VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Medio Oriente

12 de mayo de 2003

Sobre el antisemitismo de izquierdas y el estatuto especial de Israel

Joel Kovel
Tikkun Magazine
Traducido para Rebelión por Manuel Talens (
www.manueltalens.com)

La enmarañada cuestión del antisemitismo dentro de los Estados Unidos destacó el pasado febrero en una encendida controversia entre el rabino Michael Lerner, editor y fundador de Tikkun, y el grupo pacifista marxista-leninista ANSWER (acrónimo de Act Now to Stop War and End Racism [Actúa ahora para detener la guerra y acabar con el racismo]). En las líneas que siguen no tomaré posición alguna sobre quién tuvo o no razón en este caso particular, ni tampoco sobre el comportamiento de ANSWER, aunque puedo agregar que mi propia experiencia con dicho grupo en actividades locales pacifistas no coincide con la caracterización que le atribuye Lerner. Mi interés, más bien, se centra en la definición del antisemitismo de izquierdas que ofrece Lerner en sus mensajes de correo electrónico y en un editorial que escribió durante dicha controversia en el Wall Street Journal. No pongo en duda el sincero y apasionado deseo de Lerner de que se acaben los estragos de la violencia a que se entregan los dos bandos ni su predisposición a conseguir este objetivo mediante un remedio espiritual (de hecho, escribo con regularidad una columna para Tikkun y he trabajado con Lerner durante años sobre muchas de estas cuestiones). No obstante, el análisis político derivado de su empleo de la noción de antisemitismo me resulta tan problemático como los medios con que propone identificar esta cuestión con la izquierda.
La noción de antisemitismo de izquierdas está necesariamente ligada a la cuestión de Israel y a la lógica sionista que lo anima. Por lo tanto, las cuestiones examinadas aquí ponen el dedo en la llaga de las decisiones que hemos de tomar sobre Israel/Palestina, decisiones que se adentran en las ambiciosas propuestas lanzadas recientemente como directrices para el próximo seminario de Tikkun en Washington y que van mucho más lejos. Entendemos que el antisemitismo obscurece la realidad de lo que es ser judío y ha permitido que se cometan grandes y pequeñas atrocidades contra dicho pueblo. La cuestión que se nos plantea ahora es ésta: ¿puede una crítica defectuosa del antisemitismo obscurecer la realidad de Israel y, con ello, debilitar la lucha contra sus violaciones de los derechos humanos?
Para Lerner, existe un antisemitismo de izquierdas cuando: a) la crítica de las violaciones de los derechos humanos de Israel no se equilibra de manera uniforme con una crítica equivalente de otros violadores de derechos humanos, ya se trate de terroristas palestinos o de otros terroristas estatales y b) cuando se niega el derecho a la existencia de Israel. He aquí unas cuantas muestras de sus comentarios sobre el asunto, seleccionadas de su editorial y de sus correos electrónicos:
• La posición "...propuesta por la comunidad de Tikkun consiste en que las movilizaciones han sido dirigidas por un grupo denominado ANSWER, controlado por comunistas sectarios que odian a Israel y desean su destrucción. ANSWER ha utilizado las manifestaciones pacifistas para infamar a Israel y propagar que la guerra en Irak servirá los intereses israelíes."


• "el contexto es todo. No se trata del hecho de criticar a Israel, sino de parcialidad y de haber seleccionado a Israel en particular. En la comunidad de Tikkun hemos criticado abiertamente la represión israelí de los derechos palestinos. Pero también hemos criticado los actos terroristas contra civiles israelíes. Hemos pedido a los palestinos que rechacen cualquier forma de violencia y sigan la senda de Martin Luther King, Jr. y de Gandhi, cuyas luchas contra la opresión tuvieron éxito en parte porque le mostraron al opresor que el oprimido reconocía su humanidad y, por ello, no iba a cometer actos de venganza cruel cuando tuviera ocasión. Fue este mismo espíritu lo que hizo posible la transformación de Sudáfrica bajo el liderazgo de Nelson Mandela. Por otra parte, el terrorismo hace que la población israelí caiga en manos de las fuerzas más derechistas de esa sociedad. Por eso, si uno acude a una manifestación en la que se critica a Israel fuera de un contexto más amplio, el sentimiento de ataque a Israel prevalece sobre todo lo demás."


• "Además, si se seleccionan los abusos de los derechos humanos de Israel como objetivo principal y por encima de esto sólo se critica al gobierno estadounidense, no queda más remedio que preguntar: ¿Por qué se silencian en estas manifestaciones los abusos mucho mayores contra los derechos humanos de Sadam Husein? ¿O de China en el Tíbet? ¿O de los rusos en Chechenia? ¿O de los regímenes en Arabia Saudita y Siria y Egipto y docenas de otros estados?"


Estoy seguro de que Lerner está de acuerdo en que el antisemitismo, como toda otra clase de racismo, es una falacia cuya lógica se basa en una suplantación de los objetos. Es decir, donde habría que ver la rica interacción de auténticas determinaciones, el antisemita inserta una abstracción esencialista, un fantasma ajeno a la historia. Así, se habla de "conspiración judía" o del "control judío de Hollywood" o del "dinero judío" o, tal como Lerner nos hace ver aquí, de los "abusos israelíes contra los derechos humanos", seleccionados unilateralmente y fuera de contexto. Para evitar una reacción antisemita contra Israel, Lerner pretende que, primero, denunciemos los abusos palestinos –y de otros extremistas– equivalentes a los de Israel y que los impulsemos a adoptar la senda de Gandhi o el "espíritu" de Nelson Mandela; en segundo lugar, pretende que postulemos el mérito intrínseco de Israel y su derecho a existir.
Las dificultades de este enfoque empiezan con el hecho de que al exigir la equivalencia y el equilibrio en el tratamiento de Israel, Lerner debilita ese contexto que denomina "todo". El carácter único de Israel se pierde desde el momento en que se impone, a priori, la exigencia de considerar a ese país como un estado igual a los demás y, al mismo tiempo, como poseedor de un mérito intrínseco, ya que eso exige abordar la cuestión con los ojos cerrados. En vez de examinar a cada actor en el conflicto del Oriente Próximo en concreto, se nos obliga a comparar a los actores y sus abusos de derechos humanos según lo que comparten, por ejemplo, el número de muertos, en vez de según las causas específicas que los provocan. La cantidad sustituye a la calidad y las auténticas determinaciones desaparecen. Para seguir fielmente la prescripción de Lerner, uno ha de contar los abusos de derechos humanos y darle el premio al concursante con mayor número de víctimas mutiladas, torturadas o asesinadas. En dicho proceso, se borra la historia y la posibilidad de un entendimiento más profundo de las causas y de los remedios de las cosas negadas. La crítica del antisemitismo se convierte, así, en una especie de censura. Y si la crítica racional queda sofocada, sobreviene la crítica irracional, que es cuando los perros del antisemitismo de verdad quedan sueltos.
En cambio, si se eliminan estas restricciones y se estudia la historia del problema, encontraremos que la crítica especial de Israel está en verdad justificada y, de hecho, es obligatoria, simplemente porque Israel es especial, impregnado por la grotesca metamorfosis de la excepcionalidad judía en una lógica imperial con la que el "pueblo elegido" se ha hecho elegir de nuevo. Esta vez, sin embargo, la elección no procede de Dios, tal como lo exigen las tradiciones espirituales, sino de ese monstruo conocido como el Tío Sam.
Tanto los Estados Unidos como Israel representan casos de colonialismo mesiánico con su acompañamiento de excepcionalidad. No hay más que recordar la identificación consciente de los colonos puritanos con las tribus de Israel, emparejamiento que sigue estando muy presente en el afecto que la derecha cristiana (George W. Bush incluido) siente por el estado sionista. Esta especie de expansionismo occidental ha tenido un gravísimo impacto sobre los pueblos indígenas, ya sea en Norteamérica, en Sudáfrica o en Palestina. Con una raíz común, la presencia dentro de los Estados Unidos de la mayor y más poderosa comunidad judía dentro de la diáspora hizo sumamente probable que las dos naciones desarrollaran un poderoso vínculo. Pese a todo, esta relación no se llevó a cabo de la noche a la mañana. Los Estados Unidos estuvieron prácticamente ausentes en la fundación del movimiento sionista y, aunque activos en las luchas que llevaron a la formación del estado de Israel, fueron un aliado tibio (e incluso a veces un adversario) durante los años cincuenta. Las reticencias estadounidenses iniciales hacia Israel se debieron en diversa medida al miedo a ofender a los jeques petroleros, al antisemitismo de los grupos dirigentes de los Estados Unidos y a la aversión por las inclinaciones socialistas de los judíos en general y de Israel en particular.
Sin embargo, a finales de los años cincuenta mucho había cambiado. Una sustancial burguesía judía estadounidense se había introducido profundamente en poderosas instituciones y se había pasado a la derecha bajo la influencia del Peligro Rojo, en particular del caso Rosenberg de espionaje atómico, que fue prácticamente un juicio amañado para demostrar a la opinión pública la lealtad judía a la seguridad nacional del Estado. Al mismo tiempo, los Estados Unidos, importunados por la demostración de fuerza de británicos y franceses durante la crisis de Suez y profundamente recelosos del nacionalismo árabe radical de Nasser en Egipto, se preparaban para una intervención total en el importantísimo Oriente Próximo. A aquellas alturas, Israel estaba ya preparado para demostrar su buena fe como compañero imperial. La guerra de 1967, de la que surgió la ocupación, demostró ser el catalizador que reunió a los dos países. Los planificadores de la política estadounidense se dieron cuenta de que disponían de un aliado inestimable, capaz de reprimir sin piedad cualquier movimiento nacional de liberación que pudiera desafiar la hegemonía estadounidense en la zona del petróleo... o en cualquier parte.
Los lazos entre estadounidenses e israelíes se han vuelto más profundos con el tiempo, cimentados por los aproximadamente 130 mil millones de dólares US en ayuda militar prestada a Israel durante años (dada la tortuosidad de los militares y la ausencia de contabilidad, es imposible conocer las cifras auténticas). Los poderosos grupos de presión sionista han asegurado y fortalecido las relaciones entre ambos países, asimismo justificadas por una prensa que sigue servilmente la línea del partido, racionalizadas por la intelectualidad liberal e institucionalizadas por la aprobación robótica del Congreso. La relación se ha extendido a nuevos extremos de cordialidad durante el régimen de George W. Bush, para quien Ariel Sharon es un "hombre de paz", lo cual es estratégicamente vital para ambos compañeros. Los Estados Unidos ayudan y arman a Israel y lo defienden en las Naciones Unidas y contra la opinión pública mundial. En contrapartida, Israel es el perro de pelea de los Estados Unidos en la zona crucial del Oriente Próximo, donde lleva a cabo para el amo tareas que la delicada sensibilidad de éste frente a la opinión mundial encuentra inaceptables. Israel, por ejemplo, ayudó a que la Sudáfrica del apartheid evadiese un bloqueo de armas, armó y entrenó escuadrones de la muerte de las fuerzas contrarrevolucionarias de El Salvador y Guatemala y ayudó en la preparación de Indonesia para su genocidio en el Este de Timor; vale la pena resaltar que esto último sucedió durante la administración pacifista de Jimmy Carter. Aunque se trata de asuntos verificables y en ningún caso de aberraciones de la política estatal israelí, perennemente se pierden por el desagüe de la memoria, que borra cualquier hecho que pudiera comprometer el apoyo básico a Israel.
La equivalencia que pretende Lerner minimiza estos vínculos. Por ejemplo, dice que "se seleccionan los abusos de los derechos humanos de Israel como objetivo principal y por encima de esto sólo se critica al gobierno estadounidense", como si fueran variables independientes y no claras indicaciones de la relación especial entre ambos estados. Y, para él, una indicación principal del antisemitismo de ANSWER es el hecho de que haya "utilizado las manifestaciones pacifistas para infamar a Israel y propagar que la guerra en Irak servirá los intereses israelíes".
La noción de "infamar" a Israel parece un poco obscura, aunque implica que el estado sionista posee una cierta dignidad innata, susceptible de calumnia. Sin embargo, cuando dicha "infamación" se vincula a la sugerencia de que Israel pueda tener "intereses" en una guerra iraquí, la crítica del antisemitismo de izquierdas se vuelve represiva y tiene el efecto de suprimir la crítica racional del estado sionista. Los grupos como la Liga Antidifamación han utilizado ampliamente durante años este tipo de tácticas calumniadoras para suprimir la crítica y han alentado de manera concluyente la indiferencia de Israel hacia los derechos humanos.
La afirmación de que quien diga que la invasión de Irak sirve los intereses israelíes comete un acto antisemita es, sobre todo, problemática. Tanto la prensa israelí como otra mucha gente –incluido el alcalde de Londres el pasado 15 de febrero ante dos millones de manifestantes, que lo aclamaron– han argumentado ampliamente que esta guerra serviría a los intereses israelíes. ¿Todas esas voces eran antisemitas? ¿Lo es Zalman Shoval, el antiguo embajador israelí ante los Estados Unidos, quien ha dicho que "el aplazamiento de la guerra en Irak va contra los intereses israelíes"? De hecho, la intelectualidad de los Estados Unidos parece ser la única gente sobre la tierra incapaz de comprender que la invasión estadounidense y la destrucción de Irak eliminará la fuerza de disuasión que Sadam Husein puede ofrecer al auténtico poseedor de "armas de destrucción masiva" en la región. Además, acercará mucho más las tropas del benefactor imperial de Israel al escenario de la lucha y permitirá la adquisición israelí de petróleo y de derechos sobre el agua. Y, dado que la lógica interna del sionismo busca la expulsión, es decir, la "limpieza étnica" del pueblo palestino, la guerra es también algo bienvenido, pues facilitará ese terrible resultado.
En el lado estadounidense, la colaboración tiene lugar a través de funcionarios claves en la política exterior de Bush, ardientes sionistas de derechas y arquitectos de la guerra contra Irak, como Paul Wolfowitz (Secretario de Defensa), Douglas Feith (Subsecretario de Defensa), Lewis Libby (Jefe de Personal del vicepresidente Cheney), Eric Edelman (principal ayudante de Libby), Richard Perle (Presidente del Consejo de Política de Defensa del Pentágono) y Abrams Elliot (que se ocupa de la política del Oriente Próximo para el Consejo Nacional de Seguridad). Abrams, conocido por haber supervisado la contrarrevolución en América Central en tiempos de Reagan y por su condena por perjurio en el Congreso durante los escándalos de Irán y de los contras (fue destituido por el padre de Bush), aporta a su nuevo cargo la calificación de haber escrito un libro en el que dice que los matrimonios mixtos significan la muerte del pueblo judío. También ha defendido enérgicamente la rectitud de Ariel Sharon al oponerse al proceso de paz en Palestina.
Perle y Feith fueron consejeros del gobierno de Netanyahu, para quien contribuyeron de forma destacada en la elaboración de un informe, Una nueva estrategia para asegurar los territorios. Entre sus recomendaciones encontramos que Israel necesita "apartarse del eslogan de la ‘paz global’ [es decir, de las esperanzas de los acuerdos de Oslo] y volver al tradicional concepto de estrategia basada en el equilibrio del poder". Para ello, Israel debe "cambiar la naturaleza de sus relaciones con los palestinos, lo que incluye el mantenimiento del derecho de persecución en defensa propia en todas las zonas palestinas y la búsqueda de alternativas al control exclusivo de Arafat sobre la sociedad palestina". Es de observar que estos caballeros, ahora situados entre los principales arquitectos de la política de Bush para Irak, pusieron a punto la política de Sharon consistente en destruir de manera sistemática la sociedad palestina, instrumento principal de la limpieza étnica.
Lo esencial de la política estadounidense e israelí no ha cambiado desde al menos 1967, periodo durante el cual el verdadero comportamiento y la existencia del estado sionista ha dependido del apoyo de la superpotencia. Además, tanto la lógica interna como las presiones externas han empeorado considerablemente el comportamiento de ambos compañeros de viaje, profundizando de manera simultánea los lazos entre ellos. Para los Estados Unidos, atrapados en una crisis persistente de acumulación de capital, a la espera de una baja en la extracción de recursos petroleros (en el contexto de una demanda cada vez mayor) y tras la oportunidad que le brindaron los ataques terroristas de Al Qaeda, esto ha significado una mutación hacia el militarismo preventivo y el ejercicio del dominio global por la fuerza, lo cual vigoriza la importancia estratégica de Israel (es de señalar la capacidad de este país para obtener recientemente 10 mil millones de dólares adicionales en ayuda estadounidense, justo cuando todos los demás gastos se reducen, tras alegar que la crisis económica amenaza su predominio militar). En cuanto a Israel, se observa un incremento en el acoso contra Palestina, que alcanza dimensiones genocidas. Las causas para esto han sido la amenaza de una paz tras los acuerdos de Oslo y, a mi juicio, la evolución interna de las asunciones básicas del estado sionista, adecuadamente legitimado por los actos de rabia palestina, en particular los horribles, vanos y desesperados atentados suicidas.
Lerner dice que la intensificación de la limpieza étnica de palestinos es obra de "las fuerzas más derechistas de la sociedad israelí". Sin embargo, esta afirmación se queda en la superficie y pasa por alto las estructuras subyacentes: la fidedigna máquina terrorista de atrocidades estatales puesta a la disposición y garantizada por el Padrino. Eso que en general se conoce como la "derecha" es el organismo político de quienes explotan las relaciones de poder fundamentales de una sociedad. Por lo tanto, la derecha esta producida por estructuras y por la sucesión de acontecimientos, incluso si se convierte en el agente de dichos acontecimientos. En los Estados Unidos, esto se basa principalmente en una acumulación agresiva de capital; así, la "derecha" actúa para maximizar la acumulación y se mueve de un lado para otro según el flujo y el reflujo de acontecimientos. En Israel, la lógica se basa en un estado cuyo fachada democrática, incluso si la persecución sufrida por los judíos ha sido utilizada como justificante, enmascara un avance implacable hacia el control territorial de Palestina por un solo pueblo, el judío. Ésta es la asunción principal del sionismo, que contiene la semilla de la expulsión palestina y un giro político cada vez más a la derecha, en la medida en que el pueblo subyugado se opone a ello, es decir, actúa como lo hacen los seres humanos cuya existencia básica está siendo destruida. De hecho, cuanto más avanzan los Estados Unidos hacia la dominación del Oriente Próximo, más avanza Israel hacia la limpieza étnica. Su cadencia puede retrasarse temporalmente por consideraciones tácticas para no para ofender a los estados árabes, pero una vez que la implantación imperial en la región esté afianzada, podemos estar seguros de que tendrá lugar la destrucción de la sociedad palestina.
La conclusión a que nos vemos abocados es que el estado sionista es incorregible dentro de la actual relación de fuerzas. A no ser que éstas cambien de manera fundamental, nos dirigimos a una serie infinita de desastres.

Más allá de la solución de dos estados
La afirmación de que ir demasiado lejos en la crítica de Israel es antisemita limita de manera infranqueable un análisis estructural más profundo. Pero también nos deja a oscuras en cuanto a cuál es el límite de la crítica de Israel. Muchos de quienes comparten la opinión de que Israel posee una esencia de virtud, arraigada en las grandes tradiciones éticas del judaísmo, en sus muchos logros culturales y tecnológicos y en el hecho de haber proporcionado una patria a un pueblo perseguido, pueden considerar que dicho razonamiento va demasiado lejos. Esta opinión, que según la fraseología de Lerner se puede caracterizar como el concepto de legitimidad fundamental de Israel, es la que sin duda comparten la mayoría de los judíos estadounidenses y se debe a que no pueden creer que Israel tenga la voluntad de transferir, limpiar étnicamente y expulsar a los palestinos.
Dicha noción presupone también el horizonte de lo aceptable, definido por la proposición de "dos estados", solución con la que Israel seguiría siendo esencialmente igual, con algunos ajustes territoriales, y el estado palestino sería instalado en los territorios ocupados o en alguna fracción de éstos. La lógica de los dos estados es lo que permite que Lerner diga que él es "favorable a Israel [y] a Palestina" y lo autoriza a presentar su programa político, convencido como está de que hay algo en Israel sobre cuya base se puede desarrollar una solución biestatal decente. Y, si se desea que exista un estado palestino digno de seres humanos, dado que Israel posee todas las cartas del poder militar, será necesario presentarle la solicitud, discutirla y obtener su consentimiento.
Sin embargo, los hechos indican que Israel, en su estado actual, no desea que le presenten ninguna solicitud, ni discutirla ni dar su consentimiento para llegar a una solución justa de la crisis. El lector, si desea enterarse de las infinitas argucias y manipulaciones llevadas a cabo por administraciones sucesivas, que van desde el centro izquierda a la extrema derecha, para frustrar el nacimiento del estado palestino, puede estudiar los detalles, con copiosas referencias a comentaristas israelíes, en el magnífico Israel/Palestine: Ending the 1948 War, de Tanya Reinhart (Seven Stories, 2003). El comportamiento de Israel durante la segunda intifada (que casi con seguridad fue provocada deliberadamente para acelerar la ocupación, según las reglas establecidas por Perle y Feith) deja bien claro que simplemente juega con la idea de un estado palestino para ofrecer concesiones ocasionales a la opinión mundial. Mientras tanto, Sharon y compañía –con la segura aprobación de Bush, Perle, Wolfowitz et al.– se dedican a aniquilar las miserables condiciones de la Palestina ocupada, lo cual ha hecho que los índices de pobreza se tripliquen durante los dos últimos años y que se acelere la devastación de la sociedad civil, al precio de desnutrición, heridas y enfermedades, precio que excede con mucho a las matanzas que lleva a cabo directamente el ejército israelí. Este proceso, llevado a cabo frente a un telón de fondo de zumbidos de F16 y de rugientes excavadoras monstruosas, que destruyen casas y sepultan viva a la gente (como sucedió con Rachel Corrie), sólo tiene sentido si se observa como parte de un proceso de limpieza étnica, es decir, de una "transferencia".
Pero incluso si esto no fuera así, el propuesto estado palestino es francamente indigno de seres humanos que se respeten. ¿Cómo puede invocarse cualquier pretexto de justicia cuando uno de los adversarios ha de conformarse con un territorio dividido y completamente rodeado por su opresor, sometido a la economía de éste, unido por carreteras reservadas a sus tropas, donde los recursos vitales, como el agua, permanecerán bajo el control del opresor y donde no existe ninguna auténtica garantía de que se vayan a desmantelar los asentamientos de fanáticos, cínicamente incrementados durante el "proceso de paz"?
¿Cuál, entonces, es el verdadero carácter del estado israelí y del sionismo del que procede? ¿Cómo debemos denominar un proyecto que, incluso si se jacta de ser una "democracia", reserva el 92 % de su territorio para el pueblo judío? En donde quien se convierta al judaísmo o tenga una bisabuela judía goza automáticamente de plenos derechos a la tierra, mientras que aquellos cuyas familias simplemente vivieron allí durante siglos son, en el mejor de los casos, ciudadanos de segunda clase y sin tierra; en donde los judíos tienen plenos derechos legales, mientras que los derechos palestinos están "temporalmente" suspendidos, desde 1948; en donde la gente tiene que llevar un carné de identidad que especifique el origen étnico (categoría que puede no incluir la identidad de " israelí") y esto determina el trato que recibe del estado; en donde los territorios están vinculados con carreteras "sólo para judíos"; en donde los partidos políticos que ponen en entredicho la naturaleza fundamentalmente judía de la "democracia" están proscritos... Y que tiene miedo de dotarse de una Constitución, porque sabe que si lo hiciera significaría su fin.
¿Existe alguna palabra para describir esto, excepto racismo, institucionalizado en el ámbito más fundamental del Estado? ¿No es ésta la lógica que guía la militarización de Israel y su mecanismo de expansión despiadada, de represión y, sí, la perspectiva de la expulsión? ¿Acaso este racismo no impregna la sociedad y la diáspora y corrompe la herencia emancipadora del judaísmo, al mismo tiempo que siembra el chovinismo y el prejuicio ciego?
El carácter racista del estado sionista es la verdad que no pueden soportar quienes creen en la legitimidad fundamental de Israel. Pero también desintegra esta creencia, porque un grado tal de racismo, donde un pueblo entero es destruido para que otro pueblo pueda prosperar, es la personificación de un crimen contra la humanidad. Todas las pretensiones de ser la "única democracia en Oriente Próximo" o de salvar a los judíos de la opresión antisemita o de tener magníficas orquestas sinfónicas y universidades desaparecen ante su fulgor.
¿Qué se debe hacer? Podemos comenzar por lo que no se debe hacer y rechazar una solución de dos estados que no soluciona nada, que es imposible en cualquier sentido humanamente deseable dentro de la configuración actual y que sirve principalmente como una ilusión que yace bajo una losa gigantesca en la imaginación. Más allá de dicha ilusión se halla el desafío al estado racista y el rechazo de la idea de que el sionismo expresa la auténtica vocación del pueblo judío. En pocas palabras, necesitamos imaginar un Israel no racista, más allá del tribalismo y abierto a todos. Se trata de un viejo camino, caído en desuso, lleno de malas hierbas y que durante mucho tiempo se creyó infranqueable: el sueño de "un Estado" de una sociedad totalmente democrática, donde todos puedan vivir juntos. Pero tiene una noble historia, que remonta a Martin Buber. La ruina de las alternativas exige que se vuelva a abrir, si no como un destino inmediatamente alcanzable, sí como una dirección.
La primera parte de este camino se parece a las demandas ya hechas por gente de buena voluntad, incluido Michael Lerner: que cese la aniquilación de la sociedad palestina, que se acabe la ocupación, ahora mismo y de forma unilateral. Tales medidas despejarían el camino para ir más allá, hacia un Israel que supere el sionismo. La perspectiva está ya inmanente en estas demandas inmediatas. Pero su realización requiere la aceptación del principio de que un estado racista, dado que automáticamente genera crímenes contra la humanidad y carece de medios internos para corregirlos, no puede tener la legitimidad que le da derecho a existir. En unas palabras, el estado sionista debería ser transformado radicalmente y, si es necesario, desmantelado.
La mera mención de esta posibilidad produce estremecimientos de horror en un imaginario colectivo formado por el Holocausto y convierte la idea de superación del sionismo en la imagen de "ser arrojados al mar", como si los árabes vengativos fuesen a agarrar a Israel por sus fronteras orientales para lanzarlo entero al Mediterráneo.
Preciso es recordar aquí que estamos hablando de cambiar el Estado israelí. Un estado no es una sociedad, una nación o un territorio, sino un modo de regulación y control más el ejercicio de la violencia oficial. Los estados controlan y dirigen la sociedad, contienen naciones y gobiernan territorios. El estado racista engrandece a un grupo aniquilando otros, que asisten desvalidos a la situación. El Holocausto aniquiló a judíos apátridas, gitanos, etc., que fueron las víctimas del nihilismo de un estado racista, el Estado nazi; de manera similar, los palestinos apátridas han sido las víctimas del nihilismo racista del estado sionista. Si se considera la violencia nihilista incorporada en el estado sionista, es razonable afirmar que tal resultado es necesario tanto para la supervivencia corporal como espiritual del pueblo judío.
El que los vayan a "arrojar al mar" es una fantasía de venganza proyectada, que se basa en el mantenimiento de una organización estatal racista en el futuro, siempre rodeada por aquellos a quienes ha desposeído y humillado. Por ello, es necesario esforzarse en crear una sociedad donde la rueda de la venganza quede totalmente excluida. Y si la extrema violencia incorporada en el estado israelí hace que esto parezca completamente imposible, vale la pena recordar el desmantelamiento del estado cruel del apartheid en Sudáfrica, pues si un logro tan ingente pudo llevarse a cabo allí, otro logro igual de ingente podrá llevarse a cabo en Israel/Palestina.
Desde luego, hay diferencias importantes entre Israel y la Sudáfrica del apartheid, que era sólo un cliente secundario (aunque no insustancial) de los Estados Unidos, puesto que carecía de valedores en dicho país y, sobre todo, no era un factor necesario para el control de un área tan estratégica como el Oriente Próximo. Dado que Sudáfrica es un país rico y en gran medida autosuficiente, mientras que Israel se derrumbaría como un castillo de naipes sin el apoyo de su patrón, la organización de la lucha contra el sionismo en los Estados Unidos representaría un esfuerzo mucho mayor en comparación con la lucha contra el apartheid. Al mismo tiempo, la profundidad del vínculo estadounidense-israelí hace que dicho esfuerzo sea mucho más dificultoso, incluso si el actual estado de guerra y la amenaza de expulsión del pueblo palestino (la limpieza étnica no era algo significativo en Sudáfrica) le presta una urgencia inmediata. La prevención de esta última catástrofe proporciona necesariamente el punto de partida en la lucha contra el sionismo, sin alterar el objetivo a largo plazo. Y ello se debe a las profundas semejanzas estructurales entre los dos estados racistas.
Al igual que Israel, el estado del apartheid era una empresa colonialista con ambiciones mesiánicas. Y, al igual que los sionistas, los afrikáners se consideraban perseguidos errantes a quienes Dios les había prometido una patria, inoportunamente ocupada por gente inferior. Al igual que Israel, definieron su autodeterminación a costa de la autodeterminación de los nativos que allí vivían. Guiados por el sentido del permiso divino para llevar a cabo la terrible injusticia nacida de esta contradicción, también se pusieron a construir y a justificar el sistema Bantustán, sus propios "dos estados" (para ser exactos, muchos estados) como solución de las contradicciones básicas de su proyecto imperial. Y respondieron, como Israel, con grados crecientes de fuerza y crueldad cuando el pueblo oprimido afirmó sus derechos como seres humanos.
Y, con el tiempo, fueron derribados, sin que hubiera un baño de sangre. A pesar de que nadie debe hacerse la ilusión de que Sudáfrica ha resuelto sus problemas, éstos se deben ahora principalmente a la explotación "normal" de cualquier país por parte del capital globalizador, más que a un racismo cruel combinado con la expansión imperial. Exprimida por el Fondo Monetario Internacional, con profundos desacuerdos de clase, terrible criminalidad y violencia sexual, por no hablar de la crisis desgarradora del sida, Sudáfrica se enfrenta a un futuro difícil. Pero, al menos, existe un régimen estable y democrático, donde conviven blancos y negros. Sudáfrica (país que he visitado cuatro veces) hoy está llena de energía y de vitalidad, y sólo un loco cambiaría su gobierno por la versión del apartheid.
El movimiento que liberó a Sudáfrica bajo el mando de Nelson Mandela sigue inspirando la esperanza de un cambio en Israel/Palestina. Tal como dice Lerner, debemos apropiarnos del espíritu "que hizo posible la transformación de Sudáfrica bajo el liderazgo de Nelson Mandela". Lerner utiliza el ejemplo de Mandela para pedir a "los palestinos que rechacen cualquier forma de violencia... [pues] ...el terrorismo hace que la población israelí caiga en manos de las fuerzas más derechistas de esa sociedad".
La implicación evidente es que Mandela y el Congreso Nacional Africano abjuraron de cualquier forma de violencia y actos terroristas. Pero no fue ese el "espíritu" que transformó Sudáfrica bajo el liderazgo de Nelson Mandela. Muy pronto en su historia, el Congreso Nacional Africano estuvo influido por los principios gandhianos (Gandhi desarrolló la noción de Satyagraha durante una larga permanencia en Sudáfrica), principios que nunca desaparecieron. Pero Mandela y su cohorte, conscientes de la cruel ferocidad del régimen del apartheid, introdujeron en 1961 una estrategia de dos vertientes, en la que la resistencia no violenta en unos aspectos se combinaba en otros con la lucha armada y con actos terroristas. Él asumió el mando del Umkhonto we Sizwe, el brazo armado del Congreso Nacional Africano, y fue condenado a cadena perpetua en la Isla Robben en gran parte debido a ello. Así, por muy importante que fuera la no violencia, no fue más que un componente de la lucha por la libertad sudafricana, cuya victoria final se vio asegurada en los campos de batalla de Angola, cuando el régimen racista encontró la horma de su zapato frente al ejército de Cuba y tomó la decisión de liquidar el apartheid y liberar a Mandela (por ello, Fidel Castro es el líder occidental más querido en Sudáfrica).
El sermón de Lerner a los palestinos es una repetición de un acontecimiento similar en 1991. Tras su liberación, Mandela vino a los Estados Unidos y se reunió, entre otras lumbreras, con el presidente Bush padre, quien de manera similar lo sermoneó sobre la necesidad de renunciar a la lucha armada. Mandela, un hombre de insuperable dignidad, reprendió públicamente al líder del mundo libre por su cínica tentativa de decirle a un pueblo que lucha por la libertad y por la vida lo que tiene que hacer. Aquellas razones todavía se aplican hoy.
En primer lugar, no se apela a otra gente a que cambie su camino, salvo si uno se ha ganado la autoridad para hacerlo. El hecho de respetar la "legitimidad fundamental" de su opresor y de pedir (como ha hecho Lerner) que Israel sea admitido en la OTAN como premio de consolación por abandonar la ocupación, no le da a uno el derecho de emitir un decreto sobre la no violencia a los palestinos, de la misma manera que la parcialidad de Bush padre con el estado del apartheid no lo hizo intimar con Mandela.
Tampoco la retórica del "amor y el remedio espiritual" oscurece las opciones dolorosas y complicadas que todos afrontamos en este mundo difícil. Nadie, tampoco los palestinos, está por encima de la crítica. Pero también el crítico tiene que ser juzgado. Está obligado a ser fiel tanto a la complejidad histórica de la opción como a la necesidad de escoger, incluso si tal opción significa la lucha armada. Todo depende del contexto espiritual y político dentro del que uno se mueva. La fuente de la grandeza del liderazgo de Mandela no fue la renuncia a la lucha armada, sino más bien el alcance de su visión histórica, y ésa es la lección que hay que sacar para la liberación de Israel/Palestina.
La grandeza de Mandela provino, creo yo, de su negativa a aceptar la solución de dos estados en Sudáfrica, del sistema Bantustán, que representaba un tribalismo impuesto, con africanos nativos desplazados por la fuerza a reservas situadas en los territorios más pobres del país. El arreglo entero estaba envuelto en la utópica retórica racista y asegurado por el desarrollo de instituciones paralelas de educación, judicatura, etc., entre los bantustanos y la Sudáfrica blanca. Ni que decir tiene que la fuerza militar seguía siendo un monopolio del régimen del apartheid, mientras que los territorios proporcionaban un fondo de trabajo ultrabarato para la explotación en las fábricas y minas a través de la frontera, muy similar a la situación que prevalece en los territorios ocupados.
Mandela lo rechazó de plano. Tal como lo expresa su sitio web oficial, concluyó "muy pronto que la política Bantustán era una estafa política y un absurdo económico. Con sombría seguridad, predijo que daría lugar a un programa de expulsiones masivas, persecuciones políticas y terror policial", lo cual es algo familiar al observador de los acontecimientos en Israel/Palestina, como lo son el oportunismo y la corrupción de quienes se conforman con estos ínfimos objetivos. De hecho, es aquí donde podemos considerar los valores diferentes de liderazgo de Arafat y Mandela: el uno, arrinconado por su aceptación; el otro, engrandecido por su oposición a un sistema de tipo Bantustán (de hecho, Mandela rechazó una oferta de libertad que le hizo el gobierno del apartheid si, al igual que hizo Arafat, asumía el mando del Transkei, uno de los Bantustanes).
La grandeza de Mandela se inició con la negación del sistema Bantustán y culminó cuando fue más allá de dicha negación, es decir, hasta "la negación de la negación". Para Mandela, el punto esencial era postular una sociedad más allá del racismo, lo que significa también más allá de la venganza. Contrapuso esta visión a todas las formas de tribalismo y excepcionalidad y se mantuvo firme en el empeño. Es esta visión de futuro lo que humaniza las agresiones que sean necesarias para romper los grilletes de un estado racista. Le infundió a la lucha sudafricana de liberación un espíritu de reconciliación anticipada que fue reuniendo cada vez más a la comunidad blanca con la negra, y a través de todo el mundo. La renuncia a la venganza fue moralmente mucho más importante que una renuncia estricta a la lucha armada. Se convirtió en el germen de la Comisión Sudáfricana para la Verdad y la Reconciliación y en la garantía de que nadie sería arrojado al mar.
Michael Lerner ha pedido una comisión similar en un pacífico Israel/Palestina posterior a la ocupación. La idea es excelente, pero no tiene cabida dentro del marco de una resolución de dos estados presidida por el estado sionista, por la sencilla razón de que no existe forma humana de que tal resolución tenga lugar en estas condiciones. La implicación es evidente. Es inútil construir un movimiento para la paz y la justicia en Israel/Palestina que no desafíe radicalmente el estado racista: simplemente, el objetivo no es lo bastante digno. Sin embargo, en la idea de una sociedad posrracista se halla el germen de la fuerza moral capaz de inspirar y unir a la gente de buena voluntad de todos los lados del conflicto. Si el pueblo africano fue capaz de exigir la caída del apartheid, ¿por qué no sucedería igual con el sionismo, todos unidos bajo una bandera? Será una lucha larga y difícil, pero sólo una visión que acepte hacer sacrificios logrará avanzar por ese camino.
_________________________
El psiquiatra y psicoanalista estadounidense Joel Kovel es profesor en el Bard College. Es coautor, junto con Michael Löwy, del Manifiesto ecosocialista (París, septiembre de 2001). Su libro más reciente, The Enemy of Nature, ha sido publicado por Palgrave (Zed Books, London).
La versión original inglesa de este ensayo apareció en el número de mayo/junio de 2003 de la publicación quincenal judía estadounidense de política, cultura y sociedad Tikkun Magazine, 2107 Van Ness Ave., Suite 302, San Francisco, CA 94109, EE.UU.