5 de noviembre del 2003

Aquel del que los palestinos se sienten más orgullosos
La desaparición de Edward Said
Mahmoud Darwish
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano


No consigo despedirme de Edward Said, que sigue presente entre nosotros y en todo el mundo, vivo.

Edward Said, nuestra conciencia y nuestro embajador en el mundo, que nunca se cansó de resistir frente al nuevo orden mundial para defender la equidad, lo humano y el contacto entre civilizaciones y culturas, se cansó del largo y absurdo combate con la muerte.

Fue un hombre heroico; lo fue durante doce años en su cuerpo a cuerpo con la enfermedad. Lo fue por la constante renovación de su creatividad, por la escritura, por la música, por la crónica de la voluntad humanista, por la búsqueda vital del sentido y de la esencia, por la invitación del intelectual al rigor.

Pregúntenle a un palestino cuál es su mayor motivo de orgullo, les responderá espontáneamente: Edward Said.

Nuestra cultura no ha conocido un genio similar al de Edward, tan plural, tan singular. Y desde hoy y hasta nueva orden, Edward seguirá siendo el pionero que ha llevado el nombre de su tierra del campo de la política al de la conciencia cultural universal.

En efecto, es hijo de Palestina, pero por su fidelidad a los valores de la justicia, tan pisoteados en su tierra, por la defensa del derecho de sus hijos a la vida y a la libertad, Edward se ha convertido en uno de los padres simbólicos de la nueva Palestina.

Su planteamiento del conflicto era cultural y ético y defendió el derecho sagrado de los suyos a la resistencia, que consideraba un deber nacional y moral.

Edward era un todo indisociable. En él, y sin entremezclarse nunca, se encontraba el hombre, el crítico, el pensador, el músico y el político.

Hombre de personalidad carismática, mundialmente conocido, único, hasta tal punto resulta raro encontrar reunidos al intelectual y al artista de fama, al hombre elegante y elocuente, al profundo, al feroz, al dulce, al esteta de la vida y del idioma.

En este adiós difícil, rebelde ante la ausencia, el universo converge hacia Palestina en un singular instante: no sabemos quienes son los padres de la victima, su familia es de ahora en adelante el mundo. Nuestra pérdida es compartida, pero nuestro llanto es sólo uno, porque Edward ha situado Palestina en el corazón del mundo y el mundo en el corazón de Palestina.