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Latinoamérica

6 de enero del 2003

Lula y Frei Betto

Miguel Concha
La Jornada

Carlos Alberto Libanio Christo, mejor conocido como Frei Betto, es un dominico brasileño que fue torturado y condenado a cuatro años de prisión en tiempos de la dictadura (1969-1973), junto con otros tres religiosos de su orden, acusados falsamente de haber participado en forma directa y activa en la guerrilla urbana de Carlos Marighella, y sobre todo por haber favorecido la fuga del país de algunos jóvenes implicados en movimientos estudiantiles posteriores a 1964. Teólogo, escritor, poeta, periodista, promotor y director de revistas especializadas en temas políticos y socioculturales y, sobre todo, asesor de movimientos juveniles, obreros y comunidades eclesiales de base, vivió con sus compañeros los años de prisión con admirable entereza y en solidaridad activa con los demás prisioneros, que entonces eran muchas veces desaparecidos al trasladarlos de una prisión a otra. Por ellos y con ellos organizaron una huelga de hambre que se prolongó cerca de dos meses, sin ceder a las presiones de autoridades de todo tipo para que la levantaran, hasta no lograr la seguridad de un respeto mínimo a los derechos fundamentales de los encarcelados. Hace años en Managua me confesó que durante esa huelga experimentó las tentaciones de Jesucristo, de las que hablan los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, pero que después le sobrevino una extraordinaria fortaleza y libertad de espíritu.
Como escribió en su artículo "El amigo Lula, presidente", en el número más reciente de la revista Reflexión y Liberación, editada en Chile (año XIII, número 55, septiembre-noviembre 2002), no conoció personalmente a Lula hasta enero de 1980, un mes antes de la fecha oficial de la fundación del Partido de los Trabajadores (PT), a pesar de que al final de la década anterior ambos actuaban en la misma ciudad, Sao Bernardo do Campo, aquél como líder metalúrgico y Frei Betto como asesor de la pastoral obrera. De ese encuentro surgió la Articulación Nacional de los Movimientos Populares y Sindicales (Anampos), destinada a congregar, con carácter suprapartidario y supraconfesional, militantes y entidades identificados con las aspiraciones libertarias expresadas en la práctica pastoral de las comunidades eclesiales de base y en la Carta de Principios del PT, pues ni aquéllas se dejaron absorber por los núcleos del PT "ni el PT cedió a la tentación de repetir el error cometido en países socialistas, cuyos partidos comunistas hicieron de los sindicatos y movimientos sociales meras correas de transmisión de sus objetivos políticos".
Sin embargo, Frei Betto reconoce que la formación religiosa de Lula facilitó su aproximación con la pastoral obrera, lo que no le impide conservar su fe "con la misma discreción con la que protege a su familia del asedio de los medios". El domingo 6 de octubre, día de la primera vuelta, en el que Lula cumplía 57 años, soplaron una vela, cortaron un pastel y oraron juntos con la familia el Padre Nuestro y el Salmo 72, en la versión latinoamericana del fraile carmelita Carlos Mesters, que habla de que el buen gobernante escucha las súplicas de los pobres. En su toma de posesión como nuevo presidente, Lula habló de "recuperar la dignidad del pueblo". Según Frei Betto, eso viene de muy lejos, pues de su madre, doña Lindu, quien falleció en 1980, cuando Lula estaba en la cárcel, heredó "la persistencia y el orgullo de conservar la dignidad, incluso en un camión cargado de madera, en el cual la familia viajó 13 días, de Garanhuns a Sao Paulo, o viviendo en el fondo de un bar, en un cuarto pequeño, obligado a usar el mismo baño abierto a los clientes".
El día de su toma de posesión, Lula dijo también que si al final de su mandato todos los brasileños tienen la posibilidad de desayunar, comer y cenar habrá cumplido la misión de su vida. Según Frei Betto, eso también viene de muy lejos, pues Lula no sólo trae en el rostro la marca de la dignidad, sino también la de la indignación: "quedó marcado por el hambre, el trabajo infantil como vendedor ambulante en la Baixada Santista; la decepción al rencontrar a su padre con otra mujer e hijos; la humillación de ser expulsado de un cine por no vestir chaqueta; el trabajo nocturno, que le costó el dedo meñique de la mano izquierda; la muerte en un hospital de su primera mujer y del bebé que traía en el vientre, porque por pobre no contaba con el dinero suficiente para costear el sistema de salud".
Por todo ello, Lula tiene razón; no es resultado de una elección sino de una historia, la historia del pueblo pobre brasileño. Y seguramente hará historia pues, dice Frei Betto, "adoptará otra gramática de poder, con firma propia, como hizo en el sindicalismo, y sobre todo la política, al crear un partido combativo y ético. No rehusará el trabajo en equipo movilizando a todos los sectores de la sociedad brasileña, sin prestarse al juego rastrero de las transacciones fraudulentas y el favoritismo"