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Medio Oriente

17 de julio del 2003

Palestina: Crece sin cesar el insulto que significan los asentamientos judíos

Amira Hass
Ha'aretz
Traducido para Rebelión por L.B.
El locutor de la Voz de Palestina calificó como "retirada" el movimiento del ejército israelí en la Franja de Gaza, a pesar de que Omar Asour, comandante de las Fuerzas de Seguridad Nacional, le había informado de que se trataba solamente de abrir en cuatro puntos al tráfico palestino la autopista que había permanecido cerrada durante dos años.

A los israelíes les vino a la memoria la primavera de 1994, cuando palestinos uniformados tomaron por primera vez posiciones en el área mientras que las fuerzas israelíes abandonaban las ciudades y se instalaban en los márgenes de la Franja de Gaza. En aquella ocasión el ejército israelí permaneció acantonado en posiciones fortificadas en aproximadamente el 20% del territorio de la Franja de Gaza. Se trata de la misma superficie de territorio que ha sido designada para la expansión de los asentamientos judíos de la Franja de Gaza: 20% del territorio para el 0,5% de los residentes de la Franja.

Esta fue la justicia de la "retirada" de 1994, a la que se denominó "proceso de paz". Antes del año 2000 corrían voces afirmando que "no era lógico" mantener los asentamientos judíos, especialmente los que estaban en posiciones aisladas, en medio del área más densamente poblada del mundo.

Esas pláticas resultaron ser burbujas en el aire y los colonos judíos continuaron dictando cómo debían vivir los palestinos: dónde podía instalarse una tubería de agua, dónde se prohibía la expansión de un campamento de refugiados, dónde los vehículos no podían circular y dónde una planta de tratamiento de aguas residuales no podía ser construida.

Ahora las conversaciones versan principalmente sobre tranquilidad y tregua. Los israelíes anhelan ver cesar los ataques terroristas suicidas dentro de la Línea Verde y los disparos de los cohetes Qassam y suspiran por un receso en la angustia que sienten por sus hijos e hijas que sirven en los territorios [palestinos ocupados].

Los palestinos anhelan que cesen los disparos contra cualquier persona que se pasea por entre los escombros de las casas de Khan Yunis y Rafah o por la tierra que ha sido arrasada en las márgenes de los huertos. Desean que se ponga fin a las invasiones con tanques de los barrios residenciales, a los ataques con misiles contra automóviles en mitad de populosas calles urbanas. Y, naturalmente, ansían desesperadamente que se restablezca un mínimo grado de normalidad con la apertura de la carretera que discurre a lo largo de toda la Franja de Gaza.

La gente podrá llegar a tiempo a la escuela, se podrán distribuir las materias primas que precisan los sitios de construcción. Los funcionarios de la Autoridad Palestina confían en que estas mejoras inmediatas constituyan un importante factor que asegure su control sobre varios grupos militantes.

No obstante, el estamento israelí de defensa se muestra escéptico con respecto a las posibilidades de éxito. Y conocen la razón. El ejército israelí es perfectamente consciente de que para que los palestinos de Cisjordania puedan percibir también que se está produciendo un cambio el ejército tendrá que retirar todos los controles de carretera y barricadas situados entre aldeas y ciudades y levantar todas las restricciones al tráfico rodado. Estas restricciones tienen por objeto garantizar el bienestar de los ciudadanos israelíes residentes en las colonias judías de Cisjordania, que se han multiplicado en los últimos diez años. Hasta que eso se produzca todo parece una mera fantasía al alcance de la mano.

¿Desmantelarán los israelíes el puesto de control de Kalandiya? ¿Retirarán los cercos de alambre de espino con los que mantienen encerradas a las aldeas del sur de Ramallah? ¿Desplazarán hasta las cercanas bases del ejército israelí las vallas que mantiene apresadas a las localidades de Kalkiya, Tul Karem y Nablús? ¿Permitirán que los palestinos circulen por las autopistas llamadas "carreteras de circunvalación"? [carreteras de uso exclusivo para los judíos que conectan sus asentamientos en territorio ocupado palestino. N. Del T.]

Supongamos que se restablece la limitada libertad de movimiento que existía en el año 2000 y que la Autoridad Palestina tiene éxito en impedir que los grupos militares rompan el alto el fuego. ¿Y después qué? Acaso alguien en Israel espera que los palestinos se mostrarán tan sumamente agradecidos por haber sido autorizados a salir de su confinamiento que accederán a permanecer ciegos ante lo que está ocurriendo ante sus ojos?

Lo que está ocurriendo ante sus ojos es ni más ni menos que la expansión incesante de las colonias judías. Las colonias suponen la transferencia ilegal de una población ocupante sobre un territorio ocupado; representan el robo cínico de reservas de tierra que son vitales para los pueblos y ciudades palestinas; constituyen una negación de la continuidad territorial y del potencial de desarrollo; significan la pugna por el control de irremplazables recursos acuíferos; implican el control de las carreteras. Son todo eso y mucho más.

Las colonias judías encarnan todas las percepciones sobre la arrogancia dominadora israelí que se han desarrollado durante años a ambos lados de la Línea Verde. A estas alturas se ha convertido en axioma decir que las "tierras estatales" son sólo para judíos, que los palestinos necesitan menos tierra y agua per cápita que los judíos, que los palestinos no merecen disfrutar de las mismas infraestructuras y servicios que los judíos (véanse Jerusalén Este y las aldeas de Galilea), que los palestinos viven aquí porque se lo permitimos nosotros, no porque sea su derecho.

Las colonias provocan ese profundo sentimiento de vejación que siente toda persona sobre la que el régimen predica que es merecedor de mucho, muchísimo menos que su prójimo.

Ésa es la discriminación que se practica cada día y cada minuto de cada día. Es un insulto alienador, abrasivo, similar al que conocen los negros de Sudáfrica, los negros de los Estados Unidos y los judíos de Europa del Este.

El estamento israelí de defensa sabe bien por qué es escéptico con respecto al éxito del acuerdo del alto el fuego. Porque cuando los palestinos sean capaces, como cualquier otro ser humano, de volver a recorrer en coche una distancia de 10 kilómetros en siete minutos y no en cinco días, entonces estarán en condiciones de volver a contemplar sobre su territorio los florecientes asentamientos judíos y el ejército israelí que los protege.

Descubrirán a una clase política israelí dispuesta como mucho a discutir el tema de los puestos avanzados, pero completamente insensible al insulto, al resultado final de la discriminación y el latrocinio, y para la cual Ariel, Ale Sinai, Ma'ale Adunim, Efrat y Nodkim [colonias judías en los territorios ocupados palestinos. N. del T.] son tan naturales y eternos como Tel Aviv y Raanana.

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