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Nuestro Planeta

10 de agosto del 2003

El activismo ecologista ha permitido la conservación de muchos enclaves
Paisajes tras la protesta

Francisco Heras Hernández
El Ecologista
Un breve repaso a nuestra historia reciente nos permite constatar como a menudo las tesis ambientalistas han sucumbido ante visiones del desarrollo más depredadoras. Sin embargo, no son pocos ni irrelevantes los ejemplos en los que ha ocurrido lo contrario.
En ocasiones, los esfuerzos en favor de la conservación o la mejora ambiental han logrado cambiar el destino de lugares concretos, dejando una huella nítida en los paisajes. Podríamos hablar así de paisajes de la conservación, marcados por una respuesta ciudadana que puede ser insuficiente pero que, evidentemente, no ha sido inocua. Son escenarios del triunfo de las tesis ambientalistas. Durante un tiempo ocuparon páginas de los periódicos y fueron el símbolo del conflicto. ¿Cuál ha sido su destino una vez apagados los ecos de la protesta? De la amenaza a la protección

El paisaje de Cabañeros, cuya imagen más emblemática es la de una gran llanura salpicada de grandes encinas aparasoladas, simboliza el drástico cambio de destino experimentado por un cierto número de espacios naturales que han pasado de hallarse amenazados a ser objeto de una protección estricta. Cabañeros, un rincón casi desconocido de los Montes de Toledo elegido por el Ejército español para campo de tiro, pasó a ser un flamante Parque Nacional gracias a la intensa campaña desarrollada por ecologistas y conservacionistas.

Este paradójico salto también ha conocido otros escenarios: el archipiélago de Cabrera, campo de maniobras del ejército también convertido en Parque Nacional; Monfragüe, territorio destinado al cultivo de eucaliptos y felizmente convertido en el primer espacio protegido extremeño; El Saler, arenal costero situado en las cercanías de Valencia que iba a ser urbanizado y que hoy forma parte del Parque Natural de la Albufera, entre otros.

Regreso al olvido

Pero no todos los espacios que saltan a la luz pública a causa de un conflicto ambiental mantienen su protagonismo con el paso del tiempo. En realidad, la mayoría, una vez conjurado el peligro, vuelven al anonimato y retoman la perdida cotidianeidad. Este sería el caso, por ejemplo, del valle de Matallana, un rincón de la provincia de Guadalajara surcado por las aguas del río Jarama y cuyo destino era ser anegado para crear un nuevo embalse de abastecimiento a Madrid. Por un extraño exceso de previsión el embalse apareció dibujado en los mapas de carreteras durante décadas. Sin embargo, los argumentos de ecologistas y expertos en planificación hidrológica fueron tomados en consideración y el proyecto fue descartado. En la actualidad sólo algunos pescadores y excursionistas frecuentan las solitarias sendas del río Jarama.

Éxitos efímeros

En la huerta de Valencia las parcelas agrícolas, los elementos arquitectónicos ligados al cultivo de la tierra, las acequias y la vegetación componen un singular paisaje cultural del que existen pocos ejemplos en Europa. Gracias a la labor sensibilizadora y reivindicativa de grupos ecologistas, asociaciones de vecinos y expertos, el valor de este paisaje fue reconocido, de manera que en el Plan General de Ordenación Urbana de Valencia los terrenos de la huerta estaban calificados como Suelo No Urbanizable de Especial Protección, siendo objeto, incluso, de ambiciosos planes de conservación.

Sin embargo, su localización junto a una gran ciudad en plena expansión ha propiciado que la Huerta haya sufrido intensas presiones e impactos que han ido desfigurándola y degradándola progresivamente: construcciones residenciales e industriales, instalaciones portuarias, vías de comunicación o subestaciones eléctricas han ido cobrándose bocados del espacio agrícola apoyados en modificaciones del PGOU, en un proceso que parece no tener fin.

La Huerta de Valencia nos enseña que cuando los intereses depredadores son intensos y duraderos, ninguna victoria debe considerarse definitiva. En todo caso, la lucha por la Huerta sigue viva. En la actualidad diversas organizaciones promueven una Iniciativa Legislativa Popular que ha llevado a las Cortes Valencianas un proyecto para conservar y regenerar la Huerta, fomentando su agricultura, impulsando otras actividades económicas compatibles y promoviendo medidas de recuperación ambiental.

Fracasos pasajeros

Igual que los paisajes de las antiguas luchas conservacionistas nos muestran éxitos efímeros, también encontramos algún caso en el que la tenacidad conservacionista logra que se dé marcha atrás en situaciones que parecían definitivas. Quizá el mejor símbolo de esta situación lo encontremos en la laguna de la Nava, un extensísimo humedal palentino (sus dimensiones originales eran de 6-8 km de largo por 4-6 km de ancho, con una superficie que oscilaba entre 2.500 y 5.000 hectáreas) que fue definitivamente desecado en los años cincuenta.

Hace diez años el grupo Hábitat emprendía la tarea de recuperar los humedales de La Nava y Boada. En la actualidad los terrenos inundados suponen 200 ha y las anátidas invernantes han pasado de menos de 600 en 1991 a más de 42.000 en 1999.

Pérdidas con consuelo

A veces, como respuesta a las críticas y argumentos verdes, los proyectos desarrollistas son matizados, estableciéndose restricciones y modificaciones para limitar sus efectos indeseables sobre el medio ambiente. Se trata de restricciones que no suponen el descarte del proyecto o iniciativa sujeta a debate, pero que sí pueden suponer diferencias significativas en aspectos o espacios concretos. El desarrollo de los procedimientos de evaluación de impacto ambiental, que contemplan en sus declaraciones indicaciones para reducir el impacto de las iniciativas, ha incrementado notablemente la importancia de estas pérdidas con consuelo . Desde el sector ambientalista se empieza a comprobar que generalmente no se tiene fuerza suficiente para provocar cambios drásticos, aunque sí para lograr introducir matices en el destino de las cosas.

Un ejemplo reciente y muy representativo de esta situación lo encontramos en la recién aprobada declaración de impacto ambiental del tramo de alta velocidad ferroviaria Madrid- Segovia. El valle de Lozoya, uno de los paisajes más valiosos de la región madrileña, se libraba del impacto de la línea de alta velocidad al prohibirse en la declaración la apertura de las salidas de emergencia inicialmente proyectadas.

Estas derrotas con matices suelen dejar una sensación agridulce, teñida a menudo de suspicacia: ¿hemos influido en la situación o tan sólo hemos logrado maquillar el proyecto? Da la impresión de que muchos promotores empiezan a recurrir a la estrategia del comerciante que ofrece generosas rebajas en su tienda... después de haber subido primero el precio de los productos. El cliente ingenuo queda satisfecho por el descuento y el tendero vende al precio deseado.

Conservar desde la ciudad

Los esfuerzos realizados para cuantificar la huella ecológica de las ciudades nos están ayudando a visualizar el impacto que desde el medio urbano se ejerce sobre el medio rural y natural, confirmando que la conservación de lo natural sólo será posible si se acometen cambios profundos en las ciudades. Evidentemente, los pueblos y las ciudades son también escenario de muchos esfuerzos para cambiar nuestras relaciones con la naturaleza (y con la gente), pero la impronta en los paisajes urbanos suele ser más sutil, contradictoria, difícil de valorar. El avance hacia unas ciudades más sostenibles parece hoy un reto tan necesario como difícil.

Tres cuestiones para debatir

¿Desistieron o, simplemente, se movieron allí donde la respuesta social era menos intensa?

Si contemplamos fríamente la evolución del consumo de energía, agua y otros recursos naturales, la producción de residuos o la construcción de viviendas nuevas, debemos llegar a la triste conclusión de que las fuerzas productivas han buscado otros valles, otros tramos de costa, otros pueblos o, simplemente, un momento más apropiado para ejecutar sus proyectos. Pero estos paisajes rescatados nos confirman que los esfuerzos de ciudadanos sensibles han permitido, al menos, salvar de la quema a puntos críticos en el metabolismo natural o, sencillamente, algunos de los rincones más hermosos, más raros, más queridos.

Es verdad que la resistencia de unos ha dado lugar a la concentración de los impactos en los lugares en los que la permisividad ha sido mayor, dando lugar a auténticos monstruos; nos queda el triste consuelo de que de esta forma los impactos están hoy más localizados. El gran ecólogo Margalef opinaba que es preferible que los impactos humanos se concentren en espacios alterados antes de que se dispersen por todo el territorio. Argumentaba que estos mosaicos de zonas degradadas-zonas bien conservadas son más cercanos a lo que ocurre en la naturaleza.

¿Han sido meras historias locales o han influido más allá de su entorno inmediato?

A pesar de que en la defensa de espacios como los citados han sido una referencia esencial los valores naturales, culturales o paisajísticos específicos de cada enclave, muchos de los esfuerzos aquí presentados han trascendido lo local produciendo, y a la vez simbolizando, cambios en las percepciones sobre el medio ambiente o en la valoración de las alternativas defendidas por ecologistas y conservacionistas. Así, el conflicto de Monfragüe marcó un antes y un después en la percepción que se tenía sobre los cultivos de eucaliptos (y también sobre el valor de las dehesas) en Extremadura. El rechazo a la presa de Matallana sólo puede entenderse en relación con nuevas visiones sobre las políticas de uso y gestión del agua en las ciudades, que propugnan usar el agua de forma más eficiente en lugar de seguir incrementando eternamente los volúmenes captados en los ríos. La recuperación de la Laguna de La Nava está siendo un referente para colectivos (y administraciones ambientales) que sopesan la recuperación de otros humedales ibéricos.

¿Cuáles han sido las claves del éxito?

Resulta difícil establecer factores inequívocos que expliquen el éxito de las tesis conservacionistas en los casos presentados. Parece claro que en aquellos lugares en los que los argumentos de la conservación han coincidido con la sensibilidad y los intereses de sectores más amplios de las poblaciones locales se han producido convergencias entre actores sociales que han fortalecido las reivindicaciones. Pero tampoco podemos olvidar que en algunos casos se han encontrado aliados dentro de los poderes tradicionales (gobiernos, partidos...); en otras ocasiones la utilización eficaz de las herramientas legales ha resultado de gran ayuda...

En todo caso, es innegable que, en contra de lo que a veces parece, el esfuerzo realizado desde los sectores ciudadanos más comprometidos con el medio ambiente sí tiene efectos. No sabemos si serán suficientes o si quedarán como testimonios de una reacción demasiado tímida dentro de una imparable tendencia a la destrucción del patrimonio natural. Pero hay efectos tangibles y hermosos.

Parece claro, no obstante, que en los últimos 25 años se ha hecho un esfuerzo predominantemente defensivo y reactivo. Hace falta dedicar un mayor esfuerzo a construir alternativas si queremos obtener más logros sostenibles y generalizados.

De sueño imposible a realidad cotidiana

La historia de las luchas a favor del medio ambiente nos muestra que lo que ayer era considerado un sueño imposible puede acabar convertido en una realidad cotidiana. Hace apenas 10 años había representantes de la industria papelera que demostraban con argumentos técnicos y económicos la imposibilidad de que el papel reciclado se utilizase de forma masiva. Las empresas que negaban la viabilidad de la energía eólica hoy la promueven al comprobar que los parques eólicos se han convertido en un excelente negocio. La petición de que las tradicionales redes de saneamiento unitarias fueran sustituidas por redes duales (con una red para las aguas pluviales independiente de la red para aguas residuales) provocaba sonrisas en los responsables de la gestión del agua. Hoy los nuevos desarrollos urbanísticos de muchas ciudades se planifican y construyen de acuerdo con esta idea.

Los efectos de la acción a favor del medio ambiente

Los estudiosos de estos temas consideran, que, además de los efectos tangibles perseguidos de forma específica, la acción de los nuevos movimientos sociales como el ecologismo produce otros efectos importantes (Casquette, 1998, Política, cultura y movimientos sociales. Bakeaz, Bilbao):

Efectos procedimentales: los colectivos ecologistas han conseguido, progresivamente, ser aceptados como interlocutores válidos en representación de unos intereses legítimos, portavoces de una serie de demandas que son sentidas por un sector de la sociedad. Han contribuido decisivamente a abrir nuevas vías de participación ambiental, nuevos procedimientos para intervenir.

Efectos estructurales: la sensibilidad general ante los puntos de vista ecologistas se ha incrementado progresivamente, así como la credibilidad de los grupos ante la opinión pública. Algunas formaciones políticas tradicionales también se van mostrando más receptivas ante las propuestas ecologistas.

Efectos culturales y simbólicos: la acción ecologista ha cambiado valores, conocimientos y formas de hacer. Son los impactos logrados en las maneras de vivir: de relacionarse, de alimentarse, de concebir el ocio o el trabajo...