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Medio Oriente

16 de enero del 2003

Imposible acabar con al Qaeda

Robert Fisk
La Jornada

Los estadunidenses les ponen grilletes y capuchas para llevarlos en avión a Kandahar. Viven en jaulas para 10, les dan catres y cobijas pero no cuentan con ninguna privacidad. Se les obliga a orinar y defecar en público porque sus captores quieres tenerlos a la vista en todo momento.
Con todo, los estadounidenses no sólo han fracasado en cazar a Bin Laden mientras preparan su guerra contra Irak: les está resultando casi imposible desmantelar a Al Qaeda porque los hombres de Bin Laden han recurrido a métodos primitivos de comunicación que privan de toda información a los miembros individuales de la red.
Este panorama extraordinario y desalentador fue trazado por un oficial de EEUU de inteligencia, llegado recientemente de Afganistán, que accedió a hablar para "The Independent" y proporcionar sus fotografías de los prisioneros, a condición de guardar su anonimato.
Su pronóstico es estremecedor, totalmente diferente de los optimistas informes del secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. Aun en Pakistán, señala, oficiales de medio rango del Ejército alertan a los miembros de Al Qaeda cuando se van a llevar a cabo incursiones organizadas por Estados Unidos.
«No capturamos a quien deberíamos ­me dijo el oficial­. Estábamos demasiado confiados en que la tecnología lograría más de lo que realmente hizo. Los de Al Qaeda son listos, descubrieron nuestra forma de rastrearlos. Se dieron cuenta de que si se comunicaban por medios electrónicos nuestros rangers les caerían encima. Entonces empezaron a usar correos que les pasaban notas en papel o repetían mensajes de memoria, y esto confundió nuestro sistema. Nuestra inteligencia es de alta tecnología, en tanto que ellos volvieron a métodos primitivos a los que no podemos adaptarnos».
Según el oficial, al principio hubo «un montón de arrestos de gente importante». Pero las células de Al Qaeda no sabían lo que otros miembros hacían. «Son muy adaptables y se volvieron más descentralizados. Pescamos a un par de líderes de verdadero alto nivel, pero no pudieron revelarnos qué operaciones estaban en preparación. A veces sabían que se planeaba algo grande, pero no tenían idea de lo que sería».
El oficial, que este año (2002) pasó por lo menos seis meses en Afganistán, acusó con vehemencia al general Abdul Rashid Dostam, el señor de la guerra uzbeko implicado en el sofocamiento de más de mil prisioneros talibanes en camiones. Dostam, dice, «es totalmente culpable; EEUU lo sabe pero como está de nuestro lado no vamos a decirlo». El general usa hombres de la inteligencia turca como guardia personal. «En la ISAF había preocupación de que los turcos que están a cargo crearían problemas étnicos, lo cual es una de las razones de que el Ejército turco no comparta las instalaciones de la ISAF en Kabul con otras tropas. Pero una de las cosas que no han logrado crear es un verdadero gobierno. Dejamos que los señores de la guerra se consolidaran y ahora no es posible erradicarlos. Ahora ellos son el gobierno».
En cuanto a los cientos de prisioneros capturados en Afganistán, el oficial estadounidense aseguró que «ahora» no se les golpea, aunque aseguró no tener conocimiento de las pruebas existentes de que soldados acantonados en Kandahar les habían roto los huesos a algunos cautivos después del arresto. «Sólo a los prisioneros que se muestran agresivos o no cooperan se les encapucha y se les atan las manos a la espalda con cintas adhesivas. A veces les quitamos la capucha cuando viajan en nuestros helicópteros, pero no siempre. En Kandahar, en lo que llamamos áreas habitacionales, les damos catres con cobijas y trajes y sandalias Adidas, pero no tienen privacidad. Los lugares donde duermen no tienen lados porque queremos tenerlos a la vista todo el tiempo. No tienen privacidad en los baños. Algunos se masturban mirando a las custodias femeninas. Ellas no tienen ninguna reacción al respecto: son soldados».
«Durante los interrogatorios se les permite sentarse. No voy a entrar en detalles sobre lo que les preguntamos. Al principio no había cooperación. Pero tenían la idea equivocada de que íbamos a tratarlos como hacen entre sí. Creo que darse cuenta de que no los torturamos tiene mucho que ver con su cambio de opinión».
Sin embargo, había escasez de intérpretes. «Reclutamos a hablantes del parsi que conocen el dari, versión afgana del persa. Eran civiles reclutados en EEUU, pero se les sometía a procedimientos de seguridad y de cada cinco sólo uno o dos recibían el visto bueno».
El oficial estadunidense tiene también una mala opinión de los periodistas occidentales que conoció en Bagram. «Eran fáciles para nosotros. Se la pasaban metidos en la base todo el día. Cuando íbamos a realizar una operación especial, les ofrecíamos ir a patrullar con nuestras fuerzas especiales y allá se iban muy contentos y orgullosos de su misión, sin darse cuenta de que lo hacíamos para sacarlos de la jugada».