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Latinoamérica

6 de enero del 2003

Nicaragua: se hace la paz al andar

Carlos Powell

"Ayer por la tarde, 17 de julio de 2002, una niña de 8 años murió en la comunidad de San Antonio de Upá, jurisdicción del municipio de San Ramón, en Matagalpa, 150 kms al norte de la capital, al estallar una mina antipersonal con la que jugaba, confirmó anoche la Policía Nacional, sin dar mayores detalles."
La Prensa, Managua, 18 de julio de 2002.

Introducción

Periodísticamente hablando, y en un momento de la historia donde todo parece estar sujeto a su valor de mercado, digámoslo así de claro: la paz no se vende bien, no se cotiza. En cambio, sí se vende el rugir del cañón, la carne despedazada, la sangre, el fuego cruzado, la hecatombe, la desgracia, el llanto, el horror. Hay mucho mercado para lo escalofriante. El espectáculo morboso. Por eso tuvo tanto éxito de taquilla la película de la Guerra del Golfo, transmitida en directo y con exclusividad por CNN. Los franceses dirían "une première mondiale". Y quizá también es por eso que hoy se habla menos de Nicaragua en la prensa internacional.
Es mucho más fácil comenzar la guerra que terminarla. Y más difícil aún reparar las secuelas invisibles, esas manchas del alma que no se borran jamás. Las guerras terminan cuando los generales se dan la mano, o cuando se firma un tratado, capitulación o pacto. Pero la paz no es un papel firmado, sino un proceso silencioso, lento, laborioso. No tiene un camino trazado sino que, como dice el célebre verso del recordado poeta español Antonio Machado, la paz "se hace al andar".
La guerra tiene beneficios económicos fabulosos en moneda contante y sonante, que entra a los bolsillos de unos pocos. Esos pocos, en general, son los que no tenían necesidad de más. Los que nunca van a los frentes de guerra. La paz en cambio, trae ganancias que no se miden en dólares y que además se reparten muchos, esos muchos que siempre son la carne de cañón, los que en vida no tienen lo básico para vivir. ¿Qué ganan ellos con la paz? Sencillamente, la vida. Sin embargo, en los países pobres vivir es sobrevivir. Cuando cesan las guerras, ¿a qué vida tienen derecho los que no murieron en ellas? Respirar, comer, caminar, son funciones comunes a todos los animales. Pero el ser humano, para afirmarse como tal, dignamente, necesita mucho más.
Las guerras no convencionales o civiles, tienen una característica que las hace más execrables: se libran entre conciudadanos. La guerra de Nicaragua de los años 80 oscilaba entre estas dos definiciones. Los sandinistas no aceptaban que se la llamara "civil", querían que el mundo supiera que frente a ellos estaba un ejército claramente identificable, financiado por Estados Unidos: los "contras" quienes se autodenominaron Resistencia Nicaragüense. Más allá de estas definiciones, la realidad es que en un país tan pequeño como Nicaragua, los que tiraban unos sobre otros eran vecinos de la misma calle, el tío llegó a disparar sobre el sobrino, un hermano sobre otro, y sabemos que hasta padres e hijos estuvieron de uno y otro lado de la contienda. Estas huellas del horror son para el resto de sus días. La literatura española actual nos muestra cómo algunas heridas bélicas parecieran hasta transmitirse de una generación a otra.
Si la pacificación de las guerras civiles es en sí misma una empresa humana gigantesca, existe otra dimensión que la hace prácticamente insondable: las minas antipersonales. No sirven para destruir objetivos materiales, sino para protegerlos. He aquí la cruel paradoja: para proteger objetivos productivos y estratégicos de los ataques de la Resistencia Nicaragüense, los militares sandinistas de los años '80 los rodearon con minas antipersonales. 150 mil. Y hoy todavía, las minas que debían preservar el desarrollo de la población civil campesina, son su cruz cotidiana.
Las he visto. Cedí, por temeridad o por oficio, a la tentación de tener una mina aún no desactivada entre mis manos, sopesarla en silencio, tragar saliva. Me quedé con la sensación de haber tenido en las manos una cobra real dormida. Hay muchos modelos:
la PMN y la PP-MI-SR, de baquelita, para eliminación individual, las más usadas. La M-18, para emboscadas. Todas están diseñadas para afectar o segar para siempre la vida de un ser humano. Instalar estos artefactos de muerte es mucho más fácil y más barato que desactivarlos, extraerlos de sus nichos mortales y destruirlos. Por eso, cuando cesa de tronar la metralla, un largo martirio civil comienza. Porque el potencial criminal de estas bombas radica precisamente en su invisibilidad: cuanto más sorprende, más aumenta su eficacia. Y este punto en particular está ligado en Nicaragua con un fenómeno que generalmente escapa al análisis y la comprensión del público internacional: la naturaleza tropical. Concretamente, me refiero al paso del huracán Mitch en 1998. Para comprender, es necesario recapitular mínimamente.
La especificidad histórica y natural de Nicaragua
Nicaragua, después de terminada la guerra, inició oficialmente el período que se llamó "de transición", con el gobierno electo en enero de 1990, presidido por Violeta Chamorro. Se le llamó así porque había que desmontar y reemplazar las estructuras institucionales concebidas por un Estado convulsionado por la guerra a instituciones nuevas, despartidizadas, de tipo nacional. Particularmente el ejército y la policía. Estas negociaciones requerían tiempo, paciencia, educación, estabilidad, diplomacia, voluntad política. Y financiamiento. Un financiamiento que había sido prometido por la administración estadounidense y que no llegó a la altura de las promesas.
Hacia 1992 comenzó el proceso de desmovilización y aparecieron las primeras estructuras con una visión de cultura de paz. Violeta Chamorro no pudo avanzar en todo lo que se hubiera deseado, pero independizó al ejército y a la policía de sus padres ideológicos, el sandinismo. Grandes procesos políticos, muy delicados. Nicaragua nunca fue un país rico, pero después de la guerra estaba en el fondo de un abismo. ¿Cómo satisfacer todas las exigencias de los combatientes desmovilizados de uno y otro bando? Exigían tierras, jubilaciones, bienes, compensaciones, seguridad, trabajo. Y, así como son estrictas las jerarquías militares, el reparto de los botines de la guerra se apegan a dichas jerarquías. Esto produjo muchos descontentos. Hubo que sofocar focos de rebeliones. Algunos rencores –los más tenaces- han perdurado hasta hoy, en el fatídico "Triángulo Minero", que agrupa a tres poblaciones: Rosita, Siuna y Bonanza. Por momentos, Nicaragua estuvo al borde de la colombianización.
Es dentro de este contexto por demás delicado que comenzaron tímidamente algunas organizaciones a pensar que había que ocuparse también de los discapacitados de la guerra de manera específica, iniciar tareas de prevención contra los accidentes entre la población civil con las minas antipersonales, y diseñar los primeros programas para la recuperación de una cultura de paz con la mirada puesta en el futuro. Es decir, comenzar a trabajar por algo y no en contra de alguien.
Para poder iniciar el proceso de desminado, Nicaragua encontró la base necesaria en la Convención de Ottawa. La comunidad internacional se sumó entonces al financiamiento de estos costosos programas, siendo el ejecutor el nuevo ejército nacional, a través de su Programa Nacional de Desminado. Hasta la fecha, el Teniente Coronel Spiro Bassi, a cargo del Programa, estima que a un costo de 350 dólares estadounidenses por mina, se han invertido 20 millones. Esto supone la destrucción de minas en arsenal y la desactivación y destrucción de minas en tierra. El mando militar afirma que de las aproximadamente 150 mil minas en tierra, habrían sido destruidas el 59%. Y el Presidente Enrique Bolaños, en el acto de clausura de la conferencia sobre los "Avances del Desminado en las Américas", realizada en Managua los días 27 y 28 de agosto pasado, celebró el XI acto de destrucción de minas en arsenal en Nicaragua, con lo cual –dijo- "el país es ahora un territorio libre de minas almacenadas". Sin embargo, la realidad es que aún quedan escondidas en tierra 55 mil minas antipersonales, especialmente en el norte del país, a lo largo de la frontera con Honduras, en el departamento de Nueva Segovia, a unos 300 kilómetros al norte de Managua.
Fue en medio de la evolución de todos estos procesos, comenzados en 1990, que llegó en 1998 el huracán Mitch, en pleno gobierno de Arnoldo Alemán. Además de toda la destrucción que provocó -drama conocido internacionalmente-, el huracán desplazó enormes cantidades de lodo, lomas enteras cambiaron de lugar, muchos ríos modificaron su curso desplazando enormes bancos de arena. La topografía cambió a veces de tal manera que ni los habitantes la reconocían. Y por supuesto, los mapas militares de ubicación de minas antipersonales quedaron obsoletos. El señalamiento visual, las advertencias, carteles y cintas, todo lo que lentamente se había comenzado a hacer, los vientos furiosos y las aguas torrenciales de Mitch lo destruyó. La ayuda internacional tuvo que volcarse, entonces, a la urgencia del momento. Esta ayuda humanitaria –un hecho también conocido internacionalmente y con repercusiones actuales- fue devastada por otro huracán: la mano inescrupulosa del presidente Alemán y sus allegados políticos.
Trágico destino nicaragüense, similar a los peores castigos de la mitología griega. Esto no sólo interrumpió el trabajo de desminado que se había iniciado, sino que lo transformó en una tarea más peligrosa aún: buscar a ciegas. La progresión se hizo más lenta, y más criminal. Especialmente en el norte de Nicaragua, donde la topografía es sumamente montañosa y quebrada, e impide la utilización de los barreminas motorizados. Allí sólo zapadores especializados pueden intervenir, a un costo muy alto en moneda y en riesgo.
Muchos productores, apurados por entrar en sus campos y cultivarlos, aprovechando la miseria de la gente, pagaban a cualquier persona para que desactivara las trampas explosivas. Otros habitantes, por la necesidad, lograban extraerlas pero las usaban para pescar, lanzándolas en los ríos y lagunas. ¿Cuántas personas murieron de esta manera? Es difícil saberlo en un país dislocado económicamente, permanentemente al borde de una anarquía general e inmerso en una profunda miseria.
Si he hablado con insistencia en la introducción de este relato periodístico de las minas antipersonales es porque constituyen la estela mortífera más pertinaz e inconcebible que deja la guerra tras su paso. Con sus explosiones sorpresivas, éstas son como desacompasados tambores fúnebres que acompañan los largos y penosos años de reaprendizaje ciudadano de una cultura de paz. Mientras los hermanos otrora enfrentados en la guerra hacen mil esfuerzos por aprender a vivir juntos, cada estallido que lanza por los aires a un niño, cada silueta que aparece titubeando por una calle con su elemental prótesis, cada madre mutilada cargando a cuestas un hijo, cada silla de ruedas que aparece de pronto frente al caminante en alguna comarca, es como una herida que vuelve a abrirse y a sangrar. De repente, en un segundo, todas las imágenes de la guerra aparecen ante los ojos de los pobladores como si hubiera sido ayer. Cuando se trata de niños, estas heridas son más cortantes aún, por cuanto son víctimas de una guerra en la que no tuvieron arte ni parte: la mayoría ni siquiera había nacido entonces.
Muchas son hoy las organizaciones que trabajan en diferentes proyectos destinados a detener para siempre esta vorágine de sangre. Muchos de los donantes de hoy -¡ay!-, son países que en otros momentos actuaron diplomáticamente durante la guerra. Diplomáticamente es una palabra diplomática. No quiero en este relato referirme a ellos. No quiero referirme al trabajo que el ejército nacional hace hoy, porque es su obligación y no debe ser percibido como una obra gloriosa. Tampoco quiero mencionar aquí a las organizaciones o instituciones oficiales que se han desarrollado en los últimos años con enormes recursos. Estas son las acciones que muchos conocen porque son divulgadas prioritariamente por los medios, en varias columnas o en los grandes noticieros. Todo eso está bien. Nunca será suficiente. Además, desde los sucesos del 11 de septiembre 2001, Estados Unidos ha reducido notablemente estas ayudas.
La entrevista
He escogido presentar, a través de esta entrevista, a una de las organizaciones más pobres de Nicaragua que trabaja en el terreno en un proyecto de educación para la paz. Pero el motivo principal de esta elección, es que se trata de la única organización del país que integra a dos organizaciones de discapacitados que en los peores momentos de la guerra pertenecieron al Ejército Sandinista y a la Resistencia Nicaragüense. Esta extraordinaria mutación de dos organizaciones locales, nacidas de la guerra, hace también que sean de los pocos vestigios institucionales que sobreviven de esa época. Me refiero a la Organización de Revolucionarios Discapacitados (ORD) y a la Asociación de Discapacitados de la Resistencia Nicaragüense (ADRN). Mis entrevistados son Uriel Carazo y Leónidas Pérez, antiguos enemigos durante la guerra y ambos lesionados para siempre por ésta. Ellos son los coordinadores de las organizaciones mencionadas, para todo el departamento de Madriz, el cual comprende nueve municipios con un total de 135.489 habitantes y forma parte de la norteña Región Las Segovias, en cuya frontera con Honduras quedan aún decenas de miles de minas todavía sin desactivar. Desde hace años, con una oficina situada en la ciudad de Somoto, 216 kms al norte de Managua, ellos trabajan en la Comisión Conjunta ORD-ADRN. Detrás de estas siglas, una guerra devastadora; delante de ellas, una labor luminosa de humanidad. A su solicitud, en esta entrevista se expresan como una sola voz.
* ¿Cómo y cuándo nació esta Comisión Conjunta ORD-ADRN?
En 1992-93, con la desmobilización de la Resistencia Nicaragüense y el proceso de reducción del Ejército Sandinista, el Centro de Estudios Internacionales (CEI), de Managua, tuvo la iniciativa –a través de su Programa de Educación y Acción para la Paz- de auspiciar el acercamiento entre la ORD y la ADRN. Al inicio fue difícil, sandinistas y contras asistían a las reuniones con sus pistolas. Le cuento la siguiente anécdota. El CEI organizaba encuentros de varios días, y teníamos que dormir en la misma habitación unos y otros. Eran momentos todavía en que sólo la mención de palabras como "sandinista" o "resistencia" ponían a todo el mundo chivas
("estar chivas", "chivearse": estar ojo al cristo. NDP).
Pronto unos empezaban a preguntar y vos ¿de qué comando eras? Y vos, ¿en qué frente estabas? Rápido, con el recuerdo de la guerra, los ánimos se iban caldeando, nos poníamos tensos y unos decían vos fuiste contra y el otro decía y vos "piricuaco"
(término peyorativo de los contras para referirse a un sandinista. NDP). A veces faltaba poco para que nos volviéramos a agarrar, era una zozobra total. Los organizadores tenían que cambiarnos de cuarto, para evitar problemas. Exactamente como si fuéramos muchachones inmaduros. Ahora, cuando nos acordamos de esos momentos, hasta nos da vergüenza.
Sin embargo, fuimos creciendo. Con el tiempo y el esfuerzo mutuo, pudimos pasar por dos etapas fundamentales: primero la de reconciliados y más tarde la de reconciliadores. Los pioneros de todo este esfuerzo fueron siete personas que lograron superar las tensiones iniciales: tres lisiados de guerra del Ejército Sandinista y cuatro de la Resistencia Nicaragüense. Decidimos a fines de 1993, después de una serie de encuentros, aceptar el reto que nos estaba lanzando el CEI y formar la Comisión Conjunta de discapacitados por la paz ORD-ARDN.
* ¿Cuáles fueron las primeras iniciativas que surgieron en la Comisión Conjunta?
Una de las primeras orientaciones que nos dimos fue capacitarnos para conocer las leyes que existían en ese momento en Nicaragua para proteger a los discapacitados. Pensábamos que podíamos empezar informando a los miembros de la organización sobre sus derechos. Pero pronto nos dimos cuenta de las limitaciones del marco legal, y nos pusimos como meta exigirle al gobierno la ampliación y modernización de ciertas leyes. Una tercera línea de trabajo fue formar las Comisiones Departamentales, con el objetivo de poder "salir" de Managua y hacer trabajo preventivo, educativo y paliativo entre los campesinos. Esta tarea era urgente. Lamentablemente, de todas las comisiones conjuntas que se formaron, la única que sigue funcionando es la nuestra, en Madriz. Quizá porque es aquí donde se concentraron los frentes más grandes durante la guerra. Quizá porque se tiene la idea de que cuando se desactivan las minas en un sector, ya no es necesaria la Comisión Conjunta. Un grave error.
* ¿Desde cuándo existen ORD y ADRN como organizaciones separadas?
La ORD nació 1982, con el inicio de la guerra. El país estaba iniciando una experiencia nueva, con muchas expectativas. Pero nos llegó ese problema. Hacía falta una organización que se ocupara específicamente de los discapacitados, de su reinserción integral. En ese momento era casi impensable, por todas las limitaciones...La ADRN en cambio comienza en el año 1992.
* La guerra duró unos 8 años. Sin embargo ustedes llevan ya mucho más tiempo entregados a reparar los trastornos que ésta le dejó a la población...
Esta es una de nuestras mayores satisfacciones. Quiere decir que hemos madurado, que hemos crecido, que hemos aprendido. Sabemos que podemos ser ejemplo no sólo para otras regiones del país, sino también del mundo. Pero esta Comisión Conjunta nunca debería dejar de existir, aunque ya no quedara ni un solo lisiado de la guerra en el país: debería seguir trabajando en la prevención, en la educación para una cultura de paz, permanentemente.
* ¿En el trabajo educativo que hacen, sienten que la constante confrontación política los afecta, así como el lenguaje de los políticos en sus campañas, cuando sacan a relucir los agravios del pasado para desestabilizar a sus adversarios actuales?
Sin ninguna duda que nos afecta. Los políticos a veces dicen una cosa y hacen otra. Hasta creemos que podemos incidir en la educación política. Por ejemplo, durante los procesos electorales, cuando los ánimos tienden a estar muy tensos. En el '96, durante la última campaña presidencial, nosotros organizamos un foro departamental sobre los principios de ética y tolerancia en procesos políticos, dirigida tanto a candidatos como a electores. No es frecuente que los partidos políticos nos inviten, ¡por eso los invitamos nosotros! En esa ocasión, les pedimos que firmaran un compromiso: usar discursos programáticos y no confrontativos, les dijimos que el objetivo político es servir a la patria y no servirse de ella, que denigrar al adversario equivale a no tener argumentos políticos serios.
Este tipo de actividades mostraron nuestro liderazgo y nuestra madurez en la promoción de la paz duradera a través de la educación, e hicieron que el grupo cívico de observación electoral Ética y Transparencia nos eligiera para ser observadores del proceso electoral que acaba de pasar. Nosotros hemos sido los coordinadores departamentales para Ética y Transparencia, con ochenta personas bajo nuestra responsabilidad. No sólo las estructuras electorales han entendido el papel que podemos jugar, sino la gente misma, que nos apoya, porque a lo largo de todos estos años se han dado cuenta de que trabajamos tanto con liberales como con sandinistas. Todo el mundo aquí sabe que yo tengo todavía un pensamiento sandinista. Pero no me ven que ando con una bandera o un pañuelo rojo y negro cuando ando trabajando. Y hasta en las manifestaciones nos cuidamos, todo para favorecer el trabajo que queremos hacer.
* ¿Cómo definen la misión que se ha impuesto la Comisión Conjunta?
Nuestra misión es integral: no sólo se trata de desminado y de prevención de accidentes con todo tipo de armas y explosivos que ha dejado la guerra en el territorio nacional, que son mandatos específicos de la Convención de Ottawa. Nuestra misión es la reinserción integral de los afectados, crear las condiciones económicas, sociales y profesionales adecuadas –luchando contra las barreras administrativas y los prejuicios- para que todos participemos en el desarrollo local. Ahora sí existen políticas nacionales, pero cuando nosotros comenzamos, no. Existen las políticas, pero quizá todavía no tenemos todo el presupuesto que sería necesario para realizarlas plenamente.
* ¿Pueden darme ejemplos específicos de las tareas que hacen en el terreno social?
Son bastantes. Además de ocuparnos de un sinnúmero de tareas administrativas que tienen que ver con la simple sobrevivencia de los discapacitados (trámites burocráticos, gestiones para obtención de prótesis, elaboración de proyectos productivos) organizamos talleres específicos sobre los siguientes temas: protección ambiental, enfoque de género, desarrollo comunitario, derechos de los discapacitados, resolución de conflictos, sensibilización sobre la discapacidad, conferencias sobre ética, justicia y paz. El trabajo de educación popular ocupa un espacio importante. Queremos darle un ejemplo concreto de porqué decimos esto. En el pasado hubo grandes organizaciones que llegaron aquí con las mejores intenciones y mucho dinero, pero sin tener una visión social clara. Se cometieron errores garrafales. Una de ellas imprimió en miles de ejemplares un folleto "popular" de prevención contra el peligro de las minas dirigido a los niños. Era una historieta de Superman y la Mujer Maravilla
(sacan el folleto de un cajón y me lo muestran... Casi no puedo creer lo que veo: una edición full-color en papel satinado donde Superman y la Mujer Maravilla ocupan los roles estelares de "salvadores" de los niños, levantándolos en el aire justo a tiempo antes de que pisen una mina. NDP). Con éste documento, que no solamente era totalmente inapropiado culturalmente por lo que representa Superman en el imaginario social, lo que sucedió fue que muchos niños querían encontrar minas y ponerse deliberadamente en una situación de peligro, para que Superman o La Mujer Maravilla viniera a rescatarlos...
* ¿Pero cómo se pueden ubicar estas minas, si los mapas militares han quedado obsoletos, a raíz del huracán Mitch?
Bueno, esto es un proceso largo y delicado. Los mapas militares fueron utilizados entre el 93 y el 98, cuando pasó el huracán Mitch. Luego, hubo que recurrir a la información que podían dar los soldados desmovilizados de uno y otro ejército, sobre lugares de almacenamiento –"buzones"- y "nichos" de todo tipo de armas explosivas. Lamentablemente, sabemos que todavía queda mucho material clandestino. Por último, se ha recurrido a la colaboración de los campesinos, porque ellos ven muchas cosas y prefieren no informar por temor a meterse en problemas. Les hacemos comprender que su ayuda es fundamental para ellos mismos, sus hijos, sus economías de sobrevivencia, sus pocos animales.
* Es una enorme paradoja que ahora se tenga que recurrir a los pobladores para resolver un problema en el que no sólo no tuvieron ninguna responsabilidad, sino que han sido y siguen siendo los primeros afectados...
Sí, desgraciadamente, así es. La guerra es un negocio para los burgueses, para los ricos, para los fabricantes de armas, para los políticos. Los que ponen los muertos, mayoritariamente, son campesinos, mujeres y niños. Cuando nosotros nos dimos cuenta de que tanto los soldados contras como sandinistas teníamos los mismos problemas, es decir, que éramos igual de pobres, fue que nos pusimos a trabajar juntos. Pero también nos dimos cuenta de que una de las peores barreras es el pozo cultural y educativo en el que han sido hundidos nuestros campesinos. Este es un trabajo titánico.
* ¿Qué otras dificultades enfrentan en la educación popular para una cultura de paz?
Enfrentamos la inconsciencia de mucha gente. Esto también tiene sus raíces en el problema de la educación básica y en la miseria económica. Por ejemplo, muchos productores del campo, que tienen capacidad económica, cuando saben que hay una mina en algún campo de cultivo, para "resolver" rápido, no informan a las autoridades: buscan algún hombre que necesite dinero y le pagan 100 córdobas (unos 7 dólares) para que la desactiven. Otro caso es el de las personas que logran recuperar intactas las minas y en lugar de entregarlas al ejército o a la policía, las usan, por ejemplo, para pescar. Las dejan caer en el fondo de un laguito o de un río y después le tiran una piedra, la hacen estallar y recuperan los peces que afloran muertos a la superficie. Se han registrado accidentes por todos estos actos de inconsciencia de la gente. Además de lo que esto supone como daño ambiental.
* Ahora quisiera abordar un punto delicado con ustedes, que han estado en la guerra y son víctimas. ¿Podrían contarme sus experiencias personales?
Contar lo que nos pasó es algo que ahora podemos hacer, porque ya hemos superado lo peor: la tentación del suicidio, que muchos experimentan en algún momento. No sólo inmediatamente después del accidente, sino después, si esas personas no son envueltas dentro de una estructura especial para ayudarlas a empezar una nueva vida, con un nuevo cuerpo, diferente. Son momentos muy difíciles, y depende mucho de la estructura síquica de cada persona. Nosotros sufrimos accidentes como combatientes, no como civiles. Esto cambia un poquito el enfoque. Cuando uno hace algo por convicción, no tiene que culpar a nadie después. Yo
(aquí habla Uriel, NDP) caminé sobre una mina en 1988, en un lugar que se llama El Doradito, entre Honduras y Nicaragua. La mina me levantó por el aire. Al caer, después de la explosión, estaba consciente y me di cuenta de que había caminado sobre una mina y me vi las piernas destrozadas. Inmediatamente pensé que iba a quedar discapacitado para toda la vida, que iba a dar lástima a la gente. Y tuve una primera reacción:
agarré una granada y quise quitarme la vida. Pero un compañero de tropa se me echó encima y me dijo: "si te matás, me matás a mí también." Estas son cosas que pasan en la montaña, en la guerra, muy fuertes. Este gesto me detuvo. Al tercer día hubo condiciones y me sacaron de la montaña. Cuando salí del hospital, meses después, empecé a hacer trabajo administrativo dentro del ejército, apoyando a los combatientes que llegaban a Managua desmovilizados o heridos. Creo que esto fue lo que, poco a poco, me fue devolviendo la autoestima que necesitaba. Y después fui invitado a los primeros talleres que mencionamos, organizados por el Centro de Estudios Internacionales de Managua. Y aquí estoy.
¿Y Leónidas?
Lo mío es "menos grave" que lo de Uriel. Yo recibí en combate esquirlas de un tiro de mortero, que se me incrustaron en la espalda y en un brazo. No tengo problemas motores, pero sí me ha afectado en mi desarrollo personal de otras maneras.
¿Ustedes piensan que estas experiencias personales fueron decisivas para que se implicaran en tareas educativas a largo plazo?
Sin duda que estos hechos hacen que una persona vea la vida de manera diferente. Pero depende de otros factores, personales y generales. Por ejemplo, la derrota del Frente Sandinista y la desmovilización posterior de los ejércitos, "sacudió" el árbol en Nicaragua, algunos cayeron parados, otros acostados, otros de cabeza. Otros se quedaron colgados o bien aferrados al árbol, si entiende lo que queremos decir. No es necesario ser pobre, campesino y haber sufrido un accidente para hacer el trabajo que hacemos nosotros. Pero definitivamente que nos confiere una cierta autoridad. Particularmente frente a cualquier político de la ciudad.




* Texto premiado en el concurso Juan Rulfo 2002, en la categoría de derechos humanos.
"Tomado de Fundación France-Libertés"