VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
La vieja Europa

2 de octubre del 2002

El punto de máxima indefensión

Edward W. Said
La Jornada

Hace 60 años los judíos en Europa alcanzaron su punto más bajo de existencia colectiva. Pastoreados como ganado a los trenes, fueron transportados desde varios puntos europeos por los soldados nazis a los campos de exterminio en donde los asesinaban sistemáticamente en hornos de gas. Habían ofrecido alguna resistencia en Polonia, pero en casi todas partes perdieron primero su estatus civil, luego los corrieron de sus empleos, después los declararon oficialmente enemigos que había que destruir y los destruyeron. En cualquier asunto significativo eran el pueblo con menos posibilidad de decisión. Los líderes y los ejércitos cuyo poder era mucho, mucho mayor, los trataron como enemigos potencialmente peligrosos. De hecho, era ridícula la sola idea de que los judíos representaran algún peligro para potencias como Alemania, Francia o Italia. Pero se aceptó esta idea y, con pocas excepciones, casi toda Europa les volteó la espalda mientras los masacraban.
Es una ironía de la historia que el término que más se usara para describirlos en la insidiosa jerga oficial del fascismo fuera la palabra "terroristas". También a los argelinos y a los vetnamitas sus enemigos los llamaron "terroristas".
Cada calamidad humana es diferente, así que no intento buscar equivalencias entre una y otra. Pero es muy cierto que una de las verdades universales que atraviesan el Holocausto no es sólo que no deba ocurrirle de nuevo a los judíos, sino que no debe ocurrirle a pueblo alguno, en lo absoluto, pues significa un castigo colectivo trágico y cruel. Y aunque no tiene caso buscar equivalencias, es valioso mirar las analogías o acaso las similitudes escondidas, incluso si mantenemos un sentido de la proporción.
Dejando a un lado su real historia de errores y mal gobierno, a Yasser Arafat el Estado de los judíos lo está haciendo sentir como judío perseguido. No es contradictorio que la mayor ironía del acoso que sufre a manos del ejército israelí, en su cuartel de Ramallah, sea que su ordalía fue planeada y ejecutada por un líder sicópata que dice representar al pueblo judío.
No quiero forzar demasiado la analogía, pero cabe decir que los palestinos que hoy sufren la ocupación israelí están tan indefensos como los judíos en los años 40. El ejército, la fuerza aérea y la armada de Israel, fuertemente subsidiados por Estados Unidos, siguen ocasionando estragos en la población civil totalmente desprotegida que habita las franjas de Gaza y Occidental. Ya hace medio siglo que los palestinos son un pueblo desposeído, millones de ellos son refugiados. Casi todo el resto sufre una ocupación militar que data de 35 años atrás, y está a merced de los colonos armados -que sistemáticamente se roban la tierra- y de un ejército que ha asesinado palestinos por miles. Miles más están enacarcelados, miles han perdido sus viviendas, refugiados por segunda o tercera vez, y ninguno de ellos cuenta con derechos civiles ni humanos.
Y no obstante, Ariel Sharon insiste en que Israel lucha por sobrevivir contra el terrorismo palestino. ¿Habrá algo más grotesco que esta afirmación cuando este enloquecido asesino de árabes lanza sus F-16, sus helicópteros de combate y cientos de tanques contra gente desarmada y sin defensa alguna? Son terroristas, insiste, y su líder -prisionero y humillado en sus instalaciones que se desmoronan, rodeado de destrucción- es descrito como el architerrorista de todos los tiempos. Arafat tiene el valor y la decisión de resistir, y en eso tiene a su pueblo de su parte. Todo palestino siente que esta humillación deliberada que se le impone es una crueldad sin propósito militar o político alguno, excepto castigarlo, simple y llanamente. ¿Qué derecho tiene Israel para hacer esto?
Harto terrible es registrar tal simbolismo, y lo es más sabiendo que Sharon y sus simpatizantes -por no hablar de su ejército criminal- pretenden justo lo que el simbolismo, en su crudeza, exhibe. Los judíos israelíes son los poderosos. Los palestinos, sus perseguidos, sus despreciados otros. Por suerte para Ariel Sharon, cuenta con Shimon Peres, tal vez el mayor cobarde e hipócrita en la política mundial de hoy, que va por todas partes diciendo que Israel entiende las dificultades del pueblo palestino. "Nosotros", dice, deseamos que las penurias sean menos onerosas. Y después de decirlo no sólo nada mejora sino que se intensifican los toques de queda, las demoliciones y las matanzas.
Y por supuesto, la postura de Israel es solicitar una ayuda humanitaria internacional masiva, la cual, como afirma correctamente Terje-Rod Larsen, es de hecho un modo de chantajear a los donantes internacionales para que legitimen la ocupación israelí. Seguro que Sharon debe sentir que puede hacer lo que le plazca y salirse con la suya, al punto de emprender una campaña cuyo propósito es conferirle a Israel el papel de víctima.
Conforme las protestas populares crecen por todo el mundo, la respuesta del sionismo organizado es quejarse de que existe un aumento en el antisemitismo. Hace sólo dos días el rector de la Universidad de Harvard, Lawrence Summers, se pronunció contra la campaña de un grupo de profesores (que propugnan por que la universidad rechace las contribuciones que provengan de firmas estadunidenses que le venden equipo militar a Israel) alegando que la propuesta es antisemita. ¡El rector judío de la universidad más antigua y rica del país se queja de antisemitismo! Ahora cualquier crítica a la política israelí es, por rutina, calificada de antisemitismo, del tipo que hizo posible el Holocausto, pese a que en Estados Unidos no hay antisemitismo alguno que pueda considerarse. En este país un grupo de académicos israelíes y estadunidenses organizan ya una campaña estilo McCarthy contra los profesores que han osado pronunciarse contra las violaciones israelíes de los derechos humanos. El propósito principal de esta campaña es pedirle a los estudiantes y al profesorado que delaten a sus colegas pro palestinos, lo que intimida el derecho a la libre expresión y daña seriamente las libertades académicas en la institución.
Lo irónico es que las protestas contra la brutalidad israelí -las más recientes dirigidas contra el humillante aislamiento de Arafat en Ramallah- son ahora masivas. Son miles los palestinos que desafían los toques de queda en Gaza y en varios poblados de la franja Occidental, con tal de salir a las calles en respaldo de su presidente acorralado por las tropas de Sharon.
En tanto, los dirigentes árabes han estado callados o imposibilitados, o ambas cosas a la vez. Todos ellos, incluido Arafat, han declarado abiertamente por años que desean hacer la paz con Israel; dos importantes países árabes tienen, de hecho, tratados con Tel Aviv. Sin embargo, lo único que Sharon les da a cambio es una patada en su trasero colectivo. Los árabes, repite, sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen (y como solíamos ser tratados).
Tiene razón Uri Avnery: Arafat está siendo asesinado. Y con él, según Sharon, morirán las aspiraciones de los palestinos. Este es un experimento -no muy lejano del genocidio total- para ver qué tan lejos puede llegar la brutalidad sádica de Israel sin que nadie lo impida o entienda. El jueves anterior, Sharon dijo que en caso de una guerra con Irak, que viene definitivamente, tomará represalias contra dicho país, lo que sin duda le ocasiona a George W. Bush y a Donald Rumsfeld las pesadillas que se merecen. Su último intento por cambiar un régimen ocurrió en Líbano, en 1982. Sharon puso a Bashir Gemayel como presidente, y resultó que luego Gemayel le dijo muy claramente al derechista israelí que su país no sería nunca un vasallo de Israel. Poco después Gemayel fue asesinado, ocurrieron entonces las matanzas de Sabra y Shatila, y después de 20 sangrientos e ignominiosos años los israelíes, sombríos, se retiraron de Líbano.
Qué conclusiones podemos extraer de esto. Que la política de Israel ha sido un desastre para toda la región. Mientras más poder acumula, más ruina ocasiona en los países vecinos (por no mencionar las catástrofes que ha perpetrado contra el pueblo palestino), y más odio cosecha.
El sueño sionista de un Estado judío, uno normal como el resto, terminó en la imagen del líder del pueblo originario de Palestina, con su vida pendiendo de un hilo, mientras los tanques y bulldozers israelíes continúan la destrucción de todo lo que lo rodea. ¿Es este el sueño sionista por el que cientos de miles han muerto? ¿No queda clara la lógica de resentimiento y violencia que opera en todo esto? Qué clase de poder surgirá de la indefensión que ahora puede únicamente mirar, pero que con toda seguridad se desarrollará con el tiempo. Sharon está orgulloso de haber desafiado al mundo entero. Pero su desafío no deriva en que el mundo sea antisemita: es que lo que hace en nombre del pueblo judío es demasiado aberrante.
¿Es ya tiempo de que quienes sienten que sus apabullantes acciones no los representan le pongan un alto a su conducta?
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera