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Medio Oriente

21 de diciembre del 2003

El antisemitismo como arma
Prohibido criticar al estado de Israel

Gennaro Carotenuto
Brecha

La atención prestada al resurgimiento de fenómenos antisemitas es siempre justificada: la peste antisemita no quedó encerrada en el horror nazi. La violencia, el sadismo humillante del antisemitismo, desde los reyes católicos a los pogromos en Ucrania, en Francia, Lituania o Inglaterra, han sido parte -la parte peor- de la historia de la Europa cristiana e ilustrada. Si las agresiones físicas son hoy limitadas, el prejuicio antisemita vive en la jerga diaria y en los estereotipos: se habla de tal "banquero judío" mientras todos los demás banqueros son de religión no clasificada. Y del prejuicio a la discriminación y de la discriminación a la agresión los pasos son demasiados chicos y graves para ser subvalorados.

Cualquier acto que responsabilice a las comunidades hebraicas por la acción del gobierno israelí en el conflicto israelí-palestino "por ser hebreos" es -sin lugar a duda- una generalización racista. Y la categoría del racismo antihebraico es el antisemitismo. Sin embargo la homologación de la crítica al proyecto sionista -el antisionismo- con el antisemitismo es una operación instrumental y peligrosa. El actual gobierno israelí la utiliza como arma impropia para defender la cuestionable figura del primer ministro, Ariel Sharon, y un proyecto político expansionista del cual el muro de Cisjordania es sólo el ejemplo más actual.

Cuando fue creado el Estado de Israel, como si los árabes no existieran, fueron necesarios planes de desplazamiento de la población palestina que provocaron lutos y violaciones de derechos humanos, incluido el derecho a la propiedad. Se creó así el drama de los refugiados, que hoy son millones. Ahora -y la referencia es a los asentamientos ilegales israelíes en Cisjordania- no es tiempo de "conquista del desierto", si es que alguna vez hubo una. Cada asentamiento ilegal israelí supone una violación del derecho internacional y de los derechos humanos primarios del pueblo palestino, empezando por el derecho al agua (véase la foto en estas páginas).

SANGRE POR TIERRA

Quien escribe, viajando por Israel y por los territorios, recogió testimonios de pacifistas y diputados de la izquierda laborista y del partido Meretz. Hablan un lenguaje que jamás podría utilizar un "gentil" sin caer bajo el estigma de "antisemita". Es una parte minoritaria y sin embargo importante de la sociedad israelí, como lo son algunos padres de víctimas del terrorismo que no responsabilizan tanto al shahid* palestino por estos hechos, como al gobierno de Ariel Sharon y su violenta política expansionista. Desde el interior de la sociedad israelí y compartiendo el proyecto sionista afirman que "el gobierno de Sharon está canjeando sangre por tierra". Cada atentado kamikaze sería la excusa para la ocupación ilegal de más territorio, para el robo de otro pozo de agua.

Puede considerarse aberrante o estúpido, y siempre intolerablemente provocativo, el utilizar términos como "fascista", "nazi", "holocausto", "genocidio" para definir la política del gobierno israelí frente al pueblo palestino, pero esto no absuelve al hoy primer ministro israelí Ariel Sharon de ser el responsable de las masacres de Sabra y Chatila. Y la peor manera de defender la legitimidad democrática del gobierno israelí es sostener que la elección popular enmienda los crímenes pasados y presentes cometidos por Ariel Sharon. Ahí, los sostenedores de la teoría de la inmanencia del antisemitismo hablan de "desliz lingüístico": recordar que Ariel Sharon es un criminal de guerra, correspondería a desear otro Auschwitz. Es como afirmar que un vegetariano en realidad lo es... porque odia a los uruguayos.

Haber sido elegido no es una amnistía ni un perdón político para un representante del pueblo. Sin embargo uno de los problemas de la democracia representativa en este inicio del siglo XXI es la aparición de una suerte de neobonapartismo** que otorgaría al elegido una virginal cancelación ex post de sus culpas por el solo hecho de haber obtenido el sufragio popular. Ariel Sharon no es el único bonapartista en el mundo. Desde el corrupto Silvio Berlusconi en Italia al torturador tucumano Antonio Domingo Bussi en Argentina, son muchos los políticos que intentan eludir responsabilidades penales detrás del éxito electoral. Hasta George W Bush, en un contexto distinto, ha utilizado el "11" en un sentido neobonapartista donde se propuso como una suerte de "hombre de la providencia".

En el contexto israelí el cortocircuito bonapartista resulta particularmente preocupante. Durante décadas en este país el sistema proporcional favoreció la representatividad a costa de la gobernabilidad: la consecuencia ha sido una serie de gobiernos estructuralmente frágiles pero que se fortalecían en un proceso democrático envidiable. Con Ariel Sharon la derecha sionista juega sucio. La figura internacionalmente impresentable del primer ministro es contrastada con el artificio bonapartista: todas las críticas políticas al elegido serían una deslegitimación de la misma democracia israelí. Y así cualquier argumento político contra el actual primer ministro resbala y puede ser demolido como antisemita. Si es el pueblo israelí quien eligió a Ariel Sharon, cualquier acusación a este último es en realidad devuelta a la legitimidad democrática del pueblo mismo y suena a antisemita.

TODO SE VUELVE ANTISEMITA

Es antisemita recordar -condenando duramente el terrorismo palestino- que también en la última Intifada Al-Aqsa la proporción entre las víctimas es de ocho palestinos por cada israelí. Y es antisemita denunciar que la política de los homicidios arbitrarios (omicidi mirati, en italiano) - con la cual el gobierno israelí asesina presuntos terroristas de manera extrajudicial- corresponde a los cánones del terrorismo de Estado. El uso de helicópteros Apache produce cientos de muertes tan arbitrarias como las muertes por los kamikaze. Sin embargo las muertes por shahid son consideradas víctimas del terrorismo, mientras las víctimas a mano del ejército son sólo "daños colaterales".

Aunque el actual gobierno israelí se escandalice por todo de la misma manera, no es lo mismo afirmar que "los judíos quieren dominar el mundo" que condenar las ejecuciones extrajudiciales. No es lo mismo asumir estereotipos antisemitas que recordar que en Israel -un admirable ejemplo de democracia, aunque imperfecta- en este momento se tortura a los árabes a mansalva.

El gobierno israelí -y sus incondicionales- está tirando a la basura 60 años de solidaridad y de pequeños pasos hacia la extirpación del antisemitismo en culturas populares impregnadas desde siempre de odio y prejuicio. En una Europa donde la cancha está embarrada por racismos cada vez más preocupantes, donde el prejuicio y el odio contra el inmigrado árabe es rampante, las izquierdas antirracistas y anticolonialistas siguen siendo el motor de todas las luchas contra la discriminación. El oportunismo con el cual fuerzas con arraigadas raíces xenofóbicas son hoy las mejores amigas del pueblo hebraico -en realidad del gobierno ultraderechista de Ariel Sharon- es subvalorado por la Israel expansionista y colonialista. No quieren amigos críticos, sólo incondicionales.

Esto en ningún modo cambia la sustancia. Cualquier expresión antisemita, peor si es desde la izquierda, es entera responsabilidad de quien la expresa. Sin embargo, utilizando continuamente la acusación de antisemitismo como arma política, el gobierno israelí está cometiendo un error fatal: si todo es antisemitismo, nada es antisemitismo.




Notas

* Shahid, mártir en árabe, el kamikaze utilizado para los actos terroristas suicidas.
** El término viene del itinerario político seguido por Luis Napoleón Bonaparte: presidente de la II República francesa después de 1848 se transformó luego en emperador del II Imperio hasta la derrota de Sedan en 1870.