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Medio Oriente

Siria: 1973-2003

Marta Tawil
La Jornada
Hace unos días, el primer ministro israelí Ariel Sharon declaró que no excluye que el ejército de su país sea nuevamente sorprendido por una ofensiva militar sirio-egipcia como ocurrió en octubre de 1973. Así es que prefirió adelantarse, en "autodefensa": portaviones israelíes atacaron un campo de entrenamiento supuestamente usado por grupos militantes islámicos en la frontera sirio-libanesa, en respuesta al ataque suicida de una joven palestina miembro de Jihad Islámica que cobró la vida de 19 personas en Israel el viernes pasado. Con el mismo lenguaje de Bush y los halcones en el poder en Estados Unidos, un vocero de Sharon amenazó con atacar nuevamente a Siria si este país no cesa de albergar a "terroristas".

A 30 años de la guerra árabe-israelí de 1973, conocida como la guerra de Octubre o Yom Kippur, y a la luz de la reciente escalada de tensión entre Siria, Egipto y los territorios palestinos ocupados, por un lado, e Israel por el otro, resulta pertinente repasar los aspectos principales de los frentes interno, regional y externo que caracterizaron dicho enfrentamiento.

Desde el final de la guerra de los Seis Días (1967) hasta la primavera de 1969 se habían suscitado enfrentamientos militares esporádicos entre Egipto e Israel. Hacia marzo de ese año, la imposibilidad de lograr el retiro israelí de los territorios ocupados por la vía diplomática llevó al presidente egipcio Gamel Abdel Nasser a lanzar una ofensiva militar contra su enemigo y a renunciar al decreto de ONU de cese al fuego, marcando así el inicio de la guerra de desgaste entre ambos países. Su objetivo inmediato era impedir que el canal de Suez se convirtiera en una frontera de facto; su objetivo último era forzar a Israel a retirarse hasta las fronteras internacionales anteriores a 1967.

En Estados Unidos, el secretario de Estado del gobierno de Richard Nixon, William Rogers, presentó un plan de mediación que establecía el retiro de las fuerzas israelíes a las fronteras internacionales con sus vecinos y una solución al problema de los refugiados palestinos. El gobierno de la primera ministra Golda Meir rechazó el plan y prefirió iniciar el bombardeo de territorio egipcio adyacente al canal. Rogers volvió a la carga con un plan B, el cual no se pronunciaba sobre las fronteras finales entre ambos países. Como se desprende del análisis de un distinguido historiador de Oxford, en esa ocasión el gobierno de Nasser manifestó su disposición a negociar. Meir, sin embargo, prosiguió intransigente con la política de ofrecer a los árabes solamente dos alternativas: 1) firmar la paz sin el retiro del ejército israelí de los territorios ocupados o 2) la continuación del status quo sin ningún tipo de concesión.

En febrero de 1971 la administración Nixon intentó una tercera mediación (misión Jarrings). Por primera vez Egipto declaró públicamente estar listo para un acuerdo de paz, conforme a los términos de la resolución 242 de ONU. Israel, por su parte, dejó en claro que no se retiraría a las fronteras anteriores al 5 de junio de 1967. Ese mismo mes, el presidente egipcio Anuar Sadat, quien había sucedido a Nasser luego de su muerte en 1970, propuso la reapertura del canal y el retiro parcial (por etapas) de Israel de la zona. El rechazo israelí fue inmediato. Al final, Nixon terminó por doblar las manos: abandonó el Plan Rogers y reanudó el suministro de armamento a Israel.

Para esos años, el gobierno estadunidense ya percibía a Israel como el bastión del orden regional y una ventaja estratégica en Medio Oriente. De ahí que la decisión de Sadat, en 1972, de expulsar a los 15 mil consejeros militares soviéticos presentes en territorio egipcio no haya sido vista como gesto importante. Kissinger, quien para 1972 ya había remplazado a Rogers como secretario de Estado, había adoptado cómodamente la tesis israelí según la cual mantener el punto muerto convenía a Israel y a Estados Unidos, pues actuaba en contra de la URSS y sus aliados árabes.

Para mediados de 1973, Sadat llegó a la conclusión de que no tenía más opción que el uso de la fuerza. Siria y Egipto empezaron a considerar la decisión de ir a la guerra. La gota que derramó el vaso fue la publicación del documento elaborado por el ministro israelí sin portafolio Yisrael Galili, que preveía la anexión de facto de los territorios palestinos ocupados.

El 6 octubre de 1973 Siria y Egipto iniciaron el ataque militar contra Israel. El objetivo era, ante todo, romper el bloqueo político y provocar una crisis internacional que obligara a las superpotencias a intervenir y presionar a Israel a retirarse de los territorios que ocupaba desde 1967, principalmente el Sinaí egipcio y el Golán sirio. Los resultados de las guerras preventivas para Israel, como la de 1973, o anteriores, como la de 1967 y 1982, son bien conocidos: victoria militar y derrota política, ocupaciones largas, costosas y altamente inefectivas, dificultades diplomáticas y nuevos problemas de seguridad.

En retrospectiva, las diferencias entre 1973 y ahora son evidentes. Especialmente en el ámbito regional, Egipto e Israel tienen un acuerdo de paz, el mundo árabe se encuentra más dividido que nunca, el retraso en su tecnología militar es enorme, el recurso del petróleo como arma no existe. Además, los países árabes se pronunciaron en favor de una resolución pacífica en la cumbre de Beirut en 2002. Más aún, luego de la invasión a Irak, tienen que lidiar con la presencia militar masiva de Estados Unidos, y Naciones Unidas está fuera del juego.

En otro terreno, sin embargo, la situación parece comparable a la de hace 30 años. En Israel, el gobierno de ultraderecha de Sharon no esconde su desprecio por las reivindicaciones territoriales y nacionalistas de palestinos y árabes. En su intransigencia resuena el anacronismo que mostró Meir cuando declaró que al crearse el Estado judío los "palestinos no existían". Y hoy, como entonces, la superioridad militar y nuclear de Israel, y el apoyo incondicional que recibe de Estados Unidos, le permiten mantener la confianza en su habilidad de conservar y extender sus fronteras físicas sin consideración de las políticas o morales.