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Argentina: La lucha continúa

COMEDOR INMACULADA

Localidad de Benavidez, distrito de Tigre. Conurbano bonaerense. Argentina. Invierno. CInco grados positivos. Lluvia. Calles no pavimentadas. El barro pega, atora, ensucia, penetra, desliza. El viento castiga ofreciendo resistencia a nuestra marcha.. Los ojos expuestos lagrimean. Casas humildes, feas, pobres, miserables, extremadamente miserables, ofenden la estética en el sentido de dignidad. Perros. Muchos perros. Árboles que perdieron sus hojas. Más perros, más miseria. Basura. Cielo cerrado. Más viento. Más lluvia. Más perros.

Una casa casi en ruinas. Sin cercas. Violada por la humedad, por el barro, por la pobreza extrema. Y por los perros. Y por la lluvia. Y por la miseria.

Su propietario, Manuel Ricardo Perez, es un hombre de baja estatura y marcado por la injusticia. No tiene los dientes de adelante, pero curiosamente insiste en sonreír. Contrariando todas las teorías de la física, de la economía, de la relatividad, y principalmente las reglas de la globalización, que nos impone la tristeza, sonríe. Deja escapar -por el espacio donde deberían existir dientes- a su solidaridad y al respeto que alimenta por las personas de esta comunidad. Un héroe. Un fuerte.

En su casa humilde, casi destrozada por el peso de los años y por la pobreza, funciona el Comedor Inmaculada.

No importa si es inmaculada su dignidad, su coraje, su solidaridad o si inmaculada es la concepción de la virgen. Es simplemente Inmaculada. Nada más. Allá adentro, donde antes era su patio, en un terreno de 10 por 24 metros y que ahora está cubierto por hojas de cinc, llena de pequeños agujeros que hacen al lugar ya oscuro parecer una noche estrellada, 12 mujeres luchadoras descascaran fruta, encienden fuego a leña, cocinan, pican legumbres, escogen partes aprovechables de los tomates y lechugas casi en descomposición, y como las madres que paren a sus hijos, estas paren alimentos. Santos alimentos. Salvadores alimentos. Mater-alimentos.

Nuevamente, contrariando a las leyes del neoliberalismo, sonríen. Y trabajan. Y sonríen. Todavía tienen esperanzas. Y sonríen. Mas, sin que se den cuenta, mueren un poco cada día entre olores de cebolla, de ajo, de pobreza. ¡Y sonríen! El Comedor Inmaculada funciona desde agosto del 2000. Ofrece almuerzo y la merienda de la tarde todos los días de la semana a 230 personas, siendo 200 de ellas niños. 200 niños maltratados y humillados en un país de potencial incalculable y que por eso mismo es fustigado económicamente por Washington que hace lo que puede (y lo que no puede también, como de costumbre) para mantenerlo sometido. Debilitado. Enfermo. Hambriento. Pobre. Endeudado. Arrodillado. Vilipendiado. Estuprado.

El Comedor vive de la solidaridad que le presta la comunidad careciente de aquí. Algunos comerciantes donan lo que no les sirve mas para ser comercializado. Algunos pocos habitantes de la región, los que aún pueden, aportan algunos pesos, pero la mayoría aporta solamente su desgracia. Aportan su hambre.

Sin ningún apoyo oficial (claro, no podía ser de otra manera), estas mujeres alimentan a estas 230 personas. La responsable y fundadora del comedor, Helena Walter, ilusionada y de buena fe solicitó la ayuda de la Municipalidad y de los políticos del distrito. Un terreno para una huerta. Donación de alimentos no perecederos. Apoyo técnico. Todos ellos burocrática y debidamente desatendidos. Muchos… perros. Muchos… políticos. Muchos candidatos comenzarán en breve a aparecer por estas calles embarradas con sus vistosas botas de cuero… Se aproximan las elecciones. Y la extraña relación elecciones/"ellos existen"., ecuaciones tuertas desarrolladas por las aves de rapiña, tan constantes en los cielos de mi continente. Algunos desocupados, en vez de lamentarse, ocupan sus días visitando comerciantes para auxiliar al comedor. Eugenio es uno de ellos y quien me ha llevado hasta allá. Busca incansablemente lo que el comedor más urgentemente necesita: ladrillos, leña, gas, cascote….

El menú es variado: ensalada, sopa, pan (hecho aquí mismo en horno de barro), polenta, fideos, papas. Y agua. Sonríen estas resistentes. Y llueve. Y me parece que la temperatura se aproxima a cero grados Celsius.

El agradable olor de la leña siendo acariciada por las llamas me producen un poco de alegría y me dan calor. La charla animada entre estas mujeres luchadoras me anima a mi también. El olorcito atractivo de una sopa de papas me abre el apetito. La agradable charla y la dulce sonrisa desdentada del dueño de casa me acogen. Los niños entretanto, entran con sus ollas vacías para buscar su alimento; agudizan mi odio por aquellos que desde otras Américas los convierten en humillados y avergonzados.

Los cobardes del FMI a estas horas, cerca del mediodía en Nueva York, y ya emborrachados por sus scotches y hediendo el tabaco de sus puros, brindan por nuestra desgracia y nuestra sumisión, mientras almuerzan sus salmones y sus caviares y ensucian sus corbatas Hermés con aceite, en algún restaurante asqueroso de Wall Street.

En el comedor Inmaculada piensan en hacer una huerta. Es la única manera de tener verduras y legumbres en buen estado. No hay terreno disponible a no ser aquel que pertenece (ah… la maldita propiedad privada…) a la Compañía de trenes o "ferrocarriles" como es llamada por aquí. No puedo dejar de sugerir que utilicen el terreno aún sin permiso.

Con la experiencia adquirida en algunos campamentos del MST de Brasil enseño sobre el aprovechamiento de los alimentos. Cáscaras de frutas para jugos o dulces. Semillas varias que después de licuadas pueden ser incorporadas a la masa de los panes. Aprovechamiento de las cáscaras de huevos como fuente de calcio. Cáscaras de legumbres y huesos para sopas. No puedo dejar de imaginar que si algún puerco capitalista me descubre, nuestros países pasan a ser exportadores de semillas de naranja o de cáscaras de pepinos y entonces ni eso nos sobrará. Esos caníbales están por todos lados. Por todas partes. Aún en calles embarradas, con frío, bajo la lluvia y con… muchos perros.

Algunos adultos llegan con sus ollas. Las llenan con las pocas calorías que el sistema capitalista generosamente les permite. Y avergonzados, visiblemente avergonzados, se van. Van a alimentar a sus hijos. Los pequeños argentinos, sudamericanos, latinoamericanos miserables, que surgen día a día por millares por todo nuestro continente sembrados por la globalización, por el turbo-capitalismo, por el FMI; por Washington y por la Justicia ineficaz. Se constituirán muy en breve, en los libertadores de nuestras tierras. El futuro está luego allí. En aquellas calles embarradas. En aquella esquina. Y con muchos perros.

Saludos optimistas
Zanini H.