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Medio Oriente

30 de mayo del 2003

Administración neocolonial
Palestina es el modelo

Juan Agulló
Masiosare

Ayer fue Haití, Yugoslavia y Afganistán. Hoy, Irak. Mañana puede que Siria, Irán o Corea del Norte. Guerra a guerra, el Imperio hace efectivas sus "intervenciones estabilizadoras". Administrar sus conquistas es el reto; construir un modelo, la necesidad: los territorios ocupados son el ejemplo.

JAY GARNER NO ES UN TIPO COMUN. General retirado del ejército de Estados Unidos, ex ejecutivo de la compañía armamentística SY Technology y ex jefe de la Oficina para la Reconstrucción y la Asistencia Humanitaria en Irak, su papel habría sido inédito (fue sustituido por el civil John Sawers): "cooperar" con el próximo gobierno iraquí en la redificación del país. Desde la época de los virreyes españoles, los residentes franceses y los gobernadores británicos nadie había vigilado tan de cerca los destinos de un territorio periférico y militarmente ocupado. Washington no se molesta demasiado en ocultar sus intenciones, tan sólo busca un modelo a su medida.

La "administración civil" de Judea y Samaria puede servir de ejemplo. Judea y Samaria son los nombres con los que Israel se refiere a Gaza y Cisjordania, la Palestina ocupada desde 1967. Durante 14 años -luego de la Guerra de los Seis Días- fue administrada por militares. Desde 1981 rige sus destinos una fantasmagórica "administración civil". Excepcional y supuestamente provisional, ilegal y, sin embargo, todopoderosa. Formalmente dependiente del Ministerio de Relaciones Exteriores de Israel, el Tsahal (ejército israelí) es el que en realidad supervisa la ocupación.

La "seguridad nacional" es la coartada. En nombre de un concepto tan difuso como subjetivo, Israel "administra" los territorios ocupados en los que hace valer su propia ley marcial. Como Palestina sigue sin ser un Estado internacionalmente reconocido, su territorio se encuentra en un limbo jurídico. Igual que Guantánamo, Cuba. En ambos lugares el hecho sustituye al derecho, y la arbitrariedad a las garantías. Ya existe una praxis: luego de lanzar sus "guerras preventivas", Tel Aviv y Washington utilizan la excepción para eludir la legislación internacional y, lo más sorprendente, la propia.

Ocupaciones selectivas

Hasta mediados del siglo XX, la fuerza de un imperio se medía por los territorios que administraba directamente: España a América Latina, Francia a Africa occidental y Gran Bretaña a la India y los mares. El desarrollo de las comunicaciones cambió el curso de los acontecimientos. Durante la Guerra Fría (1948-1989) hubo "áreas de influencia": ya no se controlaban territorios, sino gobiernos. La conclusión del conflicto en Irak no bastará: Estados Unidos aprendió que el ejercicio de la soberanía nacional puede tornarse riesgoso cuando -con pleno derecho, pero en franca rebeldía- se decide vender petróleo en la moneda "incorrecta" (euros).

Washington no quiere sorpresas ni "malos ejemplos". Dos principios rigen actualmente su política exterior. Uno efectivo y el otro preventivo: controlar el precio de las materias primas de mayor valor agregado y evitar el ascenso de los competidores - políticos o militares- potenciales. Para tal efecto controla el dólar y los cielos. Sus guerras tienen, ahora, un carácter "preventivo". Ocupar extensos territorios sería costoso y arriesgado: basta con actuar cuando y donde sea "necesario". Dicho de otro modo: al igual que hay países más "interesantes" que otros, hay zonas más útiles que otras. Imperio de enclave.

Israel tiene mucho que enseñar: es especialista en ocupaciones selectivas. Hace décadas que juega al gato y al ratón con la comunidad internacional. La Guerra de los Seis Días le sirvió para ocupar Gaza y Cisjordania, hasta ese momento bajo control de Egipto y Jordania, respectivamente. La población ahí era mayoritariamente palestina. Hoy ya no se habla de ello, pero los dos Estados a los que se refieren las resoluciones de Naciones Unidas posteriores a la Segunda Guerra Mundial tendrían que haberse construido sobre el territorio de lo que hoy es Israel. No sólo en Gaza y Cisjordania.

Desde 1967, sin embargo, el mundo aceptó tácitamente que los territorios ocupados son sólo los que Tel Aviv conoce con el nombre de Judea y Samaria. Interesante política de hechos consumados que tiene su corolario en la estrategia de asentamientos humanos en un territorio, en principio, extranjero (31 mil viviendas, 11 mil de las cuales fueron construidas desde 1991). Es la perspectiva del Washington modélico, y ello no tanto porque Estados Unidos tenga la intención de crear colonias en los países que ocupe, sino porque aspira a controlar eficazmente sólo ciertos enclaves dentro de esos países.

Según el Centro Israelí para los Derechos Humanos en los Territorios Ocupados (B'Tselem), Tel Aviv estaría interesado en anexionarse -ilegalmente- 40% de Gaza y Cisjordania. Quizás sea casual, pero se trata de una proporción parecida a la que le interesa en Irak a Estados Unidos: pozos petrolíferos, oleoductos, vías de comunicación y zonas militarmente estratégicas. El resto es desierto o montaña: zonas pobres en recursos y escasamente pobladas, que pudieran convertirse en escondites, pero que son fácilmente controlables mediante patrullajes aéreos.

Apartheids sobre el terreno

La ciudad de Bagdad posterior al derrocamiento de Saddam Hussein ilustra por dónde pueden ir los tiros en los próximos años. Los bombardeos no fueron tan selectivos como afirmaba la propaganda. Las "intervenciones estabilizadoras" que el ejército de Estados Unidos realizó sobre el terreno, sí. Casi todos los corresponsales coinciden en que los estadunidenses sólo se ocupaban de los centros de poder (palacios, ministerios, embajadas y algún museo). El resto no es de su incumbencia. Hay barrios periféricos que no conquistaron ni, de momento, les interesa conquistar.

De hecho, no se trata de dominar, sino de controlar: en eso consiste el Imperio. Cualquier otra posibilidad entrañaría riesgos que Washington no está dispuesto a asumir. En el "nuevo orden mundial" la lógica global es reducible a una sola ciudad. Israel sabe lo que significa: hace años que practica una política de administración selectiva en Palestina: físicamente apenas ocupa 6% del territorio, legalmente -trampas y subterfugios de por medio- 42% y militarmente cerca del doble. En realidad, es un eufemismo hablar de Autoridad Nacional Palestina, aunque según numerosos autores no de Apartheid.

En los territorios ocupados la paranoia por la seguridad lo justifica casi todo: censos y padrones, utilización del aparato represivo del Estado (delegaciones, cortes, cárceles...), y en casos más extremos incursiones armadas que parecen más pogromos que redadas policiales. Las violaciones de derechos humanos son constantes y la ausencia de un sistema de garantías, proverbial. Un truco adicional: algunos excesos suelen justificarse por el estado de guerra permanente en el que se vive. Legalmente, sin embargo, las hostilidades nunca fueron declaradas y por tanto la Convención de Ginebra no rige.

La "administración civil" de los territorios ocupados es, pues, una especie de "mano oculta" que regula los riesgos y recursos palestinos en función de las necesidades de Israel. El Tsahal sólo ejecuta. En este caso -como en Irak- simplemente se trata de ponerle precio a las cosas: al igual que los iraquíes serán los que -materialmente- reconstruyan el país que destruyeron los estadunidenses, los palestinos son los que - también materialmente- ayudan a construir el mismo Estado que les ocupa y destruye. Mano de obra a precio de saldo. La aplastante lógica de un poder aplastante.

Jay Garner debió aprender todo esto cuando, en octubre de 2000, visitó Israel invitado por el Instituto Judío para Asuntos de Seguridad Nacional. Las armas más mortíferas de Tel Aviv no son las de destrucción masiva. Las excavadoras y los "planes de ajuste estructural" son mucho más efectivos cuando se trata de modelar, selectivamente, un tejido social. El verdadero interés del conflicto no es la guerra, sino la posguerra. El instrumental para velar por la ortodoxia monetaria y la heterodoxia petrolera es quirúrgico y teledirigido. La ultraderecha israelí por fin se lo hizo entender a Washington.

Las bases del Imperio

A lo largo de la última década, la presencia militar de Estados Unidos en el mundo se multiplicó. Abundan los ejemplos. Bases militares de nueva creación las hay por doquier: desde El Salvador hasta Pakistán, pasando por Ecuador, las Antillas Holandesas, Guayana, Albania, Kosovo, Bosnia, Macedonia, Arabia Saudita, Omán, Uzbekistán, Kirguizistán, Tayikistán o Afganistán.

Más aún, últimamente no sólo hay bases donde hay conflictos. Que el Pentágono envíe asesores militares al valle del Pankisi (Georgia), por ejemplo, resulta comprensible porque se trata de un presunto refugio terrorista. Algo parecido ocurre en los casos de Yemen (el inestable país árabe del que es originaria la familia de Osama Bin Laden) o Filipinas. Lo que, sin embargo, cuesta más entender es qué interés puede tener Estados Unidos para instalarse en el Cono Sur. Las maniobras "Task Bravo Force" hacen más ruido cada año y la prensa argentina sospecha que Washington ya escogió un lugar para quedarse: el alto Paraná, en el corazón de Sudamérica. Más allá del descontento social relacionado con la situación económica por la que atraviesa Argentina, allá no hay grupos armados ni sospecha de que pueda haberlos.

Pero recursos naturales, sí: agua y biodiversidad. Los intereses militares se definen, cada vez más, a partir de estos bienes. Desde la Guerra del Golfo (1991) ya no se "acostumbra" tener acuartelados a grandes contingentes de soldados en bases distantes. Tampoco tener armas ni -necesariamente- municiones: actualmente los ejércitos se transportan muy rápido. Se trata, más bien, de enormes centros de telecomunicaciones coordinados entre sí a través de un enjambre de barcos, aviones o gracias a un instrumento del que casi nadie suele acordarse cuando se mira un mapa: los satélites.

En un mundo unipolar los "cordones sanitarios" ya no tienen sentido. Antaño se trató de rodear a la Unión Soviética; actualmente ni se sueña en hacer algo parecido con el eje del mal (Irán, Irak y Corea del Norte). Las bases militares instaladas en Asia central y el golfo Pérsico no deben ser comprendidas a partir de las guerras contra Afganistán e Irak, sino todo lo contrario: dichos conflictos han de ser entendidos como parte de una estrategia global de penetración estadunidense de ambas regiones. Allá están ubicadas casi 40% de las reservas mundiales de petróleo: suficiente para determinar su precio, verdadera base de un poder imperial.