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Argentina: La Lucha continúa

15 de junio del 2002

¿De nuevo Menem?

Daniel Campione
Rebelión

Allí está de nuevo el ex presidente Carlos Menem, con sus intelectuales de corte, como el profeta de la globalización Jorge Castro, sus economistas adictos (los ultraliberales del Centro de Estudios Macroeconómicos en primer lugar), su propuesta de dolarización a cualquier precio, y sus críticas furibundas al gobierno de Duhalde. Sus aliados en los medios hasta crearon la idea de un 'boom' de Menem en las encuestas de opinión pública, rápidamente desmentido, pero no por eso ineficaz a la hora de establecer como verosímil la posibilidad de que Menem regrese al gobierno. No contento con eso, da sus saludos al recién liberado Cavallo, y finalmente viaja a un foro internacional de partidos conservadores y asume la representación del PJ, a despecho de notas que lo desautorizan emanadas de su propio partido. Como el FMI, como las compañías petroleras, como los bancos o los exportadores de cereal, Menem se ríe explícitamente del senador a cargo del Poder Ejecutivo, pero en el fondo se burla de la gran mayoría de los habitantes de la Argentina.
Sabe que es insuperable como desvergonzado defensor de los intereses del gran capital entre los políticos de alguna envergadura de Argentina, y percibe que los orientadores del establishment, en general, lo siguen apreciando. Quizás no sean muchos entre ellos los que crean en que Menem puede regresar en alas del voto popular, y tal vez no lo necesiten si decidieran jugarse a una salida no basada en el sufragio, pero la sola vuelta del riojano al tapete es un símbolo del poder que conservan. Que el ex presidente no esté en prisión (y no por la causa de las armas que lo tuvo detenido hace un tiempo, sino por alguno de las decenas de episodios de corrupción que lo involucran más directamente que aquél) sino agitando una campaña política con proyección internacional, es por sí mismo un dato poderoso de la realidad. La mayoría de la población lo vincula, con entera justicia, con el empobrecimiento, la desocupación, el timo de las privatizaciones, el avasallamiento de los derechos más elementales de los trabajadores... pero la gran empresa lo sabe responsable fundamental de diez años de prosperidad, de entrega al gran capital de áreas que antes apenas soñaba con ocupar, como YPF o el sistema jubilatorio, de dilución nunca vista del poder de organización y movilización de los trabajadores sindicalizados... Y el tratamiento que recibe el ex presidente es el que le depara la gratitud de estos últimos y no el que le prescribiría el repudio de las mayorías.
La creciente fuerza de la reaparición pública, dándose incluso el lujo de denunciar que las calles están 'en manos de los marxistas' en Argentina, es un recordatorio de lo mucho que falta recorrer en el camino para revertir eficazmente el predominio no sólo económico, sino político y cultural del empresariado más concentrado y la conjunción de instituciones que los apoyan, comprendidos el FMI y el gobierno norteamericano. Pese a los sucesos del 19 y 20 de diciembre, a pesar de las múltiples movilizaciones ulteriores, todos los signos indican que los dueños del poder no se han dispuesto siquiera a modificar su personal. Y es probable que apuesten a que un episodio hiperinflacionario y el derrumbe final del bipartidismo fantasmal que se obstina en ocupar los despachos oficiales, les devuelvan las condiciones para restablecer plenamente su orden. Sólo una oposición más masiva y menos dispersa que hasta ahora al cumplimiento de esos propósitos, podría avanzar en el 'nuevo curso' que se insinuó en las jornadas finales del 2001.
Se impone la reflexión sobre la inutilidad de solazarse con el triste papel del gobierno provisional que desgobierna el país, que ya no sabe qué naves quemar ante el altar de un Fondo que lo trata como a un pedigüeño tan molesto como insolvente. La situación trae perplejidades para todos sus actores, pero los todavía dueños del país no están ni por asomo tan desconcertados y vulnerables como los ocasionales administradores de unas instituciones políticas disminuidas como nunca antes en su poder efectivo de decisión. Pensar que la derrota del poder capitalista está a la vuelta de la esquina, sigue siendo un rapto de voluntarismo. Y creer que con destruir a la actual 'clase política' cambia el rumbo de la historia, es como si los revolucionarios de siglos pasados hubieran supuesto que decapitar al jefe de la guardia de palacio o al encargado de las caballerizas, era lo mismo que hacerlo con el rey. Si las bases del poder siguen intactas, éste siempre podrá instaurar nuevos personeros, o incluso hacer 'resucitar' a los antiguos, como demuestra el renovado protagonismo del ex mandatario.