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Latinoamérica

15 de julio del 2003

Chile: Carmen Castillo, que sobrevivió al operativo en que cayó su pareja, Miguel Enríquez, Secretario General del MIR, se dirige a quienes lucharon y al pueblo de Chile
Recordando que los muertos no están muertos, que el pasado no pasa, que allí estamos juntos

Carmen Castillo
Argenpress
Hoy me encontraba escribiendo sobre el acto que vivimos el 27 de abril del año 2003 en villa Grimaldi. Las palabras de Gladys Díaz, los poemas de Gonzalo Rojas, la voz de Pilar y José Saramago recordando que los muertos no están muertos, que el pasado no pasa, que allí estamos juntos buscando siempre cómo convertir la memoria en algo vivo, presente, como libremente decidir que hemos vencido y venceremos cada día a la lógica del torturador.

Son las tres de la tarde en Paris. Mi madre me llama desde Santiago. Por teléfono me lee las declaraciones de Krassnoff Martchenko. La arrogancia y la imbecilidad obtusa del torturador siguen en ese individuo, treinta años después, intactas. Pobre hombre, marioneta de la máquina de matar que fue la dictadura de Pinochet.

Uno de los jefes de la DINA, responsable de tortura, muerte y desaparición, jefe de Halcón 1 y Halcón 2, persiste en declararse un 'no' torturador. A partir de allí, de esa 'declaración', el resto de sus palabras son lo que son: Nada Frente a la 'nada', no se siente ni emoción ni rabia.

La agenda personal del torturador, su objetivo de resurgir limpio de sangre y excrementos obedece a un sistema totalitario, encerrado en sí mismo. El otro, en la ocurrencia yo, no existo en ese juego. No respondo, entonces, ni a sus declaraciones, ni a El Mercurio, ni a aquellos que siempre han hecho suya la versión de la Dictadura.

Me dirijo, con humildad, a los sobrevivientes, a mis compañeros, al pueblo de Chile. Nuestra vivencia de lucha y resistencia se encuentra cada día viva en mí, aunque les escriba desde lejos.

He escrito tres libros, dos pueden leerse en Chile: 'Un día de octubre en Santiago' y 'Santiago/París, el vuelo de la memoria', co-escrito con Mónica Echeverría, mi madre. Con sinceridad y rigor he intentado en ambos trasmitir la versión de los vencidos. En esos textos, el señor Krassnoff aparece como lo que es: un torturador, un tornillo más de la máquina de matar. Todos los torturadores se confunden finalmente bajo los rasgos idénticos de una misma marioneta en uniforme, con botas y ametralladoras. El señor Krassnoff Martchenko no presenta en sí mismo ningún interés, es simplemente -repito- un torturador más. Testimonios entregados constituyen pruebas irrefutables que pueden ser consultadas por quien lo desee.

En cambio hay algo que no se conoce y de lo cual no hemos hablado suficientemente. Si alguien salvó mi vida, no fue ninguno de los peones del aparato represivo. Fueron seres humanos que sí me maravillan, que realizaron un gesto gratuito, porque sí, para salvarle la vida a alguien que no conocían, fueron la suma de lo que se llama 'una buena acción', lo que logró extraerme de la prisión, de la tortura: la vecina Gladys frente a nuestra casa en calle Santa Fe, que viéndome tirada en la vereda y desangrándome llama al hospital Barros Luco; el joven médico de guardia que se encontraba en la ambulancia y que se enfrenta a la DINA, y me traslada a Urgencias del hospital, la vieja enfermera de ese mismo servicio que me pregunta 'qué puedo hacer por usted' y que le avisa a mi tío Jaime Castillo que estoy herida pero viva, el médico que me opera en el Hospital Militar que por casualidad se encontraba allí, y que decidirá unas semanas después que sí puedo viajar, el enfermero del mismo hospital que me susurraba algunas noticias de mi familia... y sí, y todo el movimiento de solidaridad en Chile y en el extranjero que exigía mi liberación, horrorizado por el asesinato de Miguel Enríquez, del cual responsabilizo a Pinochet, Contreras y por supuesto a Krassnoff Martchenko.

En aquel cuarto del Hospital Militar, pequeño, custodiada en permanencia por tres hombres armados, penetraban los oficiales, venían a interrogar.

Una prisionera no se encuentra nunca en una situación de 'conversación' con su torturador, aunque en el juego de roles, la marioneta se ponga la máscara del 'bueno' de la historia. Al respecto no hay ambigüedad en mis textos.

En agosto de 1993 se filmó en Santiago el documental 'La Flaca Alejandra'. Durante esas dos semanas intentamos obtener una entrevista de Krassnoff Martchenko, confrontarlo allí sí a la memoria de sus víctimas y frente a mi cámara. No respondió, pero ese silencio emite ruido y significancia. Ese film que intenta desmontar el espacio del miedo, del dolor y del horror, ha sido una de mis respuestas a la política de la amnesia y el olvido del poder en Chile. ¿Por qué ese documental aún no es transmitido en nuestro país? Una aproximación a ese trabajo audiovisual puede consultarse mientras tanto en el capítulo 11, 'La Memoria no se Rinde', de 'Santiago/París el vuelo de la memoria'.

En la trinchera de la lucha somos muchos, no se nos escucha pero existimos. Resistimos y creamos a partir de nuestra memoria, sin nostalgia y con un inmenso deseo de vivir. Vale la pena continuar, a pesar de todo.'