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Latinoamérica

Señal de Alerta

por Herbert Mujica Rojas

Iglesia no tiene que ver con Estado

Si reconocemos la libertad de cultos también hay que subrayar que el Estado no tiene por ninguna razón valedera, que imprimir a su marcha institucional tinte o preferencia por religión alguna. Las confesiones tienen sus íconos, creencias, tradiciones y lo que fuere, el Estado tiene que velar por los más sin ataduras ni moldes constrictores de la libertad de consciencia.
Por tanto, el Estado tiene no tiene que ver con la iglesia y puede constituir una opción modernísima, que ya tienen múltiples naciones, el separar, de una vez por todas, lo estatal de lo eclesial. Las referencias hacia determinada iglesia son ociosas y discriminatorias porque así como se resaltan supuestos méritos de alguna grey también podría hacerse mención de sus defectos y barbaridades a lo largo de un análisis histórico sumamente vergonzoso. Y eso ocurre en especial en el Perú.
La religión mayoritaria de los peruanos es, ¡qué duda cabe!, la católica.
Pero ¿qué hay de los librepensadores? La política de un Estado no puede regirse por confesiones, preferencias en santos o sotanas o mitras de autoridades eclesiásticas, sino por lo que la mayoría demande como aspiración de vivir bien, en democracia y en términos de igualdad ante la ley. En cambio, adherir a una determinada iglesia, cualquiera que fuese, constituye un crimen antidemocrático que va contra los derechos humanos porque impone cartabones y moldes desde arriba.
Aquí llegó el catolicismo con el cura Valverde que pretendió hacer leer la biblia al Inca Atahualpa, hecho absurdo que le valió la condena a los fuegos del infierno al monarca indio y fue una de las razones por las que terminó siendo asesinado. La génesis de esa religión y su impostura a sangre y fuego en aquel país nuestro tiene antecedentes muy discutibles.
Es la oportunidad servida para que el Congreso cuestione, revise y anule el Concordato que existe entre la Iglesia Católica y el Estado peruano. Gracias a esta convención, hecha entre gallos y medianoche, esta Iglesia no paga impuestos, sus funcionarios más importantes ganan como ministros por no hacer nada y en cambio engordan mucho diariamente. El Concordato es una de las más temibles farsas que han cohonestado el accionar de un determinado grupo en detrimento de todos los otros.
Si el Estado se separa de una buena vez de todas las religiones y anula los favoritismos tributarios y de toda clase, estaríamos ante el umbral de una genuina revolución democrática. Mientras que todo esté como está, hay zánganos que viven del impuesto que paga el resto de los peruanos.
Es hora de romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz.