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Movimientos Sociales

DOCE AÑOS DEL MOVIMIENTO CAMPESINO DE SANTIAGO DEL ESTERO
A desalambrar

Por: Eva Amorín

Encontraron formas de cooperación para la producción, la comercialización y la preservación de sus semillas orgánicas. Demandan la posesión comunitaria de las tierras, tienen un proyecto educativo que revaloriza la vida campesina y abrazan al monte con sus cuerpos para que los siga protegiendo.

Insisten en llamarlos pequeños productores, pero ellos prefieren la palabra 'campesinos'. La diferencia no es sutil. Buscan hacer saber desde lo más básico, desde el nombre, que detrás de su producción no está la racionalidad de la ganancia, sino la reproducción del ciclo de la vida. Que no producen con la lógica del lucro. Las familias del Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MOCASE), que crían chivas, gallinas, cabritos, vacas y siembran dos o tres hectáreas con verduras, cada vez que vuelven las topadoras invocan al señor de Mailín y rememoran el grito de Los Juríes. Entonces, repiten un estremecedor ritual: de todas partes del monte llegan a pararse delante de las máquinas, humanos escudos contra el capital.

Las tierras calientes de Santiago, descartadas desde el ocaso de La Forestal, se convirtieron en un botín atractivo para grandes empresas como Mimbres y Jungla S.A. a partir del cambio en el régimen de lluvias de la región, que pasó de 600 a 1.100 milímetros anuales. A mediados de los ´80 los campesinos comenzaron a ser desalojados de allí donde habían vivido por más de treinta años. Hasta que el 4 de agosto de 1990 diferentes comunidades de Los Juríes y de Quimilí, que venían organizándose en cooperativas y centrales campesinas, formaron el MOCASE.

Casi trece años después, el movimiento no para de crecer: tiene un profundo planteo sobre la reforma agraria y la soberanía alimentaria, posicionamientos contra el ALCA y las semillas transgénicas, un proyecto de educación que retoma los saberes de sus antepasados y acaban de inaugurar FM del Monte, radio que transmite en quechua y en castellano de lunes a domingo. De cada uno de estos temas, del amor al monte y la riqueza de la vida campesina, pero también de la represión feroz que no cesa, conversaron Mirta, Susana, Sergit, Pila y Roque con Proyectos 19/20. En una pequeña aula de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, lamentando que la entrevista fuera sólo con ellos ('esta misma charla nuestra deberían tenerla en una asamblea con trescientos compañeros', recomendaron), cada uno fue respondiendo con la mirada en los ojos de los otros, escuchándose atentos, pasándose el grabador entre sí para equilibrar que cada voz tenga una participación igualitaria en las respuestas:

-Mucho antes de estar nosotros organizados había desalojos. La gente se iba yendo. Se iba al pueblo y vendía todo lo que tenía, o se venía a Buenos Aires y se instalaba en villas miseria. Viendo eso empezamos a pensar la forma de que la gente no se vaya -arranca Mirta, una de las primeras integrantes, miembro de Central de Pequeños Productores de Pasuma, que quiere decir 'Tierra Linda'.

-¿Tenían alguna experiencia previa de organización?

- No, ninguno de nosotros venimos de organizaciones. Algunos eran peones rurales, otros vivimos en comunidades muchísimos años. Lo que sí, veíamos que se vendían los campos con la gente adentro. No conocíamos los derechos que teníamos, quizá alguno intentaba gestionar algo, pero moría ese intento. El empresario daba trabajo un tiempo y después, cuando acomodaba su campo, metía maquinaria y la gente se tenía que ir. No quedaba nadie. Entonces empezamos a organizarnos.

Legalmente, los campesinos son propietarios de las tierras que ocupan, dado que llevan más de veinte años trabajando y viviendo en ellas. Sus brazos abrieron los caminos en el monte, levantaron las escuelas y las postas sanitarias. Sin embargo, a partir del retorno a la gobernación del peronista Carlos 'Tata' Juárez, las tierras fueron loteadas y vendidas a grandes firmas, en clara violación del 'derecho veinteñal', que fácil se nombra pero difícil resulta hacer valer: los papeles no detuvieron los desalojos, así fue que los campesinos combinaron la disputa legal -que nunca abandonan- con carpas negras en los predios amenazados: 'Si hay represión o intentos de desalojo, nos juntamos las familias de distintas comunidades, vamos al lugar y hacemos la resistencia -explica Mirta-. Planificamos el trabajo, no es que va la familia entera, sino uno o dos. Los demás se quedan a cuidar el predio y los animales'.

El mal sueño de Juárez

A fines de febrero, el campesino Oscar Peralta fue herido de un balazo que le perforó el pulmón mientras resistía el desalojo de la comunidad de San Pedro, en una jornada en que otros quince campesinos fueron golpeados y detenidos. El episodio suma a una densa acumulación de situaciones violentas que los integrantes del MOCASE no olvidan ni perdonan: en el calendario 2003 editado por el movimiento pueden leerse, mes a mes, las heridas recibidas: un 20 de enero de 2000 las topadoras intentaron arrasar con las posesiones de las familias de Pinto; el 14 de febrero de 1995 se llevaron a dos del lote 4; el 13 de marzo de 2002 los amenazaron y encarcelaron a cuatro; el 3 de abril de 1996 los detuvieron otra vez; el 7 de mayo de 2001 fue a prisión el campesino de Pinto que un año antes había sido torturado; el 5 de julio de 2000 encarcelaron a quienes con sus cuerpos impidieron el paso de las topadoras en Gregoria; el 21 de septiembre de 1997 arrasaron las viviendas en Bajo Hondo; el 12 de octubre de 1998 fueron reprimidos mientras resistían en La Simona; el 5 de noviembre de 2002 fue detenido otro compañero; el 5 de diciembre de 2001 metieron en la cárcel a ocho, incluido un bebé de once meses. Cuando en 1999 el MOCASE discutió los principales obstáculos para el trabajo del movimiento concluyó que eran 'el miedo al conflicto' por parte de muchos campesinos y el accionar del gobierno provincial. Este muy incompleto repaso al calendario da una idea de porqué -meses después, el 19 de mayo de 2000- el diario El Liberal reveló que los servicios de inteligencia espiaban a todo opositor a Juárez y que, en el caso de los campesinos organizados, incluso se habían infiltrado en el movimiento.

-¿Quién reprime al MOCASE?

- Nos reprime el capitalismo, pero siempre ayudado por los gobiernos -responde Roque-. En Santiago del Estero todos los poderes están con el gobierno de la provincia. La persecución más grande la realiza la policía rural, a cargo de Antonio Muza Asar, un gran represor de la dictadura.

-¿Cómo se da esa persecución?

- De distintas formas. Al campesino no le toman las denuncias en las comisarías, cuando va a denunciar lo llevan preso, lo amenazan, se dictan órdenes de captura sin fundamentar una causa, no dan lugar a los hábeas corpus que piden los abogados. También nos impiden utilizar los medios de comunicación y, sabiendo que las distancias son extensas, nos ponen plazos muy cortos para presentarnos a declarar, entonces se vencen los términos y las causas siguen labrándose contra el campesinado. La policía cumple la función de hacer política para los grandes terratenientes, nuestras compañeras recibieron amenazas de personas que se mueven en vehículos sin identificación. A la gente que no sabe leer y escribir los jueces de paz le hacen firmar documentación en la que renuncian a sus derechos posesorios.

Sergit.- Nosotros, Las Lomitas, somos muy nuevos en el movimiento, no hace dos años que estamos, pero el problema de tierras nos llevó a meternos en el MOCASE y no ha pasado un mes sin mano dura, tiempo que hemos estado con amenazas, escondidos en el monte, pero no han logrado que nos vayamos...

Cristina.- Juárez no quiere que conozcamos nuestros derechos, porque él roba junto con los empresarios y tiene miedo que el MOCASE lo descubra.

Pila.- El MOCASE es 'El mal sueño de Juárez', así tituló el diario El Liberal.

A desalambrar

Los campesinos de Santiago del Estero colocan una frase al pie de cada uno de sus documentos, siempre la misma: 'No hay hombres sin tierra, ni tierra sin hombres'. Y no se trata de un juego de palabras, sino de la síntesis de sus prácticas. En agosto de 1998 desalambraron el camino de Alhuampa y en septiembre de 2001 reabrieron el de Escudero, cerrado por los terratenientes. Con ese espíritu impulsan también la reforma agraria, que para ellos se basa en el reconocimiento de la posesión comunitaria de las tierras.

-¿Cómo trabajan la tierra?

Mirta.- La mayoría de las familias producimos desde siempre maíz, algunos también algodón, zapallos, sandías y criamos carnes, cerdos, muchos tienen cabras. De eso, una parte es para el autoconsumo y otra para comercializar. Nunca estamos en competencia; lo que nosotros tenemos no alcanza ni para empezar. Las empresas que tienen cantidad son las que abarcan los mercados, nosotros producimos poco. Lo que sí hacemos es juntar la producción de todos y así conseguimos buen precio. 'Venta en conjunto', lo llamamos.

-¿Cómo es esa venta en conjunto?

Pila.- El MOCASE está formado por nueve centrales y cada central tiene diversas variedades de siembra. Nosotros pertenecemos a Tintila, allí tenemos unas experiencias nuevas con miel y yuyos medicinales, que estamos vendiendo como Central en conjunto. Cada organización trae su producto, lo acopiamos y salimos a vender. Estamos haciendo mucho hincapié en la venta conjunta porque queremos formar una cooperativa.

-¿Qué dificultades aparecieron cuando empezaron a buscar nuevas formas de cooperación?

Roque.- Al principio es difícil. Venimos de un sistema individualista que nos marcó muy de adentro. Pero se avanza porque toda sugerencia y lo que sale en común, sale de la propia gente, no se baja con una propuesta. Se trabaja a plena conciencia: pensamos todos, participamos todos, dándole los tiempos necesarios al consenso y a lo que es la integración de los compañeros. Tenemos algunas dificultades porque el factor político partidista intenta permanentemente dividir a la gente campesina con planes Jefas y Jefes de Hogar y mercaderías, esas cosas que te dan o te quitan... Pero en el momento en que los compañeros toman conciencia de que somos capaces de producir, de que tenemos los conocimientos y el derecho es nuestro, entonces, las propuestas salen directamente de ellos. Trabajamos mucho la participación, siempre directamente de las bases. Y eso va enriqueciendo. Entonces, ha sido un desafío en el primer momento, pero muchas comunidades se están integrando al MOCASE y todas con la línea de la horizontalidad, donde no tenemos una mesa directiva ni jefes.

-¿Cuál es la dirección del MOCASE como movimiento?

Pila.- Nosotros hacemos política, no la partidaria, pero hacemos. Si bien es cierto que vivimos, en los papeles, en un mundo democrático, un presidente puede destruir un país, como lo ha hecho, por eso lo del presidente lo andamos descartando. Trabajamos por secretariados, tenemos secretaría de salud, de educación, de juventud; si al movimiento se le cae una secretaría, no se va a caer el movimiento, se cae una secretaría. Es una tarea difícil concientizarnos nosotros mismos. Nos cuesta formar una familia, más trabajoso es juntarnos entre vecinas y vecinos. Muy difícil es. Pero en estos doce años estamos construyendo y la idea es hacer un movimiento grande. Por eso nos articulamos con compañeros de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD), el Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil, campesinos de Paraguay y Chile, porque creemos que con un movimiento multinacional vamos a derrotar a este enemigo. Por eso el movimiento cualifica a los jóvenes, va consiguiendo becas para que un hijo nuestro se prepare como maestro, abogado, médico, esos pasos el MOCASE está haciendo.

-¿Qué temas discute el movimiento?

Roque.- Primero estuvo la problemática de tierras, luego fuimos descubriendo nosotros mismos la problemática de la educación, del medio ambiente, la salud, la cultura, del género, del joven, así formamos las distintas secretarías. Sergit.- Estamos distantes, algunos 50 y otros 500 km. Así que esas secretarías nos reunimos una vez por mes o cada dos meses para pautar acuerdos.

Roque.- Eso se lleva a las bases, que ven la propuesta o hacen la suya, se discute, y así se va trabajando, haciéndose dueño del problema del compañero, con el esmero de que participen incluso los niños.

-¿De qué manera?

-El año pasado tuvieron una reunión de ellos para ver qué educación quieren, porque históricamente en la escuela fueron discriminados los hijos del campesinado, por ir descalzos, sin guardapolvo, porque el sistema educativo está también acorde al sistema capitalista. Eso tratamos de ir superando: proponemos que empiecen a formarse sin perder la identidad. Les planteamos a los maestros que los niños deben mantener la riqueza cultural que le transmitimos los padres.

-¿Cuál es la base de esa riqueza?

Cristina.- La organización. Esa es la mayor riqueza que hemos tenido. La Central Campesina de Pinto nos sumamos hace cinco años y es increíble cómo cambió nuestra organización. Queremos que nuestros hijos vayan aprendiendo a organizarse de bien chiquitos para que el día de mañana sepan defender lo que es de ellos, que no se pierda la cultura, la lengua quechua y lo que nuestros abuelos nos enseñaban.

Las semillas

Soberanía alimentaria. Eso demandan, eso promueven. Pero en el movimiento, esto no significa únicamente que se cumpla el derecho a comer. Se refiere a que cada país elija qué alimentos producir para alimentar a sus habitantes. Es soberanía frente a las presiones de las multinacionales. Por eso se oponen al ALCA y no comparten el concepto de seguridad alimentaria del Banco Mundial, ni su criterio de reforma agraria, que promueve créditos para el acceso a la tierra. En el MOCASE, a esos los llaman 'proyectos de mercantilización de las tierras'. En las jornadas contra el ALCA que se realizaron en Buenos Aires en abril, una decena de integrantes del movimiento participaron de una larga charla sobre semillas. 'Combatimos todo lo transgénico -aclara Cristina-. Nosotros preferimos las semillas naturales'.

-¿Cuál es la diferencia?

Mirta.- Los frutos de la semilla orgánica hacen bien a la salud y no contaminan la tierra. Nosotros vemos, por ejemplo, que hay semillas de sandía que son modificadas y sirven un año y al siguiente no. Con nuestra semilla podemos sembrar año tras año. Las multinacionales van modificando eso para su beneficio, porque así todos los años hay que comprarles. Después, hacen desde la semilla hasta el medicamento que uno tiene que tomar para curarse cuando le hace daño el mismo producto que ellos hacen.

-¿Ustedes tienen semillas orgánicas?

Sergit.- Sí, hace mucho que las mantenemos, porque tenemos conocimiento que las semillas extranjeras traen problemas a la salud. Además, a partir del Foro Social Mundial en Brasil intercambiamos con Chile, Paraguay y Brasil semillas y yuyos medicinales, que venían conservándose de generación en generación en cada país.

-Ante las semillas transgénicas, ¿qué pasa con los campesinos que no están organizados?

Pila.- Esto de conservar la semilla no se descubrió hoy. De nacimiento el campesino sabía cómo conservarla. Quizá hayan perdido la memoria, las costumbres, porque de los parajes empezaron a venir a los pueblos, donde se achican las posibilidades. Sólo algunos siembran, porque pareciera que es más fácil ir al verdulero y comprar. Mirta.- El campesino tiene la semilla orgánica. Si yo no tengo de algo, voy a casa de él y le digo 'che, dame un puñadito' y ya está.

-Entonces, ¿cuál es el problema?

-A algunos campesinos les han dado semillas diciéndoles que tenían mejor rendimiento, ciclo más corto. Y las han usado. Uno a veces no piensa y dice 'claro, esto me conviene más', pero ¿a quién le conviene más? Al que tiene cantidad. Y a ese no le interesa el monte.

-¿Cuál es la importancia del monte?

Cristina.- Los campesinos sabemos cuidar el monte, los empresarios vienen con grandes topadoras y lo voltean y le prenden fuego a toda la leña. Para nosotros el monte es muy útil. Desde las plantas hacemos nuestras casas, usamos la leña para el fuego, hacemos sillas, mesas, roperos, para nosotros es muy útil todo el monte que tenemos. Y también lo cuidamos porque nos protege.

-¿De qué?

-De muchas cosas. De la contaminación del aire, hoy en día tiran muchos químicos desde aviones para fumigar la soja. Pero también nos protege con su sombra.