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Latinoamérica

5 de agosto del 2003

Agosto en Venezuela

William E. Izarra
El veinte de agosto es la cosa. Fecha referencial que sirve de pivote para la ejecución de la "estocada final". El dia "D" que arrancará de raíz al chavismo, la izquierda, la vanguardia y a todo aquello que hable de Bolívar o se parezca a la revolución.

El veinte es la fecha mágica para salvar a Venezuela y rendirle cuenta a EE.UU. Día de la ejecución del renovado golpe para aniquilar a todos los involucrados con el Proceso. La lista de sus ejecuciones mortales no bajan de 250.000 venezolanos. Pero, se preguntan, que es esa cifra para 25 millones. Su mente vil y ambiciosa, sedienta de retomar el poder, no se detiene ante esas menudencias. Se llevan a toda una generación de seres humanos, desatan una guerra incontrolada, engendran los odios de la violencia eterna, pero su objetivo de acabar con Chávez está por encima de la vida de los demás. Su obsesión comunista es más grande que la evolución histórica de las ideas y de los modelos políticos que se autodeterminan los pueblos.

El veinte de agosto se pondrán en marcha todos los planes del exterminio ideológico. "Ahora sí van a tumbar al comandante. Hay armas, corre el dinero, pueden controlar de nuevo a PDVSA y hasta gorras activas están en el complotS" Estas son expresiones que en estos días se les escucha decir a los modestos empleados de las exquisitas oficinas y centros de conspiración pro-fascistas, cuando aterrados llegan a sus casas y lo comentan entre sus allegados. Fuente de información complementaria que ha puesto en alerta a los incondicionales revolucionarios y a la inteligencia leal al Presidente.

Este sector reaccionario como parte de la oposición escuálida, no termina de comprender el fenómeno social que ocurre en la sociedad venezolana. Es el pueblo mayoritario, ese que busca su emancipación, el que quiere a Chávez. Es la masa, de por lo menos el 60%, que no va a permitir su caída. Además las estructuras revolucionarias organizadas que han asumido el Proceso como algo suyo y propio van a dar la pelea. El pueblo no se dejará arrebatar lo que han comenzado a construir para su prosperidad futura. Su nuevo estadio de conciencia le permite canalizar la fluidez del arrojo para confrontar a los usurpadores. Más ahora cuando se tiene la muestra verificable a diario, que las convicciones son más poderosas que las armas de exterminio. Los palestinos con sus piedras encabezan el símbolo de la lucha por la liberación de los pueblos. La resistencia iraquí le habla al mundo cada mañana, cuando los titulares de la prensa dan el parte de la aparición de otro soldado norteamericano muerto. En Chechenia no hay tregua cuando lo que está en disputa es su autodeterminación.

El mundo además de girar también cambia. Y ya hoy no está vigente el cuento del lobo comunista. La manipulación propagandística que incide en la clase media y en quienes nunca se han involucrado en la lucha política, son presa fácil de las mentes deformadas. La tarea del engaño con verdades falsas tiene su efecto en los neófitos, ingenuos e ilusos que desconocen la realidad del mundo de hoy. Por fortuna, la manipulación es rechazada en la gran mayoría del colectivo nacional.

Los niveles de conciencia existentes, mucho más avanzados que los del año pasado cuando ocurrió el 11-A, hace del pueblo revolucionario de la Venezuela identificada con lo que representa Hugo Chávez, un colectivo invulnerable a ofensivas represivas y golpistas. Ese pueblo está presto a batirse en cualquier terreno. Y si es el golpe lo que viene --bastante improbable ya que se le tiene identificado-- entonces que se termine de definir de una vez. Que acabe la incertidumbre y las potenciales amenazas del zarpazo anticonstitucional. Que se desvíe de una vez la marcha de los escuálidos a Miraflores. Que se concrete la toma de las calles, como es su llamado. Que hagan lo que ellos creen que deben hacer para empezar el combate de frente. Declárese abiertamente la irreconciliación ideológica. Lánzese públicamente lo que para ellos significa el decreto de guerra a muerte y definamos quien puede más. Despojémonos de temores por las consecuencias de la locura de la confrontación y, con toda la serenidad que demanda la toma de decisiones fríamente calculada, asumamos la realidad.