VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

A 20 años de la represión a la marcha de PIT-Asceep-Fucvam del 9 de noviembre de 1983

El día que se perdió el miedo


Hace exactamente dos décadas se realizó una de las represiones masivas más recordadas en los años de dictadura. Trabajadores, estudiantes y cooperativistas protagonizaron una marcha expresamente prohibida por el gobierno militar. Miles de personas fueron heridas y cientos detenidas. Hoy, a las 20 horas, en 18 de Julio y Minas, se recordará lo ocurrido hace 20 años.

ROGER RODRIGUEZ (*)

La República


"¡Un momento! Somos periodistas", la voz de Zelmar Lissardy me resultó más gutural que nunca. Los granaderos vestidos de fajina habían entrado a palo limpio en el Bar Plaza, mientras en la calle se escuchaba una batalla campal. El oficial, gordito y de bigote, con boina y fusta bajo el brazo, se puso delante.
-¿Y de qué medios sos? ­preguntó con irónica autoridad.
-De United Press International ­dijo Zelmar con su mejor inglés, mostrando su carné de corresponsal de la UPI.
- ¿Y qué vas a escribir ahora de la dictadura, hijo de puta? ­fue la respuesta, que operó como un gatillo que disparó la orden de reprimir sobre todos los que por unos segundos creímos que nos íbamos a salvar de la golpiza. Por suerte no llegué a identificarme como cronista de "Convicción", la publicación sindical.
Dos bastones "remaron" a Lissardy sobre la puerta y aproveché la acción para tratar de correr en el movimiento y salvar mis riñones. El oficial, atento, hizo latiguear su fusta en el aire. No sentí el golpe, pero jamás olvidaré el dolor y ardor del talero que me cruzó la nuca y espalda. La prensa no era impune.
Afuera, ya era poca la resistencia. La batalla terminaba con sillas, mesas y vidrios rotos, un caballo rengueando y un granadero que buscaba su gorra. Contra la pared, nos sumamos a cientos de manifestantes, algunos sangrando, que obligados a tener las manos en la nuca apenas podían sostenerse en pie.
El oficial volvió con nuevas órdenes y mucha bronca. "Los periodistas, que se vayan", dijo. No pude retener la cantidad de nombres que me gritaban quienes quedaban. "Soy Rafael Fernández... Me llamo Juan Sosa y ella es Adriana", se identificaban ante quienes podíamos ser sus testigos.
El oficial sonreía al liberarnos. No éramos conscientes de la represión que se había desatado por toda la ciudad. Desde el Centro y el Cordón, desde el sur y el norte, la policía realizaba una feroz batida sobre todo y sobre todos. Un taxi paró, dijo: "Suban", y nos alejó del lugar. Sólo pudimos escribir lo que pasaba...
La antesala de un "bautismo"
En 1983 la dictadura había comenzado a permitir canales de expresión social. Pero la convocatoria al 1º de Mayo y la legalización de la central obrera o la marcha estudiantil en la primavera, habían tenido en medio salvajes acciones represivas como la sufrida por un grupo de estudiantes en julio.
El jueves 3 de noviembre de 1983, el Plenario Intersindical de Trabajadores (PIT) hizo llover en la ciudad volantes con la convocatoria a una segunda jornada pacífica de protesta. Se reclamaba por "Libertad, Trabajo, Salario, Amnistía y Libre Sindicalización de los Trabajadores Estatales".
Los volantes convocaban para el 9 de noviembre a una jornada de paros parciales que culminaría con una marcha de trabajadores (PIT), estudiantes (Asceep) y cooperativistas (Fucvam) que recorrerían el trayecto de 18 de Julio entre la Universidad de la República y la Plaza Independencia.
Aquel viernes 4 de noviembre, los tres dirigentes del Secretariado Ejecutivo del PIT, Richard Read, Juan Carlos Pereyra y Juan Carlos Ascencio, fueron citados por la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII) e interrogados por la convocatoria de las organizaciones sociales.
El sábado 5, los integrantes del PIT volvieron a ser citados por la Jefatura de Policía de Montevideo, donde se les comunicó que la marcha no era autorizada. Ese mismo día Read y Pereyra realizaron gestiones infructuosas para entrevistarse con el jefe de Policía, coronel Washington Varela.
Durante el martes 8, miembros del secretariado del PIT fueron interrogados en la DNII sobre las características de la marcha y fueron obligados a firmar una nota en la que se hacían responsables de las consecuencias "imprevisibles" de una manifestación "no autorizada y expresamente prohibida".
Esa misma noche, por cadena de radio y televisión, el ministro del Interior, general Hugo Linares Brum, se dirigió a la opinión pública y sostuvo que la manifestación tenía "fines gremiales y políticos", lo que "desnaturaliza una pretendida manifestación sindical".
La advertencia del gobierno vinculaba la medida sindical a "organizaciones de carácter político ilegal" y, en tono amenazante, el gobierno anunciaba que adoptaría "todas las medidas conducentes para impedir la concentración y manifestación ilegales programadas, para mantener la paz pública".
El ministro anunció "actos de violencia no queridos por nadie" y asoció los festejos del triunfo en fútbol de Uruguay sobre Brasil el viernes 4, en el marco de una "escalada progresiva de violencia" sobre la que "oportunamente se ha alertado a la población".
Uruguay había salido campeón de la Copa América, con aquel inolvidable cabezazo del patito Carlos Aguilera entre dos gigantes brasileños. El partido salió 1-1, pero con la victoria 2-0 de la celeste el 27 de octubre en Montevideo, Bahía sufrió otro "Maracaná". En Uruguay, se gritó contra la dictadura.
La batalla de "La Paponita"
Durante toda la jornada del miércoles 9 se cumplieron los paros parciales en todo el país. Desde la mañana un espectacular despliegue policial conmovía el centro de la ciudad en un operativo que incluía la "limpieza" de vehículos en 18 de Julio y colaterales, con participación de coches grúas del municipio.
La policía de tránsito trabajó hasta las 17.30 horas, desviando el tránsito y despejando un previsible campo de batalla. Los efectivos de seguridad de la Guardia de Granaderos y Coraceros se instalaron a lo largo de 18 de Julio. Los puntos de concentración de los manifestantes se fueron multiplicando.
Una columna pudo avanzar en forma paralela a la principal avenida, hasta llegar a la calle Minas, donde se le permitía el acceso a 18 de Julio.
La "pinza" estaba echada y, conscientemente, los manifestantes ingresaron a ella sin temer al grupo de 36 caballos y jinetes formados sobre Magallanes.
Cuando los manifestantes pusieron un pie sobre 18 de Julio, los coraceros se formaron a sólo cien metros de distancia. La orden del comandante no se llegó a escuchar. Sólo se sintió el retumbar del cascos y el grito de "¡huita! ¡huita!" con que se arengaban, en una carga que parecía filmada en cámara lenta.
Unas seis mil personas fueron desperdigadas. Los sables encontraron cabezas y cuerpos que razgar. El miedo provocó pánico y heroísmo en una generación de trabajadores y estudiantes que no sabía o poco recordaba de represiones similares en décadas anteriores.
De correr, protegerse y defenderse, se pasó a esperar, aguantar y contraatacar. Cayó un caballo y un jinete. Otro ingresó al bar La Paponita "sable en mano". Enfrente, en el entonces Bar Plaza, se cerraron las cortinas metálicas. Hasta algún funcionario de inteligencia, vestido de particular, recibió golpes.
En otra docena de puntos del Cordón y el Centro, se desató la represión. Desde el Obelisco hasta Río Branco el cuerpo de choque desplegado salió a la caza de todo civil: joven, viejo, hombre o mujer... eran "Pichis" al fin. Por primera vez el desafío a la dictadura era frontal. La autoridad se desautorizaba.
Las corridas y apaleamientos se extendieron hasta las 22 horas. Los bares y negocios que permanecieron abiertos (los comercios habían cerrado a las 17 hs) fueron refugios improvisados y sufrieron daños en la batalla. Hubo zaguanes y puertas que se abrieron solidarias y hasta taxistas "rescatistas".
Miles fueron heridos y más de 500 detenidos. El centro se mostraba desolado a la medianoche. La batalla no había sido tal, sino una salvaje represión sobre quienes reclamaban derechos y libertad. El jueves 10, la autoridad reconoció 275 detenidos y un herido leve; 23 personas pasaron a la Justicia Penal.
Menos de 20 días después, cuatrocientas mil personas conformaron un "río de libertad" junto al Obelisco. Aquella represión masiva, continuación de tantas otras por tantos años, había de marcar un hito en el fin de la dictadura: el miedo había sufrido su derrota. *