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Nuestro Planeta


22 de septiembre del 2003

La aberración de un mundo dividido entre obesos y desnutridos

Simón Royo
Rebelión
"El estado social no es ventajoso a los hombres sino en tanto que poseen todos algo y que ninguno de ellos tiene demasiado (…). Si queréis, pues, dar al Estado consistencia, aproximad los extremos todo lo posible; no sufráis, ni gentes opulentas, ni mendigos" (J.J.Rousseau El Contrato social. L.I, Cap.IX y L.XI, Cap.XI).

Está claro que desde el asunto del aceite de colza en España o el de los pollos belgas hasta el casi globalizado envenenamiento de las vacas locas y la presión de los transgénicos, es el afán de obtener el máximo beneficio y el sistema económico individualista en el que nos movemos el que está creando los desequilibrios que se pueden apreciar a todos los niveles del organismo social y natural. La relación con el planeta está cambiando, hacia peor, se altera el clima, se talan bosques, desaparecen especies, se desintegra la capa de ozono y se provoca lluvia ácida. Pero respecto a lo más necesario e inmediato, a la dieta, la alimentación, también es palpable lo desastroso del capitalismo, del que la prisa y el querer resultados rápidos son uña y carne: "Por querer atender a un acelerado incremento de la dieta cárnica condenamos a los bóvidos, gallináceas y suidos que comemos a la cárcel. A vivir hacinados, muchas veces encadenados a pesebres, cuando no de por vida entre barrotes sin siquiera la posibilidad de girarse sobre si mismos. Para que el beneficio acudiera raudo se pervirtió también la dosis y los componentes de la alimentación de lo que nos debía alimentar. Y llegó la traición de obligar a ser, no ya carnívoros, sino en realidad caníbales a unos animales que llevaban casi 30 millones de años siendo vegetarianos" (Joaquín Araujo, Priones. El País 6-12-2000).

Comemos demasiado, lo que significa que consumimos demasiado, compramos demasiadas cosas inútiles, perjudiciales, en exceso o/y de mala calidad, la comida rápida o las chucherías, pero también el exceso de carne, o los coches y los teléfonos móviles, no sólo están destruyendo el planeta, sino que nos están destruyendo a nosotros mismos, aunque haya muchos que no se dan ni cuenta de su propia degradación y desintegración: "En resumen, un régimen básicamente carnívoro se salda con un balance energético final 2.500% mayor que el destinado a un régimen vegetariano. Más verdura es, por tanto, menos gasto, más equidad y, por supuesto, mejor salud. Es más, casi todos recordamos aquello de que, si la humanidad entera viviera como un norteamericano medio, necesitaríamos por lo menos tres planetas como la Tierra. Pero es que, si todos comiéramos la misma cantidad de carne que en los países industrializados, nuestro único mundo debería aumentar unas 50 veces. La locura de las vacas es ridícula si la comparamos con la de nuestros despropósitos en lo más básico, que sigue siendo comer para vivir y no devorados por la prisión de la prisa y sus priones" (ibid.).

Está claro que lo que unos tienen de más otros lo tienen de menos en un mundo de recursos limitados. Luego se impone, por la fuerza de la razón, una distribución más igualitaria de los recursos: "El número de obesos ha alcanzado al de desnutridos por primera vez en la historia: 1.200 millones de personas de los 6.000 que habitan el planeta comen más de lo que necesitan, mientras que una cantidad idéntica padecen hambre" (Los obesos igualan a los desnutridos. El País 12-3-2000. Sección Salud). El exceso es tan perjudicial como el defecto y todo el mundo desarrollado ha olvidado cuál es el término medio: "Mientras el hambre se cobra vidas en la infancia e impide el desarrollo físico y mental de millones de niños, el sobrepeso afecta a personas de mediana edad, a las que les quita muchos años de vida saludable" (Ibid.).

Mientras el ejemplo a seguir sea el de las mayores necedades de los Estados Unidos de norteamérica, Europa y el mundo entero continuarán en una dinámica suicida. A quien le gustan de los Estados Unidos la música comercial, las hamburguesas, la forma de vestirse y de vivir, la complacencia en la ignorancia engordante y la obsesión por el individualismo, el capitalismo y las armas de fuego, lo que le gusta es deteriorarse como ser humano progresivamente; de modo que creyendo acumular riqueza, sabiduría y salud, lo que acumula es miseria, ignorancia y enfermedad: "Estados Unidos continúa siendo el país con más obesos. Entre los estadounidenses es más fácil encontrar a un adulto con sobrepeso que a uno de talla media: el 55% tienen kilos de más, el 23% están clasificados oficialmente como obesos y uno de cada cinco niños tiene un peso mayor al adecuado. Europa no se queda atrás. El porcentaje de obesos se ha duplicado en la última década" (Ibid.).

Hay que recuperar la senda de Grecia, que prosiguió en el Renacimiento y la Ilustración, haciendo una Europa social y promoviendo una globalización de lo social, con medida o comedida, cuyos ideales y proyectos sustituyan a los de la globalización neoliberal generadora de obesos y desnutridos.

En lugar de un mundo dividido entre obesos y desnutridos, ricos y pobres, urge la creación de un mundo de seres humanos completos e instalados en el justo medio que, como ya decía Aristóteles, es el lugar de la excelencia y de lo humano.