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La vieja Europa

14 de octubre del 2002

Manifiesto al pueblo portugués sobre la crisis mundial

resistir.info

La humanidad atraviesa una crisis de civilización. La más profunda desde la disgregación del imperio romano de Occidente. Es una crisis global-política, económica, militar, cultural, ambiental.
Un sistema de poder que utiliza el enorme potencial tecnológico y financiero de los EE UU desarrolla una estrategia planetaria de contornos fasciztizantes.
La llamada globalización neoliberal funciona como parte integrante e instrumento de ese sistema de poder imperial. Pretende presentarse como fenómeno autónomo que se habría desarrollado al margen de las ideologías, generado por la lógica de mercado por él sacralizado como fuerza universal, inmanente e incontrolable, situado por encima de la razón humana y de los Estados.
Esa no-verdad oculta una peligrosa realidad. Como afirmó Thomas Friedman, que fue asesor de Madeleine Albright, al proceder a la apología de la globalización, esta solamente existe y avanza por tener como sostén un «puño invisible» que tiene nombre: «el ejército, la marina, la fuerza aérea de los EE UU».
Ese sistema imperial, cuyo polo se localiza en Washington, se apoya en una red de cómplices. Tiene aliados. Son ellos el gran capital y los gobiernos de unos veinte países, los de la Unión Europea (pese a muchas contradicciones) de Japón, de Canadá, de Australia e Israel. Ese conjunto de países representa menos del 15% de la población de la Tierra pero consume o controla el 85% de la riqueza mundial producida.
La imposición de las políticas neoliberales por el polo del poder, a los pueblos de la periferia se encuentra en el origen de la presente crisis de civilización. Las guerras de agresión, inseparables de la obtención y control estratégico de los recursos naturales son generadas por la misma lógica del sistema.
El lenguaje que justifica la violencia es perverso. Las agresiones son perpetradas supuestamente para preservar la paz y la democracia. Eso fue lo que ocurrió en la primera guerra del Golfo, con la intervención en Bosnia, con el desmembramiento de Yugoslavia, el bombardeo y ocupación del Kosovo, la invasión de Somalia, el aval al genocidio del pueblo palestino, la agresión al pueblo de Afganistán.
La instalación de un cordón de bases militares estadounidenses en Asia Central acompaño, desde el Cáucaso a las fronteras occidentales de China la penetración de gigantescas transnacionales; los misiles que destruyeron las ciudades afganas y allí aniquilaron poblaciones indefensas, «defendían» sus intereses.
La lógica del engranaje hace de la agresividad una necesidad permanente. El sistema de poder no podría mantenerse sin una violencia endémica. El terrorismo de Estado norteamericano pasó a una condición de supervivencia. Una de sus componentes fundamentales es la neutralización y manipulación de las consciencias a través del bombardeo desinformativo que precede cada guerra de agresión.
En este momento el blanco prioritario es Irak, satanizado, de prontos, como amenaza a la humanidad. Bagdad, al aceptar el retorno incondicional de los inspectores de la ONU demostró que no dispone de armas de destrucción masiva. Los EE UU, sin embargo, presentaron inmediatamente nuevas exigencias. Quieren la guerra, quieren destruir Irak, quieren controlar su petróleo.
George W. Bush, vocero del engranaje, no oculta que las agresiones proseguirán. En su «Eje del Mal» incluyó Irán y Corea del Norte. China se siente amenazada.
La escalada agresiva de los EE UU trae a la memoria, en un contexto histórico muy diferente, la del Reich nazi, iniciada con la anexión de Austria, proseguida con la reivindicación de los Sudetos, Munich y la destrucción del Estado Checoslovaco, la invasión de Polonia y la Segunda Guerra Mundial.
Los gobiernos de los países ricos son cómplices de esa estrategia peligrosamente irracional. Los pueblos la rechazan. Su resistencia encontró expresión en jornadas como las de Seattle, Praga, Melbourne, Quebec, Barcelona, Génova y otras, y también en Foros como el Social Mundial, por dos veces reunido en Porto Alegre.
Esos movimientos cumplieron un papel importantísimo. Movilizaron millones de personas en la contestación a la globalización neoliberal, confirmando que los pueblos, como sujeto real de la historia, repudian el monstruoso proyecto de sociedad que pretenden imponerles, transformándolos en objeto de una dictadura mundial del capital.
Eses grandiosos movimientos y Foros Sociales demuestran la existencia de una fuerte voluntad de resistir. Todos estamos de acuerdo con el lema «Otro mundo es posible». Pero cuál? Cuando se formula la pregunta empiezan las dificultades. No es lo mismo «llegar a un acuerdo para la acción contra el enemigo común» (una formula de Marx) y coincidir en lo que se desea como resultado de esa acción. Las coincidencias terminan en el momento en que cada uno intenta explicar lo que entiende por «otro mundo es posible».
Dos grandes tendencias, contradictorias, son identificables.
Una de ellas parte de la convicción de que una reforma del capitalismo es viable. Sus defensores reconocen que se profundiza la contracción entre la apropiación privada por una reducida minoría de las riquezas producidas y la socialización creciente de la producción. Jamás la desigualdad entre los hombres ha sido tan chocante como ahora. Pero creen que esa situación puede ser cambiada dentro del mismo sistema, que este podría ser reequilibrado y humanizado. Sostienen que una vez que el "socialismo real" ha fracasado y la revolución seria, ahora, una imposibilidad absoluta, la izquierda no tendría otra opción si no luchar por reformas del "capitalismo real".
La otra tendencia apunta para la confrontación con el sistema. Durante un debate reciente, en Padua, en Italia, Toni Negri y la canadiense Naomi Klein han asumido con claridad las dos posiciones. El italiano sugirió un camino que excluye la lucha por la toma del poder; la canadiense se pronunció por «acciones directas y no simbólicas».
El pensador marxista español Sánchez Vásquez, en un testimonio publicado por el diario mejicano «La Jornada» sintetizó esa dualidad afirmando que una gran parte de la izquierda renunció al marxismo como alternativa al capitalismo, «situándose en cambios posibles dentro del sistema, pero perdiendo la perspectiva de que la alternativa verdaderamente emancipatoria tiene que venir de un sistema que destruya las bases fundamentales del capitalismo».
Esta dualidad de perspectivas antagónicas figura en el cerne de un debate que, sobretodo en Europa, asume enorme significación.
En los últimos años partidos obreros con grandes tradiciones han renunciado a los programas revolucionarios, integrándose progresivamente en el sistema, aliados de partidos que imponen políticas liberales desde el poder. Algunos renunciaron al marxismo, optando por la social democracia, otros declaran luchar por la renovación del marxismo.
El marxismo es, obviamente, una ideología dinámica y no estática. Debe estar en permanente renovación, en la teoría y en la practica. Pero su renovación creadora es incompatible con la integración en el sistema de los partidos comunistas. El marxismo no puede renovarse renunciando a valores, principios y objetivos que hacen parte de su esencia revolucionaria para adoptar ideas, proyectos y formas de actuación propias del capitalismo.
Al contrario de lo que afirman las fuerzas al servicio del capital, la era de las revoluciones no terminó. La capacidad demostrada por los movimientos sociales para movilizar millones de personas, incluso en los EE UU, confirmó la disponibilidad de los pueblos, como sujeto de la historia, para luchar contra el proyecto de sociedad a la que el imperialismo quiere someterlos como objetos de una dictadura mundial del capital en el ámbito de una militarización gradual de la Tierra.
La confusa pero frenética teorización sobre la muerte de las ideologías que, al satanizar a la Unión Soviética, criminaliza globalmente todas las revoluciones, es hoy parte de una ofensiva desarrollada a nivel mundial contra los partidos comunistas que se mantienen fieles a sus principios.
Politzer ya decía que «en el espíritu crítico, la independencia intelectual no consiste en ceder a la reacción, sino en no ceder».
La supervivencia de la Revolución Cubana al más duradero y cruel bloqueo de la historia, la heroica lucha del pueblo palestino, el combate de las FARC colombianas nos confrontan con los limites del poder imperial, demostrando que, en determinadas circunstancias históricas es posible resistir, si es necesario por las armas, a la más poderosa potencia mundial.
En un oportuno ensayo sobre el renacimiento del comunismo, el filosofo francés Georges Gastaud subraya que en la gigantesca lucha de los explotados contra los explotadores, el contenido de clase del universalismo contemporáneo coloca a la humanidad frente a objetivos que por su significado revolucionario eran inimaginables hace pocos años. Así — es un ejemplo — en el combate a la globalización imperial, en Europa, la meta para los comunistas lucidos debe ser transferida de la «reforma de la Unión Europea para la ruptura con Maastricht, Niza y Amsterdam, para la ruptura con la moneda única gestionada por el Banco de Francfort y con el ejército profesional tutelado por la OTAN».
Por otras palabras, para rupturas que conducirían a una crisis global a la cual el capitalismo no podría resistir. El resultado final seria la destrucción del sistema de poder que representa hoy día una amenaza a la misma supervivencia de la humanidad.
El filósofo no entra en generalizaciones. La ruptura, tal como la concibe, sería el desenlace de múltiples acciones diversificadas en el espacio y el tiempo.
Los defensores del movimientismo se olvidan de que todas las grandes revoluciones, antes de iniciadas se presentaban como imposibilidad casi absoluta. Sin embargo ocurrieron.
Olvidan también que sin organización revolucionaria no puede haber revolución. Es romántica la ilusión de que, por si sola, la dinámica de los movimientos sociales y de los grandes foros que condenan los efectos de la globalización capitalista nos acercará al objetivo condensado en el lema humanista «Otro mundo es posible».
La historia no se repite. Pero, como las causas que han determinado las grandes revoluciones no han desaparecido, la revuelta organizada de los explotados contra el sistema de poder que nos amenaza con una dictadura militar planetaria fascistizante se presenta como exigencia de la historia.
En esa rebelión contra el sistema cabe a los partidos revolucionarios comunistas cumplir un papel irremplazable en el combate al enemigo común y en la contribución para la estrategia adecuada para movilizar, armar ideológicamente y organizar para la lucha la inmensa masa de proletarios de nuevo tipo, hoy mayoritaria en el planeta.
La renovación creadora del marxismo conduce al fortalecimiento del ideal comunista y nunca a la capitulación del partido revolucionario. Apunta para la continuación del camino abierto por Marx y Lenín, para el asumir de la herencia que viene de los sans culotte, de la Comuna de París, y de la Revolución de Octubre de 1917, satanizada por los enemigos del progreso de la humanidad.
El futuro de Portugal es inseparable del rumbo que la historia venga a seguir. El desenlace de la crisis de civilización que vivimos es de momento impredecible. El destino del pueblo portugués depende del resultado de las grandes luchas que se aproximan y que involucran a toda la humanidad. Nuestro pueblo debe así asumir, en ese choque de fuerzas antagónicas, el papel que le compite a quien fue el sujeto de la Revolución de Abril.
No es fácil la tarea. País periférico y retrasado, Portugal está integrado en la Europa de los 15, una comunidad artificial de Estados económicamente desiguales, política y militarmente alineados, en lo fundamental, en situación de dependencia, con la estrategia del sistema de poder imperial que hegemoniza el planeta.
Un estado y un gobierno vasallos son arrastrados por una falsa comunidad cuyas decisiones tomadas a espaldas de los pueblos reflejan, sin embargo, la voluntad de la potencia imperial.
Mass media que provocan la enajenación, instrumentos de control social- hacen lo posible para desinformar al pueblo portugués. Le presentan las guerras imperiales de agresión a pueblos indefensos como acciones éticas, indispensables a la defensa de la paz, de la libertad, y de la democracia.
La mentira asume tales proporciones que el sistema de poder que promete eliminar de la Tierra el terrorismo, militariza el planeta a través de una estrategia de terrorismo de estado que jerarquiza los pueblos y los divide en buenos y malos.
Es urgente denunciar la revisión de la historia y desmontar la monstruosa inversión del real que embrutece y anestesia, entre otros, al pueblo portugués.
En estas semanas en que el Presidente Bush reafirma su decisión de transformar Irak en blanco de la próxima guerra de agresión imperial, la protesta contra la utilización de la Base de Lajes como plataforma para el ataque a ese pueblo árabe es imperativa de defensa de la dignidad nacional así como el rechazo de la participación de elementos de nuestras Fuerzas armadas en una segunda guerra del Golfo.
El asalto a la razón asume formas tan absurdas que el engranaje de poder más peligroso que la humanidad conoce desde el III Reich nazi se presenta como mensajero del bien y peldaño superior de la democracia.
Pero la historia no ha acabado. La marea de la resistencia de los pueblos sube, aunque lentamente. La batalla es de toda la humanidad. En ella el pueblo de Abril está presente.
Lisboa, Octubre de 2002
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Traducción del original portugués de Ana Maria Tavares Rodrigues