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Latinoamérica

DESDE COLOMBIA
DETRAS DEL TRONO

Por: Lucho Garzón

ARGENPRESS.info


Los que le hablan al oído al Presidente tienen un poder, que si este último se descuida, lo tumban. Y gracias a ellos es que ser ministro de Estado en Colombia, con algunas excepciones, es como ser la reina del fique: nadie se acuerda cuál fue la del año pasado.

Un estudio de Confecámaras sobre 'inestabilidad ministerial' muestra que en los últimos tres gobiernos ha habido más de 130 Ministros, cuando lo normal hubiera sido 42. Más grave aún que durante los últimos 50 años en las carteras de Salud, Educación, Agricultura y de Justicia, el promedio de ministros por administración ha sido de 4.

Esos frecuentes cambios hacen que no se puedan desarrollar los planes de gobierno ni dar continuidad a las políticas trazadas, por el contrario, hacen más susceptible la posibilidad de una crisis, generada más por circunstancias políticas del momento y presión clientelista, que por razones propias de la estrategia.

Por esto comparto la tesis del presidente Uribe de mantener estable un equipo de gobierno. Pero en lo que sí discrepo totalmente es en que los asesores, los que le hablan al oído, sigan pontificando hasta el punto de pasarse por la galleta a los ministros, sin someterse al escrutinio público, sin necesidad de aprender yoga para las maratónicas jornadas y menos, subirse en el peligroso Focker 001.

En su papel histórico de tres personas distintas y un solo poder verdadero -columnista, consultor privado y público- el simpático 'Ruddy' se da el gusto de aliarse con los Montenegro, el de antes y el de ahora, para tumbar y poner ministros, declararlos sub júdice porque supuestamente están trabajando para la familia y no para el país, como el caso del minagricultura; establecer desde los alcances de la revaluación y el manejo de las estadísticas macroeconómicas, hasta como reemplazar un concierto de la Sinfónica por uno de los Cuyos.

El Moreno que entra a Palacio como 'Pedro' por su casa, acompañado de los ritos de Alejo y de vez en cuando de la célula laureanista, dan 'ordenes' a la vicejusticia Margarita Zuleta y a la Mindefensa a quien, además, le toca atender las 'sugerencias' de la Embajada Estados Uni- dos . El otro morenito, Luis Alberto, define la política exterior desde Washing- ton dejando a Carolina como un 'Barco' a la deriva y al ministro Botero dependiendo del tan esquivo acuerdo bilateral.

Los desayunos y acuerdos con los parlamentarios corren por cuenta de Alberto Velásquez, secretario general de Palacio, ya que Fernando Londoño, a quien le echan la culpa de todos los fracasos del gobierno en el Congreso, no organiza ni una fumada.

El otrora independiente Luis Alfonso Hoyos, maneja la política social, sacando al mintrabajo, Diego Palacio, a quien no le va bien como pupilo de Juan Luis y es el que finalmente pone la cara ante el país.

José Obdulio, ahora sin Chinchilla, no solamente hace los discursos del primer mandatario sino que es su confesor de cabecera y, a la vez, se encarga de ocupar en sus muchos ratos de ocio al comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, quien, como buen siquiatra, ha colocado en el canapé a Carlos Castaño para hallarle algún rasgo de ternura.

Dicen que todos estos asesores le tienen miedo a los Arango, Alicia y Roberto, quienes además de manejar el computador de la Casa de Nariño, han convertido el acceso al Presidente en un verdadero retén.

En fin, los ministros, exceptuando al doctor Londoño, están expuestos a libre nombramiento y remoción, dejándole la popularidad al Presidente y pagando los platos rotos. ¿Pero cuál es el costo que tienen que pagar los asesores? Porque si bien hay corresponsabilidad entre Presidente, ministros y consejeros, a éstos últimos no se les pasa cuenta de cobro.

Es cierto que el país necesita innovar en política como la propuesta del Presidente de mantener sus ministros, pero ésta es válida siempre y cuando ellos puedan desempeñar su rol. De lo contrario, habría que nombrar desde un comienzo a los que están detrás del trono para que sepamos a ciencia cierta quiénes tienen, entre sus manos, la brújula del país.