VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Medio Oriente

8 de julio del 2003

Matanza de chiítas, reflejo de la crisis en Pakistán

Txente Rekondo
Resumen Latinoamericano
Si hace doce meses la muerte de doce cadetes de policía, pertenecientes a una tribu chiíta, fue un nuevo exponente de los enfrentamientos entre chiítas y sunitas, el reciente ataque ha vuelto a encender la luz de alarma en torno a ese espinoso conflicto. Sin embargo, la mayoría de los análisis caen en el simplismo y presentan esta situación como fruto de las diferencias entre esas dos ramas del islam. En la mayoría de medios occidentales se resaltan los ataques contra extranjeros o contra la minoría cristiana en Pakistán, y se suele omitir o reflejar vagamente la existencia de ataques contra mujeres, profesionales laicos, así como contra musulmanes chiítas y sunitas. Esta tendencia a presentar a la comunidad musulmana como un bloque monolítico es utilizada para explicar sus actuaciones en clave de unidad y con una agenda común, metiendo en un mismo saco a todos los musulmanes. La realidad se ha encargado de desbaratar estas teorías, poniendo en entredicho los famosos supuestos del «choque de civilizaciones».

Las diferencias religiosas entre estas dos comunidades se repiten en todo el mundo, sin embargo, es en Pakistán donde están alcanzando una expresión más violenta. La mayoría de los ataques han sido llevados a cabo por miembros de dos organizaciones, Sipah e Sahaba y Lashkar e Jhangavi, ambas sunitas, pero más ligadas al wahabismo o al deobandismo. De ahí que se haga más fácil explicar también los ataques que han dirigido contra importantes representantes de su propia comunidad, opuestos a seguir la agenda militante de aquellos.

Esta compleja situación se complica más si la analizamos desde el vacío político y social que viven muchas zonas de Pakistán. La ausencia del Estado ha sido la excusa para que bandas organizadas en el tráfico de armas y drogas, grupos locales ansiosos de poder, las diferentes tribus y organizaciones con una agenda política muy determinada se hayan aprovechado para convertirse en actores importantes del nuevo teatro paquistaní. En ocasiones, los ataques sectarios ocultan motivaciones económicas, sociales o políticas, que sin duda alguna conviven y se entrelazan en esta coyuntura. La profunda crisis en la que está sumido Pakistán se refleja a diario. Hace unos días, dos militantes han atacado uno de los principales cuarteles indios en Jammu&Kashmir, matando a más de una decena de soldados. El ataque ha coincidido con el viaje del general Pervez Musharraf a Estados Unidos, donde ha prometido a Bush «colaboración en política antiterrorista». Eso sí, a cambio de importantes sumas de dinero y sobre todo de que desde Washington se siga mirando hacia otro lado en el caso de Pakistán.

También los rumores y las voces de descontento están aumentando dentro del todopoderoso ejército paquistaní, algunos de cuyos miembros no ven con buenos ojos la colaboración directa con EEUU. Mientras tanto, para decorar aún más el complejo panorama, todo apunta a que el ISI (servicio secreto) vuelve a operar con fuerza en torno a Afganistán.

El Estado paquistaní ha venido utilizando estas contradicciones y la existencia de "estados dentro del propio Estado" (ISI y Ejército) para beneficio de un grupo reducido de personas. Pakistán, al igual que Arabia Saudita, utiliza un doble juego, mientras que internacionalmente apuesta por estar junto a la política de estadounidenses e ingleses, al mismo tiempo, no puede desprenderse de la ideología islamista que impregna buena parte de su sociedad y de su política interna. No obstante, el logro de esos objetivos a corto plazo ha condicionado sobremanera cualquier estrategia o plan a largo plazo, llevando a Pakistán a un callejón cada vez más complejo y cuya salida se antoja también muy complicada.
Txente Recondo
pertenece al Gabinete vasco de analisis internacional-GAIN