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Latinoamérica

Bolivia: señales de una tragedia

Elizabeth Peredo ALAI-AMLATINA

"¡Pero! Qué medidas, qué mal aconsejado está este gobierno ¿quiénes serán sus asesores del Goni, no?" Ningún equipo especial señoras y señores, la receta la mandó el FMI, ¿no lo sabían?, es lo que hacen en todos nuestros países endeudados, pobres, exaccionados por la angurria y el afán de ganancias de los poderosos.
Las balas, los muertos, los heridos en las calles, la población en protesta en una mezcla de impotencia, bronca, valor y fortaleza de multitud, la violencia, el cierre de los medios de comunicación! no nos dan alternativa: evocar los tiempos más oscuros de la historia boliviana. Y hoy evidenciamos una vez más la estrecha relación que tienen las políticas de las grandes potencias, digitadas desde las multilaterales con las tragedias colectivas e individuales que se dan en los países de América Latina. La estrecha relación que tienen con el andamiaje político económico cargado de una doble moral: democracia y ajuste, democracia y violencia estatal, democracia y atropello de los derechos humanos, democracia y muerte.
Por estas políticas, el abuso de poder desde el Estado cobró una vez más vidas humanas; no olvidemos que en lo que va de este período constitucional ya son más de 30 los muertos que carga este gobierno en un clima de violencia e impunidad.
Los bolivianos y bolivianas estuvimos en las calles durante los 70 y 80 convencidos de que la democracia sería el camino más correcto para vivir en colectividad. Hoy la democracia es aún una luz pero velada por un modelo que se aprovecha de ella para imponer la desigualdad y la pobreza. La experiencia de la gente es que las instancias de representación política ya no funcionan; el gobierno elegido, los partidos, el parlamento, los acuerdos y alianzas de los poderosos, los mecanismos que se han instalado en las decisiones fundamentales del país ya no son una expresión de la democracia ni de la voluntad de las mayorías; la mediación política se ha convertido en carroña; la democracia está siendo despojada de sus contenidos y esencia más fundamentales.
18 muertos y más de 80 heridos es el saldo de una jornada de protesta y enfrentamiento provocada por la decisión del Gobierno de aplicar las recomendaciones del FMI y enviar francotiradores para contener la protesta. Un impuestazo que en la práctica estaba dirigido a reducir los salarios y descargar en las espaldas de la población trabajadora del sistema formal todo el peso de la crisis. Y no es que los gobernantes lanzaron una inocente propuesta para que sea considerada en el Parlamento y sometida a un debate sincero y democrático; la insistencia de los Ministros y representantes del Ejecutivo fue más que clara: "o impuestazo o gasolinazo", nos pusieron contra la pared y por si el argumento quedara chico, el conocido "rodillo parlamentario oficialista" lo resolvería todo. Por ello, la policía se rebeló, la gente salió a las calles para expresar ese sentimiento que ya emergió en los resultados de las pasadas elecciones de Julio del 2002: "NO MAS A ESTE MODELO DE EXCLUSION Y POBREZA". La respuesta del gobierno: ejército y francotiradores en las calles, muertos, heridos y violencia.
La breve visita que hicieron los ministros por los medios de comunicación para explicar a la población la medida e insistir en que el impuestazo se impondría si o si, evidenciaron una vez más su insensibilidad y un estilo de aplicar el modelo a fuerza de la imposición, la doble moral y en el abuso de poder . Las denuncias que salieron a la luz en el breve debate desnudaron el andamiaje del modelo: el ajuste de los cinturones de la población, en particular de la más vulnerable, la presión de una deuda externa injusta e inmoral, la imposición de las políticas desde el FMI, los pocos ingresos que los bolivianos obtenemos por la venta obligada de nuestros recursos, la actitud contemplativa del sistema frente a quienes evaden impuestos y son parte del propio gobierno, los bonos u sobresueldos ilegales de la clase política, la gama tremendamente desigual de ingresos en Bolivia, el rodillo parlamentario, en fin! Todos estos mecanismos evidencian una clase dominante que ha sido incapaz de redistribuir, de ceder, de dejar sus privilegios para conseguir la paz social y sentar las bases para una sociedad más equitativa y justa.
Cuántos sectores sociales esperan en el Parlamento una señal de voluntad política, nada más hablemos de lo que ya es una herida para la esperanza: las trabajadoras del hogar ­mujeres indígenas - que vienen 10 años mendigando en esta instancia que se apruebe una ley mas o menos equitativa para su sector; los parlamentarios la siguen mirando de arriba abajo para asegurarse de que su aprobación no les vaya a hacer pelear con sus lealtades de clase ni perder sus comodidades.
Lo que se juega en el fondo tanto a nivel local como a nivel de las estructuras más grandes, nacionales e internacionales, es la resistencia profunda de los grupos de poder a la democracia de a de veras: a respetar el derecho del otro, ceder, dejar sus privilegios, redistribuir el poder, valorar la vida humana, en suma: la resistencia visceral a dejar de expropiar los derechos de los otros en función del beneficio propio.
Las huellas que deja en la ciudad de La Paz y en los corazones de los bolivianos estas jornadas de Febrero son oscuras: la destrucción de los ministerios, de las casas de los partidos políticos gobernantes, son tremendas señales que dan cuenta de la rabia y frustración aún contenidas en los espíritus de la gente; señales que si los políticos no las saben leer dejando de lado la banalización de la protesta social y la autojustificación, estarán dejando que la violencia sea la que defina nuestro destino.
La construcción de una cultura democrática deviene de la construcción de una sociedad justa, que luche efectivamente contra la pobreza más allá de las promesas electorales.
Pero, una sociedad que siente las bases para la justicia e igualdad, que busque la armonía entre los seres humanos y con la naturaleza, señoras y señores, implica que los poderosos dejen los privilegios acumulados en décadas de impunidad política y económica.
* Elizabeth Peredo, Mujer Identidad y Trabajo, Fundación Solón