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Internacional

Sobre el ascenso del fascismo en los Estados Unidos

Por Miguel Urbano Rodrigues

En septiembre del 2001, durante la agresión norteamericana contra el pueblo de Afganistán, publiqué en Portugal y Brasil una serie de artículos en que, comentando la matanza de Mazar-i-Charif y el saqueo de Kandahar, llamaba la atención hacia la amenaza a la humanidad que empezaba a dibujarse: la posibilidad de la instalación en los EE UU de un fascismo de nuevo tipo.
Sus contornos, todavía imprecisos, podían identificarse en el componente militar del sistema de poder de la gran República y en la dinámica de su estrategia de dominación universal.
En ponencias presentadas en el II y III Forum Social Mundial, en Porto Alegre, volví al tema, alertando acerca de una inocultable crisis de civilización, política, económica, militar, ambiental y cultural.
El peligro del neofascismo en los EE UU aumentaba. En el cuerpo de oficiales de sus fuerzas armadas echaba raíces un fascismo castrense que se expresaba a través de la participación de estructuras de mando en crímenes contra la humanidad (en Seberghan se llegó hasta el corte de lenguas a los prisioneros en presencia de oficiales de la US Army), en misiones genocidas de la fuerza aérea, en el discurso mesiánico y racista de generales y almirantes del Pentágono.
La vieja tesis de la nación predestinada, la única capaz de salvar la humanidad, fue asumida por el presidente Bush, que la alzó como pilar del Nuevo Orden Mundial, y cuyos cimientos teóricos fueron reformulados después del 11 de septiembre. Una concepción maniqueista de la vida fue puesta al servicio de la estrategia imperial de retalación. La lucha contra el terrorismo pasó a funcionar como soporte de una política de terrorismo de Estado sin precedente por su estilo. En la cruzada universal proclamada por la Casa Blanca Dios fue movilizado. El presidente informó al mundo que el Señor no era neutral y apoyaba su política. Agregó que quien no estuviese con ella sería considerado un enemigo y tratado como tal.
La agresividad e irracionalidad de esa estrategia configuran un asalto a la razón.
Quizá yo haya sido uno de los primeros escritores en utilizar la expresión IV Reich para denunciar la amenaza al conjunto de la humanidad y a la misma continuidad de la vida, amenaza cuyo perfil es cada vez más nítido en los EEUU.
Algunos historiadores y científicos sociales, tomando como referencia la Alemania de Hitler e Italia, afirman no haber condiciones mínimas para la introducción del fascismo en los EEUU.
Me permito transcribir pasajes de lo que afirmé al respecto en el Forum de Porto Alegre hace dos años: «Las semillas del fascismo ya han contaminado, es innegable, a muchos pilotos y oficiales del ejército presentes en el escenario de horrores de Afganistán (...) El peligro de un fascismo de nuevo tipo se hace difícil de identificar porque presenta características inéditas: 1. No se inserta en las definiciones clásicas del fascismo.
2. Surge como inseparable de la dinámica agresiva de un poder imperial y como efecto de la misma lógica de la violencia desencadenada por las fuerzas armadas que funcionan como instrumento de ese sistema de dominación planetaria.
3. El fenómeno que echa raíces en el cuerpo de oficiales presenta la peculiaridad de, al estructurarse y fortalecerse en el país, en el ámbito de sus guerras de agresión, se desarrolla de afuera hacia adentro, o sea, de la periferia hacia los EEUU, corazón del sistema.
«La dificultad en admitir que la actual política de terrorismo de estado de los EEUU amenaza con desembocar en neofascismo radica precisamente en el carácter y tradición de las instituciones democráticas norteamericanas y en la atipicidad de la ideología subyacente a las acciones de genocidio practicadas con frecuencia creciente por un poder militar hegemónico. El hábito de asociar el fascismo, casi mecánicamente, como modelo de estado y de organización de la sociedad a la Alemania de Hitler y a la Italia de Mussolini hace olvidar que su implantación asumió formas muy diferenciadas y que tanto el asalto al podercomo el funcionamiento del sistema no caben en definiciones rígidas.
«El fascismo, en Europa y lejos de ella, no obedeció a un modelo rígido. Si en el III Reich y en Italia (en ésta solamente de inicio) contó con fuerte apoyo de masas y tuvo como instrumento importantes partidos que seguían ciegamente los líderes carismáticos, ello no ocurrió en la España de Franco, ni en el Portugal de Salazar. Ni en la Hungría de Horthy, ni en la Rumanía de Antonescu, ni en la Croacia de Ante Pavelich, países en los cuales han sido sobre todo los aspectos básicos de la organización del estado los que tomaron como fuente de inspiración los modelos alemán e italiano. El denominador común a todos los fascismos lo identificamos en el nacionalismo irracional y agresivo, con componente racista, en la tentativa de imponer una contracultura y en la creación de aparatos represivos del tipo Gestapo.
En el orden económico las diferencias fueron transparentes (...) «El caso de Chile, por ejemplo, es tema de reflexión inagotable, tanto por lo que en él hubo de específico en el terreno político, económico y militar, como por sus contradicciones. Los que definen la dictadura terrorista de Pinochet, en la teoría y la práctica, como fascista sostienen -con fundamento, en mi opinión- que las fuerzas armadas cumplieron allí el papel que en el Reich alemán fue asumido por el partido nacional socialista y por los aparatos policíacos por él creados.
«En un contexto diferente y en otra dimensión el fenómeno chileno ayuda a comprender la amenaza neofascista que el terrorismo de estado norteamericano transporta en el vientre. El peligro ahora es planetario y, repito, nace en cierta medida lejos de la sociedad cuyo sistema de poder lo generó. Las expediciones punitivas no toman como blanco minorías, ni partidos de izquierda u organizaciones sindicales. El enemigo, imaginario, es ahora otro: individuos transformados en gigantes demoníacos y, sobre todo, pueblos paupérrimos, lejanos y desarmados.» La transcripción resultó larga, pero, así lo creo, útil.
Casi dos años han transcurrido desde que escribí esos párrafos. Debo admitir que no han perdido actualidad.
La crisis de civilización se ha agravado extraordinariamente y la estrategia de dominación universal del sistema de poder de los EEUU ha adquirido una agresividad mayor. Afganistán ha sido transformado en protectorado, pero los dos hombres -Osama Bem Laden y el Mollah Muhamad Omar- entonces señalados como objetivo prioritario de la guerra no han sido capturados y su paradero es desconocido. Poco se habla ya de ambos, y de los talibanes. En el espacio afgano se ha implantado una situación caótica; fuera de Kabul y de las principales ciudades, las tropas estadounidenses no controlan el territorio.
Mientras, una nueva guerra, más brutal, aún más trágica por sus consecuencias, fue emprendida por los EEUU (rebocando Inglaterra). El objetivo declarado era el «desarme» de Iraq, acusado de poseer armas de destrucción masiva, y capturar (o matar) a Sadam Hussein.
Para la humanidad siempre estuvo claro que la motivación de la guerra era la posesión del petróleo iraquí. La mayoría se opuso al proyecto. En las mayores ciudades del mundo docenas de millones de ciudadanos se manifestaron en las calles contra el genocidio en preparación. La falsedad e hipocresía de la argumentación de Washington eran tan transparentes que, bajo la presión de los pueblos, el Consejo de Seguridad -por iniciativa de Francia, con el apoyo de Alemania, Rusia y China- resistió a las presiones y chantajes sobre él hechas, y los EE UU, al optar por la agresión, se colocaron fuera de al ley internacional. Su cruzada «libertadora», condenada por el tribunal de la conciencia de los pueblos, apareció como una sucia y criminal guerra pirata.
Iraq fue bombardeado, destruidas sus ciudades, saqueados sus maravillosos museos que guardaban la memoria de las antiguas civilizaciones de Mesopotamia. Sadam Hussein no fue sin embargo capturado y se desconoce su paradero. No fueron encontradas armas de destrucción masiva. Pero la Casa Blanca y el Pentágono olvidaron esos temas.
Iraq fue transformado en protectorado, bajo la gobernación de un gauleiter norteamericano nombrado por el presidente Bush. Mientras, los EEUU ya han obtenido del Consejo de Seguridad, ahora sumiso, luz verde para (des)gobernar el país como le de la gana, disponiendo de sus riquezas.
La sumisión de los gobiernos que, en febrero y marzo, se habían opuesto a la guerra quedará en los anales de la historia como ejemplo de cobardía y desprecio por la voluntad de leso pueblos. Considerando la ocupación de Iraq un hecho consumado, tratan ahora de obtener un pedazo del botín. El discurso de la capitulación y la complicidad ha sustituido al discurso de la protesta contra el crimen, que traducía el clamor de los pueblos. Las comadres se entendieron. Sin embargo, tienen conciencia de la situación creada. El ministro ruso de relaciones exteriores, Ivanov, condensó en pocas palabras el panorama del nuevo orden al referir «la tendencia a la construcción (por EEUU) de un sistema de relaciones internacionales basado en la lógica del dominio militar y de las acciones unilaterales».
Dentro de años - cuando otras calamidades futuras hoy impredecibles sean ya recuerdos- los historiadores seguramente llamarán la atención hacia una evidencia: las guerras de agresión emprendidas a inicios del siglo por el sistema de poder de los EE UU han surgido como consecuencia de la crisis estructural del capitalismo, incapaz de encontrar solución para ella, como subraya István Mészaros.
Entretanto, el funcionamiento del mecanismo accionado por la lógica del «capitalismo senil» -la expresión es de Samir Amin- interpretada por un sistema de poder monstruoso, amenaza al conjunto de la humanidad.
Y las semillas del fascismo han empezado a germinar.
Las guerras «preventivas» de los EEUU hacen recordar ciertas epidemias.
Cuando empiezan, los efectos de la contaminación no pueden ser previstos.
La defensa de una estrategia planetaria peligrosamente agresiva e irracional exigió, en el plano interno, medidas drásticas del gobierno, las que han sacudido fuertemente la estructura institucional del país, abriendo fisuras por donde avanza el fascismo.
Inmediatamente después del 11 de septiembre, millones de ciudadanos en los EE UU no percibieron que el discurso bushiano contra el terrorismo funcionaba como anestesia para golpes quirúrgicos que herían garantías y libertades constitucionales. La destrucción de las Torres de Manhattan fue invocada a despropósito para justificar una feroz ola de xenofobia que ha llevado, por ejemplo, a la creación de tribunales militares para enjuiciar extranjeros sospechosos, a persecuciones y humillaciones infligidas a inmigrantes musulmanes, a la cacería de brujas en las universidades, a la eliminación de clásicos de la literatura en las bibliotecas públicas, a gestos tan simbólicos de una mentalidad ultrareaccionaria como la prohibición de la canción de John Lennon en defensa de la paz.
Gente íntima del presidente, como Cheney, Rumsfeld, Condoleeza Rice, Perle, ha hecho una contribución importante a la radicalización de un discurso ideológico de matices cada vez más fascizantes, aunque algunos de sus autores, por indigencia cultural, no lo perciban. Colin Powell en la ONU, y generales como Tommy Franks, han ayudado también a proyectar una imagen del sistema, de su ética y dinámica, que provoca creciente repulsa de los pueblos.
El engranaje que abre camino al neofascismo no podría, sin embargo, servir con eficacia a la estrategia de dominación si no dispusiera como formidable y decisivo instrumento de un sistema mediático que hoy controla hegemónicamente los media.
El tema ha sido exhaustivamente tratado por autores como Chomsky y Ramonet.
Pero la complejidad y gravedad de los males resultantes del funcionamiento de esa máquina diabólica hacen indispensable retomar permanentemente el asunto.
El discurso clásico sobre los EE UU como patria de la libertad de expresión siempre fue montado sobre inverdades; hoy es ridículo.
Las tres grandes cadenas de televisión que emiten noticias durante las 24 horas -la NBC, la FOX y la CNN- mantienen relaciones íntimas con el poder.
La gran mayoría de las noticias que difunden son de origen gubernamental o corporativa. El mantenimiento de las tasas de audiencia exige no solamente una buena relación con esas fuentes, sino también la inclusión masiva de noticias sobre asuntos divertidos, episodios de guerras que hagan la apología del heroísmo estadounidense, un enorme volumen de informaciones sobre negocios, situación de las empresas transnacionales, religión, deporte, sexo, comentarios superficiales sobre historia, ciencia y arte, etc. Y, claro, la eliminación de temas considerados incómodos por el poder.
La campaña supuestamente antiterrorista promovida por el gobierno respondió inicialmente, por el estilo, al interés de la aplastante mayoría de los televidentes. Para alimentarla, las noticias prefabricadas, recibidas de fuentes conectadas con la contrainformación, se hicieron imprescindibles.
«Ejemplos perfectos de esa relación -escribe en Counter Punch Peter Phillips, profesor de Sociología en la universidad de Sonoma-, son los pools periodísticos convocados por el Pentágono en el Oriente Medio y Washington para transmitir informaciones programadas sobre la guerra en Iraq a grupos seleccionados de receptores de noticias (periodistas) que las distribuyen después a diferentes órganos de comunicación».
Los periodistas que no se someten y se niegan a colaborar de manera servil con el poder son castigados, directa o indirectamente, o sencillamente despedidos, aunque sean celebridades, como ocurrió con Geraldo Rivera y el neozelandés Peter Arnett.
Los montajes destinados a impresionar al público y glorificar las fuerzas armadas son frecuentes. Los resultados, sin embargo, pueden reservar sorpresas desagradables al sistema, como ocurrió con el film sobre el famoso rescate de la soldado Jessica Lynch. La BBC, en un reportaje que enfureció al Pentágono, ha demostrado a través de testimonios irrefutables que todo fue forjado en la «epopeya» que hizo llorar a millones de estadounidenses.
La verdad no tuvo nada de heroica. Los iraquíes, cuando intentaron entregar por iniciativa propia a la prisionera Jessica a una unidad militar norteamericana fueron recibidos a tiros. Posteriormente la fuerza que afirma haberla rescatado entró en un hospital en proceso de evacuación donde ella se encontraba. No hubo allí combate alguno; no habia tropas iraquies. El film es una invención de comienzo a fin. Pero Jessica Lynch ha entrado al panteón de las heroínas de los EE UU.
Hoy el acceso del ciudadano estadounidense a noticias objetivas es cada vez más difícil. «Lo que existe -la opinión es también de Peter Phillips- es un sistema noticioso complejo, concebido para entretener a la gente, que protege su propia esencia, para servir al complejo militar-industrial más poderoso del mundo».
En un país donde un abismo cultural separa a las élites del ciudadano común, la militarización de la sociedad civil, en expansión, asume proporciones inquietantes.
Según John Gillis -un analista militar respetado- la militarización de las conciencias pasó a ser imprescindible al buen funcionamiento del sistema. El establishment trata de preparar a la sociedad civil para la aceptación de la violencia como fenómeno natural. Mientras el militarismo era tradicionalmente «visto como una serie de creencias que se limitaban a grupos sociales específicos o sectores de la clase gobernante, la militarización es una serie de mecanismos que involucran todo el edificio social».
Jorge Mariscal, miembro del proyecto Yano que combate la militarización de la educación, afirma en artículo reciente divulgado por Rebelión, que la vida cotidiana en sus infinitas formas es enmarcada por ese fenómeno. La militarización avanza en las escuelas. Contamina la juventud. Una publicidad agresiva, en la televisión, la prensa escrita, la radio, en carteles presenta a las fuerzas armadas como una escuela de virtudes. El cuerpo de marines cultiva el autoelogio, presentándose como una corporación de superhombres. El candidato a recluta, al atravesar el portal del cuartel lee un mensaje en la pared: «En el corazón de cada marine está el espíritu del guerrero, una persona imbuida del tipo especial de carácter personal que ha definido la grandeza y el éxito durante siglos.Y en esta organización serás considerado como parte de la familia. Eres especial, eres un luchador, te cuidaremos».
Lo primario del mensaje ayuda a comprender la mentalidad de la tropa de élite de la US Navy.
La militarización de la sociedad es acompañada de un discurso político que transforma en virtudes la dureza, la insensibilidad y un concepto prusiano de la disciplina. La tesis del «letal y compasivo» ilumina bien las contradicciones de una mentalidad patológica. Rumsfeld dice que las fuerzas armadas de los EEUU son las más «efectivas y destructivas» de la historia, pero al propio tiempo las más preocupadas por evitar muertes civiles» La realidad desmiente la afirmación. Petrer Mass, en artículo publicado por el The New York Times, cuenta que cerca de Bagdad, el comandante de un escuadrón, cuando sus hombres dispararon contra vehículos civiles, gritó: «Mis hombres no fueron clementes. !Formidable!» El sargento Jeff Lujan, que ordenó a sus soldados que abriesen fuego en un punto de control contra un camión civil en que viajaban una mujer y dos niñas, matando a las tres, comentó: «Me he resignado. Hicimos lo correcto, aunque fue erróneo». El episodio, como muchos otros, similares, fue igualmente relatado por el The New York Times.
El lema del «letal y compasivo» ha inspirado una sub-literatura de guerra orientada a la apología del «humanismo americano». El caso del niño iraquí, amputado de brazos y piernas que fue internado en un hospital de Kuwait para que le colocaron prótesis, es bien expresivo de la hipocresía subyacente a ese falso humanismo. Toda la familia del muchacho murió en el bombardeo, pero eso fue olvidado.
En las grandes ciudades de los EEUU, entre la juventud de los barrios de la clase media suburbana, una diversión de moda es el painball -un juego brutal durante el cual los participantes luchan salvajemente. Del choque hace parte la muerte simulada. En San Diego, los adeptos al painball pagan 50 dólares por intervenir en los juegos que se efectúan en la base de los marines.
El presidente Bush considera «viriles» esos juegos. No es por casualidad que, para estimular el espíritu marcial, le guste discursar en bases militares, fábricas de armamentos y portaaviones.
Un intelectual serio, James Carroll, publicó en el Boston Globe, en la edición del 22 de abril p.p. un lúcido artículo titulado «Una nación perdida», en el cual llama la atención de sus compatriotas a las consecuencias dramáticas de la política desinformativa que manipula las conciencias para presentar como acto legitimo y necesario una guerra criminal.
«Las celebraciones fotográficas -escribió- de nuestros jóvenes guerreros, las glorificaciones de los prisioneros estadounidenses liberados, los heroicos rituales de los muertos en la guerra asumen el carácter de una burda explotación de los hombres y mujeres en uniforme. Primero fueron llevados a actuar en circunstancias dudosas, y ahora ellos mismos son convertidos en mitos como su principal justificación post facto -como si Estados Unidos hubiese ido a Iraq no para capturar a Sadam Hussein (desaparecido), o para eliminar las armas de destrucción masiva (que no están), o para salvar el pueblo iraquí (caos), sino para «apoyar a sus soldados». Así la guerra se convierte en su propia justificación. Tal confusión sobre un punto de tanta gravedad, como los demás, denota una nación perdida».
Denuncias como la de James Carroll son felizmente numerosas en los EEUU. Una parcela ponderable de su pueblo se opuso a la guerra y combate en defensa de la paz contra la política de militarización del planeta.
La contribución de norteamericanos progresistas y valientes como Ramsey Clark y Noam Chomsky -dos ejemplos expresivos- es un hecho muy importante para la comprensión del peligro fascista y del funcionamiento de un sistema que pasa sobre la constitución para suprimir derechos y libertades.
Que no haya sin embargo ilusiones. El capitalismo no ha entrado, lejos de ello, en la agonía. Precisamente por no tener soluciones para la crisis se há hecho más agresivo y trata, a través de las llamadas «guerras preventivas», de evitar un colapso sistémico que provocaría un espantoso caos. Incapaces de revertir por medios clásicos el brutal debilitamiento de su economía, los EEUU, motor del capitalismo mundial, optan, en el marco de su politiza de dominación planetaria, por aventuras guerreras de pillaje de recursos naturales, como las de Afganistán e Iraq, que le han permitido al propio tiempo asumir el control de áreas de Asia de enorme importancia estratégica.
Los epígonos de la Casa Blanca intentan encontrar una lógica en los actos de la Administración Bush, condenados por la conciencia de los pueblos.
Buscan lo imposible, porque la irracionalidad marca ya el funcionamiento del sistema.
El grupo llamado de la Cabala, que hoy controla el poder en los EEUU, se comporta ya como los aprendices de brujo. Sembró tempestades de efectos impredecibles. Pero el espectáculo del caos iraquí no le detuvo la agresividad. Amenaza a Siria, la insurrección colombiana, Corea del Norte, Cuba.
Irán es blanco de amenazas y provocaciones insistentes. Las acusaciones repiten, sin creatividad, las que han precedido la agresión al pueblo iraquí. El gobierno de la milenaria patria de Darío y Cosroes es acusado de desarrollar capacidades nucleares, de almacenar armas de exterminio masivo y de complicidades con la red Al Qaeda. El disco trae a la memoria los de la propaganda nazi, cuando Hitler, en vísperas de invasiones, presentaba pequeños países como amenazas a la seguridad del III Reich.
La realidad es invertida. Una organización tan cautelosa como Amnistía Internacional en su informe anual acaba de subrayar que la inseguridad en el mundo ha aumentado peligrosamente desde el 11 de septiembre y que la responsabilidad es de los EEUU. Su política de combate al terrorismo, en vez de reducirlo, ha contribuido decisivamente a diseminarlo y estimularlo.
En materia de derechos humanos, EEUU, que insiste en presentarse como su gran defensor, los viola permanentemente como reconoce Amnistía Internacional. La Base de Guantánamo ha sido convertida en un campo de prisioneros en el cual el empleo de la tortura es tema de denuncias constantes.
De Washington llegan noticias de choques personales en el equipo presidencial. Dimisiones como la de Ari Flescher, el vocero de la Casa Blanca, han suscitado una ola de especulaciones. En el triángulo Departamento de Estado-CIA-Pentágono la estrategia de las «guerras preventivas» habría dejado de ser consensual.
Estamos ante rumores. No merecen la atención que se les viene prestando.
Sin embargo, es natural que en Washington las fuerzas que controlan el poder empiecen a comprender que la ocupación de las grandes ciudades de Iraq no puso fin a la guerra. En los últimos dias militares estadounidenses han sido muertos en diferentes lugares. La resistencia del pueblo iraquí al ocupante se organiza. Una guerra larga se dibuja en el horizonte. El fantasma de un Vietnam árabe perturba ya el sueño de los generales del Pentágono.
Grandes peligros se anuncian. Pero el gigante norteamericano tiene pies de barro. Los mecanismos predatorios de la globalización neoliberal no bastan para resolver la crisis estructural de un capitalismo enfermo. Con la peculiaridad de que el mal es incurable .
Mientras la crisis de civilización se profundiza, la tarea prioritaria para las fuerzas progresistas y democráticas en todo el mundo es enfrentar, con firmeza y lucidez, la amenaza -es decir, la estrategia neofascista de un sistema de poder que aspira a militarizar el planeta, reduciéndolo al status de protectorado.
Entretanto, el proceso de militarización y fascización de la sociedad estadounidense prosigue. Y esa realidad no puede ser ignorada.
La Habana, 30 de mayo de 2003 El original portugués de este artículo se encuentra en
http://resistir.info Traducción de Marla Muñoz