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Medio Oriente

14 de febrero del 2003

Palestina: Los niños perdidos de Rafah

Peter Beaumont
The Observer
Traducido para Rebelión por L.B.

Con apenas ocho años los niños se dedican a llevar recados a los combatientes palestinos en las acribilladas ciudades de la Franja de Gaza. Con diez años lanzan bombas caseras contra los soldados israelíes. Y con trece años se preparan para el martirio... Peter Beaumont informa desde Rafah sobre una generación con todo que perder..
Ehab Abu Taha se ofende cuando le pregunto si lanza bombas a los israelíes. Desnutrido y fumador compulsivo, aparenta 16 años. Me dice que en realidad tiene 23. No le molesta la sugerencia implícita en mi pregunta de que tal vez se dedique a atacar a los soldados israelíes, sino el hecho de que en el campo de refugiados de Rafah --la ciudad más meridional de la franja de Gaza--, lanzar granadas de fabricación casera es algo "propio de niños", no de adolescentes, y desde luego no de adultos. Ehab llama a su lado a un niño que regresa de una de las escuelas que la ONU tiene instaladas en el campo de refugiados. Se trata de un niño de unos 10 años. Dice que ha arrojado bombas a los israelíes cuatro veces. Cuando le pedimos ver uno de esos rudimentarios tubos de acero desaparece y regresa cinco minutos más tarde con un artilugio escondido en su mochila roja..
Es un tubo oxidado al que le han soldado los dos extremos y le han practicado un agujero por donde se introduce la rudimentaria mecha. Un artefacto de este tamaño, explica Ehab, cuesta 7 shekels (217 pesetas). Los mejores cuestan 325 pesetas. Es mucho dinero para un lugar donde las familias se las ven y se las desean para reunir las 15.000 pesetas mensuales que necesitan para alquilar una casa alejada de los peligros de la línea del frente, allí donde las casas se hallan expuestas al fuego de las balas y de las bombas disparadas desde los tanques. De modo que mientras que son encuadrados por los visores de los soldados israelíes los chicos escarban en busca de trozos de metal para venderlos, o bien hacen recados para los milicianos..
Así es como se desarrolla su juego con las bombas de tubo: de noche se arrastran sigilosamente hasta los destrozados edificios de la primera línea cerca de la frontera con Egipto y penetran en la tierra de nadie que se extiende más allá. Cuando están lo suficientemente cerca de las patrullas israelíes o de las torres de vigilancia que dominan el campo de refugiados encienden con un cigarrillo la mecha empapada de gasolina y, cuando la mecha está a punto de consumirse, arrojan el cilindro. Medir correctamente el tiempo es crucial y algo muy difícil de hacer bien. Los más desafortunados pierden una mano..
Al igual que Ehab, todas las personas con las que hablo insisten en que lanzar bombas es un juego de niños: al estallar producen un estruendo atronador, pero causan poco daño. Muchas veces los israelíes ni siquiera se toman la molestia de disparar contra los niños que las lanzan. Este juego permite desahogarse a los niños atrapados en el campo, opina un padre. La versión de los israelíes es diferente. Cada vez que la radio del ejército israelí reporta un incidente de este tipo suele hablar de "ataque terrorista" ..
Hay otros peligrosos juegos a los que juegan estos niños. El ejército israelí cree que los militantes palestinos utilizan a los niños para espiar sus posiciones y comprobar la resistencia de las vallas de seguridad de los asentamientos judíos en busca de puntos vulnerables. El ejército les ha acusado de atacar a soldados israelíes atrayéndolos a emboscadas. Lo que me cuentan los muchachos de Rafah sugiere que algo de cierto hay en todo esto..
Lanzar bombas constituye una iniciación al violento mundo de los adultos de Gaza: a Hamas y la Jihad Islámica y a la Brigada de los Mártires de al-Aqsa. El mes pasado, no lejos de Rafah, una de las incursiones concluyó trágicamente. Dos chicos armados con cuchillos --el menor tenía 13 años-cayeron abatidos cuando se infiltraban en el asentamiento de Netzarim, en el norte de la franja de Gaza. El hecho despertó la atención general, incluso en los medios de comunicación israelíes, tan acostumbrados a la violencia. ¿Qué ha pasado", se preguntaban los comentaristas israelíes, "para que ahora hasta los niños se dediquen a atacarnos?"..
En Rafah la respuesta es que actividades como el lanzamiento de bombas se ha convertido en un ritual de pasaje. En los 28 meses que dura la Intifada de al-Aqsa el destartalado laberinto de campamentos de refugiados y de desaliñadas callejuelas se ha convertido en un universo Mad Maxiano lleno de edificios acribillados y de barrios derruidos por cuyas lindes patrullan los tanques y transportes blindados israelíes. Es un lugar donde las rutinas habituales de la infancia deben luchar duro para sobrevivir en medio de la presencia ubicua y constante de la destrucción y la muerte..
De regreso de la escuela muchachas con la cabeza cubierta con pañuelos caminan hacia su casa pasando por debajo de las torres de observación israelíes y flanqueando muros decorados con enormes murales que representan a combatientes palestinos caídos. Niños de 8 años hurgan en los escombros, indiferentes a los disparos de advertencia procedentes de los jeeps israelíes. Niños de uno o dos años conducidos por sus padres juegan con los tanques estacionados en la vecindad asomándose y ocultándose detrás de las piernas de sus progenitores. En las callejuelas los niños más pequeños se arraciman en torno a los policías palestinos armados que fuman cigarrillos al abrigo de los francotiradores israelíes..
Lo que más impacta al visitante es el dominio físico que ejerce el ejército israelí sobre Rafah. Las armas de los soldados israelíes se hallan apuntando a cada calle y a cada callejón desde torres de vigilancia reforzadas con planchas de metal, dividiendo la ciudad en una plantilla invisible de peligrosos canales de alto voltaje que cada residente, sea niño o adulto, ha aprendido instintivamente a evitar o a cruzar apretando el paso..
Y es precisamente a lo largo del extremo sur de la ciudad, entre los campos de refugiados, donde esta dominación se hace más impactante. En esa zona el ejército israelí ha arrasado con bulldozers un área de tiro libre de 75 metros de anchura a través de las casas situadas más cerca de la frontera egipcia. A lo largo de este territorio baldío los soldados israelíes están construyendo una valla metálica de 5 metros de altura y 5 de anchura para impedir la excavación de túneles que podrían ser utilizados para introducir clandestinamente armas, mercancías y municiones. A lo largo de esta línea corre una hilera de puestos de observación erizados de armas..
Aunque la valla del sur está hecha de sólido acero, las barreras existentes en todas las demás direcciones no son menos formidables. Bloqueando el acceso al mar Mediterráneo y a sus largas playas se erigen asentamientos judíos poderosamente fortificados que se enroscan alrededor de la ciudad como dos brazos que la atenazaran, mientras en sus perímetros patrullan los jeeps blindados. Para acceder a Rafah sólo existe una carretera, controlada por el ejército israelí. En medio de toda esa parafernalia viven los correosos residentes de Rafah. La mitad son niños de menos de 15 años..
La situación de los niños de Rafah -afirman funcionarios de UNICEF- es singularmente mala incluso en el contexto de un conflicto en donde el porcentaje de bajas infantiles se ha duplicado durante el año pasado. Según funcionarios de sanidad palestinos, que no son siempre la fuente más fiable, Rafah, donde han muerto 70 niños en el curso de la Intifada, posee el número más elevado de víctimas infantiles de la Intifada de todas las grandes ciudades palestinas. De lo que no cabe duda es que posee la mayor tasa de participación infantil en la Intifada de todos los territorios ocupados..
Es habitual que los israelíes echen la culpa a los padres e instituciones palestinas y a la televisión árabe por adoctrinar a una nueva generación de "terroristas". Hay cierta verdad en ello. Pero dicha acusación oculta la responsabilidad que pesa sobre Israel por convertir virtualmente lugares como Rafah en campos de concentración cuyo tejido social está tan erosionado que los valores del resistente armado y del kamikaze están reemplazando a los valores de la familia..
Según un estudio realizado por el Ministerio Palestino de Asuntos Sociales -con el auxilio de UNICEF, que avala las cifras obtenidas--, el 75% de los niños en los territorios ocupados sufren problemas emocionales causados por sus experiencias del conflicto, siendo su continuada exposición al ruido de los bombardeos y disparos el principal factor de desarreglo psicológico..
Mientras camino por las zonas más pobres de los campos de refugiados, cerca de las líneas de combate, hablo con los padres. Las historias que narran son coherentes en sus detalles. Sus hijos más pequeños -me dicen-mojan la cama, sufren pesadillas y tratan de esconderse cuando estallan los disparos. Los niños mayores son problemáticos y coléricos..
Los psicólogos han rastreado en los niños de los campamentos de refugiados esta progresión que conduce desde el terror hasta la violencia. En los niños de hasta 5 años el miedo se manifiesta en forma de ansiedad, llanto, regresión y problemas de habla. En los niños de edad comprendida entre los 6 y los 12 años sigue habiendo miedo y ansiedad, pero también se observa agresividad. Sin embargo, es en el grupo de edad comprendido entre los 13 y los 18 años donde los problemas se manifiestan de forma más acusada con conductas rebeldes y arriesgadas que se combinan con un sentimiento de impotencia y de retraimiento del mundo normal..
Otra consecuencia que se ha derivado de más de dos años de creciente violencia, afirma Kirsten Zaat, una funcionaria de UNICEF dedicada a velar por los niños de los territorios ocupados, es que incluso niños de tan sólo 8 años se sienten "responsables" de llevar a cabo la lucha palestina. Lo que subrayan sus palabras no es el carácter espantoso de las condiciones de vida de los niños palestinos, sino algo más sutil y preocupante: UNICEF cree que la cohesión de la sociedad palestina se está desmoronando como consecuencia del stress que experimentado la generación más joven..
Kirsten Zaar me cuenta la historia de uno de los negociadores de más alto rango de la Autoridad Palestina cuyo hijo de 15 años se niega a hablarle porque cree que las conversaciones de paz son una forma de claudicación. "Los jóvenes han perdido toda su fe en los adultos", concluye..
Zaal opina que este colapso de la autoridad familiar se ha añadido a otro problema creado por los propios palestinos: la exaltación de los mártires. Todos los kamikazes, milicianos adolescentes, lanzadores de piedras y personas caídas en el fuego cruzado han sido elevados a la categoría de mártires..
"Al principio fue un mecanismo de defensa", explica Zaat. "En un lugar donde la violencia forma parte de la vida cotidiana la sociedad la abrazó y la celebró. Ahora se ha creado una cultura en la que los jóvenes piensan que la muerte violenta es algo bueno y deseable. Y cuando piensan eso quedan expuestos por completo a dejarse seducir por los llamados de las facciones militantes". Los más vulnerables son los niños situados al borde de la adolescencia..
Las calles de Rafah no son un lugar aconsejable para merodear de noche. Pero nosotros queremos ver cómo sobreviven las familias, de modo que nos encaminamos a la casa en la que pasaremos la noche. Es una villa espaciosa y bien amueblada situada a 200 metros de distancia de la línea del frente. Está sólidamente construida, aunque cuando llegamos observamos que una parte de la pared del dormitorio que ocupará el fotógrafo ha sido reventada y cubierta con una cortina. Metemos dentro nuestros chalecos antibala y nuestros cascos y los dejamos cerca de nuestras camas..
Nuestro anfitrión no desea ser identificado, aunque no le importa que nombremos a sus hijos. `M' trabajó en el extranjero como maestro durante 15 años y habla un inglés excelente. Posee un empleo, algo inusual en Rafah. Es conservador y estricto con sus hijos adolescentes e insiste en que trabajen duro en la escuela. Me muestra el examen de inglés que su hijo Yahir ha hecho ese mismo día. Ha sacado un diez..
Se lamenta de los padres que permiten que sus hijos sean educados "en la calle". Pero M admite que su hijo Mohammed, de 13 años, se muestra interesado por la jihad . Me refiere una discusión que tuvo cuando su hijo regresó de la escuela portando una granada de fabricación casera. Sin embargo, no puedo evitar advertir una fotografía enmarcada que se halla colocada orgullosamente en un lugar destacado del salón y donde se ve a Mohammed abrazado a un rifle de asalto..
Mohammed es un niño bajito y retaco con el pelo cortado al rape. Lleva la camisa suelta por encima de unos pantalones que le quedan anchos. Me enseña la fotografía que yo ya había observado en la que aparece como un futuro mártir y deletrea incorrectamente, "Ka-shal-ni-kov", señalando el rifle..
Se sienta en el sofá y le pregunto qué quiere ser cuando sea mayor. De nuevo responde que quiere ser mártir. Quiere explicarlo, pero está en esa incómoda edad en la que es difícil traducir los sentimientos a palabras. Todo lo que alcanza a decir es: "Tanque. Apache. Helicóptero". Quiero liberar a los palestinos del ejército israelí". Corresponde a Ahmad, el hijo mayor de M, elaborar esas ideas. Tiene 17 años e insiste en que vea su ordenador. Me muestra la fotografía enmarcada que reposa sobre su escritorio y que contiene la imagen de su primo Haisam Said Natat. El chico de la fotografía tiene dos pistolas cruzadas sobre su pecho y un pañuelo negro anudado sobre su frente. Ahmad me cuenta cómo le mataron durante un ataque contra los soldados israelíes. Me dice que ha perdido siete parientes y amigos en la violencia de la Intifada..
Abre dos archivos de vídeo de Rowan Atkinson encarnando a Mr Bean y hace avanzar y retroceder la película con delectación. Tiene también una página de homenaje a la princesa Diana y un vídeo de Michael Jackson. Luego abre un vídeo que contiene una temblorosa filmación de un tanque israelí que avanza a través de escombros y que aparentemente resulta devorado por una enorme bomba construida con una bombona de gas. "Mira esto. Viene el tanque. Ahora. Mira. ¡Explota!". Se ríe y hace retroceder la secuencia. Se puede apreciar que la explosión proviene de un lado del tanque. "Si la bomba hubiera estado colocada debajo", me explica seriamente, "el tanque habría quedado pulverizado". Finalmente, Ahmad abre la carpeta para ver la cual me ha hecho venir: su librería dedicada a imágenes de al-Qaeda..
Ahí están: esas extrañamente familiares fotografías que para una generación de chicos palestinos se han convertido en íconos tan atractivos como las imágenes de las estrellas del pop. Está Mohammed Atta y las fotografías de archivo policial de todos los demás secuestradores del 11 de septiembre. Está Osama bin Laden con sus lugartenientes, sentado sobre el suelo con las piernas cruzadas. Está el World Trade Center en llamas: un cuerpo cae de una de las torres..
Ahmad quiere ver si me escandalizo ante el hecho de que pueda idolatrar simultáneamente a Michael Jackson y a bin Laden. "Yo no odio la cultura estadounidense", explica. `Pero odio lo que está haciendo su política. Están ayudando a Israel con dinero, tanques y armas en contra del pueblo palestino. Así que apoyo a los que nos apoyan en nuestra lucha, como al-Qaeda." .
Me doy cuenta de cuán potente es la imagen del "mártir" para los niños de Rafah. Es una fantasía adolescente hecha realidad en un lugar donde el resto de los sueños están aplastados. Medito sobre ello mientras trato de dormirme. Entonces comienza el tiroteo y el estrépito de las explosiones, primero unos pocos ruidos sordos en la dirección del muro de hierro -las ruidosas bombas de los niños-, a continuación algunos disparos aislados y al final un nutrido intercambio de disparos a lo largo del callejón contiguo a nuestra casa. El estruendo continúa durante toda la noche. Por la mañana M me dice que acabo de escuchar la canción de cuna de Rafah..
Concluyo mi visita en el cementerio. Un par de niños juegan cerca de una tumba. Cuando nos ven, otros niños surgen de los huertos y se abalanzan a nuestro encuentro. El viento arrastra algunas gotas de lluvia..
Advierto una tumba reciente y minúscula cubierta con un elevado túmulo de arena. El chico me informa que es la tumba de Hamid al Masry, un niño de dos años y medio que vivía en el bloque J en la línea del frente. A Hamid le dispararon mientras intentaba huir con sus padres de los disparos que los soldados israelíes realizaban contra su área. Su madre resultó herida en el estómago..
Había visto a sus padres dos días antes. Su padre, Asad, me había mostrado los dos certificados que le habían dado para dar fe del asesinato de su hijo. Le pregunté por Khalil, su hijo de 6 años, que estaba llevando de la mano a Hamid cuando éste fue asesinado. ¿Cómo estaba sobrellevando la pérdida de su hermano? "Cuando escucha disparos corre a mis brazos. Habla de su hermano y de los israelíes. Dice que le dan miedo, pero también les odia."..
9 de febrero del 2003
http://www.observer.co.uk/worldview/story/0,11581,891849,00.html