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Internacional

6 de junio del 2003

EE.UU: 18 Meses para las elecciones

Tiempo para mentir, agitar la bandera y redefinir los valores "conservadores"
Saul Landau
Progreso Weekly
"Saddam nunca arruinó nuestras tiendas. ¿Es esta la liberación de que habla Bush?"
-- Iyad Qubaisi, propietario de una tienda de piezas de repuesto, ahora demolida, en Falluja, Irak. (22 de mayo, 2003) -- (Reuters)

"Residentes dijeron que las tropas parecían haber disparado al azar en dirección del centro de la ciudad después de haber sido atacadas, matando a dos ocupantes de una camioneta Nissan blanca que pasaba por el lugar. Los restos de la camioneta aún eran visibles. 'Enloquecieron, disparaban a todas partes', dijo un testigo, Safi Jaber. Los residentes dijeron que los soldados habían detenido a una ambulancia que trató de acercarse al lugar, y que un vehículo blindado estadounidense había arremetido contra la camioneta. Una de las víctimas era un hombre de 19 años. 'Hoy debía haber sido su boda', dijo Khali Ibrahim, un ingeniero eléctrico de la localidad".

OK, liberamos Irak, lo que quiera decir eso. Saddam se fue. Pero no todo está resuelto precisamente. Día tras día leemos acerca de la muerte y el horror relacionados con la administración colonial por parte de fuerzas estadounidenses inexpertas. "Quizás debiéramos haber dejado esa parte a nuestros socios de la coalición, los británicos y los españoles, que han tenido siglos de experiencia en administrar territorios ocupados", me comentó con ingenio un crítico de la seguridad nacional.

Antes de valorar las consecuencias de la guerra y antes de que la memoria nacional se atrofie por completo, revisemos la entrada de EE.UU. en la guerra de Irak. Algunos medios se enfocan ahora en la puesta en escena aparentemente falsa del rescate de Jessica Lynch. Pero las implicaciones de las acciones de Bush van más allá del terreno de las relaciones públicas. Van al mismo núcleo de la esencia del gobierno de EE.UU.

Un colega que se considera un conservador y ardiente seguidor de Bush, aunque inicialmente opuesto a la guerra porque los conservadores no aprueban las guerras sin una estrategia de salida, me dijo que no importaba si descubríamos almacenes de armas nucleares, químicas y biológicas. "Saddam Hussein por sí mismo era un arma de destrucción masiva", insistió, "y el pueblo iraquí está mejor sin él. ¿No los viste bailando de alegría cuando los liberamos? Así que mil o dos mil murieron. Ese es el precio de la libertad".

Argumentos similares reverberan en los programas de radio de comentarios de derecha --los más suaves, donde los opositores a la guerra aún no se han convertido en traidores.

"Pero", pregunté a mi colega, "si se trataba de llevar la libertad a los iraquíes, ¿por qué el Presidente no lo dijo?"

Se encogió de hombros. "La libertad tiene un precio", insistió y se marchó. "¿Tú crees en un gobierno de la ley o de los hombres?", le pregunté mientras se alejaba. "¿Crees que una nación tiene el derecho de atacar a otra más débil sin un casus belli?"

Ciertamente Bush no enfatizó este punto cuando lanzó la guerra contra Irak. En su lugar, en su discurso del Estado de la Unión del 28 de enero de 2003, insistió en que Irak tenía "materiales para producir hasta 500 toneladas de Sarin, gas mostaza y agente neuroparalizante VX". Bush citó las "30 000 municiones capaces de esparcir agentes químicos", un hecho que atribuyó a la inteligencia de EE.UU.

Bush también repitió el argumento acerca de Irak como amenaza nuclear. El coro del Secretario de Estado Colin Powell, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, el Vicepresidente Dick Cheney y otros potentados menores declararon en varios foros, incluyendo el Consejo de Seguridad de la ONU, que las agencias de inteligencia de EE.UU. tenían conocimiento definitorio de armas de destrucción masiva, insinuaron que los inspectores de armamentos de la ONU eran lentos o incompetentes porque no las habían encontrado y, finalmente, que Saddam había "violado materialmente" la Resolución 1441 del Consejo de Seguridad de la ONU. El mundo tenía la obligación de invadir a Irak para detenerlo antes de que usara esas armas o se las entregara a los terroristas de Al Qaeda, con los cuales la inteligencia de EE.UU. aseguraba que tenía estrechos vínculos secretos.

Hasta ahora no han salido a la luz ni las armas de destrucción masiva en las tres categorías mencionadas ni los vínculos del gobierno iraquí con los terroristas de Al Qaeda. Los inspectores de la ONU buscaron en los lugares que Powell describió en su discurso ante el Consejo de Seguridad de la ONU el 5 de febrero de 2003 y en su presentación de diapositivas en la que incluso mostró brevemente un bulbo con ántrax. Justo antes de la guerra, el 6 de marzo, Bush aseguró que "en algunos casos estos materiales han sido trasladados a diferentes lugares cada 12 ó 24 horas o situados en vehículos que se encuentran en barrios residenciales". ¡Qué ingenioso fue Saddam Hussein para engañar a los inspectores de la ONU! Para el 27 de mayo (cinco semanas después de que Bush declarara la victoria), los inspectores estadounidenses tampoco han podido encontrar ni siquiera rastros de los infames productos, a pesar de lo asegurado por la reportera Judith Miller de The New York Times quien citó a oficiales y expertos anónimos que estaban seguros de que existían.

El Jefe de Inspectores de Armamentos de la ONU Hans Blix, dijo en The Guardian del 24 de mayo de 2003 que "la justificación principal de la guerra fueron las armas de destrucción masiva, y puede resultar que en este aspecto la guerra no haya estado justificada".

Aún cuando se descubran algunos pequeños rastros algún día, los hechos ahora apuntan a preocupantes posibilidades relacionadas con el inicio de la guerra. Las agencias de inteligencia de EE.UU. no podían distinguir su trasero del proverbial hueco en la pared; sus superiores en las agencias distorsionaron la evidencia, o Bush y los miembros de su gabinete mintieron con el propósito de obtener el apoyo del pueblo para la guerra.

En septiembre de 2002 viajé a Irak con el Representante Nick Rahall (demócrata por Virginia Occidental) y el ex Senador James Abouzrek (demócrata por Dakota del Sur). El 19 de septiembre el Vice Primer Ministro Tarik Aziz y el Presidente del Parlamento Sa'doun Hamadi nos aseguraron que Irak no tenía armas de ese tipo. Yo estaba escéptico. Después de todo, Saddam había usado armas químicas durante la guerra con Irán. ¿Qué había sucedido con ellas?

El ex inspector de armamentos de la ONU Scott Ritter argumentó que los inspectores, antes de marcharse en 1998, sí habían encontrado y destruido mucho de lo que Saddam tenía de esas armas. Ritter insiste en que para el 2002 Saddam no podía haber acumulado lo que Bush aseguraba.

Sin embargo, ni un solo alto funcionario de EE.UU. ha vacilado en asegurar la perfidia de Saddam en cuanto a las armas de destrucción masiva. No estamos hablando de un largo período de tiempo. En su discurso del 20 de enero a la Asociación de Oficiales de la Reserva, Rumsfeld aseguró que Saddam Hussein "tiene un activo programa para adquirir y desarrollar armas nucleares". Powell estimó de manera conservadora ante el Consejo de Seguridad de la ONU que "Irak hoy tiene un arsenal de entre 100 y 500 toneladas de agentes de armas químicas".

"Las enviaron a Siria", la primera respuesta ante el fracaso al buscar las odiosas armas, provocó la risa burlona de parte de miembros críticos de los medios. ¿Cómo podía Saddam haberse llevado tales armas a través de la frontera, en presencia de los satélites espías estadounidenses y otros equipos de detección?

Por tanto, nuestros líderes mintieron o exageraron acerca de la capacidad de nuestro aparato de inteligencia de $40 mil millones de dólares. Si Bush mintió, entonces él o sus asesores simplemente inventaron las armas de destrucción masiva como un pretexto para otra cosa: la liberación de Irak o el primer paso de una estrategia para remodelar el Medio Oriente por la fuerza. Este plan más elaborado buscaría no sólo destruir a los terroristas musulmanes, sino ofrecer seguridad permanente a Israel así como a los intereses petroleros de EE.UU.

Referente a la remodelación del Medio Oriente y de llevar la democracia a la región, Nicholas Lemann analizó en The New Yorker del 1 de abril de 2002 y el 17 de febrero de 2003 de qué manera los neo conservadores en la administración, como el Vice Secretario de Defensa Paul Wolfowitz y el Subsecretario de Defensa para Política Douglas Feith, eliminaron la idea de que esta política se debatiera e inventaron en su lugar un gran plan para engañar al público. Las medidas adoptadas por Bush parecen haber seguido su plan y eliminado no sólo el debate, sino la disposición constitucional de que el Congreso declare la guerra. Por tanto, ¿qué conclusión debemos sacar de nuestro propio sistema después de la guerra de Irak? Los conservadores, que anteriormente afirmaban su creencia en un gobierno de leyes, no de hombres, se han convertido en pragmáticos en relación con su antiguo dogma. Los republicanos, que eran prudentes y ahorradores de cada centavo y aborrecían el concepto de déficit interno se han convertido ahora en misioneros de los gastos del déficit en la parte demócrata.

La ley en sí, incluyendo la protección de nuestras libertades básicas, se ha transformado en un instrumento maleable de poder que los poderosos simplemente echan a un lado cuando les conviene. En el siglo 21 la ley del poder parece haber reemplazado la ley del estatuto. Y el poder como la base para una república reemplaza el sistema comprobado por el tiempo de rendición de cuentas con el complot secreto en los altos niveles.

Cuando surge la duda acerca de la legalidad y la virtud de la invasión a Irak y los escépticos cuestionan los motivos de los que la lanzaron, aparecen los agitadores de banderas para aplastar a los dudosos. Ciertamente, es el último refugio de los villanos.

* Landau es profesor en la Universidad Cal Poly Pomona y miembro del Instituto para Estudios de Política. Sus filmes pueden conseguirse a través de Cinema Guild, 800-723-5522.
www.saullandau.net