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Latinoamérica

LAS TRES CUMBRES

LA JORNADA


El Grupo de Río, reunido en Perú, agrupa a mandatarios y gobiernos que, salvo el de Luiz Inacio Lula da Silva y en mucha menor medida el de Vicente Fox, encaran graves problemas o tienen un consenso sumamente escaso, y además, rápidamente declinante. Los presidentes "minusválidos" de un grupo que hace rato no brilla por su eficacia, tratan, a lo sumo, de limar las diferencias entre los respectivos proyectos económicos y políticos y conciliar el agua con el aceite. Así, vemos el complicado intento de unir una política neoliberal y la defensa, por consiguiente, del Area de Libre Comercio de las Américas, con la resistencia a aquélla y a éste por parte de los países que cifran sus esperanzas en el reforzamiento del Mercosur -y hasta en la ampliación del mismo- y la creación de una moneda única no dependiente del dólar. La cumbre peruana se realizó, simbólicamente, con las comitivas oficiales cuidadosamente resguardadas de las movilizaciones populares contra el gobierno del anfitrión, el ex funcionario del Banco Mundial, Alejandro Toledo. Esta impopularidad marcó la posición de la gente común de todos los países latinoamericanos ante un cónclave del cual no esperaba nada y cuya nota más interesante fue la propuesta de Lula de incorporar a Cuba a ese club conservador de gobiernos.

Casi simultáneamente, el neopresidente argentino Néstor Kirchner asumirá el gobierno en presencia de un grupo de mandatarios latinoamericanos, entre los cuales destacan el cubano Fidel Castro (la estrella de la reunión) y el vecino brasileño y socio en el Mercosur, Lula. Fuera de ambos, que buscan reforzar a Kirchner -quien carece de apoyo empresarial, financiero, de prensa y, sobre todo, de un verdadero consenso popular-, los demás fueron a Buenos Aires en realidad para cumplir con el protocolo y, en el caso de Estados Unidos -que mandó como representante a un funcionario de bajo nivel de origen cubano-, para insultar, presionar y amenazar al nuevo gobierno argentino, y para desairar y desconocer al presidente de Cuba. El hecho, sin embargo, de que Argentina y Brasil, los socios principales del Mercosur, intenten reforzarlo, y de que la representación de Estados Unidos no llegue como procónsul sino con amarga e impotente hostilidad, muestra que en el cono sur podría desarrollarse una relación de fuerzas más propia para una posición capitalista nacional, entre otras cosas porque tanto Lula como Kirchner no controlan el juego político en sus propios países y deben tener en cuenta no sólo a importantes sectores del capital local para resistir la presión de Washington, sino también las presiones de partes fundamentales de sus pueblos respectivos, que quieren un cambio social.

La tercera cumbre -de lejos la más novedosa e importante- fue la convocada en Ixtapa por el empresario mexicano Carlos Slim. Fue interesante no sólo por los que asistieron, sino también por quienes no fueron convocados, ya que no reunió a todos los multimillonarios latinoamericanos (faltaron grandes nombres del gotha empresarial ligados al capital financiero internacional y a la política neoliberal que Washington promueve). Fue, grosso modo, una reunión de los dueños de grandes empresas latinoamericanas ligadas al mercado interno y que ven con preocupación la recesión mundial y la política de Washington y de las grandes empresas trasnacionales que amenazan sus intereses. Ante el debilitamiento del Estado-nación y la pérdida de peso político de los partidos y los gobiernos, los empresarios hasta hace poco intentaron gobernar directamente y eliminar los intermediarios en algunos países, como México o Brasil, desde los respectivos gabinetes presidenciales o, como en el caso de Noboa, en Ecuador, asumir directamente la presidencia de la República. En esta nueva fase, en cambio, tratan de coordinar sus planes y sus políticas para controlar a quienes ocupan aún los puestos estatales elegidos por sufragio popular. De un modo diferente que en Estados Unidos, y en buena medida contra la política de ese país, cumplen el papel que tienen las grandes empresas estadunidenses detrás del establishment del mismo. Hay, evidentemente, un vaciamiento de los espacios democráticos y de las instituciones representativas cuando una oligarquía reducida pretende dirigir la política. Pero también hay una creciente contradicción entre, por un lado, los sectores del gran capital nacional, en un tiempo favorecidos por un crecimiento de sus países ahora interrumpido, y la concentración de riqueza y poder en manos de un grupo cada vez más reducido de grandes empresas trasnacionales, frente a las cuales aquéllos parecen enanos. De este modo, la hegemonía mundial de Estados Unidos no sólo es discutida por los pueblos y por sus socios-adversarios, como la Unión Europea: también empieza a serlo por los grandes capitalistas de nuestro continente.