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Latinoamérica

Las dictaduras del 50 y su similitud con la Colombia de hoy !

A los 50 años del golpe militar y las dictaduras de los años cincuenta, La Revista del domingo del Espectador trajo dos crónicas con algunos intrínculis del periodo a"sangre y fuego" que a partir del asesinato de Gaitán en 1948, continúo la violencia política, unas veces con los conservadores en el gobierno y otros con los liberales, pero siempre ambos en el poder gobernando con los militares. Los artículos, el primero del godito Dangón Uribe y el segundo de la liberal santanderiana Silvia Galvis,dejan ver las componendas y siniestros personajes que jugaron papel decisivo para fraguar el golpe y luego repartirse el poder con el Frente Nacional, como matrimonio bipartidista que prosigío la represión violenta al pueblo hasta nuestros días.

Importante la ubicación en aquellos años, pues si se observa con juiciosa atención, muchos de los oscuros personajes de la época se repiten hoy. Si hay alguna diferencia es de forma, por ejemplo el traslado del despacho del Palacio de la Carrera al Palacio Nariño. Acaso Uribe Velez no es el mismo Laureano Gómez u Ospina Pérez de entonces? Lucio `Pavor´ Núñez el Archiminstro Londoño, Evaristo Sourdis, algo así como Pacho Santos, Alzate Avendaño como Vargas Lleras, León María Lozano,´El Cóndor´ es el el mismo C. Castaño! Buscando y comparando encontrarán a los mismos con las mismas que hoy desgobiernan el pais y urden la guerra sucia como hace 50 años. Y las guerrillas revolucionarias que no se rindieron entonces, se han centuplicado tambien. __________________________/

El golpe del 13 de junio de 1953
Historia

Por Alberto Dangond Uribe*


Es sábado 13 de junio de 1953. Comienza el puente por la fiesta del Corazón de Jesús. Un día luminoso. Dos estudiantes de Derecho de la Universidad Javeriana aprovechan la mañana para preparar sus exámenes. Uno es dirigente juvenil en la provincia del Guavio, en Cundinamarca. El otro dirige el periódico estudiantil Nueva Guardia. Los dos profesan sus convicciones por el Partido Conservador. Conocen y admiran a sus personajes representativos.

Como carecen de personales intereses y vínculos con facciones, observan con asombro y melancolía los pasos contradictorios de los líderes y los grupos que protagonizan la división, y debilitan al partido y al gobierno, frustrando la tarea reorganizadora de la República, comenzada en 1946 al ganar limpiamente el poder.


Años atrás, en sus días infantiles, el joven periodista le había preguntado a su formidable caudillo: "¿Cuándo volverá el conservatismo al poder?". Y Laureano Gómez respondió: "¡Cuando lo merezca!". ¿Y en ese momento lo merecía? Los dos estudiantes conversaban largamente sobre este dilema. ¿Por qué? Habían ocurrido fenómenos singulares desde la última enfermedad de Laureano Gómez y su retiro de la Presidencia. En realidad sólo alcanzó a gobernar un año largo. El 29 de Septiembre de 1951, en Palanquero, sufrió un síncope. Debió guardar absoluto reposo. Fue preciso elegir designado y reemplazarlo.


Se reunió el Congreso. Las crónicas refieren que la mayoría de los parlamentarios seguía las orientaciones de Gilberto Alzate Avendaño, quien podría ser el elegido. Pero Gilberto Alzate escuchó el dictamen de su amigo, el senador Jaime Jaramillo Arango, médico muy ilustre quien decía que la enfermedad del Presidente era fatal. Siendo así, el Designado, en ejercicio del gobierno, debía convocar a elecciones presidenciales para suplir la falta absoluta. Y Gilberto Alzate prefería ser candidato presidencial y alcanzar la elección popular. En la Junta de Parlamentarios, Luis Navarro Ospina y Álvaro Gómez Hurtado propusieron a Roberto Urdaneta Arbeláez. Álvaro argumentó que era el candidato de su padre. El Congreso eligió a Urdaneta, quien se posesionó el 5 de noviembre de 1951. En su retiro, Laureano Gómez se dedicó a proyectar los términos de una reforma institucional que debía cumplir una Asamblea Constituyente.


GOBIERNISTAS Y ALZATISTAS


Después se convocó la Convención Nacional del Partido. Los dos estudiantes recuerdan que fueron elegidos para representar a su facultad y a su provincia y que cuando se disponían a concurrir al Capitolio, donde tendría lugar la asamblea, encontraron un titular de El Siglo, que invitaba a "los convencionistas amigos del gobierno" a reunirse en los salones del diario. El resultado fue la elección de dos directorios nacionales. El partido de gobierno quedó dividido entre "gobiernistas" y "alzatistas". Alzate y su periódico, Diario de Colombia fueron a la oposición.


El conservatismo y el gobierno carecían de unidad y fortaleza para proseguir su tarea. Uno tras otro sucedieron acontecimientos insólitos y desventurados. Los partidos siguieron enfrentados en una áspera batalla política. El 6 de Septiembre de 1952 se realizó el doloroso funeral de cinco agentes de la Policía asesinados en Rovira. Era también un sábado. El Presidente encargado asistió a la iglesia de San Diego. Al concluir la ceremonia tomó el camino de su casa de campo en Funza y quedó incomunicado de cierta manera, porque no había teléfono sino en el coche presidencial. En las horas que siguieron, "el desfile fúnebre marchó a la casa de la Dirección Liberal y la saqueó". Luego, irascible, asaltó las instalaciones de El Tiempo y de El Espectador y las incendió. Hizo lo mismo con las residencias de Alfonso López Pumarejo y de Carlos Lleras Restrepo.

Rafael Urdaneta, hijo del Presidente, llamó a su padre al radioteléfono del coche presidencial. Avisado, Urdaneta regresó. Pero fue tarde. También estaban ausentes los ministros de Gobierno y de Guerra y el comandante general de las Fuerzas Militares. El atroz suceso fue consumado. Alfonso López y Carlos Lleras se asilaron en la Embajada de Venezuela y el 29 de Septiembre viajaron a México. Nosotros, escandalizados y atónitos, escribimos en el Diario de Colombia, repudiando el hecho.


Laureano diría después: "Los sucesos del 6 de Septiembre y la manera como se manejaron sus consecuencias, pugnan con mi concepto del buen gobierno. Tuvieron lugar porque se aprovechó la ausencia de la ciudad del Designado y de los principales funcionarios. El primero me dijo que no había tenido noticia de ellos sino varias horas después de ocurridos, cuando regresó a la ciudad. Le anoté que lo acontecido era una insurrección militar justamente por la ignorancia en que lo mantuvieron los jefes de las fuerzas, que tampoco acudieron oportunamente a impedir los desórdenes. Pero lo que siguió está en el origen del golpe de Estado, porque se destituyó de la jefatura de la Policía a un general de lealtad perfecta y de reconocido civismo, pero que estorbaba a ciertas ambiciones. Su reemplazo renovó la cansada comedia de las investigaciones hechas por los inculpados, en su medio, sin tolerar intervenciones extrañas".


El 24 de Septiembre , una junta de parlamentarios "gobiernistas" proclamó la candidatura presidencial de Mariano Ospina Pérez. El 20 de Septiembre los parlamentarios alzatistas hicieron lo propio. El ministro de Gobierno, Luis Ignacio Andrade, llamó al ex presidente Ospina a Nueva York y le pidió que aceptara la candidatura. En diciembre de ese 1952, el Congreso expidió el acto legislativo que creó la Asamblea Constituyente para realizar la reforma política proyectada por Laureano Gómez.


Al comenzar este año crucial de 1953, los acontecimientos se precipitaron rápidamente. Ospina Pérez regresó de Nueva York. Proclamado candidato por el partido, el periódico Nueva Guardia quiso promover un homenaje y rebasando entusiasmos juveniles lo ofreció en el restaurante Temel con un numeroso grupo de ministros y embajadores en ejercicio. Días antes de la celebración, el Diario Gráfico y El Siglo lo reprobaron con el argumento de que el 9 de abril no era una fecha gloriosa sino vituperable.

En su discurso, Ospina atacó a Laureano Gómez y dijo que era "usufructuario de la victoria". Impulsado por altos heliotropos, Laureano respondió el 13 de abril. Una filípica. Una catilinaria sensacional, cuyas formas correspondieron a sus mejores atributos de orador. Una pieza maestra de la controversia política. La "desmesurada reyerta" dividió al conservatismo irremisiblemente. Días más tarde, el gobierno prohibió una gira de Ospina Pérez a Boyacá. El Diario de Colombia burló la censura de prensa y anunció el viaje de la "Flota Patria" a Tunja. La suerte del Partido Conservador estaba echada.


El comandante general de las Fuerzas Armadas era el teniente general Gustavo Rojas Pinilla, cuyas convicciones conservadoras eran conocidas. Había sido ministro en el gobierno de Ospina. El 17 de abril se dispuso a viajar a Frankfort, en un vuelo inaugural de Avianca. Pero en Techo, numerosos oficiales lo rodearon y le pidieron que desistiera del viaje, porque pensaban que sería sustituido. El general aceptó el consejo. El 22 de mayo, las Fuerzas Armadas ofrecieron un banquete al Presidente encargado, en la Escuela Militar de Cadetes. En su discurso, Rojas Pinilla advirtió: "Los destinos de la República están en nuestras manos, pero ellos se cumplirán con vos en el Palacio de los Presidentes...".


"He aquí el tinglado de la antigua farsa...", hubiera dicho Laureano en otro tiempo, recordando a don Jacinto Benavente y sus Intereses creados. Las insólitas piezas del estrambótico rompecabezas quedaron dispuestas. El Partido Conservador quedó deshecho, roto por la descomunal controversia de sus patricios. Un partido corroído por el desorden, las ambiciones encontradas, la indisciplina y el despilfarro del poder, que no merece conservarlo.

GÓMEZ EN PALACIO


Los estudiantes interrumpen sus trabajos y recuerdos hacia el mediodía de aquel sábado 13 de junio. Se sabe que Laureano Gómez ha concurrido al Palacio Presidencial. Conversó con el Presidente encargado y le pidió que destituyera al comandante general de las Fuerzas Armadas. ¿Por qué lo hizo? El presidente Gómez recibió informes patéticos. Se descubrió una "inmensa conspiración". Su protagonista es un fino y respetable caballero antioqueño, hombre de negocios desprovisto de aficiones políticas. Se dice que él ha urdido la eliminación física de personajes de la vida nacional. Está preso. En una dependencia del Ejército. Ha sido torturado.

Laureano Gómez transmite el informe al ministro de Guerra, Lucio Pabón Núñez. Pero nada sucede. Entonces resuelve plantear el asunto al propio Presidente encargado. Si la tortura se ha practicado en una oficina del Ejército, el responsable supremo es el comandante supremo. La sanción debe ser ejemplar, con la destitución.


Urdaneta replica a Laureano y sostiene que la destitución de Rojas Pinilla conduce a la rebelión de las Fuerzas Armadas y al golpe de Estado. Laureano advierte que él la decreta y reasume el mando. De inmediato convoca al Consejo de Ministros. Después, Laureano dirá: "El Designado observó que el golpe de estado no dejaría de producirse. Repliqué que era peor aceptar la iniquidad para que no ocurriera".


Los ministros acudieron al Salón de los Virreyes. Uno de ellos expresó después que durante largos minutos, los ojos nublados de Laureano Gómez "se fijaron en la alfombra con amarga insistencia, en silencio". Alguien evocó la memoria de su hijo Rafael, muerto hacía poco en un accidente. El Presidente, desde ese trágico día, sólo había conversado con su familia.


Laureano expuso la situación y pidió al ministro de Guerra que elaborara el decreto destituyendo al general Rojas Pinilla. Lucio Pabón se negó. Laureano insistió en tres ocasiones y Lucio reiteró la negativa tres veces, al final de las cuales presentó su renuncia y abandonó el salón. Laureano encargó a Jorge Leyva del Ministerio de Guerra. Leyva produjo el decreto. Laureano Gómez pidió a los ministros que saludaran a Roberto Urdaneta y dejó el Palacio. Jorge Leyva fue al Batallón Caldas, para hacerse reconocer. El comandante era Rafael Navas Pardo, su amigo. Cuando Leyva y los generales Régulo Gaitán y Mariano Ospina llegaron al despacho de Navas, los saludó el general Rojas Pinilla. Leyva quedó detenido amablemente. Luego Rojas llamó a Urdaneta y le pidió conversar con él.


Los estudiantes concurren a la casa de Mariano Ospina Pérez, repleta de personajes conservadores. En un momento llegó el coronel Francisco Rojas Scarpetta. Llegó de parte del general Rojas Pinilla e invitó a Mariano Ospina al Palacio. Ospina aceptó la invitación. Todos los circunstantes aplaudieron. Ospina marchó con Rojas Scarpetta hacia el Palacio de la Carrera. Allí se encontró con Urdaneta, el general Rojas, Alzate Avendaño, Lucio Pabón Núñez y un numeroso concurso de militares, políticos y observadores.


Rojas Pinilla, Mariano Ospina Pérez y Gilberto Alzate Avendaño pidieron a Roberto Urdaneta Arbeláez que continuara en la Presidencia. Urdaneta rechazó la propuesta y advirtió que la aceptaría únicamente en el caso de la renuncia de Laureano Gómez. En cierto momento, Lucio Pabón Núñez apareció en el recinto y anunció que el teniente general Gustavo Rojas Pinilla acababa de asumir el poder. El golpe de Estado se había consumado. Al día siguiente los periódicos liberales y conservadores, los dirigentes de los partidos y la mayoría de los ciudadanos aplaudieron.

En medio de este revuelo político, los estudiantes rememoran que recientemente habían escrito en el periódico estudiantil un editorial citando la célebre frase de Talleyrand, príncipe de Benevento y ministro de Napoleón: "Todo puede hacerse con las bayonetas, menos sentarse en ellas".


EL DESTIERRO


El gobierno del general Rojas Pinilla desterró a Laureano Gómez. El 17 de junio el proscrito llegó a Nueva York con su señora e hijos. Desde allí escribió un manifiesto a sus compatriotas en que declaró que había actuado como lo hizo cuando vio cubierta de oprobio la República bajo el manto conservador. "El liberalismo, contra cuyas injusticias protesté tantas veces, esta infamia no la había cometido. Si se la toleraba ahora, cuando el alto personal del gobierno conocía lo ocurrido, todos los abusos, delitos y atropellos que se habían cometido a sus espaldas recibían una tácita aprobación comprometiendo su responsabilidad ante los contemporáneos y la historia".


Y agregó Gómez: "Comprendí que había llegado una de esas horas en que se descubren las convicciones y se prueban los caracteres. Colombia no podía pasar a ser un país bárbaro e inicuo sin que ocurriera algo y ese algo sólo era ya la prisión del Presidente de la República".

Cuando Laureano llegó a Nueva York, las agencias internacionales de prensa transmitieron la noticia. En la dirección del Diario de Colombia, Alzate Avendaño recibió la información de manos de un redactor, quien añadió un comentario burlesco de su cosecha. Había sido Alzate, en su periódico, quien había elaborado, con soberbio estilo, la filosofía del cuartelazo. Algunos de los circunstantes quisieron dibujar una burda sonrisa de satisfacción. Entonces Alzate se indignó, sacó a empellones a los lagartos y escribió un editorial para referirse a quienes habían abandonado al Presidente después de haber disfrutado sus favores hasta la víspera.

Luego ordenó que se insertara en la primera página del diario el poema de Kipling El milésimo hombre, una alabanza a la lealtad humana. Y habló con emoción de las grandezas del alma del desterrado. Yo, el novel periodista de Nueva Guardia lo observé atentamente, mientras escribía. Al principio su mirada era de fuego, iluminada por la ira. Poco a poco se suavizó, como acariciada por sus meditaciones. Cuando terminó, tenía los ojos tristes. Entregó el editorial y me dijo: "¡Vamos!". Con la voz apagada añadió después: "Desilusiónese desde ahora de las 'sinceridades' ". Había escrito estas palabras:


"Abundan, en el orden político, ciertos amigos 'sinceros', muy obsequiosos y serviciales cuando el estadista se encuentra en la cima del poder y otorga su privanza, pero cuando soplan vientos contrarios se retiran a prudente distancia en espera del desenlace o se ponen previsivos a buen recaudo. No les atraen gestos bizarros o actitudes erguidas, sino que quieren pasar agachados para no ser vistos. La Bruyère, en sus esbozos sicológicos sobre los caracteres, al examinar la vida de la Corte, que discurre siempre en las antecámaras palatinas y las escaleras de servicio, alude a esos sujetos emprendedores, que quieren acomodarse en el pescante del carro de la fortuna y ser, al precio de ingratitudes y apostasías, los satélites de Júpiter.

No dejan de ser amargas para el hombre público esas traiciones vitandas, esas clandestinas retiradas, dentro de la clase dirigente, que es siempre un tanto abyecta. Abundan oportunistas y logreros que sólo rinden culto al éxito y no tienen más partido que la victoria. Por eso decía irónico y desencantado el maestro Guillermo Valencia: '¡Mis amigos, no hay amigos!' ". Sí. De este modo se produjo el golpe de Estado del 13 de junio. Así lo viví como estudiante de derecho junto a mi contertulio Gabriel Piñeros. Después de esa jornada aciaga, el Partido Conservador perdió su unidad, su fortaleza moral, su disciplina y su poder. ¡Hasta ahora, probablemente!

*Escritor, periodista, historiador y ex parlamentario.

Gustavo Rojas Pinilla, el 'Segundo Libertador' ?


Por Silvia Galvis*


Poco antes del 13 de junio de 1953, se estrelló una avioneta que viajaba de la Costa Atlántica a Bogotá, pereciendo el piloto, Rafael Gómez Hurtado, hijo de Laureano Gómez, presidente titular -mas no en ejercicio- de la República. Cuando la noticia llegó en un despacho diplomático al Departamento de Estado, Albert H. Gerberich, encargado del Colombia Desk, anotó al margen del documento que quien debía haber muerto era Álvaro Gómez Hurtado. La impopularidad del hijo del ejecutivo y de su padre no tenía límites. Los liberales los consideraban ejecutores de la violencia que asolaba los campos. "La atroz sangría", como la llamó Alberto Lleras, se imputaba directamente al Palacio Presidencial, aunque era ejecutada por los chulavitas y los pájaros, bandas de asesinos auxiliadas por la policía y los gobernadores.


Laureano Gómez Castro, quien en el segundo semestre de 1951 había cedido por enfermedad el ejercicio del poder a Roberto Urdaneta Arbeláez, tampoco tenía el apoyo del ex presidente Mariano Ospina Pérez, jefe de la otra facción conservadora. Gobernaba, pues, sin el Congreso, sin los liberales, sin los ospinistas, pero con la censura, el Ejército, la Policía y los pájaros. Hubo más asesinatos y persecuciones en sus tres años de gobierno que en cualquier otro período de la violencia de 1946 a 1958.


Sobre el acontecer del sábado 13 de junio de 1953 quedan más testimonios que documentos y es probable que los rastros escritos jamás aparezcan por la sencilla razón de que no existen. No sería de extrañar, pues de las conspiraciones para derrocar presidentes rara vez se deja constancia escrita. Lo que sí se sabe es que los acontecimientos se sucedieron con la rapidez característica de un golpe militar, si bien los planes del derrocamiento y los nombres de los autores son incógnitas sin resolver de este episodio de la historia de Colombia.


Según la memoria de testigos, el 13 de junio, como a las 10 y 55 de la mañana, Laureano Gómez, acompañado de su ministro de Obras Públicas, Jorge Leyva, se presentó en Palacio con el fin de exigirle a Roberto Urdaneta Arbeláez el inmediato retiro del general Gustavo Rojas Pinilla, comandante de las Fuerzas Armadas. Urdaneta objetó la medida con el argumento de que un decreto de tal naturaleza podría tener serias repercusiones para la estabilidad del gobierno y el orden público. Pero Gómez no atendió los temores de Urdaneta, asumió al instante el ejercicio de la Presidencia, nombró a Leyva ministro de Guerra, destituyó a Rojas y se fue a su casa tranquilo.

Creyó Gómez que su poder era absoluto y que el terror del Estado era invencible, pero se equivocó. Al teniente general destituido, que estaba en Melgar, le fue enviado un DC-3 que sobrevoló tres veces la finca -al parecer la señal estaba acordada- para indicarle que lo esperaban urgentemente en Bogotá. Allí lo aguardaban Urdaneta, Ospina y algunos ministros de Gómez, como Lucio Pabón Núñez, nombrado ese día ministro de Gobierno. Pabón -conocido como Lucio Pavor en el régimen de Laureano Gómez y que pasó de un mandato a otro con entera impunidad- sería la mano dura del rojismo.


No aceptó Rojas convertirse en presidente sin antes consultar con los comandantes de todas las armas, con los jefes de las fuerzas acantonadas en la capital; se reunió también con los principales jefes conservadores, como Alzate Avendaño, Evaristo Sourdís, Uribe Cualla y Aurelio Caycedo Ayerbe. Una vez obtenido el respaldo de todos, se dirigió a Palacio con su estado mayor y asumió la Presidencia de la República en las primeras horas de la noche. Mientras tanto, un escolta del Ejército notificaba a Laureano Gómez el cese de funciones.


El alborozo fue universal. Con excepción de El Siglo, cuyo propietario volaba al exilio, Rojas Pinilla fue aclamado y recibido como el salvador de la patria, el Segundo Libertador, lo llamaron. La prensa nacional, la Iglesia Católica, los militares, los campesinos, los industriales, los comerciantes, las asociaciones sindicales y aun los guerrilleros bendijeron con Te Deums, desfiles, himnos y marchas populares el ascenso al poder del teniente general Gustavo Rojas Pinilla. Darío Echandía llamó el golpe de Estado, golpe de opinión, y el director de El Tiempo, Roberto García-Peña, llevó serenata al nuevo presidente. Los corresponsales extranjeros describieron en sus despachos el entusiasmo de los colombianos con el nuevo gobernante: "La Policía estima que cerca de 250 mil personas se congregaron a lo largo de más de cuatro kilómetros para presenciar el desfile. Terminado éste, el presidente Rojas Pinilla abandonó la tribuna presidencial, alejándose en medio de una verdadera marea humana, que rompió los cordones de la policía para rodear el coche descubierto del primer mandatario. Paz, Justicia y Libertad, prometió quien hoy asume el destino de esta Nación, que así pone fin a una guerra fratricida".

EL NUEVO PRESIDENTE

Sin embargo, pocos liberales desconocían los antecedentes de este militar tunjano de 53 años, ferviente católico y anticomunista, conservador recalcitrante adicto a Ospina, en cuyo gobierno había sido comandante del Ejército y Ministro de Correos y Telégrafos.


Los mismos que este 13 de junio lo aplaudían, sabían que el 9 de abril en Cali, el flamante presidente, entonces comandante de la Tercera Brigada, ordenó la detención arbitraria de liberales, a quienes mandaba, a pie, a la cárcel en Pasto; y en 1949, cuando el detectivismo asesinó en pleno centro de Cali a por lo menos 15 personas reunidas en la Casa Liberal e hirió a unas 70, Rojas, que atendía una ceremonia de condecoraciones en la sede de la Brigada a pocas cuadras del lugar, hizo caso omiso del estruendo de los disparos, y no sólo no impidió la matanza, sino que repitió la versión oficial de que los liberales habían agredido con bombas a las autoridades.


La estirpe autoritaria y sectaria de Rojas Pinilla no tardó mucho tiempo en manifestarse, como que su primer acto de gobierno fue la orden de dejar en libertad al tristemente célebre León María Lozano, El Cóndor, agente tenebroso de la violencia oficial en el Valle del Cauca. Un año después, en junio de 1954, en pleno centro de Bogotá, la tropa disparaba contra inermes estudiantes de la Universidad Nacional. De ahí en adelante no se detuvo la caravana de escándalos y abusos del poder.

La censura de prensa y la creación de un aparato oficial de propaganda en la Oficina de

Información y Propaganda del Estado (ODIPE) ayudaron al resquebrajamiento de la popularidad de Rojas. En 1955, cuando el Teniente General Jefe Supremo -así dispuso que se le llamara- ordenó la clausura de El Tiempo, como un acto de represalia contra su director, que había enviado un mensaje a El Comercio de Quito desmintiendo unas afirmaciones que Rojas había hecho durante una visita oficial al Ecuador sobre las causas de la muerte del director de un periódico de Pereira y su hijo, que los liberales atribuían a los pájaros. García-Peña ofreció una rectificación escrita por él mismo, pero Rojas exigió la publicación de otra redactada por la ODIPE y no una, sino treinta veces y en primera página. Los soldados se tomaron las instalaciones del periódico el 4 de agosto de 1955 e impidieron la circulación.


"Los colombianos, que saben a diario los incidentes de la guerra civil en Indochina y el número de bajas en las refriegas del África francesa o en la revolución argentina, ignoran qué pasa en el Tolima", concluyó Alberto Lleras en su discurso de homenaje a Eduardo Santos, director-propietario de El Tiempo. En efecto, la guerrilla, cuya cabeza más visible era Juan de la Cruz Varela, un liberal gaitanista, había resurgido en algunas regiones; la represión oficial respondió con una violencia aún más sangrienta que la del régimen anterior; que la subversión era comunista, pregonó Rojas y ordenó el uso de bombas napalm. El anticomunismo y el catolicismo llevaron al Segundo Libertador a perseguir comunistas y protestantes por igual.


"Entre las enseñanzas de mi madre se me grabó mucho el que ella no permitía que en su presencia se hablara mal de ninguna persona. Tal vez sea este el origen de que durante mi gobierno fui muy cuidadoso para evitar que la prensa calumniara impunemente". Con esta frase textual, Rojas explicaría, tiempo después, la censura impuesta a la prensa y los decretos prohibiendo la crítica a las autoridades civiles, eclesiásticas y militares. A esta prohibición se sumó la de los partidos políticos, cuyas convenciones no se podían celebrar. Era evidente que Rojas buscaba la creación de un partido propio, la Tercera Fuerza, y que ésta amenazaba el predominio del duopolio sobre el poder que liberales y conservadores ejercían desde hacía más de cien años.


Los días del teniente general quedaron contados cuando quiso organizar un sindicato diferente, llamado Confederación Nacional de Trabajadores, opuesto a la CTC y la UTC, en los cuales la Iglesia tenía marcada influencia; este intento produjo el enfrentamiento con el cardenal Crisanto Luque. En agosto de 1955, Alberto Lleras, en ese momento el colombiano de mayor prestigio continental, comenzó la tarea de aglutinar el descontento de muchos ciudadanos que resentían la inocultable inclinación del Presidente hacia las fincas ganaderas y su creciente debilidad por los préstamos bancarios. Tampoco creaba simpatías el yerno presidencial, Samuel Moreno Díaz, a quien García-Peña había señalado como un pájaro de alto vuelo en Santander.

A comienzos de 1956, Moreno y su esposa María Eugenia Rojas fueron objeto de sonora rechifla durante una corrida toros en la Plaza de Santa María en Bogotá; testigos presenciales recuerdan que cuando el torero ofreció el toro a María Eugenia frente al palco presidencial, el público le gritaba: "No se lo ofrezca porque se lo lleva a Melgar". El domingo siguiente se produjo la represalia. A quienes cantaban "Lleras sí, otro no", y a los que se negaban a vitorear a María Eugenia, los agentes del Servicio de Inteligencia Colombiano los molieron a palos, los lanzaron por las graderías del circo, los golpearon con yataganes o a puntapiés. El número exacto de muertos nunca se pudo precisar. Tampoco el de heridos. Pero se dijo que el gobierno había comprado siete mil boletas para sus detectives y agentes, con el fin de vengar el honor escarnecido de María Eugenia y su marido.


Después de los hechos del circo de toros, la demora en la caída de Rojas solamente dependía de las negociaciones que Lleras adelantaba en España con el hasta antes de ayer enemigo mortal del liberalismo, Laureano Gómez. Una vez consolidada la alianza entre liberales, laureanistas y ospinistas, solamente faltó la huelga de los bancos y los industriales y la descalificación del cardenal Crisanto Luque al Teniente General Jefe Supremo para que el paro industrial y bancario llevara el 10 de mayo de 1957 a la renuncia de Rojas y su exilio en España.


*Escritora y periodista