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Argentina: La lucha continúa

Protagonistas de la historia: Escribe Eduardo Kimel.

Kimel es periodista, escritor y docente

Menem proclama sin pudor la necesidad de implantar la pena de muerte y el regreso de los militares al control ciudadano. La multitud de energúmenos del "uno a uno" deliran festejando las ideas de su líder inefable. Un spot televisivo nos dice que Moreau es el mejor candidato de la interna radical; suena la vieja marchita de las boinas blancas y Alfonsín la tararea. Algunos líderes piqueteros prometen un "argentinazo". Telenoche descubre los crímenes del padre Grassi y denuncia que en la Argentina hay niños que se mueren de hambre. Chiche Gelblung les responde afirmando que el sacerdote es culpable de su "enorme éxito" y que en estas tierras regadas por la bendición de Dios "se muere de hambre el que quiere".
Hace menos de un año una multitud enardecida ganaba las calles de la ciudad y derribaba al gobierno de la siesta eterna. Las imágenes son indelebles. Un coreano llorando la devastación de su mercadito. Miles de porteños adueñándose de las avenidas. Olor a caucho quemado en cada esquina. Retumbar de aluminio en veredas y plazas. "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo", la consigna coreada alegremente por la multitud. Disparos de armas de fuego, cuerpos inmóviles para siempre en la avenida de Mayo. Los "cosacos" cargan sobre las señoras de los pañuelos blancos en la Plaza de la historia.
Un helicóptero pone fin al mandato de la idiotez y la insensibilidad.
Por un momento muchos fuimos los que sentimos que, por fin, habíamos hecho algo. Que un presidente había caído porque así lo quisimos y que su calvo ministro no podía salir de su celda de lujo en la avenida del Libertador.
Que los bancos, ese poder omnímodo que había sometido nuestras vidas, eran acorralados por la muchedumbre. Que hasta la Corte de los milagros caería irremediablemente porque así lo deseaba el pueblo. Los presidentes provisionales asumen y dimiten en cuestión de horas. El país se incendia.
Pasó lo mejor. Cada pieza de aquel rompecabezas volvió a su ubicación anterior. Los magistrados venerables conservaron sus poltronas doradas. El nuevo gobierno anuncia la pesificación y el dólar llega a los 4 pesos.
Todavía continúa en el poder y diagnostica que "lo peor ha pasado".
Inmutables, legisladores, gobernadores y funcionarios de todo pelaje brindan de nuevo: la tormenta ha cesado. Miles de harapientos hurgan en la inmundicia.
¿Qué nos ha pasado? Creímos que habíamos "tomado el cielo por asalto". No nos dimos cuenta que no era el cielo, solo una nube pasajera. Creímos que en las asambleas, las marchas multitudinarias, la unidad de "piquetes y cacerolas". Pensamos que estaba surgiendo un nuevo poder popular, anónimo, vital, creativo e incontenible, capaz de barrer con todo lo que nos había atormentado y convertido una nación en republiqueta bananera.
Nos equivocamos.
¿Dónde estuvo nuestro error? No lo sé. Tal vez sobredimensionamos nuestra fuerza o ignoramos que nuestros enemigos eran mucho más poderosos de lo que intuíamos.
Confiamos en que el "que se vayan todos" era suficiente para eliminarlos. No supimos que esa consigna era la declaración pública de nuestra impotencia y falta de destino común.
Qué elemento genuinamente unitario había entre el reclamo de los que gritaban "quiero mis dólares" y el de los que exigían "asamblea constituyente" o "gobierno de las asambleas populares". Qué podía unir en un solo puño a Lilita, Zamora, la CTA, Nito Artaza, los piqueteros duros y los piqueteros blandos. Nada.
Qué experiencia de la historia nos podía iluminar para decirnos que era posible "echar a todos" sin haber gestado un poder alternativo. Seguimos vociferando fanáticamente el lema sin advertir que su flama, su llamativa capacidad de "quemar" a todos los poderes tradicionales, se iba extinguiendo.
¿Qué nos queda? Algunas certezas y muchos más interrogantes.
Que para triunfar es necesario mucho más que un ventarrón. Que tal vez este sea el tiempo de pensar y debatir en serio. Y comenzar una acumulación de fuerzas que descarte el putchismo y enfoque todas las energías en la necesaria organización de tantas voluntades desperdigadas.
Que se apresuran los profetas del Apocalipsis y de la derrota de los poderosos.
Que somos muchos pero que es poco lo que nos reúne.
Que con la voluntad sola no alcanza.
Hace un año nos embriagamos con el aire de la rebelión.
Hoy debemos respirar, una vez más, aire contaminado.
Nadie nos podrá quitar esa única sensación de haber protagonizado la historia.
Pero para cambiarla, para lograr transformarla, deberíamos empezar por reconocer que no pudimos torcer su rumbo.