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Movimientos Sociales

26 de junio: día de la dignidad piquetera


Claudia Korol* para Adital -

El 26 de junio se cumple un año de la masacre de Avellaneda en donde fueron asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, los jóvenes piqueteros del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Aníbal Verón. En esta jornada de lucha para todo el movimiento piquetero y popular argentino, sus compañeros y compañeras, miles de hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas, cortan nuevamente las rutas y se concentran en el Puente Pueyrredón -donde se inició la masacre- para exigir en un juicio popular, justicia, castigo a los responsables materiales y políticos de la masacre y el fin de la impunidad.

Darío Santillán fue asesinado en la Estación Avellaneda, cuando intentaba salvar la vida de Maximiliano Kosteki. Los dos quedaron para siempre en la historia de la rebeldía popular.

Piqueteros, jóvenes, solidarios, creativos, Maxi y Darío son el rostro de miles de excluidos y excluidas que siguen amasando el pan en las panaderías inventadas por los piqueteros, que fabrican los bloques para construir salas de primeros auxilios, escuelas, casas. Trabajadores sin trabajo, que no se resignan a la condena de no ser.

Diversas actividades vienen desarrollándose en este primer aniversario. El sábado 21 de junio, en el predio de Roca Negra, cedido por las Madres de Plaza de Mayo al MTD de Solano, donde se desarrollan talleres productivos y una huerta orgánica, se realizó un encuentro de organizaciones piqueteras, campesinas, asambleas populares y de integrantes de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. Por la mañana, la ronda del pensamiento autónomo compartió hipótesis que pretenden interpretar con sus propias claves el nuevo momento político que se vive en el país.
Talleres diferentes, muestras de los proyectos productivos, múltiples mateadas y fraternidad marcaron la jornada que terminó en un festival artístico.

Desde la noche del 25 de junio el Movimiento de Trabajadores Desocupados Aníbal Verón ha iniciado una concentración en el Puente Pueyrredón junto a militantes de organizaciones piqueteras, asambleas populares, trabajadores y trabajadoras de las empresas recuperadas, estudiantes, jóvenes. Así comenzó el acampe que duró toda la noche, recordando a quienes se han vuelto símbolo de este tiempo de resistencia y rabia. Las imágenes de Maxi y Darío se multiplicaron en el puente, con emoción; otra vez en el Puente, como un año atrás... pero distinto... Es que mucho fue lo que cambió la Argentina en este breve tiempo en que los muchachos grabaron sus rostros y sus miradas en millares de corazones con hambre y sed de dignidad.

Las balas que los asesinaron, disparadas por policías de la "bonaerense", no salieron por error, por exceso o por descuido. Había orden de matar. Había orden de frenar, a sangre y fuego, las llamas que se extendieron en Argentina a partir del 19 y 20 de diciembre del 2001, cuando el "que se vayan todos" fue la manera de decir el "ya basta" de los argentinos.

La movilización popular que seguía creciendo desde finales del 2001, (a pesar de la represión y de la intensa acción sicológica tendiente a generar terror que se desarrolló en los días previos a la jornada de lucha piquetera del 26 de junio del 2002), podía hacer tambalear al gobierno de Eduardo Duhalde. Dos presidentes, Fernando De La Rúa y Adolfo Rodríguez Saa habían caído, como consecuencia de la crisis de gobernabilidad. Duhalde sabía de la fragilidad del consenso con que asumió como presidente y se dispuso a restaurar la hegemonía perdida, apelando a todos los recursos del sistema, utilizando el asistencialismo, el clientelismo, la manipulación de los medios de comunicación y recurriendo también al control que ejercía sobre las fuerzas represivas _especialmente sobre la mafia policial de la Provincia de Buenos Aires, donde fue gobernador- educada y ejercitada en la impunidad.

En medio de una fuerte pérdida de consenso de toda la burocracia política que co-gobernó Argentina desde la reinstalación de la democracia, en el esquema del pacto bipartidista de Olivos (firmado entre Alfonsín y Menem), la capacidad de control social y político comenzó a desestructurarse. La renuncia de Chacho Alvarez a la Vicepresidencia anticipó y aceleró la debacle política. Luego, la caída de Domingo Cavallo, fue el símbolo más claro del fin de un tiempo construido con la arquitectura de las relaciones carnales con Estados Unidos y con las políticas neoliberales dictadas por el FMI. Algo había que cambiar, para que nada cambiara. La primera reacción de las clases en el poder fueron las tradicionales: frenar la protesta social y disciplinarla, con la "mano dura". Este fue el intento que se impuso el 26 de junio del 2002.

Posteriormente y luego de que se cayera la máscara de mentiras con que se pretendió cubrir los crímenes, el recurso para desmovilizar fue anticipar las elecciones presidenciales. Las fuerzas populares, desorganizadas por la represión salvaje y limitadas en su perspectiva política por diversos tipos de sectarismo y de ideologías y prácticas cortoplacistas, quedaron atrapadas en esa coyuntura y perdieron la iniciativa.

Eduardo Duhalde fue la bisagra que creó el bloque de poder para recomponer sus fuerzas. Y el 26 de junio fue un momento clave de ese proceso, en el que se decidió frenar "como fuera" la protesta social. La represión fue planificada. La policía salió a la cacería con balas de plomo, después de varios días en los que los medios anunciaban que "no se iban a tolerar" nuevos cortes de ruta.

Por eso los piqueteros exigen hoy que el castigo al crimen abarque a todos los responsables del mismo, desde el Comisario Franchiotti, que comandó el operativo y ejecutó a quemarropa a los jóvenes piqueteros, hasta el presidente Duhalde (aliado de Néstor Kirchner en su camino a la Casa Rosada). Se reclama que sean juzgados no sólo a los artífices directos de los disparos, sino a los autores intelectuales del clima político e ideológico persecutorio que se instaló previamente, y que después de los asesinatos continuó predicando sobre la diferencia entre los piqueteros "buenos" y "malos", acusando a las víctimas de ser "violentos", e intentando diluir la responsabilidad de quienes dieron la orden de reprimir.

Este jueves 26 de junio los piqueteros y piqueteras vuelven al Puente Pueyrredón, donde se desarrollará, entre diversas actividades, un juicio popular a los responsables de la masacre. Días atrás, en la reunión que las organizaciones del MTD Aníbal Verón sostuvieron con el presidente argentino Néstor Kirchner, se acordó formar una Comisión Investigadora de estos crímenes. El MTD Aníbal Verón presentó un libro que contiene la investigación desarrollada por los piqueteros, junto con los abogados pertenecientes a la CORREPI (Comisión contra la Represión Policial e Institucional).

Este 26, durante la jornada de dignidad piquetera, y en el lugar material de los hechos, el juicio popular aportará las pruebas que el poder judicial no quiere considerar, para que la verdad sea conocida, y para que se genere al menos una fuerte condena social contra todos los responsables. Para que no haya olvido.

La batalla contra la impunidad, y la memoria, pasan a ser fundamentales en un momento en que se intenta cerrar la crisis de gobernabilidad producida en el bloque de poder, mediante la fuerza del pensamiento mágico que pretende delegar en un hombre, la posibilidad de resolver casi todos los males que sufrimos los argentinos y argentinas, como consecuencia de estas políticas de soterrado genocidio social. La cultura política de los argentinos y argentinas, propensa a oscilar entre el entusiasmo y el escepticismo, con arrebatos de fe y furiosos desencantos, favorece estos súbitos espejismos.

Frente a ellos, vale la pena que el juicio contra la impunidad, devuelva no sólo la memoria completa de los crímenes, sino sobre todo el valor de las vidas como las de Maxi y Darío, que apostaron a la construcción desde la base, a la insurrección de las conciencias, a la autonomía, a la rebeldía insobornable, a la política que no es asistencialismo ni clientelismo sino protagonismo en la creación, que no es delegación del poder sino construcción de una presencia propia como sujetos históricos, a la conciencia que no se rifa en la piñata del poder, a la solidaridad que pone el cuerpo para frenar las balas, a la batalla cultural contra el posibilismo y la resignación, a las palabras con acciones que atraviesan hasta los muros de la impunidad, porque dicen, como lo hizo Darío, que "ni muertos nos detendrán".

*Claudia Korol es corresponsal de Adital en Argentina y secretaria de redacción de "América Libre"