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Latinoamérica

20 de julio del 2003

México: el despertar de una noche de verano

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada
Pasaron los días en que las elecciones presidenciales del 2 de julio de 2000 se interpretaban como el fin de una era acompañada del inicio -no podría ser de otra manera- de un proceso de transición. El triunfo del candidato del PAN y la derrota del PRI trajeron consigo un lenguaje. Todo era nuevo, novísimo, tres veces nuevo. Voto útil, democracia, alternancia política, credibilidad, tolerancia, lucha contra la corrupción, entre otros, eran conceptos y propósitos declamados por tirios y troyanos. Impregnados de un halo de "cientificidad", en boca de la elite política e intelectual cobraban una dimensión profética. Todo confluía en presentar al flamante ganador de las elecciones, Vicente Fox, formando parte de un proceso de regeneración total de la sociedad mexicana.

Para el PAN, claro está, el cambio social no podía llegar en mejor momento. El fin de siglo y el advenimiento de otro acompañarían la era de orden y progreso. Paz y gobernabilidad. Algunos científicos sociales, periodistas, políticos y analistas entendían que el desplazamiento del poder formal del PRI sacudiría las estructuras reales de poder. Nada volvería a ser como antes. El mundo giraba y la historia pasaba factura a 71 años de ejercicio despótico y corrupto del poder. Así se evaluaba la acción del PRI en sus años de control hegemónico. No en vano de su acción surge la noción de partido-Estado, al menos en América Latina.

Bajo este campo de condiciones -se entendió-, el PRI, atónito por los resultados, entraría en una fase de descomposición y lucha intestina. Su renovación era casi imposible o tardaría años en llevarse a cabo. Aun consiguiendo dicho objetivo, ello no implicaba recuperar la credibilidad perdida. Tras Lázaro Cárdenas, la debacle. El tiempo de los cambios pasaba a estar controlado por los arquitectos e ingenieros políticos del PAN. La elevada participación en las elecciones del 2 de julio de 2000 suponía la configuración de una sociedad ilusionada y llena de fuerza interior. De ella debía brotar un compromiso para renovar el decrépito presidencialismo, dando bríos a la acción de gobierno. Una transición, apellidada democrática -se dijo-, comenzaba con el triunfo del PAN. El sentimiento generalizado de vivir inaugurando el milenio en libertad daba coherencia al discurso. Sin rencores. Estrechando la mano al vencido y construyendo país. Un abrazo entre lo viejo, Zedillo, y lo novísimo, Fox, era portada en la prensa escrita y daba la vuelta al mundo. De esta manera se presentó el triunfo de Vicente Fox.

Un futuro próximo con el PRI gobernando o ganando elecciones era impensable. Tampoco el PRD, sumido en luchas fratricidas por la dirección, era un enemigo en el corto plazo. Con estos argumentos, el camino estaba despejado. Para quienes habían demandado el voto útil se trataba de justificar su decisión en bien del país y la democracia. Pocos dudaban: se estaba en presencia de un fenómeno inédito. La transición era una realidad difícil de desmentir.

Hoy, tras las elecciones del 6 de julio de 2003, sus resultados parecen desmentir lo que se transforma en un espejismo propio del sueño de una noche de verano. A tres años de esta bacanal de euforia nadie quiere ser responsable de lo dicho. Donde dije digo, digo Diego. Los balones se pasan al campo mas fácil, constatar el alto índice de abstención. Fenómeno, hay que reconocer, que sitúa a México a la cabeza de las democracias representativas más consolidadas del mundo occidental. En este sentido debemos felicitar al nuevo, novísimo gobierno. Bien es cierto que en esta dinámica podemos usar la analogía del vaso medio lleno o medio vacío. ¿Optimista o pesimista? Algunos presentan la abstención como un acto de rebeldía, un llamado de atención a los partidos políticos. Una especie de basta ya. El ciudadano muestra su repulsa e indignación rechazando el ritual del voto. Es una alerta. ¡Cuidado! La paciencia tiene límite. Otros, por contra, prefieren achacar la abstención al fortalecimiento de una sociedad despolitizada donde el pasotismo sigue a la indiferencia. La conclusión es catastrófica. Nunca podremos cambiar. El mercado lo cubre todo. El aumento de la abstención es una constante irreversible.

No se trata de negar la pertinencia de debatir acerca de la abstención. Pero su lugar es otro y se ciñe al ámbito de una nueva cultura política centrada en premiar o castigar la gestión de gobierno al margen de la consideración ideológica política. Sin embargo, en este caso, no debe cubrir todo el espacio de la discusión. Cuando esto ocurre, se antoja más bien una cortina de humo. Es cómodo deslizar el debate a un territorio neutro. Tal vez sea necesario abrir la reflexión hacia otros derroteros. ¿Cuál?

Han pasado mil días desde el triunfo de Vicente Fox. En ellos se han ventilado muchas cosas. La traición a los acuerdos de San Andrés sobre autonomía indígena, la boda del Presidente con doña Marta Sahagún, el auge y caída del secretario de Relaciones Exteriores Jorge Castañeda, el ascenso "irresistible" de López Obrador y su política de tolerancia cero contratando al ex alcalde de Nueva York para erradicar la delincuencia en la ciudad de México, el "rejuvenecimiento" del PRI con el triunfo de la dupla Madrazo-Elba Esther Gordillo y la presidencia de Rosario Robles en el PRD. Tampoco debemos olvidar el nulo deseo de aclarar la muerte de Digna Ochoa, la convicción y lucha del pueblo de Atenco rechazando la construcción de un nuevo aeropuerto en su región. Y un dato, la negativa de apoyar la invasión de Irak en el Consejo de Seguridad de la ONU. Actitud que ennoblece frente a tanta claudicación en otras materias. La lista se puede alargar a gusto del lector. Lo que une a todos estos hechos es su vínculo con el surgimiento de una supuesta etapa de transición democrática. Tres años hablando de transición democrática y de la noche a la mañana sucede lo imprevisible. Los que votaron el 6 de julio votan mayoritariamente PRI. ¿ Cómo debe interpretarse para aquellos que hablaban de transición? ¿Dirán acaso que se trata de una vuelta al pasado? ¿Sufrimos una involución? Dos pasos adelante y uno atrás.

Nuevamente hay optimistas. Para seguir manteniendo el discurso de la transición democrática, dirán que el PRI que gana no tiene nada que ver con el PRI del siglo XX. Su triunfo se debe al cambio interno y a su renovación. Es un nuevo PRI. Novísimo. Gracias a los cambios, es posible su triunfo. La transición ha concluido. La alternancia es una realidad. Los objetivos se están cumpliendo. Recurrir a esta argumentación resulta fácil y obsceno al mismo tiempo. Creo sinceramente que se han perdido tres años de análisis político y teórico, enfrascándose en una discusión falsa y, por ende, poco fructífera. Conceptualizar el triunfo del PAN como inicio de una transición democrática fue un error. Más de lo mismo. Continuidad en el cambio. Profundización del neoliberalismo. Mejor el retorno del PRI que el experimento Fox. Una reflexión crítica obligaría a repensar las categorías con que se analizó el triunfo del PAN, y con ello tal vez se lograría captar, en profundidad, una realidad donde la transición es una quimera y sus ideólogos unos irresponsables.