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Latinoamérica

27 de diciembre del 2003

Chile: Su vida en las cárceles de La Araucanía

Guerreras Mapuches
Cherie Zalaquette
Kolectivo Lientur

En 1999 la Región de la Araucanía estalló en un espiral de conflictos: desde entonces diversas comunidades indígenas se han alzado contra agricultores y madereros, reclamando lo que para ellos es la propiedad ancestral de la tierras. De los cerca de 120 mapuches implicados en juicios, cerca de 25 han sido procesados por la Ley Antiterrorista. Entre ellos hay tres mujeres. La más conocida es "La Chepa", una ex estudiante de teología procesada por asociación ilícita terrorista. En estas páginas, ella y otras dos presas ­la dirigente social Mireya Figueroa y la activista Angélica Ñancupil­ hablan por primera vez, defienden su causa y alegan inocencia.

Hace frío en el interior del centro penitenciario de Angol. El edificio está recién construido y cuenta con algunas tecnologías que no están disponibles en Santiago. Hay, por ejemplo, rejas con portero eléctrico y usan timbres invisibles para marcar a las visitas. Los gendarmes son muy amables, sonríen y tratan a los visitantes con mucho respeto. Patricia Troncoso Robles, la Chepa, está recién llegada. Ella es la más famosa entre las presas por la causa mapuche, porque fue monja y ha estado detenida en varias oportunidades tras manifestaciones y protestas del movimiento mapuche.

Su presencia causó gran expectación en los dos juicios orales y públicos que se celebraron el año pasado por la quema de la casa del ex ministro de Agricultura Juan Agustín Figueroa. Fue juzgada junto a los lonkos Pascual Pichún y Aniceto Morín por amenazas e incendio terrorista. Finalmente de esos cargos resultó absuelta mientras los lonkos fueron condenados a cinco años y un día de prisión. "Tengo entendido que ella no es mapuche, y es muy buenamoza", advierte el abogado Juan Agustín Figueroa.

Sigue siendo una mujer maciza, aunque acaba de terminar una huelga de hambre de 52 días que la hizo bajar 15 kilos. Su cara es más fina y angulosa que la del común de las mapuches. Usa el pelo muy largo, y parece más joven que sus 35 años. La Chepa pidió ser trasladada a Angol, porque en la prisión de Victoria, donde estaba antes, no había detenidos mapuches y se sentía sola. No todas las mapuches la aceptan. Sin ir más lejos, Mireya Figueroa, una dirigente social mapuche detenida y acusada de terrorismo, la califica sólo como simpatizante de la causa, pero sin sangre auténtica. "No tengo el apellido, pero indagué en mis raíces y llevo sangre por mis abuelos paternos", insiste Patricia.

Sus padres nacieron en localidades agrícolas cercanas a Chillán y emigraron a Santiago. La madre trabajaba de empleada doméstica y el padre era obrero del plástico. Ellos participaron en la toma de terrenos que dio origen a la población La Pincoya. La Chepa, la mayor de cinco hermanos, nació en la toma: "Primero vivíamos en carpa, después mis papás levantaron una casa con sobras de materiales. Pero no teníamos agua potable ni luz. Siempre estábamos endeudados con el almacén de la esquina. Para Navidad nos regalaban zapatos, porque andábamos con las suelas rotas. Pero yo no me sentía triste por ser pobre; ahí toda la gente era igual. Los niños jugábamos a hacer guerras de barro, porque el pavimento llegó a nuestra calle recién cuando cumplí quince años".

Asistía a una escuela tan pobre, que la sala de clases era una micro abandonada, pero llegó hasta cuarto medio y se tituló de asistente de párvulos. Desde niña, cuenta, le atrajo la Iglesia Católica, fue animadora de catequesis y dirigente del movimiento católico poblacional Moani. Soñaba con ser misionera y entró a la comunidad religiosa del Inmaculado Corazón de María. Después estuvo en un instituto secular en La Reina, donde hizo un año de postulantado para ser monja. Mientras vivía en comunidad, Chepa se dedicó a evangelizar a los niños de las poblaciones. Asegura que nunca ha militado en partidos políticos, pero que protestaba contra el régimen de Pinochet y que se comprometió con la defensa de los derechos humanos.

Entre 1994 y 1999 estudió ciencias religiosas y teológicas en la Universidad Católica de Valparaíso. En esos años, en que convivía con un francés, se interesó en el tema de la construcción de la central hidroeléctrica de Ralco. "Hice una opción más radical: dejé mi carrera, dejé a mi pareja y me fui a trabajar la tierra y a encontrarme con mis raíces en el Alto Bío Bío. Conocí a las hermanas Quintramán y a Aurelia Mariguán; ahí me sucedieron cosas extrañas. Cuando estábamos preparando un nguillatún, de pronto escuché el canto de una mujer mapuche entre los árboles. Veía su sombra pasando y tocando el cultrún. Sentí la energía mística".

También recuerda que esa noche tuvo un misterioso sueño: "Vi un lobo inmenso con una alfombra de muchos colores. Me miraba de pies a cabeza con sus ojos penetrantes. Me tomó las manos y me enterró las garras. Cuando le conté el sueño a los mapuches, me dijeron que esas imágenes significaban que mis antepasados me estaban buscando".

A partir de ese momento, Chepa se instaló a vivir en comunidades mapuches de Didaico, donde los lonkos Pascual Pichún y Aniceto Norín. "Cultivaba una huerta, tejía en telar, hacía trariloncos (cintillos) y con eso me daba vueltas para vivir. Allí comprendí el sentimiento de injusticia que sienten los mapuches. El avance de las forestales que compraron a precio de huevo las hectáreas y además recibían bonificación por plantación, tala y compra".

Cuenta que los lonkos Pichún y Norín estaban en un litigio por 56,5 hectáreas con la Forestal Mininco. "La gente había tomado la decisión radical de tomar el fundo para que pastaran los animales. Pero llegaron los guardias forestales y los acosaban, los apuntaban con escopeta, la gente se enfureció y se produjo un choque. Aparecieron los carabineros, les pegaban. Pascual Pichún fue a dar al hospital".

Recuerda que después del incidente, los mapuches ya no sólo querían sólo las 54,5 hectáreas sino recuperar todas las tierras que les habían quitado de "mala forma, como contaban los antiguos. Ya habían agotado las vías de conversar con las autoridades y no hubo ninguna solución. Han sufrido un despojo sistemático y legal para forzarlos a integrarse a un Estado que no los acepta. Los llaman minoría étnica y son 3 millones y medio de mapuches. Hubo más enfrentamientos porque los carabineros golpearon a una machi y le quebraron dos costillas. Eso le tocó el corazón a nuestra gente".

A Patricia Troncoso Robles la buscó la policía durante meses pero, dice ella, "no me iba a entregar si no había hecho nada". Durante ese tiempo vivió en la clandestinidad en distintas comunidades indígenas, cortando trigo para pagar su alimento. Finalmente, la detuvieron el 13 de septiembre de 2002 junto a los lonkos Pascual Pichún y Aniceto Norín. "Luché para no caer tan fácil. Cogí unos palos, pero ellos me esposaron. Tenía tanta rabia porque había estado presa como seis veces antes y los pacos me habían pegado tanto, que me dejaron un edema pulmonar. Así que le pegué una patada a un paco y me dijo 'india de mierda, cállate' y me tiraron arriba del furgón.

La Chepa lleva un año y tres meses detenida, porque también está procesada por asociación ilícita terrorista y por participar y dirigir el incendio del fundo Poluco Pidenco. Ella, sin embargo, niega esos cargos. "Han pasado sólo 120 años desde el avance militar de la pacificación de la Araucanía. Los tatarabuelos le contaron a los abuelos que les quitaron todo a sangre y fuego. Recuperar la tierra es salvaguardar la historia antigua. La tierra (mapu) es el sustento espiritual y material del mapuche. Sin tierra no puede haber mapuches, que son gente de la tierra", dice.

Acto seguido, recuerda que en Temulemo, durante años, los mapuches pelearon por la vía judicial y no lograron nada: "Hasta que un día se tomaron el fundo y ahí empezaron las negociaciones. Recuperar espacios da una solución puntual a las necesidades de sacar leña, sembrar alimentos, criar animales. Si en una hectárea donde antes había pinos, ahora hay trigo, gallinas y huertas, algo se ha logrado".

Mireya: "Me siento en cautiverio"

Mireya Figueroa Araneda camina lento, en silencio. Ella es la primera en entrar a la sala de visitas de la cárcel femenina de Temuco. Su cara ancha, de nariz corta y facciones marcadamente mapuches no revela ningún asomo de vanidad; el pelo largo, negro y liso cae sobre su cuerpo vestido con ropas muy sencillas. Pero lleva pendientes en las orejas y en su cuello corto, brilla una fina cadena que parece de oro.

Mireya es una dirigente social mapuche, de 42 años, acusada de terrorismo por participar en el incendio del fundo Poluco Pidenco, de Forestal Mininco, ocurrido el 19 de diciembre de 2001 y donde se quemaron cien hectáreas de pinos y eucaliptos. Lleva un año detenida sin que aún se haya realizado un juicio oral y público que la absuelva o la condene. El proceso ha sido muy polémico, porque la jueza del tribunal de garantía, Nancy Germany, le quitó la categoría de terrorista al ataque mapuche y la Fiscalía de Collipulli apeló de la medida. Para la Fiscalía de Collipulli, Mireya es una activista por el trabajo de "concientización" que realizaría entre los indígenas.

En la cárcel, dice, se le declaró diabetes, hipertensión arterial severay una depresión que no puede superar. Su marido y sus hijos viven en la comunidad indígena de Tricauco, en la localidad de Ercilla, que ha tenido varios conflictos con la Forestal Mininco. Según cuenta Mireya, sólo pueden visitarla una vez al mes, porque cada viaje les cuesta 10 mil pesos en pasajes. Y en medicamentos, ella gasta más de 25 mil mensuales. No hay en la zona ninguna institución de beneficencia que financie los remedios de las presas, asegura a "El Sábado" una cabo de Gendarmería.

"No tengo nombre mapuche, porque la generación de mi madre, quien hoy tiene 75 años, se tuvo que cambiar los apellidos para ocultarse del racismo", asegura. Mireya nació en la comunidad de Collico, también en Ercilla. Nunca conoció a su padre, ni siquiera sabe quién es. Su mamá, soltera, con cuatro hijos, emigró a Concepción a trabajar como asesora del hogar. "En la mañana ella trabajaba de nana y en la tarde como comerciante ambulante de frutas y verduras. Gracias a sus sacrificios, tuvimos una infancia sin grandes necesidades ni lujos".

Mireya entiende muy bien el mapudungún pero no lo habla fluido: "Viviendo en Concepción, era difícil conservar la cultura. Pero mi madre se preocupaba de contarnos la historia que le contaron sus abuelos, del sufrimiento de nuestro pueblo cuando vinieron los españoles; y de la pacificación de la Araucanía donde nuestros antepasados perdieron todas sus tierras que quedaron en manos de colonos huincas. Mi mamá recordaba que el Estado redujo al mínimo a las comunidades indígenas. Antes un cacique tenía 3 mil hectáreas, hoy, apenas 600, 500, ,o menos. Las familias crecen y la comunidad necesita más tierra para alimentarse".

En la sala de clases de su escuela básica en Concepción, recuerda Mireya, sus compañeros se burlaban de sus rasgos mapuches. "Me miraban en menos, pero lo que más me dolía era que me dijeran india. Yo, tragaba la pena y les contestaba: ¡A mucha honra!". La joven completó sus estudios en un liceo comercial de Concepción y egresó con el título de agente vendedor viajero. Cada año, esperaba con ansias las vacaciones para viajar a Collico a compartir con la gente de su comunidad. Especialmente para ver a Oscar Queipo Toledo, su novio de entonces, con quien ahora lleva 22 años de matrimonio. "Él es de la comunidad mapuche de Tricauco, donde trabaja como auxiliar paramédico en la posta rural".

A Mireya se le ilumina el rostro cuando recuerda la felicidad de su vida cotidiana en Tricauco, trabajando de sol a sol. Criando aves y animales, cultivando su huerta y sus tres invernaderos; vendiendo huevos, verduras, flores. En su matrimonio tuvo tres niños: Oscar, de 20, Priscila de 16, y Josselynn de 12. "Y tuve otro hijo más, que me lo regaló la vida: Cristián, un niño mapuche que se fue de su casa a los 12 años, porque su familia era tan pobre que no lo alimentaba. Llegó a mi casa tan desnutrido que pesaba 18 kilos. Padece una enfermedad bronquial crónica que le comió la mitad de los pulmones. Lo cuidé durante seis años en el hospital regional donde había otros 11 niños con el mismo mal y todos murieron. Aunque no soy su madre biológica le di todo el cariño de un hijo, hice todo lo que pude para salvarlo. Hoy lo estoy educando".

Pero ser feliz en lo familiar no le bastaba al espíritu de Mireya: "Veía a mi comunidad muy pobre, postergada por los gobiernos. Golpeando puertas creé los talleres laborales para capacitar a las mujeres en greda, telar, teñido de lana, corte y confección, tejido a palillo, conservería, nutrición e invernadero". Mireya relata que su comunidad está constituida legalmente por la Conadi y que sus talleres se apoyaban en las organizaciones de gobierno: Prodemu, Indap, Fosis. "En las comunidades mapuches no se llega a ser dirigente si uno no se gana primero el respeto a través del trabajo. Ellos vieron mi gran voluntad social, mi vocación de servir y me designaron secretaria", revela con orgullo.

Hace dos años, en diciembre de 2001, se acercaba un momento muy especial. Su hijo mayor, un alumno destacado, rendía la Prueba de Aptitud Académica. "Yo sabía que no tendría dinero para educarlo en Chile y, como milito en el Partido Comunista hace muchos años, empecé a hacer los trámites para conseguirle una beca de estudios universitarios en Cuba. Postularon 200 jóvenes y quedaron 20 seleccionados, entre ellos, mi hijo. Aparte de que rindió buenas pruebas de conocimientos, le premiaron el esfuerzo. Caminaba cuatro horas a pie hasta el colegio".

Oscar actualmente está cursando segundo año de Medicina en Cuba, pero Mireya no ha vuelto a verlo ni ha podido comunicarse con él desde que fue detenida. Llora desconsoladamente mientras habla de él. "Nos acusaron a los dos de participar en el incendio del fundo Poduco Pidenco. Pero el incendio fue el mismo día que mi hijo estaba dando la Prueba de Aptitud Académica y yo estaba en Temuco, en la sede del Partido Comunista, reuniendo los antecedentes que me pedían para la beca".

Pide un minuto de silencio para calmarse. Las gendarmes se acercan y me advierten que las notas que he escrito de nuestra conversación serán examinadas. Mireya continúa hablando, pero muy nerviosa. Relata que hubo miembros de su comunidad que testificaron que había participado en el ataque al predio. Mientras se enjuga los ojos, exclama: "Soy una dirigente pública que ha trabajado con el gobierno más de ocho años. Nuestra comunidad fue infiltrada por la forestal y se dividió política y religiosamente en dos grupos. Del grupo infiltrado son los testigos que me acusaron. Ellos fabricaron esta historia, dijeron que yo era activista, porque a mi casa llegaba mucha gente. Nuestro grupo dialogaba con el gobierno. Quince días antes de mi detención, me entrevisté con el Intendente, firmamos un protocolo de acuerdo en que se comprometía a ayudarnos a comprar más hectáreas. Hicimos un cabildo abierto... ¿es eso terrorismo?". Advierte que la Universidad de Chile acreditó que su hijo había dado la PAA ese día, pero la Fiscalía insiste en que fue suplantado. "Ante argumentos como ése, a uno no le queda más que escuchar. No hay justicia para los mapuches. No tenemos ninguna participación en lo que nos acusan. Lo único que hay en mi contra es una persecución política en democracia, porque soy comunista y mi hijo está estudiando en Cuba".

Cuenta que su comunidad negoció con la Forestal Mininco la que les dio 75 hectáreas para aprovechamiento comercial. "Pero hay que recordar la historia de ese fundo Poluco Pidenco. El Estado se lo entregó a mi comunidad en 1969 por la reforma agraria. Estuvo en nuestro poder hasta 1977. La dictadura nos quitó las tierras, perdimos las casas, las cosechas, todo y ahora nos llaman terroristas a nosotros. Mi pueblo no sabe lo que es eso. El terrorismo viene del Estado chileno hacia nosotros que nos criminaliza porque reivindicamos lo que estamos reclamando hace 100 años".

La cárcel ha deteriorado tanto la salud de Mireya Figueroa, que debe ingerir muchos medicamentos para mantenerse en pie. Su caso se considera tan emblemático que la han visitado Aministía Internacional, el relator de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Gladys Marín y dirigentes locales de Conadi: "Nunca antes había estado detenida. Me siento en cautiverio. Este no es mi hábitat. Despierto a las seis de la mañana con el canto de los pájaros, hago mi cama y oro en lengua mapuche. El día es muy largo con tanta soledad. Tuve que sacar a mi hija del colegio para que me reemplazara como dueña de casa. Tengo el dolor de una mujer indígena que no puede ver a sus hijos. Ni siquiera puedo escribirle a Oscar a Cuba para no involucrarlo. Si tengo que pagar una condena injusta siendo inocente, lo haré como una ofrenda a mi pueblo. Algún día seremos libres".

Angélica: arresto domiciliario

En Nancahue, camino a Chol Chol, se levanta la humilde casa de las Ñancupil. Mercedes, la abuela, de 92 años, Aída, la hija, y Angélica, la nieta, de 29 años. Tres mujeres solas que viven en una hectárea con una pequeña huerta de verduras y hortalizas, algunas gallinas y un par de chanchos. No hay agua potable y hace sólo cuatro años tienen luz eléctrica.

Mercedes toma mate en silencio, mientras Aída amasa el pan junto a su cocina a leña. En el patio hay un auto desmantelado y una oxidada trilladora que quedaron abandonados desde la muerte del marido de Aída, hace 15 años. Aída hizo muchos sacrificios para educar a sus dos hijos, Juan Carlos, el mayor, es ingeniero, y Angélica está a punto de recibirse de profesora de educación básica con mención intercultural (con manejo de idioma y cultura mapuche). "No pude dar el examen de grado con mis compañeros en enero pasado, porque la Universidad Católica de Temuco no aceptó que fuera con gendarmes", ríe Angélica, y la cara se le pone llenita.

Con su abuela Mercedes aprendió las primeras palabras en mapudungún, aunque confiesa que no lo habla fluido. Su participación en la causa indígena comenzó en la universidad. Fue dirigente de su carrera y vivió en un hogar estudiantil mapuche donde conoció a su pareja, José Llanquileo. Angélica y José están acusados de ser voceros de la Coordinadora Arauco Malleco, la organización más radicalizada del movimiento y a la que se le atribuye un sesgo paramilitar. El Ministerio Público la considera una asociación ilícita terrorista. "La palabra terrorista la encuentro tan absurda aplicada a la gente mapuche que no usa armas para llevar a cabo los procesos de recuperación de tierras. Es demasiado exagerado que nos atribuyan ese concepto", dice Angélica, mientras la anciana abuela espanta los pollos y la gallina que se pasean por el living. La joven asegura que su única participación en el movimiento mapuche fue visitar a los "presos políticos" detenidos y organizar actos para recolectar alimentos y llevarlo a las comunidades.

Tenía contrato y ganaba un sueldo como supervisora de proyectos interculturales en la Fundación de Desarrollo Campesino, cuando fue detenida en diciembre de 2002. En esa redada apresaron a varios dirigentes de la CAM, entre ellos a su pareja, José Llanquileo, quien además está acusado de incendio. La casa en que ambos vivían fue calificada de "casa de seguridad" por la Fiscalía de Temuco.

Angélica tiene prohibición expresa de visitar a José. Ella estuvo cuatro meses presa en la cárcel de Temuco junto a Mireya Figueroa, pero tras una huelga de hambre de 35 días, en abril pasado, la justicia argumentó razones humanitarias y le cambió la medida cautelar por arresto domiciliario. Hoy, no puede alejarse a más de 50 metros de su casa. Incluso para ir al médico debe pedir autorización a Carabineros y ella, asegura, necesita hacerlo bastante seguido pues, producto del largo ayuno dice que quedó con problemas estomacales y de presión arterial, que sufre mareos y dolores de cabeza. "El objetivo de la huelga de hambre era denunciar los atropellos y abusos que se estaban cometiendo en las comunidades indígenas. Allanaban las casas y se castigaba hasta a las mujeres y niños. Exigí la libertad de todos los presos políticos mapuches y que se nos haga un proceso justo y transparente".

Mientras estaba en Temuco, cuenta, le afectaba el hacinamiento. "El acceso al patio, que es un derecho de toda persona, es muy limitado. Apenas 15 minutos para tender ropa. Gendarmería dice que no hay casetas de vigilancia ni personal para cuidar a las internas en el patio, así es que nos mantenían en la sala de estar con el ruido de la radio, la tele y los boches de las mujeres". Angélica dice que ella siente distinta a otras jóvenes chilenas debido a su cosmovisión. "Pensamos que el hombre es una parte más del mapu (la tierra). Respetamos la tierra y los bienes que ella nos da sin sobreexplotar los recursos. El bienestar para nosotros no es material, es íntegro".

Cuando estudiaba en el colegio en Temuco, dice, hasta llegó a avergonzarse de su apellido y de su cara, porque le gritaban "india": "Nos discriminan. Se dice que se acepta otra cultura, pero lo que se pretende es integrar al mapuche a una cultura no mapuche". Piensa que los chilenos no tienen una identidad propia y definida. "Los huincas siempre aspiran a ser otros, no ellos mismos. Imitan costumbres extranjeras en su maneras de ser, de hablar y de comportarse". Los mapuches integrados, como el ministro Francisco Huenchumilla, no la representan. "Él piensa que desde ese lugar puede hacer un aporte mayor, pero yo pienso que también vende a su gente y a sus principios. Porque en vez de defender los atropellos, los negocia. Y en el fondo igual se llevan a cabo políticas de megaproyectos, las forestales invaden la tierra y en esas leyes figura el nombre y apellido de un mapuche".

Tampoco la Conadi la interpreta: "Es una parte más del gobierno, que está como para servir a la gente mapuche, pero sólo lleva a cabo políticas asistencialistas. No soluciona los problemas de fondo. Compran tierras para comunidades mapuches, pero si se analiza bien, hay papeles que demuestran que esa tierra fue usurpada. ¿Por qué pagarles a los sinvergüenzas? ¿Por qué comprarles lo que robaron?". Además, a Angélica le molesta profundamente que la Conadi desnaturalice la ceremonia del nguillatún. "El nehuén (Dios) existe en todos los lugares donde la gente mapuche estaba antes. La ceremonia se hace para dar gracias o pedir algo, y no como un homenaje a las autoridades. Eso es folclorizar una forma de expresión espiritual".

Su futuro personal lo ve muy incierto. "Este proceso judicial no nos garantiza nada. Los jueces ni siquiera escuchan a los defensores nuestros. Los argumentos de nuestros abogados se los traga el aire. La reforma procesal penal permite tenernos en prisión preventiva por mucho tiempo sin tener pruebas de nuestra participación en los hechos".

26 de diciembre de 2003