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Medio Oriente

22 de agosto del 2003

Recordando el 19 de agosto de 1953 en Irán
Lo que no dijo Kermit Roosevelt

Sasan Fayazmanesh
CounterPunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
"¡Debo mi trono a Dios, a mi pueblo, a mi ejército y a ustedes!" Al decir 'ustedes' él [el sha] se refería a mí y a los dos países -Gran Bretaña y Estados Unidos- que yo estaba representando. Éramos todos héroes."
"Contragolpe: La lucha por el control de Irán, Kermit Roosevelt, 1979

Es irónico que el agente de la CIA Kermit Roosevelt, nieto de Theodore Roosevelt, haya publicado su libro sobre el golpe de la CIA de 1953 en Irán y el retorno del sha el mismo año en que el "gobierno de su majestad" fue derrocado. Un amigo estadounidense me dio una copia del libro poco después de su publicación en 1979. Le lancé una mirada superficial y lo coloqué en mi estante. El golpe de la CIA parecía irrelevante cuando la vieja y decadente institución de la monarquía en Irán parecía terminada de una vez por todas.

Más importante, sin embargo, fue que yo, y muchos otros iranios de mi generación, conocíamos perfectamente la historia y no precisábamos de Kermit para que nos la repitiera. Sabíamos que el sha debía su trono a gente como Kermit. Pero también sabíamos algo que Kermit ignoraba, o no mencionaba. Sabíamos que debemos a los Kermits de este mundo nuestro torturado pasado: años en los que se nos obligó a pararnos en filas bajo el ardiente sol de Teherán, agitando el retrato o la bandera de su majestad mientras su séquito pasaba rápidamente en inmensos, brillantes, coches negros con ventanas de cristales ennegrecidos; años en los que se nos obligaba a levantarnos y a permanecer de pie en todos los eventos públicos, incluyendo los cines, mientras se tocaba el himno nacional de su majestad; años contemplando a un megalómano duro de entendederas tratando de imitar a "Ciro el Grande", poniéndose ridículas vestiduras ceremoniales en extravagantes celebraciones de sus cumpleaños o en la coronación de sus reinas; años en los que éramos silenciados por nuestros padres, temerosos de ser arrestados, si expresábamos una palabra crítica sobre el gobierno de su majestad o sus asesores estadounidenses; años preocupándonos por los informantes de la policía secreta (SAVAK), que eran capacitados, inteligente pero implacablemente por lo mejor de la CIA de EE.UU. y del Mossad israelí; años viendo que nuestros amigos y conocidos eran llevados a la cárcel, algunos sin que se volviera a oír de ellos; años de pasar ante edificios en los que, se nos decía, torturaban a la gente; años de oír que la gente moría bajo la tortura o era silenciosamente ejecutada; años exiliados en un país extranjero, que irónicamente era las entrañas de la bestia, la metrópolis, el centro donde, para comenzar, habían planeado y organizado gran parte de nuestra desgracia; años en los que gastamos nuestra preciosa juventud tratando de liberar o salvar a miles de prisioneros políticos marchando por las calles de la metrópolis, con máscaras para ocultar nuestras identidades y pareciendo extraños a los que nada sabían de nuestra historia; y, finalmente, años en los que tratamos de probar al pueblo estadounidense que el golpe de la CIA de 1953 no había sido una hoja de parra de nuestra imaginación o una teoría conspirativa, que había sucedido en realidad, y que ellos, les gustara o no, tienen una clara culpabilidad por lo que su gobierno hace en el mundo.

La mayoría de los estadounidenses, sin embargo, no creían nuestra historia, o no les interesaba, hasta la Revolución de 1979 en Irán y el subsiguiente ataque a la Embajada de EE.UU. en Teherán por "los estudiantes que siguen la línea del Imán". Una vez que los estudiantes les vendaron los ojos a 52 estadounidenses y los retuvieron en lo que llamaron el "nido de espías", comenzaron a hacerse preguntas: "¿Quién perdió Irán? ¿Cómo lo perdimos? ¿Por qué queman nuestra bandera? ¿Por qué nos odian tanto? En medio de la historia, desde luego, no se buscaba ni se recibía ninguna respuesta inteligente. Por cierto, jamás el gobierno de EE.UU. dio una respuesta coherente, ni entonces ni en las dos décadas siguientes.

No fue hasta que las corporaciones de EE.UU. -que, como resultado de las sanciones económicas y las órdenes ejecutivas de EE.UU., no podían hacer negocios lucrativos con Irán- hicieron presión sobre el gobierno de EE.UU. a fines de los años 90, que vimos las primeras admisiones de culpa por los eventos de 1953. El 12 de abril de 1999, en una observación a la ligera frente a los magnates de la industria, el presidente Clinton dijo:

"Irán, por su enorme importancia geopolítica a través del tiempo, ha sido el objeto de bastante abuso de varias naciones occidentales. Pienso a veces que es bastante importante decirle a la gente, miren, ustedes tienen derecho a encolerizarse por algo que mi país o mi cultura u otros que generalmente están aliados con nosotros les han hecho a ustedes hace 50 o 60 o 100 o 150 años."
(The Washington Post, 1 de mayo de 1999)

Por supuesto, si el presidente, que ahora estaba ostensiblemente "sintiendo nuestro dolor", hubiera dedicado parte de sus actividades extracurriculares a leer el libro de Kermit, podría haber hecho un mejor discurso en cuanto a quién hizo qué a quién y cuándo. Pero considerando sus limitaciones, fue lo mejor que podía hacer para complacer a los muchachos de las corporaciones.

La mayor admisión de culpa, sin embargo, vino de la ex Secretario de Estado Madeline Albright, que en una reunión de lobbyistas corporativos en marzo de 2000 declaró:

"En 1953, Estados Unidos jugó un papel significativo en la organización del derrocamiento del popular primer ministro de Irán, Mohammed Mossadegh... El golpe fue evidentemente un paso atrás en el desarrollo político de Irán y es fácil ver por qué tantos iranios continúan resintiendo esa intervención de EE.UU. en sus asuntos internos."
(Departamento de Estado de EE.UU., 17 de marzo de 2000)

Por desgracia esa opaca confesión no fue de gran consuelo para nosotros, ya que no fue una auténtica expresión de pesar sino simplemente un intento de mejorar las relaciones con el clero iranio para abrir las compuertas a los beneficios corporativos.

Después del discurso de Albright, el 16 de abril de 2000, el New York Times quebró lo que su autor, James Risen, calificó de "silencio sepulcral" de EE.UU. al dedicar varias páginas a publicar partes de un documento aún clasificado sobre la "historia secreta" del golpe de 1953. La historia fue escrita por un cierto Donald N. Wilbur, experto en arquitectura persa y uno de los "principales planificadores" de la operación "TP-Ajax." El informe describía horripilantes detalles de los eventos en 1953: cómo, por la mísera suma de 1 millón de dólares, la CIA "provocó considerables trastornos en Irán, dando a los iranios una clara alternativa entre la inestabilidad y el apoyo al sha"; cómo había lanzado "inmensas turbas" a las calles; cómo había "comenzado a difundir 'propaganda gris' distribuyendo caricaturas contra Mossadegh por las calles y a incluir artículos poco halagüeños en la prensa local"; cómo los "agentes iranios [de la CIA] que pretendían ser comunistas amenazaban a los dirigentes musulmanes con 'salvajes castigos si se oponían a Mossadegh'"; cómo "agentes de la CIA, haciéndose pasar por comunistas, colocaron una bomba en la casa de un importante musulmán por lo menos en un caso"; cómo la CIA trató de "organizar un llamado a una guerra santa contra el comunismo"; cómo, el 19 de agosto, "un periodista que era uno de los agentes más importantes de la CIA dirigió a una multitud contra el Parlamento, incitando a la gente a incendiar las oficinas de un periódico de propiedad del ministro de exteriores del Dr. Mossadegh"; cómo agentes de EE.UU. hicieron pasar a "las fuerzas de seguridad a apoyar a los manifestantes", cómo la disuelta "Guardia Imperial [del sha] se apoderó de camiones y conducía por las calles"; cómo a las "10:15 había camiones llenos de personal militar favorable al sha en todas las principales plazas"; cómo los "oradores favorables al sha salieron por las ondas, radiodifundiendo el éxito del golpe y leyendo decretos reales"; cómo en la embajada de EE.UU., "los oficiales de la CIA estaban eufóricos, y Mr. Roosevelt sacó al general Zahedi de su escondite" y encontró un tanque "que lo llevó a la estación de radio, de donde habló a la nación"; y finalmente, cómo el "Dr. Mossadegh y otros funcionarios del gobierno fueron detenidos, mientras oficiales que apoyaban al general Zahedi colocaban 'desconocidos apoyos de TP-Ajax' en puestos de comando de todas las unidades de la guarnición de Teherán." "Fue un día que jamás debiera haber terminado", cita Risen a Wilbur, porque "llevaba en sí un tal sentido de excitación, de satisfacción y de júbilo que dudo que otro pueda jamás llegar a igualarlo".

Estas revelaciones podrán sonar sorprendentes a los que siguen creyendo en el cuento de un justo gobierno de EE.UU. que desea difundir la democracia en todo el mundo. Pero para nosotros, cuyas vidas fueron cambiadas para siempre como resultado de ese golpe barato, por "un millón de dólares", nada de esto constituía una novedad. Como los cuentos de antes de dormirse, las escuchamos cientos de veces de nuestros padres. La única diferencia es que donde Wilbur vio un día glorioso, nosotros vimos un día de infamia; donde él deseó que el día nunca hubiera terminado, nosotros deseamos que jamás hubiera comenzado; y que donde él vio una deslumbrante imagen de la restauración de su majestad al poder, nosotros vimos cuadros grotescos de una brutal dictadura, de informantes, calabozos, torturas, ejecuciones y de 52 estadounidenses con los ojos vendados subiendo y bajando los escalones del "nido de espías". Tal vez Wilbur no vio lo que vimos o, tal vez, simplemente no lo dijo.

Claro, no tiene sentido escribir una historia incierta. Sin embargo, uno no puede dejar de imaginar cómo hubieran sido diferentes las cosas si no hubiese sido por los Kermits y los Wilburs del mundo. ¿Habría ocurrido la Revolución Islámica de 1979? ¿Hubieran sido tomados como rehenes los estadounidenses durante 444 días a cambio del sha y los activos congelados? ¿Hubiera ayudado EE.UU. a Sadam a iniciar la guerra de Irak contra Irán? ¿Hubiera muerto más de un millón de personas como resultado de la guerra? ¿Hubiera impuesto EE.UU. numerosas sanciones unilaterales contra Irán durante más de dos décadas y hecho que los magnates de la industria perdieran miles de millones de dólares? ¿Hubiera Sadam invadido Kuwait? ¿Hubiera EE.UU. invadido dos veces Irak y llegado al atolladero en el que se encuentra ahora? Creo que una mejor pregunta es la siguiente: ¿Llegará EE.UU. a comprender algún día que los Kermits y los Wilburs de este mundo no son tan listos, que no tienen visión del futuro, y que, a la larga, hacen más daño que bien a este país? O, para formularlo de otra manera, ¿ habrá algún día un gobierno inteligente de EE.UU. en el que no haya sitio para gente como los Kermits y los Wilburs?

El 19 de agosto de 2003 volveré a leer una vez más a Kermit y pensaré en todo lo que no dijo. Pensaré en mis años en exilio y soñaré con volver algún día a casa, a un país que entonces me será tan extranjero como aquel en que vivo en la actualidad.

19 de agosto de 2003
* Sasan Fayazmanesh es Profesor Asociado de Economía en California State University en Fresno. Su correo es: sasanf@csufresno.edu