VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Medio Oriente

17 de septiembre del 2003

África en la Era de la globalización

Patrick Chabal
Revista Pueblos
En un reciente discursodirigido al Partido Laborista Británico, Nelson Mandela lamentaba algunos de los efectos de la globalización pero admitiendo que ésta no se podía evitar, añadió: "Los que dicen que no se van a preparar para este fenómeno, es como si dijeran: 'Yo no admito la existencia del invierno, así que no me voy a comprar ropa de 'invierno" (1)
Si como el invierno, la globalización es inevitable, ¿qué consecuencias puede tener entonces para África? La opinión general es que los efectos de la globalización tienen en África un carácter pernicioso ya que el continente no está preparado económicamente para competir en el mercado mundial. La libre circulación de mercancías y de capitales y la eliminación de las barreras comerciales actúan en detrimento de países que son débiles económicamente, políticamente inestables y cuyo desarrollo se ve entorpecido por la pobreza. Consecuentemente, desde este punto de vista, África necesita ser protegida del fuerte empuje de la globalización si tiene que sobrevivir a los fuertes vientos que soplan del Norte. Quiero apuntar que esta interpretación no es ni histórica ni analíticamente exacta. La realidad es mucho más compleja y apunta hacia un papel activo, si bien no demasiado alentador para África en nuestro actual mundo globalizado.

Tesis "ingenuas" sobre la globalización

La idea de que hoy vivimos en un mundo sensiblemente más globalizado se deriva de nuestra percepción de dos procesos distintos pero que se refuerzan mutuamente. El primero consiste en que la actividad económica es cada vez más global, con multinacionales que operan a su aire en un número cada vez mayor de países, ya que, aparentemente, ello resulta ventajoso desde el punto de vista económico. Los mercados financieros son también a todas luces cada vez más internacionales. El segundo proceso indica que, tras el fin del comunismo en el antiguo Bloque Soviético, sólo se considera viable en la actualidad un único modelo político moderado: la democracia multipartidista al estilo occidental. La revolución que las comunicaciones han experimentado en el pasado reciente ha hecho posible la difusión a nivel mundial de una cultura de influencia occidental, creando la impresión de que la globalización está, hoy por hoy, barriendo nuestro planeta.

Sin embargo, hay que mantener un poco de cautela. La globalización es a la vez menos nueva y menos radical de lo que uno se imagina. Si la velocidad de las comunicaciones y las transacciones financieras se ha incrementado de manera significativa en el pasado reciente, la dimensión internacional de los negocios y la industria data apenas de nuestros días. Lo mismo ocurre con la difusión de ideas, religión, cultura e innovación -un proceso tan antiguo como el nacimiento y el ocaso de las civilizaciones del globo. De igual modo, la pretensión de que el fracaso del socialismo significa el triunfo de las políticas occidentales es históricamente ingenua. Aunque nadie duda de que el capitalismo está prosperando en los regímenes democráticos, la democracia no es un requisito previo, sino una consecuencia del desarrollo económico floreciente y del surgimiento de unas clases medias con una mayor dosis de autoconfianza. Por último, la idea de que la globalización está eliminando fronteras y homogeneizando identidades en todo el mundo no se corresponde con los hechos. Lo que se está dando en su lugar es un complejo proceso de flujo y cierre que consiste en la erradicación y el levantamiento simultáneos de fronteras culturales. La música puede viajar de manera instantánea por todo el mundo, pero al mismo tiempo, existen en todas partes expresiones recién inventadas que son más propias de una cultura pueblerina, y que se resisten a la globalización.

Claves sobre la precariedad económica de África más allá de la globalización

La difícil situación de África es bien conocida: crisis económica, inestabilidad política y conflicto social. Pero, ¿cuál es la conexión entre la globalización y el actual estado de precariedad en África?

La versión que más prevalece es la de que el continente sufre un profundo subdesarrollo -es decir, la ausencia de crecimiento económico sostenido- debido a la combinación de los efectos del legado colonial y su vulnerabilidad en el sistema mundial contemporáneo. Es la debilidad de sus economías lo que se considera como el origen de los problemas políticos y sociales que afligen a los países africanos en la actualidad. Además, existen pocas probabilidades de que la aplicación de los Programas de Ajuste Estructural (SAP's) les permita alcanzar una ventaja a nivel competitivo en el mercado mundial, ya que el precio de las materias primas que venden experimentaría una caída si se incrementara la producción. Por último, el capital extranjero no llega, ya que la mayoría de los países africanos carecen del clima político, la estabilidad institucional, el marco legal, o la calidad de mano de obra requeridos por las multinacionales. A medida que decae el comercio y se contrae la inversión, África se convierte en víctima de la globalización.

Pero, ¿es esto lo que está ocurriendo realmente? La realidad es más complicada y, quizás, menos edificante. Cuando acabó la dominación colonial, Ghana se encontraba en el mismo nivel económico, a juzgar por los indicadores económicos al uso, que Corea del Sur. Hoy, el abismo entre los dos países es enorme: el primero es más pobre que cuando se independizó mientras que el último está a punto de convertirse en miembro de pleno derecho del avanzado mundo industrializado. ¿Cómo se puede justificar una evolución tan divergente? Existen, por supuesto, algunas diferencias obvias que resultan ventajosas para el país asiático: una administración más eficaz, una mano de obra más preparada y más disciplinada, apoyo financiero, basado en lazos de amistad, por parte de los Estados Unidos, y una larga tradición de ahorro e inversión. Sin embargo, Ghana era, en términos comparativos, una nación africana favorecida en el momento de la independencia, con un estado que funcionaba de forma apropiada; un sistema educativo decente; una infraestructura social, de transportes y de comunicaciones adecuada; y, lo que es más importante, recursos económicos considerables, incluidos el cacao y el oro. ¿Podemos realmente explicar el contraste entre los dos países basándonos en el lugar que ocupan en el mercado mundial y en los efectos de la globalización? Sólo hasta cierto punto. La decadencia económica de Ghana, repetida en prácticamente todos los demás países africanos (con la notable excepción de Botswana, rica en diamantes), se desencadenó a mitad de los setenta debido al doble efecto del incremento del precio del petróleo y la pérdida de valor de su principal producto para la exportación. Pero el impacto de estas dificultades económicas, que afectaron asimismo a países fuera de África, fue devastador en el continente, ya que asestó un duro golpe al edificio político que habían construido las nuevas élites políticas africanas. La disminución de los recursos financieros a disposición del Estado, hizo tambalearse a los dirigentes africanos y condujo a una competencia por el poder que resultó nefasta para el desarrollo. ¿Por qué?

El "neo-patrimonialismo" postcolonial

La razón es que, tras la independencia, el sistema político que surgió en África era neo-patrimonial -es decir, basado en vínculos verticales de patrocinio entre las élites políticas y sus distritos electorales clientes. La política contemporánea en África debe ser entendida como el ejercicio del poder patrimonial. Lo que significa en términos concretos es que, a pesar de la existencia de estructuras políticas oficiales, el poder se mueve esencialmente en el terreno extraoficial. O, lo que es lo mismo, es en la interacción entre lo oficial y lo extraoficial donde se encuentra la clave de la política en el continente. Esta manera de gobernar, a menudo apodada como neo-patrimonialismo, descansa en una bien entendida, aunque desigual, reciprocidad política que vincula a los patrocinadores con sus clientes mediante líneas sociales verticales. La actividad de las instituciones políticas se ve así ampliamente influenciada por las presiones a las que son sometidas éstas por el ejercicio del poder personalizado. Los funcionarios, por ejemplo, no se consideran esencialmente como guardianes imparciales de la administración pública sino como eslabones de la cadena patrimonial que conecta a los patrocinadores con sus clientes.

En un sistema neo-patrimonial, la responsabilidad política se basa en la medida en que los patrocinadores son capaces de satisfacer las expectativas de sus seguidores conforme a unas normas bien establecidas de reciprocidad. La búsqueda de legitimidad política, pues, requiere el cumplimiento de peculiares obligaciones que no tienen nada que ver con el surgimiento de una esfera pública que trasciende las identidades infra- nacionales. Las elecciones, que miden la responsabilidad en las políticas occidentales, se han convertido en África en uno de los muchos instrumentos de movilización de facciones. En otras palabras, se considera que existe representación política cuando los patrocinadores cumplen sus obligaciones con respecto a sus clientes.

Aunque este sistema neo-patrimonial funcionó bien en muchos países tras la independencia, era intrínsecamente inestable. En primer lugar, la situación de bienestar económico relativo -un activo colonial útil y precios para la exportación estables- se hizo pedazos con la crisis económica mundial de los setenta. A medida que las rentas disminuían y se incrementaba la deuda, los patrocinadores africanos comenzaron a encontrarse faltos de medios. La competencia política se incrementó en una situación en la que la búsqueda de recursos se hacía cada vez más difícil. Como consecuencia de que en el sistema neo-patrimonial africano el acceso a los bienes gubernamentales era fundamental, las luchas por el poder se intensificaron. En segundo lugar, el sistema neo-patrimonial era esencialmente enemigo del desarrollo económico, tal y como se produjo en Occidente y más tarde en Asia. Ello se debe a que no fue capaz de fomentar el crecimiento económico, base fundamental del desarrollo sostenido, es más, en muchos casos lo frenó. La legitimidad política se basaba en el mantenimiento de una situación en la que los patrocinadores tenían que exhibir simultáneamente la imagen de riqueza que su puesto requería y alimentar las redes de las que dependía su situación. Así pues, apenas pudieron aplazar el consumo en aras de un propósito a largo plazo de crecimiento económico nacional. Por este motivo, los Estados africanos, así como los empresarios, raramente invirtieron en actividades económicamente productivas.

La forma de entender y de ejercer el poder ayuda a explicar por qué la política en África contemporánea difiere de la de Occidente o Asia a este respecto. En resumen, el Estado en África no es mucho más que una concha relativamente vacía, útil en tanto en cuanto permite el control de los recursos que tiene a su disposición, pero políticamente débil porque no está ni institucionalizado ni se halla diferenciado funcionalmente de la sociedad. De igual modo, no existe una sociedad civil autónoma debido a que los vínculos verticales siguen siendo infinitamente más significativos que los vínculos horizontales (profesionales o funcionales). Por último, las élites políticas africanas actúan de acuerdo a las normas de legitimidad política y representación inherentes al sistema neo-patrimonial. Utilizan su posición oficial para cumplir con sus obligaciones extraoficiales hacia sus clientes y para satisfacer las demandas sobre las que se asientan su poder y su posición como dirigentes.

Enriquecimiento sin desarrollo

Pero se da una paradoja en África actual. Aunque el continente se halla inmerso en una profunda crisis económica, y la pobreza es tremenda, sabemos que sus élites políticas (presentes y pasadas) han acumulado una enorme riqueza. Se calcula que las fortunas ocultas en bancos extranjeros (sobre todo en Suiza) son prácticamente equiparables al total de la deuda externa del continente -una estadística alucinante si es cierta. Además, también sabemos que existen algunos dirigentes africanos (como Charles Taylor y Laurent Kabila) que continúan amasando fortunas a pesar del colapso total en que se hallan los países de los que se benefician. ¿Cómo se puede generar tal riqueza en tales condiciones?La situación actual del continente se puede describir como de enriquecimiento sin desarrollo -un concepto que va en contra de nuestra idea habitual de teoría económica. La razón por la que tal estado de cosas es posible depende de tres factores principales.

El primero es que África cuenta con una enorme cantidad de recursos minerales y naturales, con los que comercian -legal o ilegalmente- los que ostentan el poder. Los beneficios de este comercio son, parcial o totalmente, desviados a las manos de las élites políticas o a las de los señores de la guerra que controlan la zona. El segundo es que, aunque los Programas de Ajuste Estructural (SAP's) se proponían originalmente permitir al mercado escapar de las garras del Estado, la realidad es que han servido para reforzar la posición de las élites políticas, ya que han puesto una enorme cantidad de recursos financieros en sus manos.

La última razón, y también la más controvertida, es que un creciente número de políticos está profundamente involucrado en transacciones financieras y comerciales de carácter ilegal -desde blanqueo de dinero (como se demostró documentalmente en el caso del infame Banco de Crédito y Comercio Internacional) hasta tráfico de drogas (se dice que los nigerianos dominan el mercado en Nueva York). Así pues, África no es simplemente la víctima de la globalización. Sus élites son participantes activas en el mercado extraoficial a nivel mundial, el reverso de la economía globalizada que aparentemente pasa de largo por el continente. Lo cierto es que esos millones de africanos que no son beneficiarios de la generosidad patrimonial dispensada por las élites políticas y negociantes del continente se empobrecen más cada año. Cierto es también que la riqueza que circula por África no está sirviendo para estimular ninguna forma de desarrollo económico sostenido. Pero para aquéllos que están prosperando dentro de la economía global extraoficial, y sus clientes, el enriquecimiento sin desarrollo es una situación muy beneficiosa. Finalmente, sin embargo, hay que analizar la situación actual de África desde la perspectiva dual de su lugar en el mercado mundial, tanto oficial como extraoficial. Sólo entonces podremos valorar el verdadero impacto de la globalización en el continente africano.



Patrick Chabal es profesor en la King's College London Strand. Este artículo se publicó en el Neue Zürcher Zeitung, el 13 de febrero de 2001.



(1) The Guardian, 29 de Septiembre de 2000.