apunte: leyendo a Noam Chomsky, mientras estudiaba periodismo en los ochenta, empecé a comprender de verdad dónde me estaba metiendo. Y se me ocurre decir que un periodista crítico, que no se crea siquiera la mayoría de las informaciones que se publican en los medios de comunicación de masas, y que intente ser honesto consigo mismo y los ciudadanos, es un equilibrista, que cruza la barra metálica sin red y que cuando llega al otro extremo debe recomenzar, una y otra vez.
Así que les cuento un par de anécdotas: estaba en El Cairo en 1992 y comencé a colaborar con Onda Cero Radio y el diario El Mundo. Los dos medios me presentaban al público como "nuestro corresponsal en Oriente Medio", en el primer caso, y como corresponsal en Egipto en el segundo. Ni que decir tiene que cobraba por pieza emitida o publicada. Tanto es así, que me pagué de mi bolsillo un viaje a Kuwait para cubrir las primeras 'elecciones' a la asamblea después de la guerra del Golfo. Mientras el resto de enviados especiales de medios de todo el mundo que se hospedaban en el Hotel Meridian se metían en unas furgonetas que el Ministerio del Interior kuwaití ponía a su disposición con diligencia, a mí me dio por intentar llegar hasta la frontera con Irak, con la idea de hacer un reportaje sobre Al Mutlaa, la denominada autopista de la muerte, donde la aviación de Estados Unidos asesinó a unos 25.000 iraquíes que huían a su país en todo tipo de vehículos. Tenía documentación sobre este asunto (La guerra del gol. El impacto, Editorial Fundamentos, Madrid, 1992), y pensaba añadir lo que viera más testimonios personales, como la experiencia de un ciudadano de Bangladesh que trabajaba de cocinero para los militares iraquíes del puesto fronterizo. Este señor me contó que trabajaba en Irak antes de la guerra, que lo perdió todo y volvió a Bangladesh, pero que prefería vivir en la frontera entre Irak y Kuwait antes que regresar a su país, por la hambruna. Hice un reportaje, que envié al periódico. Me dijeron que estaba bien, pero que no había hueco. Así que no se publicó.
Como tampoco se publicó otro reportaje sobre la venganza de sangre o za'r que escribí con el ánimo de aportar otra visión acerca de los supuestos ataques de 'integristas islámicos' a coptos en el sur de Egipto, especialmente. Se trataba de demostrar que no toda la violencia en el sur del país era atribuible al 'fanatismo' de los 'integristas islámicos', sino que tenía sus raíces en problema de reparto de tierras, en algunos casos debido a matrimonios mixtos entre musulmanes y coptos. Tampoco se publicó otro reportaje, en marzo de 1993, con información de la posible preparación de un golpe de Estado contra Hosni Mubarak, operación encabezada por un alto cargo militar egipcio, al que también situaban detrás de los 'supuestos atentados' contra turistas occidentales en Egipto.
A mitad de 1993, envié una carta al redactor jefe de Internacional de ese periódico renunciando a seguir escribiendo para un medio que, en mi opinión y en ese momento, trataba de mostrar una visión equivocada del mundo musulmán, con tendencia claramente proisraelí. Simplemente, no podía seguir siendo cómplice de una visión sesgada del asunto.
Ahora estoy en Tenerife, Canarias, desde 1996 y, curiosamente, se ha dado la circunstancia de que el mismo diario ha llegado a un acuerdo con un medio local, La Gaceta, para distribuir conjuntamente ambos periódicos. En fin, que se me tanteó para ser subdirector, pero la oferta nunca llegó a concretarse. No sé qué hubiera hecho. Probablemente hubiera seguido donde estoy, pero lo significativo del asunto es la explicación que me ha llegado por distintas vías: el vicepresidente del Gobierno de Canarias, Adán Martín (CC), ha vetado tu nombramiento, me dijeron en junio. En juego hay una inversión de unos 6.000 millones de pesetas, una operación para construir una gran superficie comercial, de una multinacional, en el sur de Tenerife, y el principal accionista del periódico local es el promotor de ese plan parcial. Y quien otorga la licencia comercial es Adán Martín, consejero de Economía, Hacienda y Comercio.
Y en septiembre, después de un año de trabajo en una televisión local, con un programa de información, de denuncia documentada de presuntos casos de corrupción, y con intención de llegar hasta junio de 2003, el presidente del canal me dice que no se puede hablar de Adán Martín. Obviamente, me negué a aceptar esa condición, después de estar un año hablando, entre otros, de este político. Y no es casualidad que el presidente del canal sea también presidente de una asociación de pequeños y medianos empresarios del valle de La Orotava, en el norte de Tenerife, ya que esa asociación montó la emisora hace siete años con el fin de hacer campaña contra la instalación de una gran superficie de Alcampo en La Orotava. Tengo entendido que en 2003 le llegará una subvención importante a esa asociación.
Por eso creo que en el periodismo abundan chorizos, mediocres, arribistas, gente sin escrúpulos, 'egipcios' (esos que se dirigen a los políticos y agentes publicitarios con una mano tendida mientras miran al cielo y silban con distracción) y personas que no usan cinturón para sujetarse los pantalones.