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Medio Oriente

28 de agosto del 2003

Con ojos bien abiertos
No es la ignorancia lo que provoca el silencio del público israelí

Jonathan Cook
Al-Ahram Weekly
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
No es la ignorancia lo que impide que el público israelí denuncie las atrocidades de su Estado contra los palestinos. Hay diferentes tipos de ceguera, escribe Jonathan Cook* en su respuesta a Ran HaCohen

El académico y periodista de izquierda israelí, Ran HaCohen argumentó recientemente en estas páginas (Al-Ahram Weekly, 7-13 de agosto) que la mayoría de los israelíes no tiene prácticamente idea de lo que su gobierno y su ejército están haciendo en su nombre en los territorios palestinos ocupados. "Al público israelí se le oculta lo que está sucediendo a sólo 20 minutos en coche de Tel-Aviv, o sólo al otro lado (e incluso dentro de) de los límites municipales de Jerusalén", escribió en un artículo titulado "Con ojos bien cerrados".

Las cualidades generalmente admirables de HaCohen como analista de la situación dentro de Israel y en Cisjordania y Gaza parecen haberlo abandonado en esta ocasión. Veamos hasta qué punto son realmente plausibles las consideraciones que hace sobre el "público israelí".

Esto, porque escribe como si la ocupación israelí de los territorios fuera realizada por marcianos en lugar de decenas de miles de adolescentes israelíes. El servicio militar es obligatorio para la mayoría de los judíos israelíes, hombres y mujeres, durante los primeros dos a tres años de sus vidas adultas, al terminar la escuela a los 18. Más de 30.000 jóvenes israelíes son reclutados por el ejército cada año.

Junto a ellos hay miles de otros hombres en los grupos entre 20, 30 y 40 años que están legalmente obligados por la ley a cumplir 39 días de servicio de reserva cada año. Algunos de ellos han estado imponiendo la ocupación desde mucho antes de la primera Intifada.

Estos israelíes observan de cerca los sufrimientos de los palestinos -más aún que los trabajadores humanitarios y los periodistas- no hay que olvidar que ellos mismos son responsables de gran parte de ese sufrimiento, sea sirviendo en los puntos de control, realizando allanamientos de casa en casa, imponiendo prolongados toques de queda en las ciudades palestinas o protegiendo los centros de interrogación y detención.

Después de todo, los que conducen esas aplanadoras que demuelen las casas de las familias palestinas, y que disparan sus fusiles contra una mancha en el horizonte que podría ser un atacante suicida o que también podría ser una mujer que viola el toque de queda para ir a buscar pan para sus niños, también son israelíes normales.

A fines de semana, esos israelíes normales vuelven a sus casas a convivir en el seno de sus propias familias. Son esposos, mujeres, hijos, hijas, nietos, sobrinos y sobrinas de la abrumadora mayoría de la población israelí. Todo israelí que ya no sirve en los territorios, o que es demasiado joven para servir, tiene amplia oportunidad para descubrir lo que sucede en realidad a los palestinos - no de los medios noticiosos hebreos que ahora son en su mayoría dóciles, sino de testigos presenciales de los eventos.

Los únicos sectores israelíes que no están involucrados en la ocupación son los árabes y los judíos ultra-ortodoxos, los Haredim, que están exentos del servicio militar. En ambos casos, la exención es un medio útil de impedir que grupos que no respaldan los valores sionistas del estado vean -y tal vez informen sobre- las realidades de la ocupación.

Este argumento, desde luego, se basa por su parte en una gran suposición: que se puede lograr que todo un pueblo oculte la verdad, que se perpetre un gran fraude contra todos los demás. Suena como el colmo de la teoría de la conspiración. ¿Cómo puede producirse una mentira de escala tan astronómica?

Es algo difícil de responder para un extraño, también porque requiere que se vea Israel tal como lo ven sus ciudadanos judíos -educados con numerosas consideraciones propias sobre el estatus y el propósito de su pueblo (los judíos) y de su nación (Israel) y sobre la amenaza representada por el Otro (generalmente los árabes y más específicamente los palestinos).

Depende del paso por un sistema educacional que transmite valores históricos y morales de exclusividad a religiosos y laicos por igual: basados para los primeros en una misión bíblica que debe ser realizada por el pueblo elegido por Dios; y para los últimos en la necesidad preponderante de asegurar un santuario para un pueblo plagado por siglos de persecución que culminó en el Holocausto.

También depende de un rito militar de paso a la madurez que funde a los israelíes con su sociedad, percibida ella misma como su única protección contra un odio, el antisemitismo, al que es susceptible -si han de creer a sus maestros, a los medios, y a su gobierno - todo no-judío del mundo. Es su único destino como judíos - e Israel es su única póliza de seguro.

Los israelíes que creen esto -y casi todos lo creen- sienten que no tienen otra alternativa que someterse al bien colectivo. No a un bien universal, en el que los valores sean compartidos por toda la humanidad, sino a un bien colectivo reservado sólo para judíos.

Si uno habla con antisionistas judíos en Israel -una número ínfimo de personas, que apenas llegan a cuatro dígitos en una población total judía de cinco millones- la mayoría dirá cuán duro ha sido luchar para superar el entrenamiento sionista que recibieron desde su nacimiento. Muchos dicen que hoy siguen luchando por derrotar sus propios fundamentos racistas.

Jeff Halper, académico e importante activista israelí contra los abusos del ejército en los territorios ocupados, me describió recientemente el proceso, de décadas de duración, de "desaprender" las reacciones sionistas. Él lo llamó desprogramación. Algo como lo que leemos en los periódicos de cuando jóvenes vulnerables tienen que ser recuperados de las peligrosas ideas implantadas por un culto. ¿Pero cómo se desaprende el control de un culto cuando se apodera de toda una nación?

Incluso los dos grupos que sirven en el ejército, pero que son más marginales respecto al programa de adoctrinamiento masivo del estado -la pequeña comunidad drusa y el casi millón de inmigrantes rusos que llegaron después del colapso de la Unión Soviética- enfrentan sus propias presiones para que se ajusten. Como extraños tienen más que demostrar, y más que perder si no lo hacen. Toda suerte de beneficios sociales y financieros, de casas y puestos de trabajo, beneficios con las hipotecas, resultan de la exitosa terminación del servicio militar.

Además se encuentran bajo la influencia de la misma incitación de los medios israelíes contra los árabes y los palestinos, están sometidos al mismo clima de miedo promovido por el gobierno -que podría ser llamado el culto de la bomba suicida. Después de cada estallido, se espera que los israelíes se arrodillen ante la televisión, que conviertan en fetiches las interminables secuencias filmadas, repetidas continuamente, de un autobús quemado y los cadáveres carbonizados en su interior.

¿Existe una voz que les recuerde que hay más israelíes que mueren en accidentes del tráfico en un año que los asesinados por el terror? ¿Existe alguna discusión sobre el horrendo historial de la seguridad del tránsito en Israel, uno de los peores del mundo? Seguro que no. Los israelíes están demasiado ocupados mirando las repeticiones de las secuencias en la televisión.

Para aquellos de los lectores que duden, cito dos noticias recientes.

La primera es la confrontación entre Israel y Líbano que escaló dramáticamente la semana pasada, después que Hizbolá disparó misiles antiaéreos contra el norte de Israel matando a un joven. Hizbolá dijo que era una reacción a un coche bomba en Beirut -por el que se culpa a Israel- que mató a uno de sus veteranos combatientes.

Un contexto clave para comprender las tensiones que fermentan en la frontera septentrional de Israel son los vuelos regulares e ilegales realizados por los aviones cazabombarderos israelíes en el espacio aéreo libanés - vuelos a baja altura de aviones de guerra que aterran intencionalmente a los residentes rompiendo repetidamente la barrera del sonido.

No es un secreto de estado. Cualquiera que viva en Galilea como yo -y también viven allí algunos cientos de miles de judíos israelíes- puede testimoniar de los 'booms' sónicos que escuchamos casi semanalmente. Nos despiertan, generalmente sobresaltados, y hacen temblar nuestras ventanas. Y en Nazaret me encuentro a docenas de kilómetros del sitio en el que los aviones rompen la barrera del sonido. Sólo Dios sabe el ruido que harán sobre Beirut o Sidón.

Pero los medios de Israel casi nunca mencionan esas tácticas provocadoras de los militares israelíes contra un país vecino, aunque el precio sería monstruosamente elevado si la región se precipitara a una guerra. Cuando los medios hebreos se refieren a los sobrevuelos es siempre hablando de afirmaciones de Hizbolá - como si los oídos israelíes fueron sordos al ruido de los 'booms' sónicos de sus propios aviones.

¿Dónde están las cartas a los periódicos hebreos de ciudadanos preocupados de Galilea? ¿Dónde está la discusión sobre una provocación evidente para todos? ¿Creen realmente los israelíes que su seguridad nacional depende de su mudez colectiva por cuenta del gobierno?

Un engaño masivo aún más grosero de los israelíes fue recientemente revelado, accidentalmente, por un periódico israelí. Desde 1986, el censor militar había estado eliminando toda mención en los medios de una de las órdenes más controvertidas del ejército, conocida como el procedimiento Aníbal.

El procedimiento fue desarrollado después de un incidente en mayo de 1985, cuando Israel fue obligado a liberar más de 1.000 prisioneros palestinos a cambio de tres soldados capturados en el sur de Líbano por Hizbolá. Se decidió que el precio pagado por la recuperación de los soldados secuestrados fue demasiado elevado.

De manera que se dijo a los soldados que patrullaban el sur del Líbano que su primer deber era impedir la captura de sus compañeros. Si eso significaba matarlos, que así fuera. Evidentemente, la orden provocó escándalo en el ejército al ser revelada por primera vez.

"Por lo menos un comandante de batallón se negó a transmitirla a sus soldados, argumentando que era flagrantemente ilegal, y en varias unidades hubo agitados debates sobre la moralidad de la orden", informó Ha'aretz en mayo, en la primera discusión del tema en los medios en 18 años. "Algunos soldados dijeron que se negarían a abrir fuego sobre sus camaradas. Un soldado religioso consultó al respecto a su rabino el que respondió que rehusara obedecer la orden."

(A propósito, vale la pena señalar que la inmoralidad de la orden desde el punto de vista de muchos de esos soldados -y del rabino mencionado- fue casi seguro por el poco valor que otorgaba no a la vida misma, sino a la vida de otro judío. Para aprender más sobre los dictámenes rabínicos ortodoxos sobre el valor superior de la vida judía, véase el libro de Israel Shahak "Historia judía, religión judía".)

A pesar de esta vehemente oposición, el procedimiento Aníbal sigue vigente en los territorios palestinos y mantuvo su vigencia en el sur de Líbano hasta la retirada del ejército en mayo de 2000.

Eso significa que decenas, sino cientos, de miles de soldados conocían el procedimiento. Tal vez decenas de miles de esposas y padres también conocían la orden. Y no se divulgó ni una sola palabra, ni siquiera a los medios internacionales, que no están restringidos por las leyes de la censura militar de Israel.

Incluso si se considera el ojo de águila del censor, es notable que tanta gente haya logrado ocultar el secreto durante tanto tiempo. Durante 18 años, generaciones de reclutas del ejército mantuvieron sus labios sellados y continuaron igual después de terminar su servicio militar. Sus familias mostraron la misma circunspección.

Pero, cuando en mayo de este año una referencia al procedimiento Aníbal pasó los dedos del censor sin ser apercibida y llegó a Ha'aretz , se abrieron las compuertas. Por fin podrían liberar las emociones acumuladas durante esos 18 años por una orden inmoral. Los israelíes podían hablar de todo el tema.

No obstante, una búsqueda con Google sobre el procedimiento Aníbal produce sólo dos referencias: al artículo de Ha'aretz que reveló la historia y al artículo posterior del prolífico optimista de izquierda Uri Avnery. Parece que no había un torrente que liberar. Los israelíes se quedaron contentos manteniendo indefinidamente su silencio.

HaCohen se equivoca cuando piensa que los israelíes ignoran lo que se hace en su nombre. Saben exactamente lo que pasa: su entrenamiento sionista simplemente los ciega sobre su importancia. Mientras el enemigo sea árabe, mientras pueda invocarse la excusa comodín de la seguridad, y mientras crean que el antisemitismo amenaza por todas partes, el público israelí puede dormir tranquilo mientras disparan contra otro niño que va en bicicleta, mientras arrasan la casa de otra familia, mientras otra mujer pierde su bebé en un punto de control.

Parece que un pueblo que creció creyendo que cualquier cosa puede ser hecha en su nombre -mientras sirva los intereses de los judíos y de su Estado- no precisa de ignorancia. Puede cometer atrocidades con los ojos bien abiertos.

* El autor es un periodista británico que vive en Nazaret
21-27 de agosto de 2003
http://weekly.ahram.org.eg/2003/652/op42.htm