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Internacional

4 de agosto del 2003

A la sombra de los sucesos filipinos y otras reflexiones

Carlos Revello
rodelú.net
Quien quiera formarse una idea de porqué más de 300 soldados y 70 oficiales del Ejército y de la Marina filipina se atrincheraron en un centro comercial de la ciudad y minaron los accesos se encontrará con grandes dificultades. BBC -no citamos a los papagayos gangosos de la FOX ni a CNN por motivos obvios- se refiere al incidente de la siguiente manera: "Aunque la operación de este domingo probablemente no derrocará al gobierno filipino, es una prueba del malestar que siente tanto el Ejército como el país, asegura James Putzel, el experto en Asia suroriental del London School of Economics".

"Es posible que la presidenta Gloria Arroyo se haya concentrado demasiado en su papel en la llamada "guerra global contra el terrorismo" liderada por los Estados Unidos, descuidando los asuntos internos, sugiere Putzel".

Ejemplo más acabado de la circunspección británica es imposible de encontrar. La primera línea de defensa, o de alibí norteamericano, es sostener que lo de Filipinas es un asunto interno, que los Estados Unidos no tienen nada que ver con la cuestión, sino, a lo más tangencialmente. Falsimedia, inmediatamente, obedece. Discreción ante todo, mantener un bajo perfil y no darle al público mayores elementos. Esto es meramente un asunto pasajero.

Aquellos que sospechen en el asunto más de un gato encerrado harán bien en desenterrar un artículo de The New York Times, escrito el 25 de enero, del año pasado. "Mezclándose en el conflicto interno de los filipinos bajo el pretexto de extender "la guerra contra el terrorismo" los Estados Unidos están reviviendo una vez más, la memoria del imperialismo norteamericano en la región. Hace 100 años atrás los militares norteamericanos se insmicuyeron en una guerra sin piedad en Filipinas en lo que es caracterizado como una de las guerras más encarnizadas de toda la Historia. No debería sorprender a nadie, por lo tanto, que los filipinos estén protestando ahora, fuera de la embajada de los Estados Unidos en Manila, portando carteles que dicen "Luchar contra la intervención imperialista" y cantando "Yankis Go Home!"

La franqueza de la publicación estadounidense -uno de los órganos del grupo de presión judio- norteamericano más conocido- se debió problablemente a dos motivos: hace un año y medio atrás ni el gobierno de los neo-conservadores había apretado todavía el acelerador de la guerra en Iraq, ni el conflicto filipino convenía a los intereses israelíes que estaban interesados en la guerra de Central Asia, como medio de llegar, después, a la reciente de Iraq. En esas condiciones el periódico se permitía ser sincero. Pero la afirmación nos permite revisar un poco la circunspección actual de la BBC. Arroja, por así decir, un poco de luz sobre las verdaderas razones del conflicto.

Cuando en enero del 2002 Estados Unidos decidió enviar 700 soldados norteamericanos a Filipinas -de los cuales 160 eran de las fuerzas especiales- su misión proclamada era "estudiar la situación" y entrenar a los 7.000 soldados que se enfrentaban a las fuerzas filipinas musulmanas -divididas en una serie de fracciones. El "estudio" se enfrentaba con la Constitución Filipina que prohibe a las fuerzas extranjeras luchar en su territorio y a algo mucho más concreto: a comienzos de 1990 -después de deshacerse de la tiranía pro-norteamericana del corrompido protegido Marcos, el Senado filipino -bajo la presión popular- había rehusado prolongar los contratos de las bases norteamericanas en el país. Para el Departamento de Estado -entonces empalagado en el cese de la guerra fría- el sacrificio parecía un revés aceptable, cuestión que los neoconservadores se propusieron desde el primer día revisar. Aquellos barros son los que nos han traído los presentes lodos.

En consecuencia con estas resoluciones, el gobierno norteamericano redujo su "ayuda militar" a Filipinas a 2 millones de dólares, pero inmediatamente después de los sucesos del 11/S Filipinas pasó a ser el segundo frente norteamericano contra el terrorismo en Asia del Sur.

Por consiguiente el presidente Bush ha ofrecido al gobierno de Arroyo una ayuda para el año 2003 de 78 millones de dólares de los cuales 20 millones se dedicarán a la compra de armas nuevas y 21 millones para la compra de armas usadas.

El año anterior -el 2002- la ayuda ya había saltado a los 19 millones.

Adicionalmente los Estados Unidos otorgaron al gobierno filipino y a los militares 100 millones en equipos militares: un avión de transporte C-134B, 8 helicópteros UH-1H operacionales, 350 lanzagranadas, 30.000 rifles M-16, un barco guardacostas artillado, rifles especiales para francotiradores y equipos de visión nocturna. La ayuda para entrenamiento también se incrementó de 1,4 millones en el 2001 a 2.4 millones en el 2002.

El resultado de todas estas ayudas y esfuerzos fue detectado rápidamente por Amnesty International: se había incrementado "la persistencia de la tortura y el maltrato" en las Filipinas. Amnesty documentó un incremento de las técnicas de tortura "incluídos los choques eléctricos y las bolsas de plástico para provocar el sofocamiento" y señaló que éstas se aplicaban sobre "los supuestos miembros de los grupos de oposición armada, sus supuestos simpatizantes y otros sospechosos de crímenes comunes". Al mismo tiempo que Amnesty Internacional, el Departamento de Estado dió a conocer su informe del 2001 constatando "que existían serios problemas en algunas áreas. Miembros de las fuerzas de seguridad eran responsables por asesinatos extrajudiciales, desapariciones, torturas así como arrestos arbitrarios y detenciones".

La relación entre la ayuda norteamericana en su lucha global contra el terrorismo, el alienamiento de la clase política filipina y la tradición del militarismo filipino de desprecio por los derechos humanos de sus compatriotas es evidente. No es casualidad entonces que el gobierno Bush le ofrezca 30 millones adicionales de "ayuda" si el gobierno filipino sanciona un acuerdo que exima a los soldados norteamericanos operando en Filipinas de cualquier acusación ante la Corte Penal Internacional.

Toda esta información que se le escapó al boletín de noticias de la BBC y al experto de la Escuela Económica de Londres, es accesible para cualquiera que se tome la molestia de revisar en las bases de datos públicas disponibles.

Pero las "ayudas norteamericanas" en equipos y dólares tienen la virtud de exacerbar las tensiones entre los políticos y también entre los mandos militares. Aquellos acostumbrados a la vieja corrupción y los períodos de bonanza que en el área derramaban como consecuencia de la guera de Corea y después la de Vietnam, se refriegan las manos y afilan las uñas, ¿cómo prescindir de los recursos extras, las canonjías y los negociados? Al mismo tiempo los sectores políticos que quedan fuera del reparto y los oficiales subalternos y destacados a las misiones duras de combate en la jungla y las montañas -mientras los mandos se embolsan los recursos, cómodamente, en la capital- se agitan. Estados Unidos como siempre, distribuye corrupción, mina los cuerpos de oficiales entre cipayos incondicionales y sectores que sienten -con su presencia- ultrajado el interés nacional y complicados los procesos que pueden admitir otras soluciones.

En Filipinas podemos reconocer en ciernes, nuevamente, el viejo proceso que tan bien se conoce en Asia y en América Latina. Y la "internacionalización" de las técnicas de torturas -la picana y la bolsa de polietileno, inclusive la variante que conocemos tan bien los uruguayos de la bolsa de polietileno rellena de aserrín, se esclarece una vez más.

Ahí tienen las nuevas generaciones algo sobre lo que reflexionar. Estados Unidos se repite en lo de siempre. Es un proceso circular, casi ininterrumpido. A un período de represión violenta, sigue un proceso de distención que dura algunos años, en los cuales se agitan "los derechos humanos" y Estados Unidos se desprende de sus seguidores cipayos más comprometidos, pero mantiene en las Escuelas de Oficiales, los entrenamientos, la memoria y los cuadros que en cualquier situación de crisis, vuelven a activarse para ponerse en funciones. Y el proceso seguirá hasta que los pueblos, a fuerza de experiencia, sufrimientos y constancia, vayan haciendo madurar la conciencia colectiva que pone fin, definitivamente, a los verdugos y sus lacayos. Pero esa, es historia del futuro, a la que hay que empezar a apuntar desde ahora.

28 de Julio de 2003
carlos.revello@chello.se