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Movimientos Sociales

La pelea por los desechos que se libra en terrenos del CEAMSE

Una guerra entre la basura Al predio del Ceamse en José León Suárez van a parar toneladas de desechos industriales. El ingreso está prohibido, pero cada noche un centenar de personas intenta colarse para revisar esos residuos, entre los que encuentran mercadería aún en buen estado. Pero ese botín tiene otros interesados: los propios policías son vistos recogiéndolo. A los cartoneros los echan, hasta con tiros al aire.
La foto muestra el momento en que policías y guardias recogen objetos y los guardan

Por Alejandra Dandan

No es uno, ni diez y ni siquiera son veinte. Este frente está compuesto por unos 150 hombres que todos los días, a las seis de la tarde, avanzan como lo harían las tropas de un ejército entrando en terreno enemigo. En grupo, parecen salidos de una película y así van hacia uno de los basurales más grandes del Conurbano: el corredor sanitario del Ceamse alojado en José León Suárez. Ahí buscan desechos industriales, aquellas mercaderías o productos descartados a diario por fábricas y supermercados. Esa basura es un botín que se disputa hasta con balas dentro del basural. En esta guerra, el otro frente está formado por grupos de la custodia local a cargo de la Bonaerense y de una empresa privada. Página/12 pasó tres noches ahí y vio a las combis en las que estos hombres suben la mercadería capturada, el mismo botín sobre el que quieren poner sus manos los cartoneros.
El Ceamse no conocía esa situación. Aunque el predio continúa bajo su responsabilidad, ahora está concesionado y lo administra una empresa privada. Tecsam SA sigue todo el proceso de esos rellenos sanitarios y además contrata al personal de custodia. El Ceamse sólo conserva un equipo mínimo, encargado a su vez de supervisar el trabajo de la concesionaria.
Tal vez ni ellos puedan encontrarles una lógica a las denuncias que repiten los habitantes de los alrededores del basural. Los rellenos de José León Suárez son uno de los cuatro operados directa o indirectamente por el organismo. Ubicado sobre el Camino del Buen Ayre, el predio sirve para la descarga de materiales de industrias y comercios. Llega aquello desechado en los supermercados, pañaleras o distribuidoras de cerveza. Y esa mercadería se estaciona durante unas horas en medio de una de las zonas del Conurbano con los índices más altos de desocupación.
Entre esos productos existe mercadería vieja y vencida, pero también hay otras en buen estado. La carga se acumula durante el día en los pozos destinados a los desechos industriales, e irá creciendo alimentada por el flujo de unos mil camiones que desde las ocho de la mañana transitan las calles internas del Cinturón. Esa fábrica de producción de basura nunca se detiene, aunque sus dimensiones van controlándose con la intervención de dos palas gigantes. Esas trituradoras deberían funcionar durante todo el día, pero no siempre están activas. A las ocho de la noche sus maquinistas suelen apagar el motor, abandonan el trabajo y la montaña.
En ese momento el Ceamse queda desierto. Ya no hay ruidos, y el ruido de las máquinas no se volverá a escuchar hasta las diez, cuando ingresan al predio los camiones de carga domiciliaria. Hasta entonces, en el basural sólo quedan las luces, los terraplenes y un grupo de diez custodias dando vueltas. Todo parece vacío, pero esa sensación es sólo aparente: ése es uno de los momentos más vitales, donde todo el mundo se mueve en sombras y nadie se queda quieto ni dentro ni fuera del predio.
Después de hora
A partir de las ocho, cuando nadie lo espera, sobre la montaña de basura se mueven algunas siluetas guiadas por luces de linternas. Durante un rato esos hombres en sombra darán vueltas y reaparecerán poco después con una carga de provisiones rescatadas del basural. Junto a ellos hay una Trafic blanca y un Peugeot. Los dos autos están estacionados a un costado. Hacia allí avanzan los hombres y dejan aquel botín sin más trámites.
Página/12 registró esos movimientos en varias fotografías. Ese tránsito humano es, en realidad, el de grupo de los vigiladores de la empresa Tecsam, el concesionario contratado por el Ceamse. Entre ellos también hay custodios de la Bonaerense, contratados para custodiar una franja en las zonas linderas del Ceamse. Ellos recogen en la montaña la carga con la velocidad de los expertos. Suben al terraplén, husmean, bajan y vuelven a subir. Y así durante horas, como si aquel tendido fuera un puesto de provisiones inagotable con precios de liquidación.
Aun a ese ritmo, la vigilancia es intermitente. La guardia desaparece cada tanto para llevarse los autos. Esos intervalos son erráticos, pero se vuelven imprescindibles: son parte del programa de supervivencia de quienes llevan horas esperando del otro lado. En ese momento, en los descampados se oye algún silbido como señal de alerta. En ese instante todo el mundo abandona el incómodo cuerpo a tierra y se pone a correr.
Sasa es uno de ellos. Vive en León Suárez y es uno de los obreros que desde octubre del año pasado optó por el basural para reemplazar los ingresos de la metalúrgica donde estaba contratado.
–Nosotros no venimos por nada –dice ahora–: la mayoría de los que estamos acá somos padres de familia. No hay trabajo, así que si podemos entrar acá y llevar mercadería es preferible venir. Es mejor arriesgarte acá que agarrar un fierro. Y, si caes preso, ¿quién mantiene a tu familia después?
–¿Cuál es el riesgo?
–El riesgo es que te agarren, te meten en cana o, por ahí, un día de éstos ellos están en pedo y en vez de tirar un tiro al aire te pegan a vos.
El botín
La gente de José León Suárez quiere entrar en esa porción del Ceamse para recuperar el material descartado como lo hacen los cartoneros en sus recorridas por la ciudad. Nunca formalizaron ese pedido ante los directores del Ceamse, pero sí lo hicieron con el grupo que custodia el lugar. En esas ocasiones, recibieron la misma respuesta: como se trata de una propiedad privada, les dijeron, el ingreso está penado. Lo mismo sucede con la basura, aunque es basura, cuando está en sus manos se penaliza como mercadería robada.
–¿Y lo que hacen ellos qué es? –dice ahora Jorge Quinteros, otro de los jóvenes del barrio–: los ponen ahí para que custodien y en vez de vigilar, se llevan la basura.
La basura se busca como recurso de supervivencia. Y la selección se hace sin ascos ni reparos.
–Llevamos lo que nos sirve –vuelve a decir Sasa–: la mercadería. Hay veces que vienen los camiones de los supermercados y de ahí sacamos azúcar, yerba, fideos, puré de tomate, conserva, yerba.
Pero en ocasiones, dicen, encuentran cosas extrañas. Cuqui, por ejemplo, se llevó de esa misma montaña un ventilador nuevo y empaquetado, que ahora funciona en su casa. Otra vez, Martín Quinteros se fue del basural con 130 paquetes de toallas femeninas, envueltas y cerradas. En el verano, dicen, levantaron en el terraplén una carga de hidrolavadoras nuevas con el sello del importador.
Ninguno de ellos tiene elementos para explicar el origen de esos productos utilizables. De acuerdo con el Ceamse, la carga es trasladada por camiones contratados por empresas particulares. El organismo sólo recibe la carga para desintegrarla y cobra un arancel de acuerdo con el pesaje. Siguiendo esa línea, serían los mismos supermercados o las empresas quienes se estarían deshaciendo de mercadería que parece estar en buen estado debido a fallas o fechas de vencimiento.
Juan Carlos Maraggi, uno de los fiscales de Escobar, escuchó algunos de estos datos con cierta sospecha. Para Maraggi un sitio así podría usarse, por ejemplo, como parte de la estructura con la que operan los piratas del asfalto. Desde esa perspectiva, el basural no funcionaría como un depósito sino como un lugar donde se entregaría una parte de la carga, como pago de favores. Para el Ceamse esta hipótesis es, simplemente, un absurdo (ver aparte).
El acceso a la basura no siempre estuvo protegido del mismo modo. Funciona así a partir de febrero, cuando el concesionario sumó a la custodia habitual al grupo de la Bonaerense.
Seis meses de gracia
Hasta ese momento en el relleno número III no había vigilancia nocturna ni hombres armados, ni tantos otros en los descampados esperando para entrar. La seguridad, de acuerdo con el Ceamse, se incrementó mientras se profundizaba la crisis y en los alrededores de los basurales se reunían grupos de vecinos intentando abrirse espacio en los corredores de basura.
Por entonces y durante todo el año pasado, a este lugar llegaban los primeros grupos de rastreadores de basura. Entraban desde el barrio Elena Carcova, uno de los asentamientos de los fondos de José León Suárez. Sus habitantes accedían al basural durante las horas del día. No necesitaban esconderse, contaban con una suerte de acuerdo tácito establecido de modo informal con los responsables de la seguridad interna. En poco tiempo a los primeros se fueron sumando grupos de otros barrios, llegaban desde Villa Hidalgo, del barrio Libertad y de 9 de Julio. Hacia fin de año, poco antes del cambio de guardia, aquel descampado recibía tres mil personas por día.
–¿Tres mil?
–O tres mil quinientas –cuenta Martín Quinteros–, dábamos la vuelta hasta el puente.
Ese puente está a unos dos kilómetros del límite del Ceamse. Y aparentemente la espera tenía sentido.
–Acá, muchos se salvaron para las Fiestas –dice–: vino un camión de frigorífico con costillares y después, para el 31, uno con pollos. Y yo me llevé auriculares, cajas con lucecitas y libros de cuentos, ¿viste de esos que tienen un muñequito y lo apretás y suenan?
Esa bonanza se acabó en febrero. Entre las explicaciones, apareció la mención a una revuelta generada por un conflicto entre alguna gente del barrio y un camionero. Aquel incidente ocurrió un viernes, el sábado el Cinturón estaba protegido por cerco de la Gendarmería.
Poco después la Gendarmería desapareció y en su lugar quedó un grupo de policías de Billinghurst para proteger el relleno más buscado.
Desde ese momento la gente del barrio no puede pasar. Y desde ese momento, cada noche se prenden las luces de las linternas que desde adentro merodean la montaña