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Internacional

21 de mayo del 2003

Si los políticos comienzan a decir la verdad...

Terry Jones
The Observer
Traducido para Rebelión por Mariví Martínez M.

El terrorismo ha entrado en una nueva era. Durante la pasada semana ha quedado claro que los terroristas han puesto a los líderes políticos en la mira de su más reciente arma: una Droga Biológica de la Verdad que fuerza a figuras públicas a espetar lo que realmente están pensando.

Estos Ataques de Verdad ya han cobrado su primer víctima con Clare Short, quien no pudo evitar pararse ante el Parlamento y confesar que "los que manejan el poder no tienen que rendir cuentas y no son inspeccionados".

Otro blanco ha sido David Blunkett, el Ministro del Interior, quien inexplicablemente se encontró a sí mismo pasándole a la Federación de Policías información sobre su desprecio por los jueces y su manifiesto menosprecio por todo el aparato legal del cual él es cabeza. Y luego Oliver Letwin, Ministro-Sombra del Interior, quien se vio motivado a sacar de su pecho su íntimo convencimiento de que únicamente un milagro podría salvar al Partido Conservador de la derrota en las próximas elecciones.

En cada uno de estos casos, los terroristas apuntaron evidentemente a objetivos vulnerables y fáciles.

Sin embargo, se informa que los próximos Ataques de Verdad podrían tener como objetivo al Primer Ministro. Esto ha causado una alarma generalizada en todo el Gabinete. Los ministros temen que, si Tony Blair llegara soltarnos las profundas verdades de sus desconsuelos, podría verse en peligro su capacidad de liderazgo en el Partido Laborista para las próximas elecciones.

Pero aún falta lo peor. Imaginen el efecto que tendría sobre los votantes si el Primer Ministro hiciera pública la culpa que ahora debe estar sintiendo por haber mentido a cara descubierta todos estos meses sobre las armas de destrucción masiva en Iraq. Y tan solo supongan que empieza a revelarnos su remordimiento como cristiano por cada niño, mujer y hombre ahora muerto o mutilado como resultado de su bombardeo a un país que era imposible concebir como amenaza para el Reino Unido.

O ¿qué si repentinamente confesara que hubo un tiempo en el que albergó la delirante idea de que él era una influencia moderadora para los halcones de la administración norteamericana, pero que ahora cobra conciencia de que haber creído en ellos fue tan tonto como que Clare Short haya creído en él?

Del otro lado del Atlántico, no obstante, hay menos preocupación por los efectos de un Ataque de Verdad, pues los objetivos del régimen actual son ya de público conocimiento. Su deseo de manejar el mundo según sus intereses y de atacar a cualquier país que ellos perciban como amenaza para tal aspiración es cosa sabida para todo el mundo --además de para el Primer Ministro de Gran Bretaña-- desde hace ya un tiempo.

Claro que algunas cejas podrían levantarse si a George W. Bush se le diera por desvelar lo que en verdad le hubiera hecho al Reino Unido si no lo hubiera apoyado con sus ambiciones en Oriente Medio.

Del mismo modo podría llegar a caer algún tipo de lluvia ácida si Donald Rumsfeld, James Woolsey, Dick Cheney, Richard Perle, George Shultz y los demás decidieran publicar cuánto dinero tienen esperanza de hacer a partir de las próximas guerras que proponen y de toda la seguridad anti-terrorista que sus compañías proveerán.

Lo cual probablemente explica por qué los terroristas no están actualmente preparando un Ataque de Verdad sobre EE.UU. El público norteamericano parece estar tranquilo con la corrupción de su gobierno y calmo con los planes que sus líderes tienen de comenzar una nueva era de guerra global.

En tal contexto, supongo, la Verdad sencillamente ya no importa.

Sunday May 18th, 2003